En un texto memorable, «Un libro rojo para Lenin», el poeta comunista salvadoreño Roque Dalton reflexionaba en los ’70 que habiendo varios Lenin, cada uno debía elegir aquel que más le fuera útil. Algunos, decía el poeta, prefieren al de Dos Tácticas de la Socialdemocracia en la Revolución Democrática Burguesa y otros al del Estado y la Revolución. Unos pensaban en un transito por etapas y otros en el asalto al Poder. Se sabe de que lado estaban Roque y el Che.
La cuestión es cuál de los Che elegimos nosotros: el guerrillero heroico, el médico solidario, el ministro de Industrias, el presidente del Banco Central, el miembro del comité central del Partido Comunista de Cuba, el impulsor del trabajo voluntario? Se dirá con razón que todos son el Che y que de todos se tendrá provecho al estudiar su obra, pero nos atrevemos a afirmar que la izquierda argentina, tan afectada del dogmatismo y posibilismo, necesita con urgencia a uno de los Che más ocultos: el teórico de la revolución socialista de liberación nacional. Un teórico de nuevo tipo, de aquellos que buscaba en la practica política la superación de los problemas que no encontraban solución en el debate dialéctico. Aventurero sí -decía- pero de los que ponen el pellejo para sostener sus verdades.
Le tocó al Che, en la división de tareas del grupo dirigente de la Revolución Cubana, ser uno de los primeros en sistematizar la experiencia de lucha de Fidel y sus compañeros, o sea, la historia de la lucha por la Independencia comenzada por Martí en el siglo XIX y recién completada por la Revolución Socialista que sólo por el camino de superar el capitalismo pudo conquistar la liberación nacional verdadera.
Lo primero que destaca en la práctica teórica del Che es su marcado espíritu crítico -una actitud crítica que no se detenga ante nada, ni siquiera hacia el pensamiento propio, había reclamado el joven Marx- que le permitió enfrentar todos los dogmas que afectaban el sentido común en las ciencias sociales de la época, tal como el fatalismo geográfico que dictaba imposible alzarse contra el poder imperial a solo 90 millas de Miami, tanto como el determinismo vulgar que creía tener un mapa riguroso del recorrido de la revolución en América Latina (la supuesta revolución democrático burguesa que nunca ocurrió) o conocer el orden estricto del proceso de la acumulación de fuerzas (donde la lucha armada siempre estaba al final del camino y nunca como un puente de transito para la subjetividad o como decía Martí, la guerra es cruel y debe ser por tanto negada en general, pero en particular, en un pueblo nuevo que está dividido en castas y está sometido a una vida no sólo de humillación sino de explotación , bien mirada la guerra puede constituir la única forma en que encuentre la manera de establecer la cooperación entre sus miembros y proponerse objetivos mayores a los que tendría a su alcance. Pero alertemos que no hay modo más dogmático de pensar que repetir para el hoy las propuestas guevaristas de los ´60. Antidogmatismo para entender las revoluciones fuera de Manual como la venezolana, la boliviana o el proceso ecuatoriana, para entender este realismo mágico de un Continente revolucionado en las narices de los yankees que creían tener todo controlado…y de pronto aparecieron Chávez, Evo, Correa y tantos otros.
Lo segundo es la convicción guevarista de que si la Revolución americana es continental y socialista de liberación nacional (sus permanentes llamados a la lucha por la Segunda y Definitiva Independencia y su contundente Revolución Socialista o caricatura de revolución que solo el dogmatismo puede leer separados), la ideología de nuestra revolución es el ANTIMPERIALISMO con centralidad en el enfrentamiento con los yankees de quienes conocía su ferocidad y llamaba a no confiar ni un tantito así. Claro que el Che enfrentaba un imperialismo todavía pletórico de posibilidades y recursos que sacaría a relucir luego de la derrota en Vietnam propiciando una verdadera transformación integral del capitalismo, lo que ahora conocemos como la era de la globalización neoliberal y ahora, justamente, estamos en el momento justo en que ese ciclo está terminando y lo que se avizora es el principio de la decadencia imperial en todos los sentidos. Al menos, por ahora, es evidente que el sueño triunfalista de ser la única súper potencia global ejerciendo una hegemonía indiscutida era eso, un sueño del cual está despertando sacudido por los vientos de cambio de Latinoamérica, el empantanamiento militar en Irak y Afganistán y la perdida de respeto que sufre en todo el mundo.
Sigue siendo un enemigo de cuidado, pérfido y sanguinario, pero como decía Fidel en el acto de Córdoba, éste será el siglo de su hundimiento como Imperio y ese debería ser un dato que alimente el factor subjetivo, tal como Guevara lo entendía: la convicción de la necesidad y de la posibilidad de triunfar en la lucha.
Y lo tercero es su propuesta de construcción simultánea del frente antimperialista y la vanguardia revolucionaria en un mismo y único proceso, no como un requisito previo, digamos como una condición indispensable para lanzarse al combate, sino como una necesidad a resolver, justamente, desde y en medio de la lucha. Ninguno de los procesos en curso, ni Venezuela, ni Bolivia, ni Ecuador, ni siquiera Nicaragua, tienen perfectamente configuradas las herramientas políticas lo que demuestra la validez del pensamiento guevarista de que se puede empezar sin tal grado de organización, aunque el mismo Guevara advertía una y otra vez, que sin frente antimperialista y vanguardia revolucionaria, difícilmente se tenga éxito en el cometido.
El Che, profundo conocedor de la historia latinoamericana tenía claro que el imperialismo no es algo exterior que agrede desde afuera, sino que -de distinto modo en cada país por los diferente modos en que cada cual conformó su bloque de poder- sino que ejercía su dominación en una combinación de presiones desde fuera y acciones del conglomerado social y político que ejercían el gobierno (con su participación decisiva), igual que ahora. Si España fue la potencia hegemónica del cual había que liberarse en el siglo XIX, si Gran Bretaña la reemplazó al momento de la formación de las Republicas con que pulverizaron el sueño bolivariano y sanmartiniano de la Patria Grande, Estados Unidos es desde finales de la segunda mitad del Siglo XX no solo la potencia imperial dominante en la Región sino un componente decisivo de cada bloque de poder a derrotar en cada país. Por ello es que el Che vinculaba de un modo estrecho la lucha por la liberación nacional con el antimperialismo y la causa socialista, por ello es que no hay modo de ser antimperialistas sin luchar contra el capitalismo realmente existente, con su modo de dominación y explotación. Practicar un antiimperialismo genuino, que no se quede en lo reclamativo exige hoy abordar adecuadamente esa tensión entre los componentes nativos y extranjeros del Poder. Sin practicar una oposición que ignore los planes imperialistas para la región pero sin olvidar que esa dominación la ejercen también desde quienes reproducen un capitalismo subordinado a las redes de explotación globales.
Se sabe que un 25 de Mayo el Che lanzó una convocatoria a los argentinos a deponer las diferencias secundarias y poner por delante la unidad antimperialista. Sin animo de minimizar los problemas reales que nos afectan al momento de pensar la alternativa ¿no sería ese paso -el disponernos todos para la unidad antimperialista, y por ello de liberación nacional y anticapitalista- el mejor homenaje que se le pueda hacer al Comandante? Porque no se trata de repetir las verdades conocidas sino de enfrentar la solución de los problemas en el terreno de la práctica política, acaso uno de los legados guevaristas más transparentes y exigentes.