Estúpido, es la hegemonía.


¿Qué es lo que está en cuestión en la Argentina?

¿Un futuro revolucionario de Patria Libre hacia la integración de la Patria Grande?

¿Un proyecto de país que vaya superando (negando, dejando atrás, anulando) las aristas más brutales del neocolonialismo impuesto por el Imperio mediante el FMI, en un proceso virtuoso de recuperación de soberanía sobre nuestras riquezas y redistribución radical de la misma hacia los millones de pobres de toda pobreza que generaron Macri y los Fernández?

Hace unos treinta años (exactamente en 1992) Bill Clinton explicó la pérdida de popularidad de George Bush diciendo “the economy, stupid” y acertó. Reconocer lo que está en disputa es siempre el primero e imprescindible paso para construir una estrategia de victoria.  Dejemos para los escribas del Poder (nunca tan bien dicho aquello de “abonados” al gobierno, ¿no es cierto Ricardo Foster?) la cháchara de que está en juego “40 años de democracia” y hasta el sentir nacional que resultaría ser nacional, popular, memorioso y amante de la verdad y la justicia, no jodan.  Lo que estamos viviendo es una disputa en forma por la hegemonía en el seno de la sociedad argentina; disputa que es inseparable de la disputa por la hegemonía al interior del Peronismo (aquí como fuerza política de amplio espectro que terminó subsumiendo al kirchnerismo) y una disputa (bastante oculta) por la hegemonía en el movimiento popular organizado (llamémosle “tradicional”: las CGT, las CTA, los movimientos territoriales y de trabajadores precarizados, el movimiento de derechos humanos, feminista, de los pueblos originarios, etc. etc.)

En primer lugar está en disputa un modo de funcionamiento del capitalismo argentino (ninguno de los tres candidatos principales cuestiona su persistencia o el lugar  neocolonial señalado para nosotros por los países centrales del sistema/mundo) si lo poco que queda del modelo industrial desarrollista con mejores niveles de ingreso para las clases subalternas, con un discurso ético sobre la memoria, la verdad y la justicia que le otorgue legitimidad histórica u otro que busque optimizar la rentabilidad nacional sobre la base de una desregulación total de las relaciones económicas sociales en una vuelta al comienzo del siglo XX (primeras leyes sociales en 1912 de la mano del socialista Alfredo Palacios) que vendría a ser la plenitud uberista del siglo XXI.  Lo desflecado del proyecto peronista se materializa en que su candidato, la encarnación de su proyecto, es nada menos que Sergio Massa, ministro de economía que ejecuta el mayor ajuste del gasto social y de transferencia de ingresos a los ricos desde el gran golpe de Martínez de Hoz y Videla en 1976.  Como tantas veces, lo más viejo se presenta en un nuevo envase, que por encima de todo confirma el apotegma marxista de que al final del proceso histórico la gente piensa como vive y no al revés: generaciones y generaciones de desocupados, ex obreros industriales, precarizados y humillados de todos los modos posibles, sometidos a las aplicaciones que encubren trabajo esclavo a domicilio y a bajo precio, han optado por asumir el discurso del opresor.  Como nos enseñó Frantz Fannon: “no hay día en que el colonizado no sueñe con ocupar el lugar del colonizador” (Los condenados de la tierra, 1961).  ¿Qué pensaban los intelectuales del gobierno del Frente de Todos, que la miseria planificada, la precarización sin límites, el horror de las muertes solitarias en pandemia, la impúdica exhibición de camarillas disputando cargos  y honores, etc. etc. no tendría ninguna consecuencia, que vivirían eternamente agradeciendo la supuesta «década ganada»?; ¿en serio pensaban que hay impunidad para ellos también?  Pues no, la impunidad es solo para los dueños plenos del Poder, no para quienes lo administran, a veces.

En segundo lugar, está en disputa la hegemonía del Peronismo, el principal movimiento político argentino desde 1945 (nada menos que 78 años ya) el que, cual una figura mitológica puede tener tantas caras como la hegemonía a su interior le imponga.  Se podría decir, sintéticamente, que siempre hubo sectores populares, patriotas y revolucionarios antiimperialistas pero que nunca conquistaron la hegemonía  y pocas veces se acercaron. Para este texto, ejercer la hegemonía significará que una o un líder o grupo ejerce la conducción de modo tal que no necesita exagerar los actos de autoridad hacia su fuerza ya que ha convencido y entusiasmado de su propuesta, digamos como Perón en 1946 o Néstor Kirchner en 2005 (meros ejemplos).  Si el kirchnerismo constituye una propuesta política en sí, si esa propuesta es relativamente la misma que la del 2005, si hasta hace poco Cristina ejercía la hegemonía sobre el peronismo de un modo bastante contundente, ya no es así.  Despojada del gobierno en 2015, sometida a un proceso de persecución mediático, judicial, político, acciones que tipifican el Lawfare y culminan con el intento de magnicidio de septiembre del año pasado, se podría decir que en los últimos meses Cristina ha ocupado el sitio del hegemón pero no ha ejercido sus funciones.  De ocupar el lugar y no ejercer el rol, ha derivado un estado de perdida de consistencia de la fuerza que ha llegado a los extremos de estos días en que solo dos de cada diez argentinos inscriptos en el padrón electoral votó según su propuesta. 

Si durante décadas el peronismo intentó representar a la burguesía nacional (sea lo que ella fuera) y a los trabajadores registrados; los cambios estructurales dispuestos por el genocidio de 1976 –y sus largas sombras- lo fueron dejando sin sujeto a quien representar, como bien decía el principal asesor intelectual de Cristina, Ernesto Laclau, un significante vacío.

Un significante vacío al que hoy parece representar de un modo más eficaz el grupo político/mediático/empresarial de Sergio Massa en su rol de socio subalterno del Imperio con la misión política de hacer viable el neocolonialismo del siglo XXI que busca litio, gas, agua, alimentos y muchas cosas que pueden robar aquí. El peronismo del interior, en general, y los gobernadores en particular, están de su lado, o sea del lado de los que nos quieren robar el litio y el agua. La pornográfica subordinación de los Yasky y los Moyano a la nueva hegemonía de Massa y su grupo, da cuenta del agotamiento de muchos discursos y la desolada desnudez en que quedan muchas «reinas» y muchos “reyes” del movimiento popular. 

Como contraprueba de lo mismo, pasemos revista a quienes han quedado con la bandera de solidaridad con Milagro Sala, la lucha de los pueblos originarios, el rechazo al pago de la deuda externa, la defensa del consumo popular que se asoma a un abismo infinito.  Del otro lado emerge la figura y el grupo que sostiene a Axel Kicillof desafiado a la proeza de sostener la gobernación de la provincia de Buenos Aires apoyando al  mismo tiempo (nunca sabremos si de motus propio) la indefendible figura del “plástico” Sergio Massa.

En ese juego de disentir/obedecer, en que ahora también se inscribe Grabois, el peligro de terminar bajo la órbita del hegemón es indudable, aunque reconozco que no es fatal.

At last but not least (por último pero no de menor importancia) en estos tiempos se juega la hegemonía en el campo de las izquierdas desde hace un tiempo ya demasiado largo en manos de fuerzas de referencia trotskistas (aunque el pobre León Trotsky miraría con espanto a personajes como el Pollo Sobrero o el inefable Pitrola) que han ocupado eficazmente el lugar institucional de la izquierda: un bloque en el Congreso de la Nación, en la Legislatura de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires, de Jujuy y algunos otros lugares.  Una voz siempre dispuesta a “acompañar” la lucha y descubrir, una y otra vez, que el camino lo marcan las trabajadoras y trabajadores de Neuquén, de Chubut, de Jujuy, del transporte de media distancia o las mujeres, o las víctimas del gatillo fácil o……La anquilosada idea de que existe un sujeto revolucionario dispuesto a luchar hasta el final q que solo le falta un ejemplo exitoso o u nos dirigentes que no sean traidores, los lleva una y  otra vez y otra vez y otra vez a repetir el recetario histórico.  Junto con ello, y ni ellos lo saben, el asumir la doctrina comunista de los sesenta del “giro a la izquierda” de las masas desarrollada por Victorio Codovilla en 1962 los condena a una espera interminable.  Luego de la victoria de la Revolución Cubana  y la traición de Frondizi a los acuerdos con Perón se desencadenan huelgas y luchas que muestran una nueva cultura política de masas: un peronismo antiimperialista y decidido a luchar por el poder.  También más lejos del anticomunismo.  Entonces Codovilla pensó que al fin las masas obreras que componían el peronismo real al fin se encontrarían con “su”  partido de clase.  Seguía penando en el peronismo como un fenómeno social y no un movimiento político heterogéneo, pluriclasista, que aceptaba pero condicionaba la conducción de Perón de modo tal que al cambiar las masas también cambiara el mismo Perón.  En verdad desde entonces, y no ignoro que luego de 1962 vinieron el Ejército Revolucionario del Pueblo, el Mayo del Cordobazo, Montoneros y muchos otros proyectos revolucionarios, las opciones para la izquierda son tres: los que, desde Montoneros hasta la Campora, sostienen que el Peronismo es en sí el movimiento de liberación nacional al que hay que subordinarse a riesgo de ser “funcional a la derecha”; los que como Codovilla antes  y Miriam Bregman ahora piensan que de mantenerse coherentes y fieles a las ideas de izquierda, los peronistas “romperán” con su conducción burocrática y formarán parte del partido de Izquierda: ayer el Partido Comunista hoy el Frente de la Izquierda y los Trabajadores y los que hasta aquí hemos sido minoría en la izquierda y que, siguiendo el pensamiento y la práctica de Patricio Echegaray, consideramos que hace falta una fuerza antiimperialista que asuma, contenga, renueve y reinvente todas las identidades, desde Codovilla a John William Cooke; de Santucho a Néstor Kirchner de modo tal de que surja una nueva identidad que no niegue ninguna anterior pero rompa con las hegemonías burguesas que una y otra vez han frustrado nuestras luchas. 

Es ingenuo creer que la discusión es si votar o no votar a Massa contra Milei o contra Bullrich, eso se descuenta pero no resuelve nada importante, la deuda histórica es con la formación de esa fuerza que reúna los jirones de cada bandera y plantee de una vez por todas, la lucha por el Poder.  Ni más ni menos, porque como decía San Martín, seamos libres que lo demás no importa nada.  Acaso anticipando al Lenin que decía: salvo el Poder, todo es relativo

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