Notas sobre la correlación de fuerzas en la Argentina   


 (Primer nota sobre el Zeitgeist o  “espíritu de época”)

La discusión sobre la correlación de fuerzas, aunque para ser más precisos deberíamos decir: la justificación de las tácticas políticas (incluidas las electorales) en la llamada “cuestión de la correlación de fuerzas” no es de ahora, 2022, sino desde el comienzo mismo del periodo pos dictatorial que algunos (y ese no es mi parecer) llaman democrático.

En definitiva, y digámoslo desde el principio, sigue siendo una discusión sobre los setenta: ¿nos derrotaron porque luchamos de más o de menos?; ¿porque desafiamos al Poder Real indebidamente ya que no teníamos “correlación de fuerzas”? ¿O porque nos faltó un proyecto de conquista del Poder, con protagonismo popular y unidad de los revolucionarios?

Los que optaron por la primera opción (luchamos de más) no solo fueron los más sino que apoyados en un selecto grupo de intelectuales de pasado marxista[i], incluso de lecturas del gran especialista en la cuestión: Antonio Gramsci, adaptaron todo el pensamiento crítico de los setenta a un modo “posibilista” llegando al famoso apotegma de Alfonsín: la deuda externa es muy mala, pero no hay posibilidades de no pagarla.  Así nos fue.

En esos años de los ochenta, casi toda la América Latina que había estado bajo dominio militar trocó a un sistema de gobiernos electos por normas constitucionales y portadores de discursos democráticos posibilistas.   Casi todos ellos asumieron el Consenso de Washington, sino antes, seguro que luego de la derrota del proyecto de socialismo de estado encabezado y simbolizado por la Unión Soviética de Gorbachov.

El propio Gorbachov anticipaba un pensamiento de “tercera vía” que sistematizaron el entonces primer ministro inglés, Tony Blair; el científico social Anthony Giddens, el ex comunista Romano Prodi y hasta el norteamericano Bill Clinton para proclamar que estaban caducas las ideas de un socialismo como el de la URSS y también el feroz capitalismo neoliberal de la Thatcher  y Pinochet siendo necesario encontrar un camino, un modelo, una vía entre el capitalismo neoliberal y el capitalismo del estado de bienestar (asociado a la idea de un socialismo tenue)

Con el siglo XXI surgieron nuevas posibilidades económicas para América Latina, un gigante como China salió al mercado internacional a comprar alimentos y acero, petróleo e inteligencia.  Un “viento de cola” empujó y luego posibilitó la llamada década progresista de los Kirchner, Lula, Chávez, Evo, Correa y un breve tiempo de Lugo aunque un hecho casi lejano, la crisis bursátil del 21 de enero de 2008 marcaba algo que no muchos vieron: el comienzo irreversible del largo proceso de decadencia del capitalismo mundo que no es otra cosa que el mundo modelado por el capitalismo aún en los espacios geográficos como China o Cuba donde se buscan y construyen caminos autónomos de desarrollo.

En mi opinión, el agotamiento del llamado ciclo progresista de la región (salvo en Cuba, Venezuela y Nicaragua) se asocia al predominio de un ideario de nuevo tipo, resultante de la adaptación sucesiva del programa revolucionario de los setenta (“revolución socialista o caricatura de revolución” sintetizaba el Che) primero al posibilismo y luego a la tercera vía dando por resultado lo que se podría denominar pensamiento progresista del siglo XXI (para diferenciarlo de el del siglo XX que era reserva de la izquierda y no sustituto).  De algún modo, y este es el debate principal, el progresismo del siglo XXI expresa en términos discursivos la convicción de que la era de las revoluciones ha terminado y que en el declive del capitalismo es posible arrancarle beneficios populares por caminos institucionales.

Entonces la primer discusión sobre la correlación de fuerzas es sobre el espíritu de época, que época es esta con guerras por todo el mundo incluso el centro de la Europa rubia y de ojos celestes, de pandemias como el Covid 19 que paraliza el mundo por meses y mata millones como nada pero también de desafíos a la hegemonía norteamericana como pocas veces se vio en la segunda mitad del siglo XX.

En lo que sería su último texto[ii], Jorge Beinstein apuntó al centro del debate diciendo: “Decadencia y neofascismo son dos conceptos de difícil definición aunque esenciales para entender la realidad actual, sus presencias abrumadoras, sus fronteras borrosas los hacen a veces “invisibles a los ojos” (como lo enseñó Saint-Exupéry). ¿Dónde termina el autoritarismo burgués y comienza el neofascismo?, ¿cómo diferenciar a un proceso de decadencia de una gran turbulencia muy persistente o de un fenómeno de corrupción social muy extendido?.  Cuando hablamos de decadencia por lo general nos referimos a procesos prolongados donde convergen un conjunto de indicadores como la reducción sistemática del ritmo de crecimiento económico hasta llegar al estancamiento o la retracción, la declinación demográfica, la degradación institucional, la hegemonía del parasitismo, la desintegración social generalizada y otros. Sin embargo a veces es inevitable señalar la decadencia de una civilización o de un conjunto de naciones sin que se hagan presentes todas esas señales, lo que decide la cuestión es la evidencia de un proceso duradero de descomposición sistémica, de desorden creciente, de entropía que se manifiesta en el comportamiento de las clases dirigentes corroídas por el parasitismo pero también de las clases subordinadas.”

La decadencia, como  prolongado proceso de descomposición civilizatoria, es el concepto fundamental para darle contexto a fenómenos tan dispares como la pandemia del Covid 19, la guerra entre la OTA  y Rusia, el crecimiento electoral de monstruos como el chileno Katz (44,3% en segunda vuelta reivindicando a Pinochet), el colombiano Rodolfo Hernández (28% en primera vuelta para pasar a segunda ronda) o el argentino Milei que peticiona libre portación de armas a pocos días de la masacre de Texas, la amenaza de hambrunas casi bíblicas o la persistencia de la esclavitud humana en casi todo el mundo.

Aunque no por repetida, la sentencia de Gramsci deja de tener sentido: cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer es que surgen los monstruos.  En la próxima nota hablaremos un poco de América Latina pero esa tensión se evidencia en casi todo el escenario político: triunfo de Castillo en Perú pero gobierno débil en declive, triunfo de Boric en Chile, Constituyente en marcha pero la derecha se rearma y se atrinchera en las posiciones históricas del Poder no sometido a votación; alta movilización del Frente Amplio en Uruguay pero finalmente Lacalle Pou se quedó con el  paquete de medidas pro neoliberales legitimadas, impresionante elección de Petro en Colombia pero gran amenaza con un típico payaso fascista como es Hernández, el Zielinzky colombiano; a pesar de todo Amlo en México despliega una política internacional cada vez más independiente y el llamado de Biden a una cumbre amenaza convertirse en un nuevo traspié para la potencia hegemónica que también sufre el deterioro de su primacía mundial.

Estamos todavía lejos de aquel “la era está pariendo un corazón” de los ochenta, pero ya salimos de aquella foto en la frontera Colombo Venezolana de febrero de 2019 cuando el grupo de Lima (Duque en Colombia, Macri en Argentina, Piñera en Chile, Abdo en Paraguay y Vizcarra en Perú) “decretó” el fin del gobierno de Nicolás Maduro.  Salvo Abdo Benítez, ninguno de los demás renovó mandato, y Maduro sigue al frente del gobierno bolivariano de Venezuela. Igual que Daniel en Nicaragua  y el Partido Comunista en Cuba.  Al que se suma Lucho Arce en Bolivia y la esperanza que Boric produzca alguna ruptura con el continuismo pinochetista que sostuvo el Partido Socialista y la Democracia Cristiana en Chile.  De Argentina hablaremos más adelante.

Concluyendo podríamos decir en esta primer nota que la hegemonía imperial indiscutida en la región se enfrenta a los límites de su segundo modelo de dominación continental (si aceptamos que desde mediados de los cincuenta hasta casi los finales de los ochenta, apuestan al dominio militar y las dictaduras duras, entonces podemos pensar estos cuarenta años de “democracia” como un modelo sofisticado de dominación que Patricio Echegaray llamaba “democracias restringidas”; Eduardo Galeano “democraduras”, Atilio Borón “capitalismo democrático” de modo tal que todos negaban el carácter democrático verdadero de regímenes de dominación que posibilitaron la salida de las democracias, la implantación de esquemas neoliberales con predominio del FMI en sus diseños y el control estratégico de las luchas sociales.

El punto es que, por un lado los pueblos han aprendido a combinar distintas formas de lucha y han incluido la electoral en el cajón de herramientas y que a pesar de que las fuerzas subordinadas al imperio siguen ganando elecciones, y es probable que lo sigan haciendo, su desgaste es cada vez más rápido (el agotamiento de la dictadura de Añez es particularmente llamativa y sugerente). 

Cómo citábamos más arriba a Gramsci, en esas grietas se cuelan los monstruos, pero también pueden reaparecer los Caracasos o la Guerra del Agua boliviana que conquisten o defiendan gobiernos populares. 

Cuando nada es seguro, todo es posible.


[i] Pancho Arico, José Nún y Juan Carlos Portantiero entre tantos otros

[ii] Jorge Beinstein falleció en enero de 2019; militante revolucionario de toda la vida, aportó análisis de prognosis desde el marxismo que le hicieron acreedor de respeto en todo el mundo

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