Falleció Sergio Schilman, el olvido que no seremos


Solía escribir con el dedo grande en el aire

Viban los compañeros

El papá de Sergio tenía una industria maderera pero podría haber servido de ejemplo de como el peronismo resultó un mecanismo real de ascenso social.   Obrero, comunista, siempre del  lado de las causas justas, en los cincuenta y los sesenta se transformó en un próspero industrial pequeño de la madera.  Para nosotros, que militábamos con Sergio bajo la dictadura, Sergio en la facultad de ciencias económicas de  la Universidad Nacional de Rosario, Héctor y yo en la dirección de la Juventud Comunista, había un atractivo adicional: el papá tenía en misiones un predio de bosque en las cercanías de Puerto Rico, justo al lado de donde se había criado el rosarino más famoso y valiente, un niño que le decían Ernestito, Ernestito Guevara de la Serna, nacido en el edificio de la esquina de Entre Ríos y Urquiza, a  pocos metros de la librería donde el 22 de agosto de 1977 se chuparon al Tito Messiez, y nunca volvió.

Veintidós de agosto, fecha fatídica si la hay.  El 22 de agosto de 1927 el Estado Norteamericano asesinó a Sacco y Vanzetti, dos obreros anarquistas.  El 22 de agosto de 1951 Evita fue obligada a renunciar a la candidatura a vicepresidenta que le había propuesto la CGT.  El de 1972 ya corresponde a los Mártires de Trelew, los compas fusilados por la Marina en la Patagonia atlántica.

Y la puta madre, el 22 de agosto de 1979 lo chuparon al Sergio, militante de la Fede desde los quince años, ya hacía diez años.

A lo mejor por la fecha, es que respondimos todo a lo alto y con una única estrategia bien articulada:  el padre reclamando como padre; la Liga y la Comisión de Familiares por el otro y la Fede y el Seminario Juvenil de la Apdh (que era el nombre legal de la coordinadora de las Juventudes Políticas en las nuevas condiciones).

Con Susana Osses, la compañera del desaparecido Tito Messiez y Fidel Toniolli el padre de otro desaparecido, cuyo hijo hoy es el diputado del Evita Eduardo Toniolli, cometimos la locura de tocar la puerta del Segundo Cuerpo del Ejército que entonces estaba en la calle Cordoba esquina Moreno y logramos hablar con un oficial cuyo nombre no me acuerdo pero debe estar en algún archivo del Ejercito.

Y todo eso ocurría cuando todo el movimiento de derechos humanos se preparaba para recibir a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, la célebre CIDH cuya llegada estaba anunciada para fines de agosto y se retrasaba.

El Ejercito decidió llevar a Sergio ante un Juez, Ramón Carrillo Avila, suponemos que con el objetivo de legalizar el secuestro, pero no contaban con que Sergio denunciara las torturas salvajes que había sufrido.  El torturador, o sea el Juez Carrillo Avila, le dijo que la audiencia no era para registrar denuncias de torturas y lo “devolvió” a la patota del Ciego Loffiego, capanga entre los torturadores rosarinos, usuario de unos lentes con vidrios muy gruesos que le daban el clásico sobrenombre del Ciego.

Luego de la denuncia de Sergio, la presión subió, los voceros de la CIDH (ya en el país, la CIDH llegaría el 6 de setiembre) comenzaron a hacer preguntas y el Ejercito quiso sacarse el caso de encima tirando a Sergio a la calle confiando en que moriría por las doscientas cuarenta marcas de tortura, picana eléctrica para más precisión, que portaba.

Y ahí apareció de nuevo el combinado de fuerzas: el Pece, la Fede, la Liga, la Apdh, los abogados, la familia, algunos periodistas.  Entre todos lo llevamos a un establecimiento cooperativo de salud (cercano a nuestra cultura política) el CAMI de la calle Pellegrini al 1300 donde los médicos lo curaban y los compañeros de la Fede, armados, establecieron una línea de defensa que esa vez resulto eficaz.  Nadie se atrevió a ir por Sergio.

Luego llegaría la delegación de la CIDH a Rosario, la toma de declaraciones, la apertura del caso 4674 que fuera presentado a la dictadura del siguiente modo: «La Comisión recibió en Argentina la denuncia sobre el arresto arbitrario, malos tratos y torturas del joven Sergio Hugo Schilman, quien había sido detenido el 22 de agosto de 1979, en Rosario, lugar de su domicilio, por personal que se identificó como perteneciente a la Unidad Regional II de la Policía de la provincia». El joven fue «posteriormente liberado, en estado muy grave, debatiéndose entre la vida y la muerte…»

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorpórese lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar

Como canta Cesar Vallejos, abrazado por miles de hermanas y compañeros, Sergio se levantó y echose a andar.   Tuvo que esconderse en Buenos Aires un tiempo, y hasta que no terminó la dictadura vivía saltando de casa en casa y de pueblo en pueblo.  La fama del “caso” ayudo a fortalecer el laburo de ddhh en Rosario y fue, por muchos años, nuestro héroe más querido, más legítimo, la prueba incontrastable que nosotros también estábamos allí, en los centros, en los pozos, en las calles.  Para fines de la dictadura, vaya paradoja, “nosotros” encontramos al ciego Loffiego y le sacamos la primer foto con que luego se lo identificó.  Al menos una le devolvimos.  Pero para los juicios hubo que esperar.  Una eternidad.  Y para Sergio una eternidad más larga que para otros.  Recién en junio de 2019 un Tribunal Oral escuchó su denuncia, la que se negó a tomar el Juez Carrillo Avila en 1977.  Por eso Sergio les dijo: “Señores jueces, ahora también está en sus manos salvar al universo judicial. Porque hay que remover el aparato que por acción y omisión favoreció que siga existiendo un poder judicial así”.

Sergio sobrevivió unos cincuenta años, reseñar su vida, sus amores, su hija, sus luchas, sus viajes, sería imposible.  Además en el 83 yo me fui a Villa, en el 91 a Cuba, en el 95 a Buenos Aires y los encuentros se hacían más lejanos.  Aunque siempre estábamos cerca.   En la Liga, en la lucha por los presos políticos, en la exigencia de juicio y castigo y hasta en los colores de la camiseta; rojo y negro de Ñuls él, negro y rojo de Colón, yo. 

No se despedirme porque creo que tus sueños viven en los de miles y seguirán vivos muchos siglos después que de nuestros huesos no quede ni polvo.  Pero siempre habrá una bandera convocando a la lucha y la rebeldía.  Allí te encuentro.

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