El Terrorismo de Estado buscaba capturar el deseo, por eso no debería extrañar que persiguieron especialmente a las y los militantes homosexuales y a elles como tales


Uno de los modos de comprender el proceso genocida que transcurre, aproximadamente, desde el 20 de junio de 1973 (masacre de Ezeiza, represión masiva contra la izquierda peronista, preludio de las operaciones de la Triple A) hasta los finales de la dictadura, luego de la derrota y fracaso de la guerra de Malvinas (finales de 1982) es aplicar el triple análisis: 

-fue un proceso de dominación colonial, de dimensiones continentales que comenzó con los golpes de estado en Guatemala y Perú en 1954 y prosiguió hasta finales de los ochenta del siglo pasado;

también fue una contrarrevolución preventiva que aniquiló la acumulación de fuerzas para el cambio que fueron creciendo desde la Resistencia Peronista del 55, pasó por la Revolución Cubana de 1961 y se extendió con los Cordobazos y otros azos de finales de los sesenta y también,

-por último pero no menos importante, fue el momento fundacional de una Argentina neoliberal que todavía sufrimos.

Para finales del año 1975 hay dos documentos excepcionalmente importantes para comprender lo que vendría:   el Plan de Operaciones del Ejercito de Octubre de 1975, que en su anexo II de Inteligencia hace una lista muy precisa de las organizaciones y grupos a exterminar y el Documento del Partido Justicialista que llama a exterminar la subversión, luego traducidos en los decretos de Isabel poniendo en marcha el Operativo Independencia.

Los gestores y ejecutores del Plan de Exterminio tenían bien claro que la “guerra en marcha” era una guerra cultural: contra la subversión apátrida, contra el comunismo internacional y especialmente contra todo lo que atentara contra el ser nacional, algo indefinible pero que se podía adivinar muy bien en las acciones persecutorias.

El control de la vida sexual de las personas ha sido siempre, lo sigue siendo, una cuestión central en la cuestión del Poder Real, que para serlo debe concretarse en los cuerpos de los dominados, en sus deseos y modos de conseguirlos.

El primer Genocidio contra los pueblos originarios aplastó las formas de relaciones humanas que se habían construido durante miles de años, impusieron a sangre y fuego el matrimonio heterosexual, monógamo, patriarcal y machista, de doble moral e hipócrita.   La homosexualidad fue expulsada de la vida pública, aunque nunca de la vida real.

Desde siempre hubo persecución a homosexuales  y a todo lo que fuera concebido por fuera de lo normal establecido.  Aunque todavía no lo sabían, revolucionaries y disidentes sexuales ya estaban bajo la mira del mismo grupo de tareas.   La Sección Especial de la Policía y otras comisiones.  También la Triple A, con Villar y Margaride, comisarios de la Policía Federal que asaltaban hoteles alojamientos y locales de izquierda y hacían verdaderas cacerías.

La dictadura aplicó más rigor a los militantes homosexuales, por subversivos y por homosexuales; también persiguió a las disidencias sexuales por el solo hecho de serlo y recién ahora lo comprendemos.   La moral hipócrita y religiosa había invadido todo, hasta la izquierda más radical.

Unir todas las memorias, asumir todas las luchas por la igualdad como propias, defender el derecho al deseo como una bandera es un signo de renovación y fortaleza.  En eso estamos

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