Etica y Televisión. Aporte al debate del Canal Publico sobre un Protocolo de Etica.


Intervención de José Schulman, presidente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos en el debate sobre el Protocolo Ética y TV

Permítanme arrancar con una frase, un pequeño poema de Bertol Brecht: hasta que todos los hombres no estén parados a la misma altura no se puede saber quién es el más alto.     Digámoslo de entrada: cualquier debate sobre la ética y el aparato de dominación cultural que esquive un análisis histórico de su construcción hegemónica resultará siendo complaciente, para ser generoso, con un Poder que ha hecho de la mentira, la estigmatización, el encubrimiento y aún más la falsificación del pensamiento de las culturas de rebeldía, su forma de existencia, producción y reproducción.

Somos, como pueblo, hijas e hijos de una violación, plan sistemático, genocidio, reiterado al menos tres veces: primero los españoles, armados de la cruz y la espada; luego la Oligarquía nativa armado de la cruz y la carabina y finalmente el bloque de Poder Imperial militar empresarial eclesiástico comunicacional: un bloque de Poder que ya tuvo tres caras: Videla, Menem y Macri. Revisen Uds. la causa judicial de Papel Prensa o de Acindar, ambas interrumpidas antes de ser juicio, para comprender el origen del dominio de Clarín, Canal 13 y sus grupos de tareas.  La hegemonía cultural, que es la base de la hegemonía mediática no se construyó por medios culturales o simplemente políticos sino con la violencia extrema del Estado terrorista que asesinó periodistas, demolió empresas y corrompió a miles de comunicadores.  Hablo de la esquina de entre ríos y san juan el 25 de marzo de 1977, un grupo de tareas asesina a Rodolfo Walsh, así construyó su poder Magnetto y cía.  De ahí venimos.

El primer deber ético entonces de quienes acceden, del modo que sea, a los medios de comunicación, es contribuir a reparar esta asimetría comunicacional que ha sido considerada uno de los pilares del modo actual de existencia del capitalismo como civilización, en decadencia final, pero dominante en el mundo, la región y el país. 

Los trabajadores de la comunicación ocupan entonces un lugar específico, son sujetos de derechos, laborales, culturales, políticos en suma que garanticen que no serán “disciplinados” de modo alguno, pero son también custodios de derechos populares, del derecho a estar informado de un modo veraz.  La ética de la comunicación se basa en la ética del respeto a las y los trabajadores y de su compromiso con la verdad, al modo de Walsh o Cabezas.

Dice Ana Arhent en la Condición Humana que la voz del torturado no se escucha porque nadie puede saber si le hablan de una experiencia desconocida por completo.  En ese punto dice que la tortura es inenarrable.  Por lo cual escuchar a los torturados es una decisión política, decisión que en general no se toma[1].  En los medios de comunicación, no solo los hegemónicos, no hay lugar para la voz de los torturados, de los desaparecidos, de los privados de libertad.

Dada una situación de dominación, de extrema desigualdad de armas, como dicen los jueces sobre los derechos de defensa y fiscalía, la posición equidistante no es ética, sino convalidante del orden fundado por los genocidios.    La ética radica en sostener la verdad dándole voz a los que no la tienen.  Y respetar el modo que tienen de expresarla. 

El 22 de junio de 1985, Jorge Luis Borges, el poeta mayor de la Argentina, el que había concurrido a reuniones con Videla y Pinochet sin repudiar sus acciones, escribió una nota para la Agencia EFE, quisiera citarla, brevemente: “He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico… Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice. Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores[2]

Ese día hubo un quiebre en la sociedad argentina: nosotros le creemos a los torturados, a los sobrevivientes del genocidio, y desde esa voluntad social se pudo quebrar la impunidad de los golpistas y terroristas.

En el año 2009, durante cinco meses la Televisión Pública transmitió una a una las audiencias por el caso Floreal Avellaneda, no se le permitió transmitir en directo las sesiones pero antes, durante y después de cada declaración la Televisión Pública amplificaba la voz de familiares y compañeros. Una anécdota personal.  El primer día, uno de los técnicos me preguntó quién era la mamá del subversivo, el último día me pidió la remera del Negrito.  Si el derecho genera verdad, como dice Foucault, la verdad en carne viva convence a la mayoría.  Solo tenemos la verdad de nuestro lado, pero alcanza para vencer

La Argentina necesita un shock de ética, necesita un quiebre en la noción de quienes son confiables y creíbles.  La ética de la comunicación comienza, sin dudas, en creerle a los torturados y perseguidos del macrismo y el Poder Judicial colonizado, a las víctimas de los montajes mediáticos y judiciales, a las víctimas de la violencia policial, estatal  y patriarcal. A los que hasta hoy son desvaluados y descartados: a las pobres de toda pobreza, a las mujeres y los que con su trabajo producen la argentina, a los que se organizan y actúan, resisten, luchan y siguen estando fuera de la pantalla y el dial.  No hay ética en el aparato comunicacional, hay un dogma del que ya hablaba William Shakespeare hace siete siglos: “¿Oro? ¿Oro precioso, rojo y fascinante?  Con él se torna blanco el negro, y el feo hermoso: Virtuoso el malvado; el anciano, mancebo, Valeroso el cobarde y noble el ruin.  El oro… desplaza al sacerdote del altar”

 No hay ética en vender la verdad por dinero o por sumisión a quienes detentan el poder del dinero.  Necesitamos una ética que deje de mencionar su amor por los pobres y desarrapados para pasar a la práctica cotidiana de darle voz y creerles.   Que es ser libres, del dominio español y de toda dominación extranjera como dice la declaración de Independencia de  1816.


[1] Tortura: la humillación del cuerpo y del alma – Crónicas del Nuevo Siglo (cronicasdelnuevosiglo.com)

[2] El día que Borges asistió al juicio de las Juntas Militares | Ana Quiroga (wordpress.com)

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