Hay fechas que parecerían haber sido concebidas para un fin muy definido, y en ella se superponen acontecimientos caros a las dos tradiciones políticas argentinas que intentaron gestar una alternativa revolucionaria en su historia: la marxista y la peronista combativa.
Una de ellas es el 26 de Julio en que toda América Latina recuerda el asalto al Cuartel Moncada en 1953 por parte de un grupo de revolucionarios cubanos encabezados por Fidel Castro y en la que los sectores más combativos y de izquierda del peronismo hacían lo suyo con el nacimiento de Evita en 1919, símbolo mayor en la mitología peronista montonera.
Otra es el 8 de octubre, día en que nació Juan Domingo Perón en 1893, y que cayó en combate nuestro Comandante, Ernesto Che Guevara. Y todavía hay una más simbólica, si es posible ello, y es la del 22 de agosto, día que parece predestinado para el dolor.
Concentrémonos en el 22 de agosto. 1927. 1951. 1972.1977.
Casi se puede escribir la historia política contemporánea con solo reflexionar un poco sobre estos cuatro 22 de agosto
Un 22 de agosto de 1927 fueron ejecutados por el Estado Norteamericano dos obreros anarquistas acusados falsamente de un asalto agravado por asesinato, Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti eran sus nombres y fueron convertidos desde entonces en uno de los símbolos mayores de la persecución contra los revolucionarios en el mundo entero; en otro 22 de agosto, pero de 1951, Evita renuncia a la candidatura a Vicepresidente que le había hecho la C.G.T., que había despertado el temor de la oligarquía y que su propio marido desalentó y, se sabe, que el 22 de agosto de 1972 pasó a la historia argentina como el día de la Masacre de la Trelew porque en esta fecha asesinaron a 16 de los 19 presos políticos que no habían podido completar la fuga del penal realizada días atrás en conjunto por militantes del E.R.P., Far y Montoneros encabezados por Roberto Santucho, Roberto Quieto y Fernando Vaca Narvaja respectivamente.
Y un 22 de agosto de 1977, en el centro de Rosario, mientras cumplía misiones partidarias, fue secuestrado para siempre el comunista Tito Messiez, uno de los responsables del aparato clandestino de propaganda del partido, que no sufrió por su detención el menor deterioro de su seguridad. Como él concebía la militancia, un privilegio que honraba la vida, Tito había callado en la mesa de torturas porque le convenía. Por que le convenía no acepto canjear su vida por la delación, porque le convenía murió como había vivido, sin traicionarse un minuto, comprometido con la lucha hasta su última gota de sangre, con una sonrisa en los labios.
En otro aniversario de Tito, su amigo Ariel Bignami me ha contado en detalle aquellas discusiones de los ’60 en que harto de los que vivían la militancia como un sacrificio insoportable que sería redimido por el socialismo, casi como los malos católicos pasan por la vida sufriendo para llegar al cielo, Tito Messiez los provocaba diciendo que él militaba porque le convenía, porque luchando la vida tenía más sentido y era más hermosa vivirla.
Digamos algo más del menos conocido, el primer 22 de agosto de esta saga, el del 1927, marca un momento de auge del movimiento obrero argentino, todavía con fuerte hegemonía del anarquismo, pero con una creciente presencia comunista que iría a desplegarse casi hasta la hegemonía en los primeros años de la “década infame”.
El asesinato de Sacco y Vanzetti es como la punta de un iceberg bien oculto: en los EE.UU. hubo una época en que el movimiento obrero y revolucionario era muy poderoso y para doblegarlo no solo acudieron al soborno y la corrupción de sus dirigentes, haciendo nacer la más terrible y fuerte burocracia sindical del mundo, sino que tuvieron que hacer uso de la policía, de un ejercito de espías, jueces, abogados, periodistas, asesinos a sueldo y otros “defensores” del capitalismo.
El periodista inglés A. C. Gardiner pinta esta semblanza de aquellos años: “Nadie que estuviese en Estados Unidos –como yo lo estuve en el otoño de 1919- olvidará la febril mentalidad publica de ese tiempo. Era prisionera del espectro del bolcheviquismo, envuelta en una pesadilla preñada de mil fantasmas destructivos. Los propietarios padecían psicosis de terror y el horrendo nombre de radical[1] era sinónimo de bestia diabólica”. Solo algunos datos sueltos: 1913. dos militantes condenados a 99 años, masacre en las minas de Ludlow: 45 obreros muertos; 1916, cinco muertos, cuarenta y cinco heridos, 74 procesados en Everett y 116 dirigentes sindicales condenados a diversas penas; 1919, “redadas rojas” masivas y extradición de centenares de obreros rusos; 1920, otros 20 muertos en Montana. La lucha contra la condena se extiende a todo el mundo. En la Argentina el 15 de julio, 5, 6, 10, 22 y 23 de agosto se realizan paros generales, aunque parciales, convocadas por la USA, la COA y la FORA. Los estudiantes secundarios en número de 20.000 llenaron la Plaza de los dos Congresos y los obreros la Plaza Miserere. No imaginaba que solo cuatro años más tarde, tres anarquistas de Bragado, De Diago, Vuotto y Mainini, recibirían trato similar por parte del capitalismo argentino aunque salvaron la vida por haberse derogado la pena de muerte, cuestión que facilitó la mayor movilización de nuestra historia por la libertad de algún preso político. De Diago se afilió al Partido Comunista, donde militó hasta su muerte
[1] la cita esta tomada del libro de Gregorio Selser “Luchas sindicales históricas de los obreros de los Estados Unidos”. Ed. Univ. Obrera de México 1991. pagina 137. El termino radical refiere a los revolucionarios, no a los partidarios de Alfonsín y De la Rúa, obviamente.