Miguel, editor, corrector de estilo e imprentero, me acaba de traer mis Crónicas Palestinas, el libro que escribí e imprimimos en tiempo récord: llegué del viaje a Palestina e Israel el dos de junio y en menos de tres meses ya están las crónicas transformadas en libro.
Este es mi octavo libro y tiene, como cada uno de ellos, su pequeña historia.
Este libro nació, sin que yo lo supiera entonces, una tarde en Hebrón, caminando con un niño palestino hacia una mezquita cercada por el Ejercito Israelí, como casi cualquier lugar donde los palestinos vivan o trabajen.
La realidad de la ocupación israelí superó toda expectativa y se reveló como un proceso genocida en tiempo real, con un sinfín de particularidades de las que he intentado dar cuenta en estas crónicas que no son un manual de historia, ni siquiera un ensayo sobre la llamada «cuestión palestina» pero estoy convencido que son útiles.
Su nombre no es casual sino un homenaje a uno de los intelectuales más originales de la Palestina del siglo XX, y acaso uno de los intelectuales más lucidos del siglo XX sin otra especificidad: Edward Said.
Tilda dice que en el viaje me transforme en palestino, y es cierto.
Tanto como colombiano, paraguayo, guatemalteco me transforme en cada viaje de los últimos años. Pero a diferencia de aquellos viajes, y de aquellas transformaciones, en que solo alcancé a escribir alguno que otro articulo, esta vez pude concentrarme y sistematizar lo que yo mismo pude asimilar y comprender del mundo palestino y la ocupación militar colonialista israelí.
En catorce años he logrado editar ocho libros, casi artesanalmente y casi en absoluta soledad. No logré que ninguna editorial o centro cultural alguno considerara mi obra digna de editarse. Sin embargo en catorce años edité y vendí hasta el último ejemplar mil quinientas copias de «Tito Martín, el villazo y la verdadera historia de Acindar», otros mil ejemplares de «La Rioja que resiste. Educación y lucha de clases en La Rioja», otros mil quinientos copias de los Laberintos de la Memoria (en tres ediciones), unos quinientos ejemplares de «Diecisiete instantes de una primavera», otros mil de «La parte o el todo. Un mapa de la historia de la lucha de clases», otros mil de «Y si hubiera un cielo» y otos mil de «Un vaso de agua», unos seis mil quinientos libros en total, vendidos uno a uno, mano en mano como pienso vender mis Crónicas Palestinas.
Aunque no logré conmover a Editorial o librero comercial alguno, he tenido mucha suerte en encontrar dos editores como Manuel y Miguel. Tipos que nunca se preocuparon mucho por ganar plata y que al momento de corregir los libros para imprimirlos son capaces de discutirme hasta los enfoques políticos de lo que escribo.
Y con todo derecho, los libros son tan suyos como mios.
Y de los lectores.
Hay cientos de jóvenes que decidieron comprometerse políticamente luego de leer las historias de los militantes que transitan los Laberintos de la Memoria.
Y algunos hasta me cuentan anécdotas que yo nunca escribí, pero que ellos si vivieron.
Los libros son, en parte, a veces, una invitación a soñar y construir sueños para dejar atrás las pesadillas y las ilusiones que muchas veces son lo mismo.
El libro ya está en casa.
Ahora espera que lo llamen a recorrer locales y bares, librerías y aulas, y por que no, cocinas familiares y esquinas de pueblo antiguo.
Eduardo Rosenzvaig, uno de mis maestros en literatura y política, decía que yo me paraba en cualquier lado, arriba de lo que sea, con el dedo en alto y la voz fuerte, a recitar el Manifiesto o convocar rebeldías.
Eduardo ya no está, yo intento seguir haciendo aquello que a él tanto gustaba.