Mi viejo era comunista y oficial de la Armada Paraguaya, algo que hoy puede parecer imposible pero en aquellos años era bastante común. Estando su cañonera anclada en Buenos Aires, el la sublevó y emprendió un insólito viaje río arriba, hacia la confluencia del Paraná con el Paraguay con la idea de ir levantando campesinos contra el régimen, pero terminó preso.
No lo mataron como temía la vieja, pero pasó el resto de su vida preso o en el exilio, mayormente en la Argentina, pero no solo en Buenos Aires.
En Buenos Aires formó una extraña sociedad con un poeta paraguayo para arreglar motores y toda clase de artefactos eléctricos, y recuerdo que tenía un tallercito por Once cuando lo detuvieron por última vez. Digo, cuando lo desaparecieron, no que después de esa vez no lo persiguieran más.
Yo iba al Mariano Moreno que estaba por allí y estaba volviendo del colegio cuando al llegar cerca de casa, un tipo me preguntó donde iba y yo sin pensar le dije que a mi casa y el tipo, que yo nunca había reparado en él ni sabía quien era, me dijo que lo pensara bien porque hacía un rato él había visto entrar unos tipos con armas largas y a lo mejor….
Me quedé parado del terror y la emoción.
Ya había ocurrido el Golpe del 24 de marzo y yo ya era grande para entender lo que ocurría. Ya se habían chupado algunos chicos del cole y yo mismo me había salvado de pedo de una encerrona cerca del Mariano Moreno cuando estábamos haciendo una pintada contra la dictadura.
Esperé un rato largo en la vereda, muy cerca de la parada del 86, como si estuviera esperando el ómnibus o a alguien que viniera de González Catán o algo así.
Estaba nervioso y cada tanto bajaba a la calle para mirar mejor la entrada del tallercito de mi viejo, que era la entrada a la casa que a veces funcionaba como local de exiliados sin olvido. Venía el poeta y el zapatero, el sastre y el maestro de carpintería. Se reunían casi todas las noches y hablaban de política paraguaya y argentina, de la marcha del socialismo y de la guerra de Vietnam pero también de música y de teatro, de futbol y de cine. Allí me formé en la identidad paraguaya que porto a pesar de haber vivido tantos años lejos de Asunción o cualquier otra ciudad paraguaya.
Porque el viejo era así, llevaba al Paraguay donde él estaba y estoy seguro que en esos días de soledad y torturas, en el centro clandestino donde lo torturaron hasta morir, silbaba en silencio las melodías paraguayas y volvía a navegar por el Paraná al mando de su cañonera sublevada, soñando, me gusta soñarlo así, que iba a bordo del Potemkin hacia su San Petersburgo y que no importa lo que pase con él y los otros compañeros, al final del viaje estarían Lenin y la sublevación de Octubre en su Asunción colonial.
Cuando vi que salían unos tipos de civil con las ametralladoras colgando del hombro, como quien lleva una caña de pescar o una mochila grande, me puse tenso y volví a la calle aunque no venía ningún colectivo ni a cinco cuadras y el tipo que me había advertido que no fuera estaba más nervioso que yo.
Yo vi cuando lo sacaron a las patadas, con las manos amarradas a su espalda y lo metían en falcón verde, en el medio de dos gorilas que parecían enormes para entrar al auto, pero agacharon la cabeza y entraron. El viejo estaba en el medio y yo calculé que si me ponía en medio de la calle como haciendo señas a un ómnibus, que ahora si venía a dos cuadras, seguro que me veía y podía saludarlo.
Yo bajé a la calle pero el viejo no movió un milímetro su mirada, parecía una estatua por lo rígido y el falcón pasó raudo sin que nuestras miradas se cruzaran ni un segundo.
Hasta en el instante más feroz de su vida seguía protegiéndome, aún contra mi desesperación y ansiedad por hacer algo contra lo irreversible
Pero mi vieja seguía adentro y yo volví a hacer guardia en la parada del colectivo.
Diez minutos. Veinte. Media hora.
No aguanté más y me fui para el tallercito.
En el camino imagine la estrategia.
Al entrar golpee las manos y salió mi vieja, aunque por detrás de ella se escuchaban susurros y se percibían sombras que se movían.
Antes que dijera nada, dije buenas tardes señora venía a ver si ya estaba arreglada mi Spica, la que tiene el dial roto y su marido dijo que iba estar arreglada para esta tarde.
Mi mamá me miró espantada y con las manos hizo señas que me fuera mientras decía que no, que mi marido no estuvo bien estos días y no pudo terminar los trabajos pero seguro que mañana estará arreglado, mejor venga mañana, pero por la tarde eh y yo salí caminando para atrás y me perdí en la esquina sin mirar para atrás.
Caminé como cien cuadras y aparecí por Floresta en la casa de mi prima donde me quedé a dormir pero no pudimos averiguar nada porque ni teléfono teníamos en el tallercito y no había forma de saber nada ni de papá ni de mamá.
Dos días sin saber nada de nada hasta que al tercer día habló la vieja por teléfono y le atendí yo. Me confirmó que se habían llevado a papá y que estaban los tipos cuando yo entré al tallercito, que le habían recriminado que no me tratara bien y que si no trataba bien a los clientes se iban a dar cuenta que algo andaba mal.
Que la tenían secuestrada en la casa pero que no la torturaban y que todo el tiempo preguntaban por Federico y cuando ella le decía que ellos se lo habían llevado le decían que no se haga la boluda que querían saber donde estaba Federico, el hijo de Federico que no aparecía y que si aparecía entonces a lo mejor los dejaban libres a los dos.
Pero cuando yo le dije que entonces me entregaba a ver si salvábamos a papá que ya se sabía de los presos que no aparecían en ningún lado, la vieja me gritó en guaraní que ya tenía un preso y que no necesitaba otro en la familia y un poco más tranquila, en castellano, me ordenó que pidiera plata a la prima y me fuera a la casa de mi hermana en Asunción.
Al otro día me tome un colectivo a Santa Fe, de allí otro a Tostado, de Tostado crucé a Resistencia y en Resistencia me conectaron los camaradas de mi papá, me llevaron a Clorinda y me pasaron con un canoero del partido, de noche me cruzaron para que la Prefectura Argentina no vea nada y la Paraguaya no me detenga.
Con mi hermana estuve como un año y me volví a Buenos Aires para ayudar a mamá a buscar a papá. A la semana que me volví, a mi cuñado, un medico liberal que no se metía en nada, lo agarró la Técnica y de tanta maquina lo dejaron al borde de la muerte.
Mi vieja buscó a papá durante treinta y ocho años, sin pausa, acumulando papeles hasta llenar una pieza entera de la casa que alquiló con la ayuda de mi cuñado que cuando salió en libertad se fue a Bruselas y se hizo famoso como nauro cirujano y le mandaba plata para sostener la búsqueda de papá.
Nunca supimos nada cierto de él, y la puta madre, era tan disciplinado y militante que ni la última mirada a sus ojos me quedó. Solo su ejemplo luminoso y puro como la imagen de su cañonera de bandera roja río arriba en el Paraná
a los viejos revolucionarios paraguayos,
esos que resistieron lo imposible
y vencieron la muerte más de una vez