
A María Graf
que soportaba el horror
con la dulzura más demoledora
La causa está caratulada “Alfredo Martínez de Hoz s/ allanamiento ilegal” y fue abierta por la denuncia de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y un grupo de notables sobrevivientes, protagonistas mejor dicho, del Villazo (16 de marzo del 74, la gran movilización popular que arrancó la democratización de la UOM de Villa al Loro Miguel) y del Operativo Serpiente Roja (20 de marzo de 1975, inició del Golpe de Estado en Villa y el sur santafecino). Fue por diciembre de 2010 luego de todo un año de instalar el tema en los debates que la Liga, con el auspicio, apoyo y aguante del Instituto Espacio para la Memoria, realizó en el salón Mabel Gutiérrez en el edificio Cuatro Columnas de lo que alguna vez fuera la ESMA.
Mi compromiso con la causa de Villa Constitución es de antaño.
Para finales de 1982, la dirección del Partido Comunista de la Provincia de Santa Fe, Hugo Ojeda, Jaskel Shapira, Raúl Massini y Manuel Díaz, me citaron en una casa de seguridad (todavía persistían los tics represivos de una dictadura que agonizaba pero no perdía los hábitos) y me propusieron sumarme a los que estaban recuperando el gremio metalúrgico y derrotando la cría del proceso en esa ciudad santafecina.
Unos días antes, el viejo Tito Martín lo había convencido al Pichi (Alberto Piccinini) de que había que intervenir ante la traición de la intervención del gremio metalúrgico (instaurada en aquel marzo del 75 a punta de pistola y descargas eléctricas en los cuerpos de los delegados y militantes de la Marrón) que una vez más no acataban el llamado a un paro nacional.
Y allí fueron el Pichi con el Carlos y con el Loro. Como un Quijote contra los Molinos de Viento de la empresa más poderosa de aquellos días, el Pichi se paró en la ruta, paró los colectivos de los trabajadores que de a poco se fueron amontonando en la ruta hasta constituirse en una asamblea insurrecta que luego marchó sobre la UOM y arrancó (igual que en aquel marzo del 74) una nueva convocatoria a elecciones sindicales que volvería a ganar la Marrón, varias veces.
En aquella casa conocí a dos sobrevivientes de la represión en Villa: al ferroviario Rodolfo y su compañera María. Se me ocurre que la única manera de describirlos es recurrir a Julius Fucik cuando retrata la pareja de compañeros que lo alojan clandestinamente hasta su detención: de una bondad tan grande que se confundía con ingenuidad.
Rodolfo era de la estirpe ferroviaria de los comunistas de Villa Constitución. De la misma estatura que Tito Martín y Carlos Sosa, dirigentes sindicales y políticos de una calidad superior a la media de aquella época. Y de una dimensión ética descomunal.
Angel Porcu, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, integrante de la Comisión Interna de Acindar en aquellos días tormentosos, en 1994 me resumió el valor de Tito en pocas palabras: “nunca habló mal de un compañero”.
Como casi todos saben Villa fue ocupada por una “fuerza de tareas” diversa y perversa: la Federal, la Policía Provincial, el destacamento Los Pumas de Vera, las patotas de la UOM y diversos oficiales de Inteligencia que operaban como Triple A (el más conocido acaso fue Anibal Gordon, de larga trayectoria durante la dictadura y responsabilidades en la Operación Cóndor) y entre el 27 de marzo del 75 y el 16 de diciembre del 78 desaparecieron o fueron asesinados cincuenta y ocho compañeras y compañeros. Los obreros respondieron al Operativo del 20 de marzo con una gran huelga, sostenida por las poblaciones del sur santafecino y el movimiento popular de Rosario que llegó a sostener una marcha multitudinaria el 22 de abril del 75 pero el 24 se levantó la huelga y la ciudad pasó a ser territorio ocupado militarmente hasta el fin de la dictadura.
En esas condiciones, Rodolfo propone juntar la gente del Partido Comunista el 25 de enero de 1976 en un asado para festerjar el aniversario del Partido. Y ofrece su casa para hacerlo porque no hay club ni institución que acepte el riesgo de albergar un asado comunista. Pero María y Rodolfo no son de temer represalias, las han sufrido toda la vida. El día anterior hicieron las compras y toda la noche un grupo de ferroviarios y pescadores asaron lentamente un novillo conseguido por el gordo Panciarella en Arroyo Seco, pero a la madrugada una bomba estalló en su casa y destruyó todo. La casa y todo lo que habían comprado para el asado. Un vecino le alertó que la bomba la puso la Federal y que estaba sentenciado. Que no se podía quedar más tiempo porque los matarían a todos. Rodolfo y María se fueron para Rosario, Tito siguió un tiempo más en la Cárcel y Carlos se salvó de un secuestro en San Nicolás. Pero de uno u otro modo siguieron los tres en la pelea.
Yo no sabía casi nada del acero y muy poco del Villazo. En la cárcel de Coronda había convivido con un sobrino de Rodolfo, un joven maquinista del ferrocarril de un humor invencible. En un tiempo estaba en una celda cuya ventana daba al patio donde una hora por día nos sacaban a caminar pero sin hablar entre nosotros. El conocía todos los chismes de la Cárcel y todos los cuentos. De él y de un bicicletero metalúrgico encarcelado recibí las primeras noticias de Villa.
Para finales del 86 me volví a Rosario pero en el 93 Tito me mandó a llamar y me pidió que lo ayudara a escribir sus memorias. Empezamos y me di cuenta que su vida era inseparable de las luchas populares, del Villazo y del Operativo Serpiente Roja, y de la recuperación de la UOM en el 83. Y cuando quise escribir la historia del Villazo me di cuenta que no lo podía hacer si no contaba la historia de Acindar así que nos pusimos a estudiar. Todos. O sea, el Tito, el Carlos y el Tato que era el único que había trabajado en Acindar y sabía de siderurgia y de procesos económicos más que nadie que yo conociera.
Fue por esos días que Félix Luna escribió un libro sobre los cincuenta años de la historia de Acindar. Uno de los textos más miserables que jamás se hayan escrito entre nosotros. Justificaba todo. La super explotación y los asesinatos. La deuda externa que Acindar le transfirió al Estado y con la que construyó la Planta Integrada con la que comenzó a matar a Somisa y la Ley Savio del 48. En respuesta a tanta perversión me propuse escribir la contra historia de Acindar y así nació “Tito Martín, el Villazo y la verdadera historia de Acindar”[1] y para presentarlo, los tres ferroviarios: Carlos, Tito y Rodolfo, consiguieron un novillo “regalado” vaya a saber cómo y pidieron el Club Riveras y allí juntaron una multitud para presentar el libro sobre Tito, el Villazo y Acindar. Vino Porcu el compañero del PRT y vino el secretario nacional del Pece, Patricio Echegaray. Todos hablamos, comimos y cantamos.
De ese libro hablé en el Juzgado de Oyarbide.
De ese libro y de otros trabajos, más recientes y más rigurosos.
Hace unos años, no me acuerdo bien pero debe hacer como siete años por lo menos, una compañera que buscaba doctorarse en Antropología Social, vino a charlar conmigo sobre Acindar y le di dos regalos: uno es aquel libro de Félix Luna sobre Acindar, el otro eran los teléfonos de Carlos y de Tato, que ya Rodolfo y Tito nos habían dejado. La tesis doctoral de Nuria se llama “Así se templo el acero” en homenaje a la cultura comunista universal y en referencia al oficio metal siderúrgico. La tesis demuestra con rigor cientifico lo que nosotros intuíamos en 1994: que Acindar impulsó el Operativo del 20 de Marzo, y lo apoyó logísticamente, etc. etc. y mucho más, en procura de dos objetivos centrales para ellos: doblegar la resistencia obrera que les cuestionaba la cuota de ganancia y demoler el monopolio estatal de producción de acero a partir del mineral de hierro que ostentaba Somisa.
Cincuenta y ocho desaparecidos. Cientos y cientos de cesantes, acaso unos ochocientos.Unos trescientos presos políticos. Esas son sus cuentas.
Las mías son más sencillas: tres ferroviarios más un metalúrgico me hicieron descubrir el corazón de una clase a la que desde niño aspiraba conocer. La causa que impulsamos es por ellos y para establecer la verdad. La más rigurosa verdad como me exigía Tito en toda ocasión. Porque solo la verdad es revolucionaria, decía que decía el viejo Lenin.
Y en eso estamos. Tratando de estar a la altura de aquellos tres ferroviarios extraordinarios: el Carlos, el Rodolfo y el viejo Tito.