Presentación de “¿Y si hubiera un cielo?” por Gabriela Yocco, poeta, profesora de Literatura, titular del curso del Programa Flacso para estudiantes extranjeros “Lenguaje en acción: palabra y paisaje urbano en la Literatura Argentina”, parte de su obra se puede leer en http://puertas-adentro.blogspot.com
¿Y si hubiera un cielo?, pregunta, se pregunta, nos pregunta José Schulman. Pregunta retórica y no, sin dudas circular, insistente. Pregunta que se comienza a construir respuesta posible desde ese rostro celeste que ríe estrepitosamente en la tapa del libro, que sigue construyéndose en el fragmento del poema a Alicia López de la contratapa. Que juega o conjuega-conjuga la esperanza, la victoria, la tristeza… pero siempre, siempre el retorno a la risa eternamente joven de la tapa. Juga y conjuga con el pie de la tapa: “Relatos y poemas…”. Terrorismo de Estado e Impunidad parecen un cachetazo a esa mismísima risa. Como también la palabra asesinato al pie de las palabras a Alicia. Pero no. Sí es un cachetazo, un llamado a despertarse, a atreverse a recorrer este libro como quien recorre un campo minado. Donde las lágrimas, la tristeza, la risa, la esperanza –la esperanza siempre- son las que van atravesando cada una de las páginas en las que José logra ese delicado equilibrio entre texto poético y dialogal, entre la ficción y el testimonio.
Insisto, un campo minado. Porque es necesario destruir, sacar de cómodos y tranquilizadores ejes, para construir nuevo y distinto. Porque es necesario sacudirnos la costumbre como una araña (parafraseando a Cortázar).
Los mejores libros, creo, son lo que pueden apreciarse como una unidad. En este caso, el libro de José está armado como un tembladeral de personajes- sujetos, que dialogan con el narrador, con nosotros lectores, con las ilustraciones. Un entramado de voces que, queda dicho, comienza desde aún antes de abrir el texto.
Campo minado, remolino o huracán con algunos ejes o centros que pueden identificarse. La Cuarta, no como el espacio de la tortura, sino como deconstrucción de ese espacio para convertirlo en espacio simbólico y a la vez concreto de resistencia, de dignidad. De victoria. La Cuarta como uno de los motores narrativos del texto, como un paradójico punto de partida para, precisamente, la construcción de ese cielo augurado en el título del libro.
Porque, si es que hay un cielo posible, la única tarea válida es su construcción. Ladrillo por ladrillo, José demuele cárceles, impunidades, olvidos, para incrustar de un modo irrefutable cada nombre en el sitio que le corresponde en la historia. La historia de los relatos, de los poemas; la historia de una generación y de un pueblo que se marca indeleble como contracara de esa otra historia que trataron de vendernos en vano los mercaderes de la ideología.
Construir, entonces, ese cielo es otro gran motor narrativo del libro. Y si se construye un cielo, el soberano acto creador también es poblarlo. Así aparecen y se reiteran nombres, presencias, que a fragmentos, relato a relato, construyen seres tan vivos que uno los siente palpitar al lado. Anécdotas que juegan con los siempre laberintos de la memoria schulmaniana y que cuestionan una y otra vez el sentido positivista de “verdad”. La verdad pasa a ser esa construcción azarosa a veces, otras deliberadamente obsesiva, que llena huecos con ficción, con lo que podría haber sido. Y quién puede discutir que ese “poder ser” sea más o menos real que lo que los documentos –te cito a vos, José, que citás a Roa Bastos- puedan testimoniar.
Testimoniar. Recurro a María Moliner: “Testimoniar: testificar”, “Testificar: Afirmar o referir alguien una cosa asegurando su veracidad como testigo de ella”. Relatos testimoniales, testificaciones en juicios. El enorme desafío de una literatura de testimonio en el siglo XXI, después de tanta distorsión y panfleto.
Con ademán de mediocampista, José evita los escabrosos lugares comunes y tentadores del género. Cuando casi advertimos en ciernes un “golpe bajo”, irrumpe la poesía. Cuando se asoma el “sermón político”, aparecen los compañeros –con una u otra militancia- como rumorosa hermandad.
De entre todas las presencias del libro, la de Oscarcito, el ferroviario, es insistente. Muchas otras lo son: Alicia, la Mechi y el Ciego, los Floreal, etc. Pero Oscarcito retorna y crece y a veces logra transformar ese cielo en construcción en un largo tren para todos.
Y la Mechi y el Ciego, nuevamente, como en los maravillosos “Diecisiete instantes de una primavera”, exorcizados, sacados de cualquier muerte posible para siempre en las palabras de José. Ese instante de la felicidad….Para quien fue la niña de la foto
Donde está la foto,
¿en la escena o en el ojo?
El ojo que mira la pareja
¿ve la escena o ve la foto?.
Hay una pareja
en un banco, que se mira;
¿ven al auto saliendo
del túnel?.
Y la niña
que flota en sus rodillas
cuando mira sus padres,
¿Lo ve a Marcelo?
al Negrito,
al Comandante
Guevara?.
¿Y donde estaba yo?
cuando el ojo
que miraba el lente
vio al banco de la
plaza habanera?.
Y ahora,
que miro la foto
de la escena que vio
el ojo que pasó por
la lente,
¿seré mirado por ellos?.
Que pena no haber
estado en aquella plaza,
pero más pena
sería, que no me
vieran…
Ahora.
Que miro una foto
de la Mechi y el Ciego
cuando la felicidad
parecía más que un
instante.
Y el mundo era,
todavía,
inexorablemente nuestro.
Una vez, en una entrevista, le preguntaron a Borges si conocía poetas felices. Sin dudarlo respondió que no. Argumentó que la felicidad es un canto en sí misma, pero que en cambio el dolor demanda ser transformado en otra cosa. Cantar al dolor es convertirlo en eso, en canto. Y el canto, lo sabemos, esa una de las formas más elementales y ancestrales de manifestación de la alegría. A José le debemos que cada vez que una historia nos roce el llanto terminemos con el latido más fuerte, con la intensidad de un fabuloso e incontenible brazo en alto.
¿Y si hubiera un cielo? No hay respuesta y a la vez la hay. Está el deseo de ese cielo de los compañeros, nuestro. Pero también está el deseo concretado en este cielo que José les-nos construye. Se impone leer el poema que cierra el libro. ¿Y si hubiera un cielo? En diciembre de 2010 dictaron en Córdoba la primera sentencia contra Videla. Pensando en los que no están, me hice esta pregunta
Digo,
¿y si hubiera nomas un cielo?
un lugar donde están los que no están
los treintamil y los que murieron peleando
contra la impunidad en estos treintaypico de años,
cuatrocientos y nosecuantos meses
y un montonazo de días, horas y segundos
de la puta impunidad
Digo,
ya se que es difícil
pero si al final de cuentas
hubiera un cielo
donde estén el Roby y Agustín
el Paco y Rodolfo y el Negrito
y la Adriana y el viejo Floreal
Digo,
yo no creo que lo haya
porque quinientos años de ciencia
y los telescopios y eso del
materialismo dialéctico y el antidhuring
pero, si al fin de cuentas hubiera un cielo,
que fiesta que tendrán hoy los compañeros!
que pedo de vino barato,
como el clandestino
que alegría que tendrán
los que vencieron la muerte
viendo al muerto de Videla temblar ante la sentencia
después de tanto alardear y amenazar
mostrándose al fin en su desnuda imagen asesina
Digo,
como decía Armando,
si no existiera el cielo para todos,
al menos,
debería haber un cielo para los compañeros,
pucha, ¿que les cuesta?,
al menos
para que esta noche brindemos juntos
y soñemos que estamos allá y que están acá
que no se fueron nunca
o que no nos salvamos
que seguimos juntos
y juntos derrotamos….
Digo,
ya se que no del todo ni integralmente
y todo eso que bien lo se
que mariano y formosa
y la villa de soldatti
y el Julio y todo lo demás
pero Videla se fue para la cárcel
y nosotros estamos aquí,
y en el cielo de los compañeros,
celebrando
y eso solo merecería
que, de verdad,
hubiera un cielo
donde estén el Roby y Agustín
el Paco y Rodolfo y el Negrito
y la Adriana y el viejo Floreal
abrazados,
como hermanos,
como los pedacitos rotos
del recuerdo
vueltos a juntar
hecho memoria
Así, las personas-personajes del libro, sumados a las personas-personajes de las dedicatorias, son convocados a habitar ese cielo. No quedamos fuera. Cada lector tiene también espacio allí. Entramos, por prepotencia de trabajo –diría Arlt- en ese cielo que a puñetazo de tinta construye José Schulman.