La identidad militante, ese inviolable espacio de libertad..


A Graciela Rosenblum

que siempre está

En la cárcel de Coronda había fajineros, o sea que las labores de repartir el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena, con su burocrática ceremonia cuasi solemne de arrastrar un carrito con una olla enorme de acero inoxidable destellante eran cumplidas por algunos presos, elegidos por vaya a saber qué elección acaso caprichosa acaso ingeniosa, quién carajos sabe por qué hacían las cosas que hacían los represores.

Aclaremos que si la escena de la distribución de alimentos tenía cierto esplendor, por el carrito, por la olla gigante y los cucharones colgando de la olla como si fueran herramientas de precisión, el brillo se apagaba al acercarse a la celda donde la puerta permanecía cerrada y al grito del guardia había que abrir una ventanita en la puerta que se convertía en algo así como el pasador de una cocina inexistente por el que temprano pasaba un jarrito multiuso de aluminio que a la mañana y la tarde recibía el mate cocido, para transformarse en verano en práctico elemento para la ducha y un machacado plato de hojalata que recibía la tumba de puchero o un puñado de fideos casi siempre recocidos.

A los compas les tocaba también pasar el lampazo por el pasillo del pabellón, y con esa sola acción se completaba toda la labor de higiene y desinfección que la situación ameritaba.

Nosotros conocíamos el reportaje al pie del patíbulo del comunista checo Julius Fucik y la crónica de Paco sobre la pasión de Trelew, nadie hablaba de Primo Levi o de los judíos obligados a arrancar las muelas de oro a los muertos de Auschwitz y la idea de trabajar para los carceleros no era ni siquiera objeto de discusión; distribuir la comida y limpiar un poco el pasillo se entendía casi como un servicio a los compañeros y casi todos lo hacían sin drama.

Casi todos, dije.

El Oscarcito ferroviario[1]era testarudo como una mula y orgulloso.

Pero de un orgullo particular, él estaba orgulloso de su oficio de ferroviario y de su identidad comunista.

Y el Hormiga de Galpón, un guardia que era puro culo, lo venía verdugueando feo desde una tarde que lo agarró hablando por la radio de la cárcel[2] le preguntó de qué estaba hablando y el Oscarcito le dijo que de política huevón y entonces el Hormiga de Galpón le preguntó de qué partido era y cuándo se enteró que era comunista se enojó más todavía y no le dejaba pasar una.

Que si se paraba mal en la fila para salir al recreo lo castigaba y se quedaba encerrado en esa  hora de libertad que había día por medio, porque el otro día por medio era solo media hora no sea cosa que….

Que si lo agarraba amasando la miga de pan ya le decía que estaba haciendo muñequitos para el ajedrez y le daba más días de castigo.

Hasta que se cansó.

El Oscarcito no el guardia Hormiga de Galpón y un día que el culón venía eligiendo gente para pegar una baldeada en forma, de esas baldeadas que se hacían de vez en cuando y que requerían fajineros adicionales, me miró y me dijo no voy una mierda.

Pero sin hablar me lo dijo

Solo con esos ojos negros como carbón, pero como carbón encendido de la bronca y yo sin mover los labios le dije que estaba bien, que ya era hora de pararlo al hijoeputa.

Que como nos había enseñado Fucik, a veces hay que hacer lo que hay que hacer, no importa lo que venga después.

El guardia abrió la puerta de una patada en la tranca, tiró la puerta y dijo a vos negrito de mierda afuera y a baldear el patio.

Y el Oscarcito que le dijo que no y el guardia que no lo podía creer que se lo repitió tres veces hasta que convencido de que era en serio, tocó el pito y vinieron cuatro guardias que lo empezaron a moler a golpes, que le salió sangre de la nariz cuando cayó al suelo pero le seguían pegando hasta que cayó un alférez de gendarmería y dijo que ya, que lo alcen y lo lleven y entonces entre tres lo alzaron después de desnudarlo y el cuarto cargó con el colchón al hombro porque ni eso había en la de castigo.

Pero había agua

O habían meado o habían tirado agua al piso porque dice el Oscarcito que como quedó tirado de lo mareado que estaba quedó como chapoteando en la laguna de Paiva, en ese barro caliente que se hacía en el verano cuando íbamos al rancho del Turco a estudiar los folletos de Victorio y el testamento de Ho Chi Minh y al rato de leer nos aburríamos y nos tirábamos al lado de la laguna a pensar que un día seríamos generales como Ho o al menos comisario político como Victorio en Madrid.

También me dijo el Oscarcito que quedó medio boleado hasta la nochecita cuando cambió la guardia y en vez del Hormiga de Galpón le tocó el Capanga que abrió la puerta y le preguntó porque estaba allí y el Oscarcito le dijo que porque no había querido hacer el trabajo que le tocaba a ellos, o sea baldear el piso del pabellón.

Y el Capanga, que no entendía nada, le dijo con aire de superioridad, entonces perdiste.

Y fue ahí que el Oscarcito le explicó la estrategia de supervivencia de los militantes revolucionarios de verdad y le dijo pero no limpié.


1. de él ya publiqué «La conexion Larkin y María Eva» y «De cómo una sucia camisa de ferroviario resultó ser el mejor regalo para una madre» en este mismo blog

[2] cómo en Coronda había tres pisos de celdas, se acostumbraba hablar por la ventana de modo tal que si los de los costados y los de arriba (y eventualmente) y los de abajo, repetían lo que se decía, el poema o el discurso circulaba por buena parte del pabellón como si fuera una radio comunitaria local.

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