Ni la máscara de Fernando VII, ni el disfraz del Chapulín Colorado, por un nuevo rostro plural de la izquierda.


Para Marcelo Feito, que amaba el cuento Reunión

«Luis junto a un árbol, rodeado por todos nosotros,

se llevaba lentamente la mano a la cara y se la quitaba

como si fuese una máscara. Con la cara en la mano

se acercaba a su hermano Pablo, a mi, al Teniente,

a Roque, pidiéndonos con un gesto que nos la pusiéramos.

Pero todos se iban negando uno a uno, y yo también

me negué, sonriendo hasta las lagrimas».

El Che según Julio Cortazar en Reunión,

cuento publicado en Todos los fuegos, el fuego en 1966

A cinco años del asesinato de Kostecky y Santillán, punto de inflexión en la crisis de dominación desatada en Diciembre de 2001, la izquierda se debate entre dos posiciones que bien podrían pensarse como las dos caras de su impotencia histórica: a) la subordinación a proyectos políticos de alguna fracción burguesa que tenga contradicciones puntuales con el gobierno de Estados Unidos y/o realice concesiones al movimiento popular, conducta que trataré de describir con la metáfora de la máscara de Fernando VII, aquella estrategia de los patriotas americanos de 1810 que desplegaban la lucha independentista bajo el paraguas político de fingir que actuaban a nombre del Rey Español prisionero de Napoleón y b) la repetición del método jacobino de pensarse al frente del pueblo contra el Poder, no importa las correlaciones de fuerza ni las posiciones conquistadas por éste en el espacio de lo simbólico y la subjetividad popular, ni las contradicciones secundarias y/o temporales, ni siquiera – por supuesto– lo que piensa el pueblo mismo, conducta que compararé con la del Chapulín Colorado, aquel personaje mexicano, especie de patético super héroe del subdesarrollo que creía saber siempre todo, «no contaban con mi astucia», y convocaba ingenuamente a las multitudes con su «que me sigan los buenos» que tanto resuena en tanto manifiesto programático de la izquierda.

Desarrollare tres hipótesis que pretenden aportar, ojalá que de un modo provocador, al imprescindible debate de una izquierda que descalifica mucho y debate poco entre los que piensan distinto sobre los temas importantes.

Uno. El relanzamiento del capitalismo argentino

Lo primero es reconocer que el capitalismo en la Argentina ha superado su crisis orgánica de 2001 en sus dos facetas principales: la capacidad de reproducción ampliada de las relaciones de explotación capitalista y de dominación; y aún más, que ha recompuesto la hegemonía burguesa plena en la sociedad por medio del Kirchnerismo, la corriente político/cultural que al hegemonizar el Partido Justicialista ha ocupado el centro del sistema político de dominación argentino.

Cierto es que lo ha hecho de un modo tal que ha ampliado la distancia entre las dos Argentinas resultantes de los treinta años de políticas de terrorismo de Estado y democracias neoliberales que reformularon profundamente la sociedad argentina por el camino de las privatizaciones, el pago de la Deuda Externa y la constitución de redes mafiosas de apropiación de la riqueza nacional, la apertura indiscriminada de los mercados y la cuasi desregulación de la actividad económica y financiera, la destrucción de la legislación laboral y del sistema de protección social y previsional que el mismo capitalismo había forjado en su etapa cuasi keynessiana, peronista, populista, de acción de un Estado de Bienestar (para la burguesía, claro) o como se quiera llamar al periodo transcurrido entre el primer peronismo y el tercero, o sea entre el Juan Perón del 17 de Octubre y el Menem de la Plaza del Sí de 1990, pero lo ha logrado, y ello no es poco.

El nivel de las reservas internacionales, las cifras de crecimiento del Producto Bruto Interno, las enormes ganancias que alimentan al núcleo duro del sector económico que se apoderó de lo principal del aparato productivo y de servicios, el goteo de tanta riqueza hacia otros sectores de la burguesía y de la pequeña burguesía parecen la imagen invertida de aquel cuadro catastrófico de finales de 2001 cuando la devaluación y la expropiación de los ahorros depositados en los bancos parecía señalar la hora del final para el capitalismo argentino.

Si el ciclo de golpes de Estado duró cincuenta y tres años (hubo golpe de Estado en 1930, en 1943, en 1955, en 1962, en 1966 y en 1976) llevamos ya veinticuatro años del llamado «transito a la democracia». A pesar de las notorias diferencias que podemos establecer entre Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde, si asumimos una mirada de larga duración sobre el supuesto «transito» veremos que no es verdadero y que por el contrario se despliega incesantemente un proceso estructural de restricción de los espacios democráticos y de incremento de la injusticia social (por ejemplo, si tomamos la diferencia de ingresos entre el decil más rico y el más pobre de la población pasó de 16 veces al comienzo del «transito» a 34 veces en 2006).

El asesinato del compañero Fuentealba en Neuquén, la ocupación por la Gendarmería Nacional de las escuelas santacruceñas por orden presidencial o el burdo intento de falsear los índices de inflación y pobreza que elabora el INDEC nos eximen, por ahora, de mayores demostraciones.

Pero la pregunta del millón podría formularse del siguiente modo: ¿cambió Kirchner en profundidad esta tendencia estructural de la democracia argentina? ¿encarna una ruptura que merezca ser apoyada por la izquierda, así fuera de un modo particular, crítico o cómo se quiera practicar dicho apoyo? ¿y si así no fuera, si solo fuera un modo muy particular de continuismo, un exquisito movimiento de gattopardismo, cómo debería actuar la izquierda para enfrentarlo con éxito?

Dos. Kirchner, el De la Rúa que no fue

Se ha analizado innumerables veces el recorrido de la crisis argentina hasta el estallido de diciembre de 2001 y de allí hasta mayo de 2003 y hasta hoy.

Cómo, en el periodo que transcurre entre el golpe de setiembre de 1955 y el de marzo de 1976 se desplegó un proceso de acumulación de fuerzas transformadoras, plural pero de claro contenido antimperialista y de liberación social, que sin llegar a constituir una verdadera alternativa de gobierno y de poder en condiciones de dar la disputa final, dadas las condiciones regionales y mundiales, la burguesía visualizó el proceso como un desafío real a sus pretensiones de perpetuidad y decidió cambiar el modo de enfrentar la insurgencia implementando un plan de exterminio que no sólo tenía funciones destructivas, de aniquilación de las fuerzas transformadoras, de los núcleos de cuadros revolucionarios, de las redes de militantes insertos en el corazón mismo de los centros de producción y estudio, de los valores culturales transformadores forjados en largos años de lucha y acción propagandística sino también de creación de las premisas y las bases para la radical reconversión capitalista en el sentido neoliberal que hoy predomina..

Conviene, para no ver al enemigo más alto de lo que en realidad es, dejar sentado una vez más que el acto fundacional del capitalismo neoliberal y del modelo de dominación que hoy sufrimos no es otro que el genocidio cometido hace treinta y un años.

En un trabajo magnifico, el escritor tucumano Rosenzvaig se pregunta algo así cómo ¿es qué acaso toda la lucha y toda la labor cultural de los anarquistas, los socialistas, los comunistas y la gente de izquierda en general desplegada entre 1890 y 1945 fue totalmente inútil? y el mismo Eduardo se contesta que no, que sin esa lucha no hubiera existido el primer Perón, cómo sin Cuba y Argelia, sin Vietnam y China, sin los planes de lucha y el crecimiento del antiimperialismo entre nosotros no hubiera existido el Perón del Socialismo nacional y la «juventud maravillosa» aunque fuera ese mismo Perón el que fundara la Triple A y ordenara aniquilarlos cuando vio amenazada su hegemonía al interior del peronismo, que desde hace años significa la hegemonía del sistema político argentino.

Esta es una cuestión de hegemonías. De lucha por constituirlas. De éxitos y de frustraciones. Gramsci, el gran teórico de la hegemonía quien reconocía como su maestro al Lenin de «Las Tesis de Abril», aquel de los dos poderes y del salto por encima de las tareas democráticas, explicaba que en procura de la hegemonía plena, esto es de la dominación con consenso y aún apoyo de los explotados, la burguesía puede aceptar cualquier exigencia salvo una: la de renunciar a la hegemonía misma.

Digámoslo de entrada, Kirchner tuvo éxito en lo que fracasaron De la Rúa y Duhalde: nada menos que en salir del modelo menemista preservando el capitalismo y relanzar un nuevo ciclo de negocios y de dominación política/cultural.

En eso, que es lo esencial para un político burgués, se pone en línea con los grandes políticos de la burguesía argentina que una y otra vez salvaron el sistema del derrumbe o el acoso popular y estoy pensando en un Saenz Peña modificando en 1912 la ley electoral para integrar las fuerzas emergentes de las luchas de fin del siglo XIX: el radicalismo y el socialismo y lo hizo contra las quejas y protestas de los sectores más conservadores; y estamos hablando -obvio- del Perón capaz de proponer todo un modelo de desarrollo distinto al del agro exportador y la dominación conservadora pero también del Perón de los ´70, aquel que percibe que sólo su regreso desactivará la sublevación popular iniciada con el Cordobazo (mayo de 1969) y aunque su imagen sea menos lustrosa hoy también hay que hablar del Alfonsín que ocupa el tiempo político que va de Galtieri a Menem y del mismo Menem, que lejos de ser un torpe y ridículo caudillo pasará a la historia como aquel que «realizó» el sueño de Videla de refundar la Argentina.

El modelo menemista fue exitoso porque encarnaba en el país la contrarevolución mundial triunfante y porque la hacía en nombre del Peronismo. ¿Hizo bien la izquierda en resistir en los días de soledad y aislamiento, de marginalidad política y deserciones masivas? Si, hicimos bien porque sin esa resistencia y todas las otras resistencias, Menem seguiría gobernando; y estuvo bien que resistiéramos aunque lo hiciéramos de un modo poco eficaz en el plano de la construcción de fuerza alternativa, lo que hubiera permitido acumular en serio en los días del ocaso menemista.

Y por eso el Frente Grande del Chacho y la larga lista de ex izquierdistas refuncionalizados por el Poder para su continuación. Pero el Frente Grande fracasó. Una y otra vez. Fracasó en hegemonizar al radicalismo. Fracasó en balancear el conservadurismo de De la Rúa y fracasó en salir del menemismo.

Su fracasó exasperó todas las crisis: la económica, la de representación política, la de hegemonía cultural. Y otra vez, los muertos los volvió a poner la izquierda y ellos a quedarse con el gobierno.

Pero Kirchner pudo en lo que no pudo el progresismo. ¿Por qué? No habría que subestimar su capacidad política. Su «peronista» obsesión por el Poder que le permite toda clase de transformaciones y de alianzas. Sin límites. Cómo ahora en que llora a Fuentealba y cerca con gendarmería las escuelas de Santa Cruz. O en diciembre cuando hablaba del «amigo Tito» y ordenaba a Righi que vote ante la Corte Suprema para que la causa se mantenga como «averiguación de paradero porque no hay indicios de su desaparición».

En este sentido de decisión política Kirchner es el De la Rúa que no fue.

Pero no es sólo sapiencia política, es un momento distinto de la economía mundial y de la política latinoamericana que condicionan y posibilitan la hegemonía kirchnerista.

El ciclo Kirchner coincide con una valorización internacional de la soja y los hidrocarburos de los que la Argentina explota, cierto que irracionalmente y de un modo suicida para las generaciones futuras pero, ¿estabamos hablando de negocios, no?.

Negocios realizados de un modo que ni Marx hubiera imaginado: primero la devaluación hasta fijar la paridad del peso con el dólar de tres a uno (más allá de lo jurídico el gobierno mantiene la paridad cueste lo que cueste, como Cavallo lo hacía con el uno a uno) de modo que el costo de producción en pesos adquiere competitividad internacional y así, vender soja y petróleo producida en pesos a precio dólar se transforma en un negocio redondo.

¿Cuánto durará este ciclo?, no se puede saber pero sí se puede decir que un ciclo de expansión capitalista basado en estas premisas no puede ser estable ni sólido en el largo plazo. Está expuesto a los vaivenes de los precios internacionales, del humor de los inversores internacionales y de la extenuación del suelo y del subsuelo que es irreversible. Aunque no sepamos cuánto puede durar sabemos que este modo de producción transforma estos recursos naturales en no renovables.

Y si no que lo digan los santafesinos que en tiempo de Kirchner ya han sufrido dos inundaciones por la devastación sojera de la Pampa Húmeda amén del cínico desprecio por la vida y propiedades de los pobres que exhiben Obeid y su corte kirchnerista. Porque Obeid es de los kirchneristas y de izquierda, ¿no? De izquierda, digo, de los que viajan a Cuba y se sacan fotos en Santa Clara para mostrar a sus cándidos visitantes a la vuelta.

Pero la fortaleza de Kirchner no sólo depende del valor internacional de los comoditties que comercializan. Se basa también en su apoderamiento de varias tradiciones. De la tradición peronista en primer lugar. De la tradición » democrática liberal» con su deseo profundo de que «las instituciones» resuelvan la crisis en segundo lugar.

Y también de una parte, (¿cuánta? ¿no dependerá eso de nosotros mismos?) de la tradición de la izquierda. De la lucha por los derechos humanos. De la memoria histórica. Del discurso contra el neoliberalismo y los genocidas.

Si la coyuntura económica internacional facilitó la formula de clientelismo político + represión en que se basaba Duhalde y el primer Kirchner (y que puede volver si la necesitan como lo muestra la presencia de la Gendarmería en Las Heras en el 2006 o en todas las escuelas de Santa Cruz en el 2007 o el envío del proyecto de Ley Antiterrorista con la modificación del articulo 213 de asociaciones ilícitas para incluir a las «terroristas» y López y Gerez y las amenazas y el gatillo fácil y los Códigos contravencionales que van plantando en todas las grandes ciudades), la coyuntura mundial y regional facilita la estrategia de autonomizar la política internacional del gobierno de Kirchner del de los EE.UU., al menos en los temas de la integración latinoamericana y las relaciones con la Venezuela de Chavez.

Pero, antes de seguir y seguir, conviene dejar sentado que todo esto y lo que falta decir en realidad, es posible por nosotros. Por la falta de alternativa política verdadera, plural, antimperialista y democrática que pueda confrontar y acumular en una perspectiva de poder popular.

Lamentablemente, Kirchner es el De la Rúa que no fue por la misma razón que De la Rúa se convirtió en la opción (continuista) a Menem: por la debilidad política del sujeto social explotado, agraviado, humillado y reprimido por el sistema pero también despojado de sus representaciones sociales y políticas, obligado a ensayar estrategias de subsistencia que rondan la subordinación estatal y con ello la esterilización política de sus luchas.. Una vez más, la fortaleza de ellos es nuestra misma debilidad política, por lo que conviene pensar en nuestros límites. Nuestros, los de toda la izquierda no importa donde esté hoy cada uno de nosotros.

Tres. La crisis cultural de la izquierda: entre Fernando VII y el Chapulín colorado.

Decía Patricio Echegaray a finales de 2004 en el XXIII Congreso del Partido Comunista Argentino: «La estrategia que ellos tienen ya se ve clarita: ellos quieren naturalizar la Argentina injusta. Quieren darle gobernabilidad con otro esquema, con su esquema de dólar alto, no de dólar bajo, con un esquema de importante balanza comercial favorable a la Argentina de dos plantas» y agregaba, en referencia al escenario político que construye Kirchner: «Se va afirmando una versión mínima de democracia formal, claramente funcional al mantenimiento del modelo neoliberal. Y hay también intentos de montaje de un nuevo escenario político. El gobierno trata de presentarse como «la izquierda» y dejar el papel de la oposición solo al centro y la derecha. «Ningunean» a la izquierda y tratan de marginarla. Todo el tema este de la «transversalidad» tiene como objetivo coptar o marginar a la izquierda y tener un adminículo presidencial para jugarlo en la interna del Partido Justicialista. En definitiva, la sensación que muchos tenemos es que la capacidad de maniobra y la fuerza del régimen neoliberal en cada uno de sus aspectos reside en la falta de una alternativa popular».

La larga cita resulta imprescindible como apoyo metodólogico: se trata de pensar la eficacia de las estrategias de la izquierda en relación a la estrategia de dominación del sector hegemónico en el bloque de dominación, que no es otro que el Kirchnerismo, cierto que en disputa y confrontación más con la derecha fascista, procesista y/o «lamebotas» de los yankees que tienen con el gobierno nacional una relación contradictoria: de agradecimiento por la recomposición del ciclo de reproducción ampliada de las relaciones capitalistas, que cuenta a las empresas trasnacionales en primera fila de beneficiados (Daniel Muchnik ha demostrado que el 97% de las ganancias del conjunto de las empresas que actúan en el país corresponden a grupos trasnacionales que actúan por sí o por medio de socios locales minoritarios y subordinados a ellos) y de molestia por los niveles o cuotas de autonomía relativa de las posiciones internacionales del Gobierno en cuanto a la integración económica latinoamericana y de rechazo a las posturas más fundamentalistas de Bush: el Alca y la disolución del Mercosur, en primer lugar.

Volvamos una vez más a Gramsci, fue él quien primero reflexionó en profundidad acerca de la posibilidad y aún más, acerca de la conveniencia para la burguesía, que el grupo de intelectuales orgánicos que defienda la continuidad del sistema lo haga con relativa autonomía de los grupos económicos y de las potencias extranjeras que pretenden subordinar totalmente los países capitalistas periféricos.

Aunque hoy parezca un ejemplo trasnochado, fue Cavallo quien armó un equipo intelectual que actuaba con relativa autonomía de uno u otro grupo económico, preservando los intereses del bloque de dominación en su conjunto y a largo plazo aún contra las opiniones y acciones de uno u otro grupo tal como ahora ocurre entre el Gobierno nacional y los grupos sojeros y exportadores que resisten la retención estatal a sus enormes ganancias sin comprender que así se crean las condiciones para el funcionamiento del estado (conjunto de relaciones de dominación y no sólo las instituciones propiamente dichas) burgués contemporáneo.

Ante esta estrategia de dominación, la izquierda se ha vuelto a dividir: una parte decide sumarse al gobierno u acompañar las políticas kirchneristas en el terreno de los derechos humanos y la integración latinoamericana; otra parte decide constituirse en la vanguardia de la resistencia sabiendo que por ahora es minoría pero convencida que al producirse el «estallido» las masas la reconocerán como la más apta para confrontar con las políticas estatales; otra parte se mantiene alejada de ambas posiciones pensando que si bien es cierto que Kirchner defiende al capitalismo no hay condiciones para enfrentarlo ahora y es mejor esperar que se desgaste.

Y posiblemente haya infinidad de posiciones intermedias entre estas tres grandes propuestas. Y aún más, muchos oscilamos entre las tres posturas buscando el mejor modo de conciliar principios con exigencias tácticas, abrumados por hechos tan contradictorios como la responsabilidad del Gobierno en la desaparición forzada de Julio López y en el Acto de Ferro contra Bush.

El debate y la tolerancia se hace inevitable ante la enorme dificultad de la hora para la izquierda argentina.

La postura de mimetizarse en el Kirchnerismo, en el peronismo, en un Poder ajeno pero con apoyo popular, es una de las tradiciones más fuertes del movimiento independentista en la Argentina. Se sabe que la Revolución de Mayo de 1810 se concretó aprovechando una particular situación: Napoleón invadió la metrópoli imperial y presionó a los Borbones para que obligarán al monarca Carlos IV a ceder el trono a su hijo Fernando VII y éste a su hermano José; Fernando VII es llevado a Francia y los patriotas dirán que «Buenos Aires necesita con mucha urgencia ponerse a cubierto de los peligros que la amenazan, por el poder de Francia y por la triste situación de la Península. Para ello una de las primeras medidas debe ser la formación de una Junta provisoria de gobierno a nombre del señor don Fernando VII y que ella proceda a invitar a los demás pueblos del virreinato a que concurran por sus representantes a la formación del gobierno permanente» (Juan José Paso en el debate del 22 de mayo en el Cabildo)

Como explicaría más tarde Cornelio Saavedra «por política fue preciso cubrir a la Junta con el manto del señor Fernando VII a cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y mandatos» y en su nombre se actuó hasta la declaración formal de la Independencia en julio de 1816 a instancias del mismo San Martín que no quería partir hacia su expedición libertadora sin sacarse la pesada máscara de Fernando VII que el sector más conciliador defendía con uñas y dientes como se verificó en el juicio que siguieron en 1814, a Castelli, el tribuno de la revolución a quien acusan de atacar la fidelidad al rey y a quien Bernardo de Monteagudo defendió hidalgamente declarando que en la campaña del norte «se atacó formalmente el dominio ilegitimo de los reyes de España» demostrando que bajo la máscara se perfilaban proyectos y propuestas distintas y antagónicas.

Igual que ahora con los que se suman al Kirchnerismo, están los que se pasan con armas y bagajes, entran en redes de corrupción y como todo converso son los más agresivos contra quienes se mantienen en sus posiciones históricas y están los que lo hacen desde una perspectiva de acumulación para la liberación.

Al ser la coptación de sectores de izquierda una maniobra de construcción de hegemonía, conlleva la asunción de algunas de las reivindicaciones y postulados históricos de las fuerzas subsumidas. La cuestión es más compleja del simplismo de quienes identifican a Kirchner con Chavez, Morales y aún con Fidel, sin visualizar su proyecto de » naturalizar la Argentina injusta», o del otro simplismo, el que presume que todas las fuerzas y militantes que se asumen como parte del proyecto kirchnerista lo hacen para traicionar la revolución y su propia historia o que alcanza con denunciar las intenciones kirchneristas para anular los efectos de lo que para la sociedad aparece como ruptura con el neoliberalismo y gestos de autonomía frente al Imperio.

Fue Carlos Marx quien en el comienzo de sus estudios dijo algo así como que si la apariencia de los fenómenos sociales coincidiera con la esencia, no haría falta ciencia ni acción de los revolucionarios, el capitalismo caería por su propia perversión. Pero ya sabemos que no es así.

Desde mi propia experiencia política de lucha por los derechos humanos podría mencionar que en ocasión del secuestro de López y de Gerez, ante el asesinato de Carlos Fuentealba o las provocaciones y agresiones de los grupos fascistas, las líneas divisorias se vuelven más difusas y no pocas veces sectores que apoyan y resisten a Kirchner actúan juntos con niveles de unidad de acción.

Es aún más notorio el accionar conjunto de este espacio en las ocasiones en que Fidel y Chavez consiguieron contactar con el movimiento popular argentino para confrontar con el Imperio: Facultad de Derecho en 2003, Foro Social de Mar del Plata en 2005, y los actos de Córdoba 2006 y de Ferro en 2007.

¿Entonces, es correcta la estrategia de ponerse la máscara de Fernando VII? En mi manera de pensar, no. Repite un problema recurrente en la izquierda que no es otro que el sumarse a proyectos ajenos, a apoyar lo que pareciera ser la opción menos mala de la oferta del Poder y así pasan los gobiernos progresistas y la izquierda vuelve a empezar de cero.

¿O no fue eso lo que ocurrió con Alfonsín, a quien había que apoyar por su compromiso con la democracia contra el autoritarismo y también por su papel internacional de apoyo a las gestiones de paz para Nicaragua (Grupo Contadora) y el desarme universal ?. ¿Había otra opción para la izquierda entonces?, si que la había y lo intentamos con el Frente del Pueblo y la primera Izquierda Unida.

¿O no fue eso lo que ocurrió con la transformación del Frente Grande en una fuerza de estabilización del sistema, en alianza con los radicales del Pacto de Olivos, a quienes había que apoyar por sus definiciones antimenemistas y su supuesta simpatía por Cuba? ¿O es que se ha olvidado que en el mismo Foro de San Pablo se brindó por el triunfo electoral de la Alianza Frepaso U.C.R. que expresaba el cambio antineoliberal y el avance de una corriente latinoamericana que se abría paso en Brasil, Uruguay y México como decía Marco Aurelio, entonces dirigente del P.T. de Lula y hoy principal asesor internacional del brasileño?

Entonces, ¿es correcta la estrategia de la izquierda sectaria que ignora las contradicciones entre Kirchner y la derecha procesista y/o ultra «lamebotas»? Tampoco, porque traza mal la línea divisoria del campo popular, dejando del otro lado a amplisimos sectores que tienen voluntad de luchar contra la impunidad, por la integración de los pueblos latinoamericanos, contra la continuidad de los parámetros más significativos del modelo neoliberal como el caso de la privatización del petróleo o el patrón ultra regresivo de (no) distribución de la riqueza. Y además, de manera especial, porque ignora el juego político de los compañeros revolucionarios de Cuba, Venezuela, Bolivia y otros que buscan aprovechar a pleno las contradicciones puntuales y transitorias, pero reales y con efectos contundentes, de Kirchner con Bush como se mostró de un modo resaltado en el acto de Ferro donde se puedo expresar el sentimiento antimperialista y antiyankee de los pueblos latinoamericanos con el permiso del gobierno nacional.

Analizar las verdaderas razones de dichos desencuentros de Kirchner con Bush (que no son en todos los terrenos, por ejemplo en el sensible tema de la estrategia antiterrorista el gobierno nacional cumple todos los requerimientos como el mismo Kirchner se encargó de resaltar en el mensaje al Senado de la Nación del 20 de diciembre que se puede consultar en la web del Senado) exceden largamente los motivos de este trabajo pero conviene no confundir la necesidad de preservar la autonomía política frente a un proyecto hegemonista que ya ha demostrado poder subsumir fuerzas políticas enteras con la negativa a ver lo obvio. que hay una nueva relación de fuerzas en América Latina y así como Kirchner pretende jugar con la fuerza moral de la izquierda para construir su hegemonía, Fidel y Chavez buscan aprovechar sus necesidades políticas y económicas para romper el aislamiento de los que de verdad confrontan con el Imperialismo construyendo el ALBA y proponiendo a los pueblos de toda la América Nuestra la superación del capitalismo por el camino del Socialismo del Siglo XXI.

Ni la máscara de Fernando VII ni el disfraz del Chapulín Colorado; ni la subordinación al proyecto de relanzamiento del capitalismo ni la soberbia de creer que se avanzará hacia la revolución ignorando los procesos de unidad y lucha antimperialista de los pueblos latinoamericanos y despreciando sectores que más allá de su caracterización de Kirchner mantienen viva la voluntad de luchar por la liberación nacional y social y no de un modo retórico sino puntual, confrontando con las políticas que expresan el continuismo del neoliberalismo o la sumisión al imperio y haciendo propias aquellas, que por las razones que sean, expresan niveles de autonomía en el terreno internacional o en el de las políticas de derechos humanos, o el que sea…

Claro que se trata de cumplir con el exhorto sanmartiniano de abandonar la máscara de Fernando VII pero no para creernos listos para encabezar alguna revolución que sólo está en nuestras cabezas y así caer en la ceguera de no impulsar tal o cual acción sólo por el hecho que sean impulsadas o aún compartidas por sectores que no son antikirchneristas o son directamente kirchneristas

La tensión entre estas dos tentaciones que acosan a la izquierda son tales que exigen volver a aquella máxima metodológica del mismo Lenin: análisis concreto de la situación concreta para definir el marco de los aliados y el tipo de acción a realizar y poca adhesión a mecanismos de posicionamiento más o menos automáticos en un sentido opositor u oficialista.

Por qué?, por timoratos relativismos?, no porque los alineamientos automáticos a la oposición u al oficialismo puedan hacernos caer en el error de arremeter aisladamente contra el Poder despreciando o dificultando la incorporación de otros sectores que podrían ser parte de algunas luchas (por ejemplo, del reclamo de aparición con vida de López o de la aceleración de los juicios o de la nacionalización de Repsol YPF u otras empresas privatizadas, etc.) tanto como nos pueden inhibir de enfrentar clarisimas violaciones de los derechos humanos como la represión a los docentes en Santa Cruz o el proyecto de adaptación del Código Penal a los convenios internacionales contra el terrorismo por el viejo pensamiento de anteponer la «razón de estado» o el «interés del partido» a la postura de clase, cultura político que en la Argentina nos llevó, por ejemplo, a la constitución de la Unión Democrática (1945) o la sobrevaloración de los acuerdos del gobierno militar de entonces con Salvador Allende (1971) .

Dice Cortazar en su cuento Reunión, cuya referencia encabeza el articulo, que al soñar el Che que Fidel les ofrece su rostro como mascara para encabezar la lucha revolucionaria ni él, ni Raúl, ni Camilo aceptan la oferta y no por desdén o cobardía, es que en la hora de la lucha cada cual debe hacerlo con su rostro y su historia, con sus colores y sus olores, cada uno portando sus muertos y desaparecidos para crear entre todos un nuevo rostro de la izquierda donde todos se puedan reconocer y asomar así al tiempo latinoamericano nuevo.

Porque casi nada está escrito y previsto, porque no hay moldes ni copia que valgan sino la pura creación heroica de los pueblos.

Buenos Aires, 19 de abril de 2007

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