Charla de Presentación de la Catedra Antonio Gramsci, a cargo de de José Ernesto Schulman, de la Escuela Nacional de Cuadros: «Alberto Cafaratti», del Partido Comunista Argentino, en la Facultad de Ciencias de la Educación de Paraná, Provincia de Entre Ríos.
Sabrán ustedes que Gramsci reflexionó mucho sobre el sentido común.
Entre nosotros, el sentido común es que si un compañero viene al interior a dar una charla, se supone que llega desde Buenos aires, así que corresponde que les diga que soy santafesino, vivo en Rosario y he venido muchas veces a Paraná, sobre todo en primavera por razones que los de mi edad recordarán y podrán contarles de los famosos picnics de primavera en que se mezclaban santafesinos y paranaenses.
Es cierto que se podría empezar la Cátedra cualquier mes, cualquier estación del año. También es cierto que pocos meses son tan propicios para comenzar a estudiar Gramsci como es septiembre, así que voy a iniciarla con cinco postales de septiembre y voy a tratar de fundamentar para qué nos puede ser necesario el pensamiento de Antonio Gramsci.
La primer postal que les propongo es la del desfile militar desde Campo de Mayo a la Casa Rosada del 6 de septiembre de 1930.
Sin oposición popular cayó el Gobierno de Irigoyen y comenzó en la Argentina el largo ciclo de golpes de estado cuyo último episodio, y seguro el más feroz, fue el genocidio, si no iniciado, generalizado, por el golpe del 24 de marzo de 1976.
La izquierda argentina ha sufrido mucho en el ciclo de golpes de estado y no siempre se es conciente que fue de dos maneras: sufrió porque hemos sido objeto de la represión de todos los golpes, el del ‘30, el del ‘43, el del ‘55, el del ‘58, el del ‘62, el del ‘66 y especialmente el de 1976.
Padeció porque fue objeto de la represión y fue sujeto de la confusión.
La izquierda argentina concluyó confundiendo al ciclo de golpes con un «empate histórico» entre la democracia y el autoritarismo y terminó perdiendo de vista lo que estaba detrás de todo eso, que era una relación permanente de dominación basada en la alternancia entre civiles y militares.
Alternancia que alimentaba toda clase de contradicciones y disputas al interior del bloque de poder; que muchas veces reflejaban pujas al interior del imperialismo yanqui y de éste con el europeo (no olvidemos que hemos sido colonia de España y neo/colonia de Inglaterra primero y los EE.UU. después) con las consiguientes tensiones, pero era una alternancia que jamás perdió el sentido principal de mantener en funcionamiento al capitalismo argentino.
Uno de los grandes aportes de Gramsci es superar una visión simplista, meramente instrumental del Estado; es superar una visión limitada del Estado y proponerse pensarlo no sólo como una institución sino como un complejo de relaciones sociales de dominación en donde siempre hay coalición y consenso, apoyos populares y represión, donde siempre hay un Darío Santillán y un Maxi Kosteki asesinados en el Puente Pueyrredón y donde también hay elecciones en abril, donde al «malo» de Menem, se le opone el «bueno» de Kirchner.
El Estado en la Argentina ha sido siempre una determinada proporción de consenso y represión. Gramsci nos hubiera servido mucho para entender que detrás del ciclo de los golpes de estado había una relación permanente de dominación.
La segunda imagen que me viene a la memoria en septiembre es la del Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, bombardeado, en llamas y Salvador Allende combatiendo con ametralladora en mano a los militares que lo asaltaban. Aunque entonces no lo sabíamos el golpe del ‘73 en Chile marcaba el límite, el punto de contención a una oleada de ofensivas populares que había arrancado el 1ero. de enero del ‘59 cuando Fidel, Camilo y el Che entraron a La Habana; que había atravesado Centro América obligando a la invasión yanqui a Santo Domingo en 1964 para impedir una segunda Cuba y que había terminado con el asesinato de Ernesto Che Guevara en la sierra boliviana el 8 de octubre del ‘67; que había renacido y se había relanzado el 29 de mayo del ‘69 desde el Cordobazo argentino que se desparramó por toda América Latina y que comenzó a terminarse con el golpe de estado del ‘73 en Chile. Acción destructiva de la oleada revolucionaria que fuera completada con el autogolpe de Bordaberry, ’73, en Uruguay y el golpe de Videla, ’76, en la Argentina.
La generación del Cordobazo, la que protagonizó las grandes luchas populares y que luego sufrió la represión, constituyó su sentido común, su horizonte, su modo de pensar en ese clima político de ofensiva popular. Esa generación estaba preparada, estábamos preparados para la victoria y no para la derrota y por eso sufrimos tanto la derrota, la tortura, el asesinato, la traición y el quiebre.
Ese sentimiento de ser parte de una generación victoriosa tenía por lo menos dos costados en la Argentina: un costado en la Juventud Peronista que nutría su optimismo en la convicción de ser parte de una movimiento popular mayoritario y de seguir a un líder que hasta entonces parecía invencible. Perón había sido desplazado del gobierno en 1955 y 18 años después en 1973 regresó a la Argentina. Varios millones de argentinos concurrieron a Ezeiza a recibirlo.
El otro costado de convicción de victoria estaba en la tradición marxista. Tenía su raíz en el hecho históricamente visible para todos en aquellos días, de que el mundo cambiaba aceleradamente a favor del socialismo. El General Perón, al que nadie podrá adjudicarle simpatía por el marxismo, sabía explicar esto con un mapa, se ponía frente a él y decía que cuando era chico el sector ocupado por los rojos era pequeño y cuando fue mayor el espacio ocupado por los rojos comprendía medio planeta. Esa sensación de pertenecer a un movimiento que estaba cambiando la historia de la humanidad era un aliciente poderosísimo. Y dramáticamente demoledor resultó en la subjetividad de la juventud argentina la percepción brutal de la derrotas: la propia, en los actos de terrorismo de estado, y la no menos propia con la implosión del «socialismo real» sin que un solo comunista soviético cayera en su defensa, como si los veinte millones de vidas ofrendadas para derrotar al fascismo hubieran sido en vano.
La tercer postal es casi obvia: Gramsci es el gran pensador de la derrota. El nace en 1891. En 1913 se incorpora a la Juventud Socialista, escribe textos románticos espectaculares. Se inclina hacia el filósofo Benedetto Croce. En política se hace más o menos liberal. Cuando estalla la Primera Guerra Mundial se espanta de que los liberales asuman la defensa cada uno del gobierno de su país y enfrenten a los pueblos unos contra otros.
Entonces se encamina hacia el marxismo. Se acerca a las posiciones de Lenin en el movimiento socialista. Participa activamente en la lucha obrera; cree ir a la victoria con la insurrección obrera en Turín en 1920 y sufre la derrota por parte de Mussolini en 1922.
Sólo cinco años después del triunfo de la Revolución Socialista de Octubre en Rusia ya Mussolini era Jefe del Gobierno de Italia y sólo tres años antes había sido director del periódico Avanti, el órgano del Partido Socialista, el mismo partido al que pertenecía Gramsci.
La derrota : Jorge Obeid, el jefe de la Regional II de Montoneros, gobernador de Menem. Eso es la derrota.
Mussolini, el director del periódico socialista, es el jefe del fascismo. Esa es la derrota.
Por eso Gramsci va a dedicar buena parte de su reflexión a pensar la derrota y a pensarla en términos culturales muy profundos, filosóficos.
Pensando en cómo se sostenía la voluntad de lucha de la generación que creía ir a la victoria, él dice:« cuando no se tiene la iniciativa en la lucha y cuando la lucha misma termina por identificarse con una serie de derrotas, el determinismo mecánico se convierte en una fuerza formidable de resistencia moral, de cohesión, de perseverancia paciente y obstinada...»
Determinismo es pensar que los hechos sociales están predeterminados con anticipación por sus causas económicas y el aditamento de mecánico tiene que ver con un pensamiento vulgar según el cual el hecho económico determina el hecho social, cultural o político de un modo lineal y directo, cuestión que Gramsci jamás aceptó; lo combatió y superó.
Se pone en el lugar del derrotado optimista y dice: «he sido vencido momentáneamente, pero la fuerza de las cosas trabajan para mí y a la larga… venceremos.»
» La voluntad real, entonces, continúa Gramsci, se disfraza de fe en cierta racionalidad de la historia, en una forma empírica y primitiva de fatalismo, como que todo estuviera determinado, que aparece como un sustituto de predeterminación de la providencia de las religiones convencionales. Es menester poner de relieve que el fatalismo no es la forma en que los débiles se resisten a una voluntad activa.
Y concluye: «es necesario siempre demostrar la inutilidad del determinismo mecánico que es explicable como filosofía ingenua de la masa como tal, elemento intrínseco que da fuerza. Pero cuando es elevado a filosofía reflexiva y coherente por los intelectuales se convierte en causa de imbecil autosuficiencia de fragilidad.»
Gramsci está describiendo a la generación del ‘20. La misma descripción moral y filosófica valdría para buena parte de la generación del ‘70 y creo que está en la base de la pregunta que siempre nos hacen: cómo pudo ser que tanta gente que participaba en la lucha, se diera vuelta a la primera dificultad. Esta reflexión de Gramsci es de gran utilidad para pensar nuestra propia historia. Cuando se tiene fe en el triunfo irreversible, la derrota es una catástrofe y termina convirtiéndose, ya lo decía Gramsci sobre el modo de pensar la Revolución Francesa de 1789, en una historia de monstruos: una teratología [Estudio de las anomalías del organismo] que es el modo en que pretende contarse la historia de la Revolución en el siglo XX. Cuando se piensa que a la historia se la construye, la derrota es un momento de aprendizajes, no de culpas y claudicaciones.
Esa es la diferencia que termina explicando la continuidad de algunos militantes de los ‘70 y el quiebre de otros. Digo, una cosa es Tito Martín, Rogelio De Leonardi o el Chango Zamorano y otra bien distinta son Jorge Obeid, Eduardo Sigal o Rodolfo Galimberti.
Otra postal que se me ocurre es la del 11 de septiembre de 2001, el atentado o autoatentado a las Torres Gemelas en Nueva York.
¿Qué es lo que está atrás de las torres cayéndose? Lo que está detrás es el fin de la fiesta de la burguesía.
La Catedral de Notre Dame en Paris es uno de los edificios más hermosos de Europa, edificada por la burguesía parisina para festejar el exterminio de la Comuna de Paris en 1871, para festejar los 30.000 asesinados de la comuna parisina, esa fue la fiesta de la burguesía parisina a fines del siglo XIX.
La burguesía norteamericana festejó la caída de la Unión Soviética con una fiesta de diez años; durante toda la década del ‘90 celebro el fin de la historia, el fin de las ideologías, el crecimiento económico perpetuo, la omnipotencia y todos los elementos que nosotros conocimos como una partecita de esa fiesta: con la fiesta menemista, que era parte de la fiesta de la burguesía alemana, norteamericana, francesa…que construyó un mundo sin competencia, desaparecido ya cualquier agrupamiento estatal no capitalista o que por lo menos no esté subordinado a los Estados Unidos.
El mundo que construyeron Reagan y Bush padre es este mundo de guerra, injusticia, hambre, SIDA; un mundo que no se puede sustentar, un mundo que no puede mantener el nivel de consumo actual. Sí Estados Unidos usara su propia reserva de energía no podría mantenerse más de algunos pocos años y eso tiene que ver con la guerra de Irak y algunas otras guerras. Pero el agua tampoco alcanza y nadie sabe que va a pasar en el planeta cuando de los 6000 millones que somos lleguemos a 11 o12 mil millones, en no mucho más de 20 o 30 años.
El mundo que puso en marcha el triunfo del capitalismo es un mundo insustentable y su expresión es esta crisis que se ha desatado a nivel internacional de un modo torpe. La elite belicista y fascista pretende resolverlo con una gran guerra que es la desatada contra los pueblos del mundo de la cual ya llevan cobradas sus victimas en Afganistán y que piensan seguir en América con Colombia y Cuba.
Parte de ese plan es extraer hasta el último centilitro de sangre de América Latina, por medio del ALCA, y dominar militarmente a los pueblos con el Plan Colombia, que está en marcha y que en estos días pretenden realizar un ejercicio militar conjunto del ejercito de los Estados Unidos y quince ejércitos americanos en el campamento El Plumerillo, donde San Martín organizó el Ejercito Libertador. En 1915 Rosa Luxemburgo escribió un manifiesto que termina con una frase: Socialismo o barbarie. A finales del siglo XX y comienzos del XXI la barbarie está entre nosotros. El punto es que si los pueblos del mundo no se ponen en movimiento la barbarie terminara por destruir la vida humana.
La última postal ocurrió ayer mismo, 11 de septiembre de 2003 y está en los diarios de hoy: El presidente de la Unión Europea, el exponente político más importante de la democracia sofisticada del Primer Mundo ha admitido sus simpatías por el fascismo, se ha declarado admirador de Mussolini, ha dicho «que era un buen hombre y que no mató a nadie», lo dice Clarín. ¿Es un error de Berlusconi, un exabrupto, una provocación? Para nada, Berlusconi está proponiendo un camino de salida ante la crisis: volver a Mussolini y está repitiendo lo que dice Bush: «volver al fascismo».
Desde está perspectiva, múltiple y actual, nosotros proponemos estudiar a Antonio Gramsci, el gran derrotado de la historia, el antihéroe por excelencia, que intentó una revolución y lo derrotaron, fue elegido diputado y lo metieron preso, su mujer y sus dos hijos quedaron fuera de Italia y pasó 11 años preso sin verlos.
Se enfermó de niño y en la cárcel esa enfermedad le produce trastornos neurológicos con alteraciones nerviosas gravísimas. Durante el juicio el fiscal dijo textualmente: «hay que impedir que este cerebro funcione», y pidió la pena de 22 años.
Tratemos de ponernos en su lugar, de imaginarnos en su celda en la cual permanecerá hasta su muerte, con breves intervalos de internación hospitalaria y crisis nerviosas.
Está encerrado y el mundo por el cual luchó se cae a pedazos.
La Revolución italiana no sólo no triunfó sino que se convirtió en su antagónico. No son los Consejos Obreros sino los grupos fascistas organizados primero por los oligarcas y los terratenientes y después toda la burguesía para reprimir a los obreros industriales, en especial a los de la Fiat de Turín, los que gobiernan.
La revolución de la cual él había hablado y esperado tanto (que no es la rusa sino la húngara y la alemana porque se cumplía la predicción de Marx de que la revolución sería europea simultánea y en los países centrales) ha cesado: la revolución húngara ha sido derrotada y la revolución alemana traicionada por la socialdemocracia, uno de sus jefes es el que ordena el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknet. Deberían saberlo los que concurren a los cursos y seminarios de la Fundación Ebhert, que ha «convertido» a miles de ex-izquierdistas a las sucesivas variantes de lo que hoy es la Tercera Vía en Europa y el Consenso de Buenos Aires en América Latina.
Pero además el socialismo que sobrevivía, el ruso, empieza a tener dificultades enormes; es lo que se conoce después como stalinismo.
Gramsci sobrevive malamente y ni siquiera muere heroicamente, ni siquiera fue fusilado como nuestro Alberto Caffarati, tampoco aplastado su cráneo como el de Rosa Luxemburgo, no lo hizo con un arma en la mano como Rodolfo Walsh, ni dando miedo a sus asesinos como el Comandante Guevara: él murió en la cama y se sabe que así no mueren los héroes.
Ese hombre que es la imagen del derrotado en todos los aspectos, que muere a los 46 años luego de once años de encierro; en la soledad de la cárcel, durante no más de 5 o 6 años escribe 2848 páginas de cuadernos escolares y en esos cuadernos produce la reflexión más profunda que se haya escrito jamás sobre la derrota, sobre la dominación, sobre el papel de los intelectuales.
¿Porqué, entonces, estudiar a Gramsci en esta primavera? Porque todo saber es poder y el saber sobre el poder es el más poderoso y subversivo de los saberes.
Hay en la producción de Gramsci dos etapas bastante diferenciadas que pretenden a veces ser enfrentadas; ellas son: la etapa en la cárcel y la previa a ella. Esa producción arranca con un texto formidable «La rebelión contra El Capital» donde propone, provocadoramente, que el libro que escribió Marx había sido apropiado por una capa de intelectuales, a los que Lenin descalificaría como «economicistas», que habían transformado al marxismo en una especie de saber como un privilegio, un dogma.
En 1919 funda El Orden Nuevo que es una simple revista que se funda antes que el Partido Comunista. Tiene una característica que en América Latina va a reproducir la revista El Amauta, que combina crítica cultural con análisis político.
El Orden Nuevo, algo así como el sueño dorado de todo periodista de izquierda: luego de su fundación se constituye un movimiento en Turín, que son los consejos de fábrica, que no son ni el partido ni el sindicato, sino una organización del conjunto de los trabajadores que disputa la dirección de la empresa. Y en pocos meses incorporan a cerca de ciento cincuenta mil obreros industriales, en primer lugar a los de la Fiat de Turín, la fábrica más grande de occidente en ese entonces. Los obreros deciden que El Orden Nuevo sea su periódico produciéndose una simbiosis entre ese movimiento y esa revista.
El movimiento de los consejos de fábrica se extiende, los obreros hacen huelgas para que se reconozcan sus derechos, la huelga se transforma en una insurrección y la insurrección es derrotada. En 1921 Gramsci funda el Partido Comunista, en 1925 lo eligen diputado y en 1926 lo ponen preso.
Las notas que escribió Gramsci en la cárcel eran dispersas con las que se conformaron los libros. En las Notas sobre Benedetto Croce y el materialismo dialéctico, Gramsci advierte que hay que tomar de un autor sólo lo que haya editado, sólo hay que considerar lo que un autor ha revisado y estudiado.
Lo demás (correspondencia, por ejemplo) debe ser tomado con mucha distancia. Está es hoy una cuestión indirecta con Engels, quien había editado los tres tomos que Marx dejó en borrador, ya que Marx en realidad sólo había editado el tomo I. Hay que tomar esta consideración metodológica de Gramsci sobre el propio Gramsci y tener cuidado con todos los textos escritos sobre él, porque Gramsci no autorizó la publicación de ninguno.
En 1964 José Aricó por primera vez en le mundo traduce a Gramsci en un idioma que no es el italiano. Aricó era militante de la Juventud Comunista de Córdoba desde 1962
En los años 1964/65 constituyó el grupo Pasado y Presente y poco después se van de un Partido que primero los impulsa al encuentro con Gramsci y luego los pretende silenciar. Constituyen una escuela de marxismo, que no sólo difundió a Gramsci, también era un grupo afín al Comandante Guevara con quien colaboraron en su experiencia boliviana.
Pero en el exilio Aricó, Portantiero y otros sufrieron una transformación tal que los llevo a ser los principales impulsores del posibilismo radical en 1983.
En 1962 Pancho Aricó había escrito: «Gramsci fue por sobre todo un hombre de partido, interesado en el nuevo orden del Estado Socialista, del logro de la hegemonía del proletariado en la sociedad moderna y el papel que deben jugar los intelectuales en este nuevo estado, en esta nueva sociedad. Ante todo y sobre todo fue un político practico y por ello mal podríamos comprender en toda su magnitud las reflexiones gramscianas, si las apartáramos de su condición de militante y dirigente de la clase obrera italiana.»
Eso es certero, lo que articula y da sentido a la obra de Gramsci es este carácter militante, este carácter comunista no sólo en el sentido de pertenencia institucional, aunque no está de más recordar que Gramsci fundó el Partido Comunista Italiano y que también integró el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista.
Gramsci reflexiona sobre el porqué del fracaso de la revolución en Italia, Hungría y Alemania y lo primero es que tal interrogante no se puede responder al modo tradicional de la izquierda (que todavía persiste, al menos entre nosotros).
La primera pregunta en una reunión de la izquierda argentina sobre el fracaso de una huelga, de una sublavacion popular como la de diciembre 2001 o de una revolución es ¿Quién es el traidor?.
Ese es el método «científico» y se aplica en vastos espacios en esta izquierda. Encontrado el traidor se propone reemplazarlo y se resuelve el problema. Lo mismo ocurría en los años ‘20, pero Gramsci se rebela contra ese modo simplista de resolver las cuestiones teóricas y dice algo así como: La derrota no está ni en el Partido Comunista ni en la Socialdemocracia, la causa de la derrota está en el modo en que se ha luchado por la revolución. Se quiso luchar por la revolución del mismo modo que en Rusia y éste es el error. Porque en Occidente, entre el poder y el movimiento popular, hay un conjunto de construcciones, que si no las tomamos previamente, no podemos ir a la lucha por el poder. (no estoy citando, sino dando cuenta de su pensamiento con mis palabras)
Utilizó una metáfora militar. (El está escribiendo en la cárcel y tiene que pasar todo por la censura y además escribe antes de la II Guerra Mundial por lo tanto la última guerra conocida es la 1º Guerra Mundial, donde se cambia la estrategia militar de la carga de caballería a la guerra de trincheras; la carga de caballería es un destacamento que va al frente y puede ocupar la plaza enemiga, sólo pelea la caballería. La guerra de trinchera implica el conjunto de la sociedad; hay que alimentar a millones de hombres y acumular mucha energía para dar un pequeño paso).
La metáfora no es ingenua, él dice que la Revolución Rusa se hizo por un movimiento típico de la guerra de movimiento, un asalto al poder. Se apoya en Lenin, que muchas veces había escrito: que en Rusia había sido más fácil comenzar la revolución pero que iba a ser más difícil terminarla que en Occidente. Pensaban que en Rusia se iba a dar el inicio de la revolución pero las batallas decisivas se iban a dar en Francia, en Alemania donde estaba el mayor desarrollo económico y cultural.
La idea de la trinchera lleva a un proceso de complejización de la cuestión del poder. El poder entonces no es ya «el zar», «el emperador», «el rey y su ejercito» sino que el poder es un conjunto de relaciones que se extienden por toda la sociedad. Define al estado de varias maneras, una: consenso más cohesión; otra: sociedad civil más sociedad política.
Una de las banalizaciones que se ha hecho de Gramsci es transformar la sociedad civil en algo bueno y la sociedad política es mala.
Lo que Gramsci dijo es que el estado es la sociedad política (o sea lo que comúnmente se entiende por institución estatal) y la sociedad civil.
El concepto de hegemonía no se puede comenzar a discutir sino se vinculan estos dos conceptos anteriores a la reflexión más profunda de Gramsci. Con este concepto que empieza a incorporar a las clases que no sólo dominan, también dirigen; no sólo aplastan, también convencen; no sólo reprimen, también seducen.
Ese es el concepto de hegemonía. No sólo lo matan a Darío y a Maxi en el Puente Pueyrredón, también llaman a votar por Reutemann a los mismos inundados de Santa Fe.
Gramsci vincula por eso guerra de movimiento, guerra de posiciones, hegemonía, dominación, dirección, sentido común, todo eso y otras cosas más, sólo se pueden pensar en términos históricos. Si lo presentamos de modo secuencial (yo lo presenté de modo conceptual) empieza [el lector] a pensar: porque fracasó la insurrección de Turín y dice que fue porque los campesinos no lo apoyaron ¿por qué no lo apoyaron? Porque en Roma vive el Papa y se sabe que la religión es «el opio de los pueblos» y tiene mucha importancia.
Gramsci dice: «sino se entiende la cuestión vaticana no se puede entender el fracaso de la insurrección de los obreros de la Fiat.»
Esta planteando que todo esto es una construcción histórica, es una gran orientación metodológica. No se trata de autojustificarnos mirando la historia, pero si no tenemos una mirada histórica, de cómo se construyó la hegemonía cultural, no la podemos superar.
Cuando Marx analiza el capítulo de acumulación originaria del capital, capitulo XXIV del Tomo Uno de El Capital, después de haber explicado que el capital es una relación social, dice que quien ejerce la dominación económica bajo la forma de capital, no sólo consigue recuperar el dinero invertido sino que lo incrementa y para eso debe haber una reproducción de las condiciones sociales en que ese producto se realizó.
En realidad dice: la acumulación originaria del capital se realiza por mecanismos extraeconómicos. El capital nació chorreando sangre y barro de los pueblos americanos exterminados por el invasor colonial español, de los pueblos africanos explotados y esclavizados por los europeos, de los pueblos asiáticos transformados en sirvientes por el imperialismo europeo.
El tema de los mecanismos extraeconómicos a veces se pasa de largo y tiene como orientación metodológica una importancia principal.
Porque se dice fácil: «en la Argentina la cultura de izquierda es débil». ¿Pero dónde están los 30.000 desparecidos, la picana, la tortura, el terror y la muerte? ¿O es que acaso la cultura dominante en la Argentina se impuso por razones culturales?, ¿se impuso porque Grondona y Neustadt eran más inteligentes que Agustín Tosco y Rene Salamanca? No, se impuso porque la Triple A y el ejército tenían mayor poder de fuego que el movimiento popular.
No se trata de autojustificarnos o de justificar todo, sí de pensar, en términos reales, cómo se construye la hegemonía.
La imagen de Gramsci que se da en las universidades es la de un Gramsci dedicado a los problemas culturales, un constructor de los consensos, entendidos estos como acuerdos tomados libre y democráticamente.
Ocurrió con Gramsci lo que él había analizado respecto de Maquiavelo, cuya obra es utilizada aún por los enemigos históricos dado el valor metodológico que encierra, más allá de las intenciones de Maquiavelo.
Gramsci dice: «¿para quién escribe El Príncipe, Maquiavelo?». Para los que no son príncipes; los que son príncipes son educados como príncipes y no necesitan del libro de un extraño que le diga cómo gobernar. Maquiavelo escribe El Príncipe para los que no son príncipes y por eso la metáfora va a ser El Nuevo Príncipe, que es el partido que el pueblo, los trabajadores se construyen.
Dice Gramsci: » El príncipe moderno, el mito-príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva, reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Ese organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político.
Gramsci agrega:»el maquiavelismo, al igual que la política de la filosofía de la praxis, ha servido para mejorar la técnica política tradicional de los grupos dirigentes conservadores, pero esto no debe enmascarar su carácter esencialmente revolucionario.»
Y eso vale estrictamente para el Gramsci que nosotros reivindicamos
Se lo ha pretendido usar para justificar la claudicación del «progresismo» ante el altar de la democracia representativa, so pretexto de la comprensión de la categoría hegemonía; se lo ha querido usar para borrar el carácter principal de las relaciones sociales de producción sobre el conjunto de la vida social como elemento [objeto] económico, so pretexto de su lucha contra el determinismo mecánico; se lo ha querido usar para abjurar de la organización revolucionaria so pretexto del rol de los intelectuales, la lucha al interior de la sociedad civil, la construcción de contrahegemonía y de una voluntad popular transormadora; y también se ha intentado borrar la política del centro de la lucha de clases, so pretexto de la importancia de lo cultural; pero todos estos pasos han sido en vano.
Pasado el furor de la moda con que irrumpió en la universidad de la pos dictadura (que algunos denominan democracia, así sin apellido, y por lo tanto falsa), a la vista del fracaso estentóreo de la llamada «transición democrática» y de lo revelador que ha sido el paso de los «progresistas» por el gobierno de la Alianza, Gramsci vuelve a aparecer, ante propios y extraños, en su inalterable carácter revolucionario de la tradición comunista, de la misma fibra que su amado Lenin y con una increíble coincidencia filosófica con alguien que él no podía conocer y que tampoco lo conoció a él: nuestro comandante Ernesto Che Guevara, por su concepción del hombre nuevo y del papel de la voluntad en la transformación de las correlaciones de fuerza; éste trajo la filosofía del sardo muerto en la década del ’30, a la luminosa década del ‘70.
Es nuestra tarea hacerlo praxis en este nuevo siglo.
La cátedra, humildemente, tratará de aportar a ello.
Preguntas de los participantes:
P: ¿Cuáles son las principales categorías que aporta Gramsci al marxismo?
R. Intentemos presentar un esbozo de un mapa conceptual del pensamiento gramsciano. La secuencia sería: 1) Traducción; 2) guerra de movimientos/guerra de posición; 3) Sociedad civil/sociedad política; 4) Estado como conjunto de relaciones de dominación: concenso + coerción; 5) Sentido común; 6) Importancia de los intelectuales y de la lucha cultural; 7) de un modo central: el concepto de Hegemonía; 8) la construcción de una voluntad popular colectiva, bloque histórico; 9) el Partido como el Nuevo Principe y 10) la importancia de la voluntad para modificar la «realidad».
Claro es, que la idea es abordar el conjunto de estas herramientas, en su inter/relación y su vínculo con la realidad nacional, a lo largo de la Cátedra que hoy inauguramos. Quisiera, sin embargo, decir algunas pocas cosas sobre estas categorías.
Lo primero es prestar atención al carácter sinfónico del pensamiento de Antonio Gramsci: no se pueden leer las categorías como estructuras de análisis autónomas, sino como notas de una sinfonía que adquieren sentido y vitalidad en su relación y en su conjunto. En realidad, la única posibilidad de burlar el sentido de su pensamiento es fragmentándolo, sacándolo de contexto y todos los procedimientos típicos del positivismo aplicado a las ciencias sociales.
Al reflexionar sobre las causas de la derrota italiana, Gramsci dirá algo muy llamativo: no conocíamos suficientemente nuestro país. Para él, traducir, es aplicar las categorías del marxismo a la realidad históricamente constituida y por ello, para él, se disipan las distancias entre política e historia, filosofía e historia, marxismo e historia dado que solo en su devenir son comprensibles las categorías y las «leyes» del marxismo.
De esa traducción surge una diferencia fundamental entre la Rusia de los zares, en la que triunfó la revolución, y la Italia de la tardía unificación nacional y el Vaticano. Aquí dirá él: todo será más difícil porque el poder se extiende en una red de organizaciones sociales donde el pueblo participa y cree estar ejecutando su propia voluntad, cuando en realidad son como trincheras, como una telaraña; agregaría yo: donde la cultura dominante, el sentido común, los límites que el sistema admite para la lucha popular, encarnan en una «sociedad civil» que deberá «tomarse» en una guerra de movimientos en la que se irá resolviendo la cuestión de la organización autónoma de los trabajadores, la sustitución del sentido común, reaccionario, por un «buen sentido» para lo cual resulta decisivo la lucha en el plano cultural, a la que no se limita a lo artístico cultural como pretende la burguesía, y los intelectuales orgánicos de la clase.
Desde esta concepción se vuelve a pensar toda la teoría de partido para concebirlo como el constructor de una voluntad popular, de un bloque histórico, para lo cual el partido en sí es en cierto modo desde el principio, o mejor dicho, un germen de esa voluntad colectiva.
Voluntad, subjetividad, militante, creación popular, términos todos que fueron revalorizados luego de las derrotas de los ‘90, la local contra el menemismo, y la internacional, del «socialismo real» contra el capitalismo global que recién entonces pudo desplegar en todas sus dimensiones la globalización neoliberal que aún sufrimos.
P. Si el Partido Comunista alguna vez prohibió a Gramsci, ¿cómo se explica esta cátedra?
R. El Partido Comunista Argentino fue el primer partido en el mundo que tradujo a Gramsci.
La expulsión del grupo Pasado y Presente de Aricó, fue una tragedia para el Partido Comunista y clausuró una etapa de renovación al principio de los años ‘60.
Si se hubiera profundizado y empalmado con una lectura correcta de la Revolución Cubana, hubiera permitido al PC renovarse en serio; por el contrario el dogmatismo que imperaba entonces expulsó al grupo de Aricó y clausuró la lectura de Gramsci. Los comunistas constituían por esa época una corriente política muy importante y su pérdida de renovación cultural le impidió jugar el papel que debía jugar y eso tiene que ver con que otros tuvieron que asumir papeles para los cuales no estaban preparados, y tiene que ver con la derrota de los ‘70, y tiene que ver con todos nosotros, no solamente los que estábamos en el PC. Fue una verdadera desgracia, y no solo para los comunistas.
Pero Gramsci también tiene que ver con la recuperación del PC; todos cuentan el episodio de los ‘60, de lo que no se habla es que el viraje del PC en 1986, tiene que ver o se basó, entre otras cosas, en al recuperación del pensamiento de Guevara, Mariátegui y Gramsci.
Ya en 1984/85, Ariel Bignami publicaba en Cuadernos de Cultura artículos de reivindicación de Gramsci, o tiene que ver con que en el año 2000 la Escuela del partido renació con el logotipo de la imagen de Gramsci y hacemos esfuerzos para pensar la realidad desde estos paradigmas.
P. ¿Por qué tantos militantes de los ’70 son hoy funcionarios del gobierno o defensores del posibilismo más derechista?
Ayer participé en un debate sobre los ‘70. Vinieron compañeros que estuvieron en la Cárcel de Coronda. Se hizo una reflexión. La pregunta fue: ¿Qué nos pasó para llegar a ésta situación? Traté de explicar cómo en los años ‘60, ‘70 se constituyó lo que podríamos llamar el sentido común de la izquierda, en ese clima de ofensiva revolucionaria mundial; en ese clima donde la clase obrera peronista era la columna vertebral del movimiento peronista se hizo sencillo adoptar el campo de los humildes y soñar con la victoria.
No se hace un genocidio porque sí. Nadie se levanta una mañana y decide matar 30.000 tipos. Nadie le dice a un oficial del ejército que atraviese a un bebé de tres meses con la bayoneta o que le ponga la ametralladora en la vagina a una mujer y tire o que haga violar a dos presos entre sí (estoy provocando a propósito) porque no estamos hablando de cosas «normales».
Así nomás no se llega al «terrorismo de estado» porque sí. Se necesita un contexto internacional y un cierto clima interno. La burguesía argentina, la que sigue en el gobierno, un día dijo vamos a hacer eso y llegaron a esa decisión porque tenían pánico de perder el poder, porque temían al movimiento popular, porque temían que esa oleada, que estaba por Chile, por Perú, que venía de Cuba, que recorría América Latina, se les metiera en el patio de la casa. Puede ser, miradas las cosas desde la perspectiva histórica que fueran tan exagerados como lo éramos nosotros en nuestras posibilidades de triunfar. Pero eso es fácil decirlo ahora. Pero una vez que tomaron la decisión y la aplicaron se produjeron transformaciones profundas.
Pensando en la derrota de la Comuna de París en 1871 Federico Engels escribe en una carta: «Lo más grave de una derrota es que los pueblos olvidan las razones por las cuales lucharon».
Una parte de la radicalización que hubo en la Argentina se originó en una capa de la juventud urbana de la mediana y pequeña burguesía comercial industrial; lo que se llama o se llamaba, la intelectualidad progresista nacional revolucionaria; que sacó conclusiones terminantes de la derrota: que no valía la pena intentarlo más. Y buena parte de los que participaron se pasaron al posibilismo. No como Gramsci que en el pozo más profundo se puso a pensar cómo iba a ganarle la partida a Mussolini
Dice Gramsci: «El realismo político «excesivo», y por consiguiente superficial y mecánico, conduce frecuentemente a afirmar que el hombre de Estado debe operar en el ámbito de la realidad efectiva, no interesarse por el deber ser sino, únicamente, por el ser, lo cual significa que el hombre de Estado no debe tener perspectivas más allá de su propia nariz» También dice: «El político de acción es un creador, un suscitador, más no crea de la nada, ni se mueve en el turbio vacío de los deseos y los sueños, se basa en la realidad efectiva.
¿Pero qué cosa es la realidad efectiva? Es quizá algo estático e inmóvil y no sobre todo una relación de fuerza en continuo movimiento y cambio de equilibrio? Aplicar la voluntad a la creación de un nuevo equilibrio de las fuerzas realmente existentes y operantes, fundándose sobre aquellas para desafiar al poder. Si algo es definitivo en Gramsci es que el sujeto de la historia es el pueblo y establece una relación entre sindicato, partido y pueblo, donde todo debe estar al servicio del protagonismo popular, lo llama «la construcción de una voluntad nacional».
Pienso que esa voluntad nacional, este sujeto pueblo, estuvo afectado en los ‘60 y ‘70 por diversos problemas que tenía la izquierda. Confusión de la tarea que había que cumplir, por lo tanto, el tipo de agrupamiento que había que construir.
Lo que tendría que haber hecho el PC, y no hizo, es haber impulsado el agrupamiento consecuente de todas las fuerzas que estaban comprometidas con el proyecto socialista, no para encerrarse en una especie de ghetto de los esclarecidos, sino para gestar, desde este núcleo, una unidad popular mucho más amplia. Ese emprendimiento, que no fue asumido por ningún proyecto de los que actuaban, estaba dificultado por la visión que Montoneros tenía del peronismo, al que consideraba movimiento de liberación nacional en sí, y ellos se consideraban la fracción de izquierda de ese movimiento, reclamando al resto de la izquierda apoyo en su lucha contra la derecha del movimiento. Era una dificultad que excedía al PC. Si bien es cierto que el PC no hizo mayores esfuerzos para agruparse y unirse con la izquierda. La otra dificultad, desde la perspectiva gramsciana, fue que tampoco Santucho pasaría muy bien un análisis de su iniciativa. Lejos estaba el PRT de promover la construcción de una voluntad nacional popular transformadora.