La responsabilidad del «progresismo» en la crisis argentina


Seminario Internacional: «Crisis, Revolución y Socialismo» realizado en Buenos Aires en 1999 por  Cuadernos Marxistas

1. Explicitación de propósitos

Si algún símbolo característico tiene la democracia argentina es el de la impunidad.

Impunidad para los genocidas de ayer y los represores de hoy, impunidad para los impulsores de un rumbo económico que ha desembocado en la más grande crisis de su historia (incluida la tan famosa del ’30), impunidad para los políticos que pactaron con la dictadura la «transición democrática» y se hicieron cargo de todas y cada una de las propuestas que el bloque de poder requería desde el ’83 en adelante.

Con esta ponencia nos proponemos poner de relieve la responsabilidad de una corriente política/ideológica de larga data en la Argentina, cuya responsabilidad en la crisis argentina, específicamente en la ausencia de una alternativa política verdadera que haga visible la responsabilidad de los políticos del ajuste y la posibilidad de su castigo, es en general ignorada aún en ámbitos como este, o mejor dicho, especialmente en ámbitos como este.

Nos queremos referir a la responsabilidad del progresismo (más adelante trataremos cobre lo relativo del término) en la crisis argentina

Al papel que ha jugado en debilitar, agredir, frustrar o degradar los esfuerzos que en los últimos años se realizaron en procura de superar la carencia más dolorosa del movimiento popular argentino, una alternativa política verdadera al gobierno de turno, el modelo vigente y el sistema capitalista que sufrimos; así como su consecuente «apoyo crítico» a todas las formas que el sistema de dominación fue adoptando para superar los niveles de resistencia y desafío que el movimiento popular conseguía gestar..

Es bueno que hablemos un poco de su apoyo «por izquierda» a los procesos de adaptación reaccionaria de los partidos políticos que históricamente representaron los anhelos democráticos y redistribucionistas de los sectores populares argentinos.

Nos referimos al Alfonsinismo en el Radicalismo y a la Renovación en el Peronismo que fueron las operaciones políticas -que con máscaras democratizantes y modernizantes- prepararon el viraje copernico que el bloque de poder requería de estas partidos para ser útiles ordenadores de un sistema de dominación a~ servicio del modo neoliberal de ser del capitalismo argentino.

Estamos pensando en su concurso recurrente al discurso chantajista de «democracia o caos» primero y al de «estabilidad o caos» después; a la hostilidad y el sabotaje de las iniciativas de unir a la izquierda que representaron el Frente del Pueblo y la primera Izquierda Unida con el latiguillo de lo que había que cambiar era el discurso y ser una fuerza que “no solo proteste sino que tenga propuestas”, de la frustración del esfuerzo de unidad de sectores de la izquierda y el centro izquierda que significó en su momento el Frente del Sur y el primer Frente Grande así como de la desesperada carrera al poder que representó el Frepaso, la Alianza y su presencia en el gobierno de De la Rúa.

Ahora que el Frente Grande (última o ya penúltima forma de existencia institucional del progresismo argentino) ha dejado de existir como fuerza política autónoma para subsistir malamente como corriente interna del radicalismo, ahora que los autoconvocados “a renovar la política con la gente, desde la ética y progresista» se disgregan como una banda de ladrones que ya no puede seguir su cometido; ahora -como sabía decir el viejo Hegel- en que el fenómeno social deja de existir, es el momento en que se ponen a prueba los conceptos con que se trató de explicarlo en sus horas de esplendor.

Para ello proponemos aplicar un triple análisis: histórico, para rastrear sus orígenes y antecedentes, establecer los elementos de continuidad y de ruptura que existen entre el «progresismo» tradicional y el vigente; universal, porque hay que pensar al progresismo argentino como parte de un esfuerzo más vasto por instalar lo que en Europa llaman la tercera vía» y en nuestro Continente se expresó en el «nuevo camino” que predicaban los políticos progresistas latinoamericanos y plasmaron en el llamado «Consenso de Buenos Aires» de diciembre de 1997, y complejo para identificar los matices que existen en un campo marcado por la indefinición y el relativismo programático entre las corrientes que derivan más directamente de la tradición liberal de las que lo hacen de la tradición nacional populista.

 

2. La perspectiva histórica.

Durante cerca de cuarenta años, aproximadamente entre 1945 y 1985, en el imaginario popular el escenario político argentino se representaba -casi excluyentemente- por un par de partidos que simbolizaban uno el progreso social, el peronismo, y el otro la defensa de la democracia como sistema de vida, el radicalismo.

Al espacio formado por el ala más cercana a la defensa del sistema democrático del peronismo, y el ala más comprometida con la justicia social del radicalismo, se le llamó progresismo. Allí convergían también los sectores partidarios de Lisandro de la Torre en el Partido Democrático Progresista, varios sectores socialistas y el propio Partido Comunista que desde 1928 a 1986 sostuvo una propuesta de revolución democrática burguesa que procuraba- en vano- combinar en la misma matriz cultural: el progresismo, el antiimperialismo y aún el antiimperialismo y aún el anticapitalismo.

El viraje del Partido Comunista arrancó a esta fuerza de dicho espacio, aunque la cultura política del “frente democrático nacional” ha persistido en amplios sectores que se auto definen como “progresistas” y han formado, históricamente, parte de la cultura comunista ortodoxa.

El progresismo histórico ha sido funcional a dos de las características distintivas del capitalismo argentino durante los cuarenta y cinco años que van del `30 al `75: la combinación de un capitalismo relativamente distributivo, con un fuerte papel del Estado en la promoción de los negocios de la burguesía y el respeto de algunos de los derechos sociales más elementales en el plano de la supervivencia;. con la alternancia de gobiernos civiles, resultantes de elecciones regidas por la Constitución Nacional, y dictaduras militares surgidos de golpes de estado militares, progresivamente represivos del movimiento popular.

El progresismo histórico constituyó durante aquellos años una de las respuestas posibles a fenómenos objetivos, y encontraba en la dinámica real del funcionamiento capitalista la razón de existencia.

El progresismo histórico nunca llegó a jugar un papel protagonista central en la política argentina, más bien constituía el coro que las corrientes hegemónicas de uno u otro partido de la burguesía podían ora incorporar como fuerza de apoyo, ora mostrar como fuerzas que la amenazaban para mejorar las condiciones de sus acuerdos con el imperialismo.

El progresismo histórico colapsó junto con la burguesía nacional que le daba sentido, en su lugar emergió un nuevo progresismo, más bien un centrismo, estrictamente ideológico (en el sentido clásico de falsa conciencia), fruto del impacto de la derrota de las fuerzas revolucionarias locales (1976) y mundiales(1989) en la cultura política tradicional del progresismo histórico.

El progresismo contemporáneo acepta muchas de las ideas fuerzas del neoliberalismo: no hay espacio para la revolución ni tampoco para las reformas de ayer, la ideología, las organizaciones y los militantes revolucionarios son cosa del pasado, la globalización y la nueva correlación de fuerzas internacional son realidades inmodificables, la soberanía es hoy limitada, el horizonte de lo posible está marcado por la democracia representativa, la utopía más osada se agota en lucha por la limitación de los niveles de corrupción y actividades mafiosas, así como por lograr ciertas correcciones a los efectos sociales del neoliberalismo.

En los últimos veinte años, los argentinos hemos sufrido tres oleadas posibilistas que alimentaron progresismo contemporáneo: el posibilismo alfonsinista que expresó el balance derrotista de una capa de intelectuales “arrepentidos» de haber aportado lo suyo al ciclo de ofensiva popular de los finales de los ´60 y comienzos de los ´70, la renovación peronista que comenzó el proceso de actualización realista de las consignas históricas del peronismo que culminó en el menemismo y el chachismo frentegrandista que, luego de la Caída del Muro de Berlín y la debacle de los gobiernos socialdemócratas europeos, integró y potenció ambos movimientos anteriores en un culto a la correlación de fuerzas adversa y la necesidad de «hacer lo que la gente quiera» que terminó siendo lo que el poder permita.

Todos estos movimientos ideológicos pueden resultar incomprensibles sin recordar que el golpe de estado de 1976 constituyó una verdadera contrarrevolución preventiva que asumió tareas reorganizadoras del capitalismo argentino. Que no solo destruyó los niveles de acumulación de fuerzas revolucionarias que había en la sociedad argentina sino que también superó las disidencias histórica -en el propio bloque de poder- sobre el modelo de desarrollo a aplicar y que produjo modificaciones no solo en el campo obrero y popular, sino en el campo burgués donde se constituyó una sólida hegemonía a favor de su sector más concentrado, entrelazado con las multinacionales y la banca internacional en una posición de subordinación, más vinculado a los negocios financieros y mafiosos.

Desde esa posición hegemónica, con el apoyo para nada sutil de la fuerza de las armas de la dictadura y sus grupos de tareas primero, y con la fuerza cultural con que el capitalismo venció en la Guerra Fría después, fueron subordinando casi todas las herramientas de hegemonía con que había dominado la burguesía nacional en el periodo del capitalismo distributivo: el peronismo y el radicalismo, es sindicalismo de la C.G.T., la FUA de Franja Morada y el MNR, la intelectualidad “progresista”.

En los primeros años pos dictatoriales la discusión con el posibilismo asumió contenidos muy precisos: ¿cuál era el destino de la “transición democrática”: punto de llegada desde el horror de la dictadura o punto de partida para retomar la lucha por los cambios en un sentido revolucionario?

O dicho de un modo más directo, ¿si en la Argentina -y en toda América Latina- era posible emprender un proceso de cambios revolucionarios o si las condiciones de la correlación de fuerza hacían que algunas cuestiones fueran teóricamente justas pero políticamente impracticables, como predicaban Alfonsín y su coro. Por ejemplo, todos reconocían que la deuda externa era impagable pero se negaban sistemáticamente a recorrer el camino del Club de Deudores y la discusión de la legitimidad de la deuda, nadie dudaba de la ferocidad de los genocidas, pero se negaron a castigarlos.

El debate fue rápidamente al encuentro de una cuestión aún más compleja: el balance de la lucha social y política -desafiante del poder- que transcurrió en la Argentina entre 1969 y 1975 y la actitud a adoptar frente a aquella lucha.

El discurso posibilista, que predicaba el alfonsinismo, y que terminó en la charca de los “dos demonios”, la traición de Semana Santa y la infame política de impunidad que representaron las leyes del Olvido y el Punto Final, era alimentado por un grupo de intelectuales entre los que resaltaban Juan Carlos Portantiero, José Aricó y José Nún, quienes habían sido en los años ´60 y ´70 parte destacada de la intelectualidad más critica y más comprometida con el pensamiento marxista, gramsciano y guevarista de la Argentina; pero que ahora asumían el discurso de los “vencedores”: “los cambios son irreversibles, la época de la revolución, y aún de la reforma, han pasado; que nunca se debió luchar, que la derrota estaba predestinada” e incluso, que “toda forma de violencia política es mala de por si”

Discutiendo las consecuencias de la caída de la Comuna de París, Federico Engels decía que lo más doloroso de las derrotas es que los pueblos olvidan las razones por las cuales lucharon y Carlos Marx escribió que “la canalla burguesa de Versalles puso a los parisinos ante la alternativa de cesar la lucha o sucumbir sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera hubiese sido una desgracia enormemente mayor que la caída de número de cualquiera de jefes”.

El viraje del Partido Comunista nació -y ese es uno de nuestros máximos orgullos- luchando contra ese posibilismo que nos acosaba en nuestras propias filas.

En octubre de 1984, en Rosario, en el primer acto de homenaje al Che, Patricio Echegaray, entonces secretario de la Federación Juvenil Comunista, sale a enfrentar el discurso oficial posibilista. Dirá: la lucha del pueblo argentino, de sus organizaciones sociales, políticas, incluidas las que eligieron el camino de la lucha armada para abrir paso a la liberación fue una lucha justa y la discusión debe esclarecer cuales fueron las causas que impidieron el triunfo. Y no arrepentirse de haber luchado.

La tesis de democracia o caos (jugando con el terror a la represión y el golpe) complementada con la advertencia de que para salvar la democracia había que ajustar la economía para no disgustar a los dueños del poder real, se va a repetir como discurso justificatorio del ajuste hasta el día de hoy.

Cambia a veces el cuco, pero el chantaje es siempre el mismo: si no hacemos esto se enoja el mercado, si no hacemos aquello se enojan los militares. Es la lógica del pensamiento colonizado que busca transformar a la víctima en victimario, al ofendido en responsable de la violación sufrida.

Alfonsín dedica varios discursos a polemizar con los impulsores del viraje comunista. Son los discursos de Villa Regina, del predio de Parque Norte y otros.

Primero plantea que “a los que se niegan al Plan Austral les decimos que no son de acá” pretendiendo establecer que los opositores son extranjeros, y si son extranjeros no tienen derecho a participar en la vida política.

Lo dice sin eufemismos: si no estás de acuerdo con el plan de ajuste no sos argentino, si no sos argentino te podemos reprimir sin problemas. Es el mismo discurso de Menem en 1990 cuando les dice a los estudiantes secundarios que pelean contra la Ley Federal de Educación: ojo con lo que hacen porque puede volver a haber nuevas Madres de la Plaza buscando sus hijos.

El discurso de negar la nacionalidad para negar los derechos ciudadanos remite al discurso de los colonialistas españoles que justificaron el genocidio de los pueblos originarios con el recurso de negarles el carácter de seres humanos so pretexto de que no reconocían el Dios de los blancos europeos, el Dios de la Iglesia Católica. Los indios, decían, no son humanos, son sub humanos y por ello se los puede matar, torturar, esclavizar, lo que la conquista requiera. Los subversivos dirían los militares argentinos, no son humanos, son sub humanos a los que se les puede torturar, descuartizar o tirar vivos al mar.

Hernán Cortez, Rafael Videla, Raúl Alfonsín, Carlos Menem. Todos utilizan el recurso de negarle identidad igualitaria al otro para imponerse y destruir el opositor a la conquista.

El otro tema que aborda Alfonsín es el de la violencia.

Acusa que los debates del XVI Congreso del Partido Comunista han reinstalado el tema de la violencia en la Argentina, y que eso pone en peligro la democracia. La teoría de los dos demonios adquiere así extensión ideológica. Son culpables de lo que pasó no solo los que practicaron la violencia sino quienes la justifican.

Y termina su andanada con una exhortación a comprender los cambios mundiales para abandonar toda idea de revolución, o aún de reforma, llamando a consolidar la democracia porque ésta irá resolviendo los problemas de la gente, que los reclamos inadecuados la debilitan, y que por ello la lucha obrera y popular es reaccionaria. En diciembre de 1985 dirá textualmente: “no hablemos más de reformas o de revolución, discusión anacrónica; situémonos en cambio en el camino acertado de la transformación racional y eficaz”

En su momento, el debate entre el presidente Alfonsín, en la plenitud de su prestigio internacional y nacional, contra el debilitado Partido Comunista del inicio del viraje parecía algo fuera de lugar. Sin embargo Alfonsín es uno de los políticos burgueses de mirada más estratégica y de mayor conocimiento de la cultura política argentina, y el viraje le causaba una preocupación verdadera.

Por una lado, el nuevo discurso comunista estaba afectando el mito político más extendido de la Argentina, que no es el de Evita o el de Perón, sino el mito de que los radicales son gente comprometida con los derechos humanos, mito que no resiste el menor análisis histórico pero que ha persistido por mucho tiempo en la Argentina y ha sido uno de los valores fundamentales del pensamiento progresista.

El primer presidente radical, Don Hipolito Irigoyen consintió la masacre de la Patagonia Rebelde y la Semana Trágica, el mismo Humberto Illia, presentado como el paradigma democrático argentino, ordenó a sus fiscales que rechazarán la personería electoral de los comunistas alegando “falta de compromiso con la democracia” y obteniendo un fallo judicial de rechazo de la personería en marzo de 1966, su caudillo histórico Ricardo Balbín clamaba por el aniquilamiento de la guerrilla fabril y en Córdoba le prestaron cien dirigentes radicales a Videla para ponerlos de intendente, el Dr. Alfonsín es el que elaboró y construyó la política de impunidad en base a las leyes de Punto Final, las leyes del olvido y los acuerdos con Rico en Semana Santa.

Así pues, que nadie debería haberse sorprendido cuando el gobierno de la Alianza debutó matando a los compañeros Mauro Ojeda y Francisco Escobar en el puente de Corrientes, practique la judicialización del conflicto social y el gatillo fácil con tanto entusiasmo como su antecesor menemista

Pero lo que más le preocupaba a Alfonsín era que al romper con la política del Frente Democrático Nacional, paradigma clásico del pensamiento progresista en la Argentina, y recuperar plena autonomía e independencia política, el Partido Comunista dejaba de ser una fuerza política tolerable, dejaba de ser una fuerza potencialmente utilizable en alguna operación política y se transformaba en una verdadera fuerza opositora que ocupaba su lugar en la izquierda, y que por trayectoria, por influencia histórica, por haber sido el canal principal por donde transcurrió la cultura revolucionaria argentina, un Partido Comunista con política de unidad de la izquierda fortalecería rápidamente el espacio de la izquierda argentina como efectivamente ocurrió con la formación del Frente del Pueblo

Aquel primer esfuerzo de unidad de la izquierda recibió la agresión del progresismo que nos acusaba de desestabilizar la democracia y de cometer el sacrilegio de ¡unirnos con los troskistas!, tan defensores ellos de la ortodoxia marxista-leninista, con guioncito como marcaban los manuales soviéticos.

El progresismo alfonsinista se hundió en la misma charca que Alfonsín cuando éste pactó con Rico la impunidad de los genocidas y comenzó una loca carrera por complacer al poder con Planes Austral, privatizaciones y represión.

La segunda oleada posibilista transcurrió al interior del peronismo cuando éste se preparaba para suceder en el gobierno a un radicalismo consumido en su obra de gobierno. Un grupo de intelectuales entre los que se contaban Chacho Alvarez y Mario Wainfeld comienzan a sacar una revista, Unidos, que se constituye rápidamente en uno de los epicentros de la ofensiva cultural por superar los costados «populistas» de un peronismo que no acierta a definir su lugar en la política y oscila entre la oposición de Ubaldini y el colaboracionismo de Alderete y el propio Menem.

Detrás de Antonio Cafiero se agrupan los restos de la Juventud Peronista y los Montoneros que buscan reconciliarse» con la sociedad luego de sus pecados juveniles», pero el discurso democratizante y modernizante de Antonio Cafiero es vencido por un pintoresco caudillo riojano que arrasa con las internas y se queda con el Partido Justicialista arrastrando tras suyo a los mismos renovadores.

Contra las fábulas que circulan sobre el Grupo de los Ocho, conformado entre otros por Chacho Alvarez, y Germán Abdala, conviene recordar que fueron electos diputados en las listas de Menem cuando ya existía una fuerza alternativa, la Izquierda Unida, que venía de realizar las primeras elecciones abiertas para definir ir las candidaturas y de recibir el apoyo de una parte importante de la militancia (diciembre de 1998, casi 200 mil participantes de las internas abiertas).

Sin embargo el progresismo radical insistió en votar a Angeloz para impedir que triunfe Menem y el progresismo pos populista en engrosar las listas de Menem para «derrotar» el Alfonsinismo como decía editorial de la revista Unidos de marzo de 1989.

La frustración menemista, la segunda en apenas 27 meses (si medimos desde la Semana Santa de abril de 1997 hasta la proclamación del primer gabinete y el Plan B.B. por parte de Menem en julio de 1999) empalmó con la desarticulación del llamado «Campo socialista» que produjo un efecto disgregador, no solo del pensamiento de izquierda, sino también del «progresista», ya afectado por las dos oleadas posibilistas arriba descriptas y el propio impacto de la caída en picada de las fuerzas de la Internacional Socialista que, lejos de reemplazar el socialismo burocratizado y estatista de la U.R.S.S. y los países del llamado campo socialista con un modelo de socialismo democrático y participativo, huyeron en loca carrera hacia el neoliberalismo dando lugar a la aparición del social/liberalismo que hoy gobierna en Alemania, Gran Bretaña y Francia bajo la fachada de gobiernos socialistas, de izquierda plural o de Tercera Vía.

Si la desarticulación de la cultura de izquierda tendría expresión organizativa en la desaparición de la primera Izquierda Unida, el impacto en el progresismo desembocaría en aceptación por parte de ese espacio de una hegemonía autoritaria y oportunista que los llevaría de las narices desde los debates democratistas de Unione y Benevolenza a la complicidad inexcusable con el asesinato de los luchadores sociales de Corrientes y Salta por parte del gobierno de la Alianza.

¿En nombre de qué divisa se hizo semejante transito?

En nombre del «realismo», de los que decían conocer lo que piensa la gente y estaban dispuestos a cubrir sus expectativas; en nombre del objetivo de llegar al gobierno sea como sea porque desde allí sería posible transformar la realidad.

Aunque parezca increíble se llegó a comparar la adaptación servil del Frente Grande al discurso del poder con los acuerdos de paz en El Salvador y su propósito final de desbloquear la acción de las masas aterrorizadas por una de las guerras más sangrientas de Nuestra América contemporánea.

Llegar, llegaron, pero no para transformar nada sino para ser una herramienta de justificación por izquierda, mientras les duró la credibilidad de la gente que ellos tanto decían respetar, de la más rigurosa continuidad de un sistema de dominación y explotación que para asegurar su reproducción ampliada requiere apelar cotidianamente a las formas mafiosas de acumulación de plusvalía (tráfico de armas, de drogas, de prostitutas y niños, lavado de dinero y todo tipo de fraudes y negociados como los que hoy les achacan al menemismo), al autoritarismo creciente (cesión de poderes públicos para Cavallo, decretos de necesidad y urgencia), la represión inclemente y la más humillante política internacional de servilismo al imperialismo yanqui.

El error teórico de aquellos que fueron bien intencionados en las filas del chachismo, ha sido pretender una crítica republicana y moral de un sistema que no se puede escindir, que no se puede humanizar, que no puede prescindir de la corrupción, de la represión, de la más alta tasa de ganancia posible especulación financiera y el robo de todo lo que se pueda.

Creían que el “menemismo” era una deformación pavorosa de la democracia representativa, cuando lo que ellos llamaban menemismo es el modo específico de ejercer el poder en la Argentina dominada por este bloque de poder en ejercicio de este modelo de desarrollo capitalista. El “menemismo” es el modo de existencia real de la democracia representativa en la Argentina. Por eso, lejos del Chau Menem resultó ser hola Cavallo y los adalides de los derechos humanos y la “mano pulite” son los represores y ladrones de hoy.

Los que posaban de «superadores» del dogmatismo y la ortodoxia qué tanto había afectado al marxismo, fueron presos del más burdo estructuralismo: pretender que el capitalismo funciona como un sistema articulado de partes autónomas que se podrían reformar por separado es una muestra de analfabetismo teórico impresionante a principios del siglo XXI.

Se equivocan también, los bien intencionados que pueda haber en las nacientes fuerzas políticas que vuelven a levantar la bandera progresista y pretenden, una crítica liberal/republicana en el caso de los diputados Bravo, Carrió, otros arrepentidos de la Alianza y su recién fundada A.R.I., o una crítica moral/populista en el caso del padre Farinello y sus amigos de la Unión Obrera Metalúrgica y el M.T.A., los compañeros del Frente de la Resistencia y los militantes del auto denominado Partido Comunista Congreso Extraordinario.

Si tienen éxito volverán al inicio de esta historia: a construir una fuerza que se acerca al poder con críticas parciales para terminar aplicando el modelo de explotación y dominación en su totalidad. Que es como existe en la realidad, lejos de las ilusiones del progresismo argentino.

No es un problema de voluntad o de más o menos amplitud en el modo de concretar las alianzas. El capitalismo argentino es uno, es inescindible, no se auto modificará por nada del mundo y defenderá sus privilegios como lo ha hecho en toda la historia argentina: con las armas de su Ejercito si se puede o con las bandas parapoliciales si así lo necesita, con la fuerza de la ley si logra consenso para sus políticas o violando hasta el último pacto de derechos humanos que haya suscripto si la situación se lo impone.

No deja de ser perverso es que semejante operación de travestismo político se haya hecho en nombre de la lucha contra la ortodoxia y el dogmatismo. Todavía hoy, algunos de los que reconocen el fracaso del empeño insisten en colocarse en el campo de una izquierda no dogmática y aún más, como representantes de un marxismo creador.

Para ellos vayan entonces estas reflexiones de Antonio Gramsci, que parecieran inspiradas en la experiencia argentina: «El realismo político excesivo» (y por consiguiente superficial y mecánico) conduce frecuentemente a afirmar que el hombre de Estado debe operar sólo en el ámbito de la realidad efectiva’; no interesarse por el «deber ser» sino únicamente por el ser. Lo cual significa que el hombre de Estado no debe tener perspectivas que estén más allá de su propia nariz». «El político de acción es un creador, un suscitador, más no crea de la nada ni se mueve en el turbio vacío de sus deseos y sueños. Se basa en la realidad efectiva, pero, ¿qué es esta realidad efectiva? ¿es quizás algo estático e inmóvil y no sobre todo una relación de fuerzas en continuo movimiento y cambio de equilibrio? Aplicar la voluntad a la creación de un nuevo equilibrio de las fuerzas realmente existentes y operantes, fundándose sobre aquella que se considera progresista y reforzándola para hacerla triunfar, es moverse siempre en el terreno de la realidad efectiva, pero para dominarla y superarla (o contribuir a ello). El «deber ser» es por consiguiente lo concreto o mejor, es la única interpretación realista e historicista de la realidad, la única historia y filosofía de la acción, la única política.»

El Frente Grande inicial fue el resultado de la confluencia de diversos esfuerzos unitarios en los duros años de comienzos de la década de los `90, marcados por la caída del Muro y el inicio del menemismo, en las duras condiciones en que quedó la izquierda tras la disolución de la primera Izquierda Unida.

La alianza del Frente del Sur y el Fredejuso había tenido un desempeño interesante en octubre de 1993 y sus posibilidades y expectativas crecieron exponencialmente con el Pacto de Olivos (diciembre de 1993) y la evidencia publica de que el compromiso de Alfonsín y los radicales con el modelo llegaba hasta el colmo de facilitar la continuidad de Menem en el gobierno reforma constitucional mediante.

Como mandan todos los manuales de ciencia política burguesa la dirigencia del Frente Grande emprendió una vertiginosa carrera hacia el poder en que fue liquidando una a una las banderas y principios fundacionales.

Del Frente Grande al Frepaso y de allí a la Alianza con el partido que había sido el principal objeto de las críticas cuando el Pacto de Olivos y las Constituyentes. De Monseñor De Nevares a Bordón, y de allí a De La Rúa para marcar su recorrido en un código de imágenes tan caro a los referentes frentistas.

De ser una fuerza política que amenazaba con romper el histórico bipartidismo de la democracia restringida a su transformación en una cuasi corriente interna (y no precisamente la menos derechista) de la pata radical del sistema.

De la predica sobre un nuevo modo de hacer política a la brutal realidad de un partido político moldeado al gusto y paladar de los posmodernos neoliberales del imperio: sin programa, sin militancia, comunicadores de ideas ajenas y sin ninguna otra relación con la gente» que las urnas y las encuestas.

He aquí el recorrido de la tercer oleada posibilista sufrida por el movimiento popular argentino desde la retirada de los milicos y la instauración de mecanismos electivos para la designación de los administradores públicos de un modelo capitalista de sociedad impuesto por la fuerza de las armas y jamás sometido a la voluntad popular.

Porque, es bueno recordarlo cuando se habla de la débil izquierda argentina, no solo hemos sufrido el genocidio de los ’70, también hemos sufrido tres oleadas de posibilismo y cooptación de intelectuales y militantes para los proyectos de dominación que nos debilitaron.

Curiosamente esos mismos intelectuales y militantes pasados con armas y bagajes al enemigo son los primeros en preguntarse asombrados sobre el porqué de la ausencia de alternativa política revolucionaria en la Argentina.

Por ustedes, posibilistas, mercenarios, claudicantes representantes del “progresismo argentino” deberíamos comenzar por contestarles; por nosotros, por no aprender de nuestros errores y nuestra historia, corresponde decir luego.

 

3. El «Consenso de Buenos Aires» de diciembre de 1997

Durante los años 1996 y 1997, convocados por Jorge Castañeda y Roberto Mangabeira Unger, un grupo de políticos progresistas de América Latina deliberó sobre las propuestas necesarias para superar el estancamiento del modelo neoliberal. Sus conclusiones fueron presentadas bajo el nombre del Consenso de Buenos Aires en diciembre de 1997 y publicadas como separata por el diario argentino Pagina 12 en su edición del martes 2 de diciembre del mismo año.

Allí se informa que en las deliberaciones participaron los mexicanos Jorge Castañeda, Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox, los brasileños Roberto Mangabeira Unguer, Leonel Brizola, Marco Aurelio García, Luis Ignacio Lula da Silva, Vicentinho, José Dirceu, Itamar Franco, el nicaraguense Sergio Ramírez, los argentinos Carlos Alvarez, Graciela Fernández Meijide, Rodolfo Terragno, Federico Storani, Dante Caputo, José Bordón aunque se aclara que no todos participaron del mismo modo y que el documento elaborado no ha sido firmado por los participantes, sino que refleja los debates habidos.

Desconocemos si se han seguido haciendo dichas reuniones, aunque un rápido repaso a las conductas políticas concretas de sus protagonistas confirma que el debate existió y es tenido en cuenta por ellos desde los cargos a los que accedieron: Ricardo Lagos es el presidente de Chile, Jorge Castañeda es el canciller de otro participante, Vicente Fox, presidente de México, Carlos Alvarez, Graciela Meijide, Dante Caputo y Rodolfo Terragno fueron vice presidente y ministros o secretarios de área del gobierno de De la Rúa, Roberto Bordón, es el actual ministro de educación de Ruckauf en la provincia de Buenos Aires

La iniciativa del progresismo latinoamericano funcionó en paralelo con el proceso de gestación de la llamada Tercera Vía que Tony Blair, Romano Prodi y Bill Clinton elaboraron por entonces con un nivel de coincidencias tan alto que nos permitimos discutirla como una acción subordinada de aquella.

La idea de la «tercera vía» fue lanzada públicamente por Tony Blair, primer ministro del Reino Unido, en febrero de 1997 (aún antes de vencer electoralmente a los conservadores luego de 18 años de gobierno ininterrumpido).

Luego fue convalidándose en diversos eventos internacionales para gozar de un gran lanzamiento en el seminario sobre «La sociedad civil y el futuro de la democracia» realizado en la sede de la Universidad de Nueva York el 12 de setiembre de 1998 con la presencia, entre otros, de Bill Clinton, Romano Prodi y el propio Tony Blair, quien siempre reconoció como mentor ideológico de la propuesta a Anthony Giddens, director de la London School of Economics y autor del libro “La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia” quien abogó en dicho evento por hallar una respuesta a la globalización económica “más allá de la izquierda y la derecha”.

Unos días antes del evento, Tony Blair publicó una especie de manifiesto de la tercera vía. Veamos como pretenden los autores de la propuesta que se la reconozca: “La tercera vía….persigue adoptar los valores esenciales del centro y del centro izquierda, y aplicarlos a un mundo de cambios económicos y sociales libre del peso de una ideología obsoleta”. “La tercera vía supone una nueva línea dentro del centroizquierda. La izquierda del siglo XX ha estado dominada por dos corrientes: una izquierda fundamentalista que veía el control del Estado como un fin en si mismo y una izquierda más moderada que aceptaba esa dirección básica pero estaba a favor del compromiso”. “La Tercera vía es una reevaluación seria, que extrae su vitalidad de unir las dos grandes corrientes del pensamiento del centroizpuierda (el socialismo democrático y el liberalismo) cuyo divorcio durante este siglo contribuyó tan claramente a debilitar la política de signo progresista a lo largo y ancho de Occidente»

Y algunas precisiones en el terreno de políticas concretas: ·

  • «la educación es una prioridad absoluta»,
  • «la tercera vía supone la reforma de la seguridad social para transformarla en un camino hacia el empleo, siempre que sea posible»,
  • «la función del gobierno es favorecer la estabilidad macroeconómica , desarrollar políticas fiscales y de bienestar que fomenten la independencia -no la dependencia-, …y apoyar a la empresa, especialmente a las industrias del futuro basadas en el conocimiento

Félix Ovejero Lucas, profesor titular de Metodología de las Ciencias Sociales en la Univ. de Barcelona es lapidario en su análisis del surgimiento de la Tercera Vía: «Cuando la tercera vía afirma recoger los valores del centro y de centro izquierda se entrega a una metáfora que no tiene otro objetivo que recalar en la bendecida conclusión según la cual lo correcto es la equidistancia entre los extremos. Por definición, esa es una identidad móvil y prestada, dependiente de las elecciones de los demás, quienes al elegir que son, deciden que somos nosotros, a saber, lo que queda en el medio. El resultado es conocido: a fuerza de centrarse, antes entre la extrema izquierda y el centro, ahora entre el centro y la anterior izquierda ya previamente centrada, se acaba por converger en lo que siempre ha sido el centro: derecha, encargada de ir gestionando el cada día sin norte ni proyecto, desde la aceptación explícita o no, de la justicia de los modos de vida existentes»

Y aquí quisiera detenerme porque, creo, que se halla una de las claves para entender la cuestión: aceptación explícita o no de la justicia de los modos de vida existentes» acusa Félix Ovejero Lucas, «la función del gobierno es favorecer la estabilidad macroeconómica…» reconoce Tony Blair, «todos los países, incluyendo los más pobres, tienen que atraer hacia su mercado la inversión extranjera si desean avanzar» afirma Anthony Hiddens»‘.

Así pues que la tercera vía no es más que una mera propuesta de la derecha que se propone mantener el «status quo», en las condiciones de desprestigio acelerado de la ideología con que se sostiene el capitalismo real y ante la evidencia brutal de la crisis del capitalismo global que requiere tanto de una segunda generación de Reformas (elaboradas por los expertos del Banco Mundial y “casualmente” asumidas como propias por los partidarios de la Tercera Vía y los “progresistas” latinoamericanos)

Por su parte el documento conocido como “Consenso de Buenos Aires” transita los mismos temas que sus hermanos mayores.

Arrancan con una delimitación brutal de sus posibilidades: “El estrechamiento de los parámetros ideológicos aunado al imperativo de ceñirse a las exigencias del flujo de capitales, bienes y personas, ha reducido el margen de maniobra de cada nación, de cada gobierno, de cada partido o movimiento. Cegarse ante ello es además de inútil, pernicioso para todos: beneficiarios y víctimas del reparto de vicios y virtudes del fin del siglo”

Y una vez más el discurso colonialista que pretende transferir la culpa de los problemas a los que se rebelan o protestan.

Luego hacen confesión del más crudo evolucionismo: “los cambios acontecen de manera puntual y acumulativa. ..lo que cuenta es la dirección y sus efectos sobre la comprensión por la gente…”

Y pasan a defender todos y cada uno de las políticas aplicadas en estos años, pero con “correcciones” en lo que parece un dialogo de una comedia en que continuamente se dice no pero si…, si pero no….y se termina accediendo a todo lo pedido.

Economía de mercado: “El mercado debe ser el principal asignador de recursos, pero corresponde al Estado crear las condiciones para que las necesidades de los más pobres puedan convertirse en demandas solventes que puedan ser procesadas por éste”

Impuestos generalizados: “La tributación indirecta del consumo, generalmente realizada a través del impuesto sobre el valor agregado, adecuadamente instrumentada puede permitir lograr ese objetivo…”

Privatizaciones: “….puede convenir la privatización de empresas públicas, a condición de utilizar las ganancias consiguientes para abatir la deuda pública interna y reducir los intereses pagados por el gobierno -y por los agentes privados- a niveles internacionales” . Lo de abatir la deuda si que suena duro, no? Y ya que se van a vender las joyas de la abuela que restan de la privatización neoliberal, porque esta va a ser progresista, afirman que “es imprescindible la creación de instituciones de fiscalización y transparencia que rijan la venta de activos estatales…”

Educación: “Un sistema de responsabilidad múltiple, de financiación múltiple, de orientación múltiple…..” Ni la tradición de la escuela pública estatal sostienen nuestros “progresistas” aggiornados

Jubilaciones: “se combina un sistema de ahorro privado obligatorio con un mecanismo que redistribuye parte de las cuentas más ricas hacia las cuentas más pobres” en lo que sería algo así como jubilaciones privadas solidarias, no?

Gasto público: “Ello solo es posible mediante un ajuste fiscal enriquecedor del Estado, que al aumentar la carga tributaria, reconcilie la elevación de los ingresos fiscales y la ampliación de su base con el fortalecimiento del ahorro y la inversión. Necesitamos un ajuste fiscal que enriquezca el Estado en lugar de empobrecerlo”. Pero, esto de enriquecer el Estado, ¿no será neokeynessianismo?

Y al revés de aquellas leyendas que aparecían en las viejas películas de Hollywood, cualquier coincidencia con la realidad del gobierno de la Concertación en Chile, de la Alianza en la Argentina, del PAN en México es estricto cumplimiento del Consenso de Buenos Aires, no es casualidad.

Y hasta estamos dispuestos a admitir que pensaron o intentaron algunos de los correctivos al modelo neoliberal que pergeñaron, pero como ellos mismos han renunciado a la soberanía de los gobiernos, sus propuestas son solo eso, propuestas que los organismos financieros internacionales -gestores de los negocios globales del gran capital- rechazan en nombre de la pureza del modelo necesaria para superar estos instantes de crisis (que ya dura desde 1997).

Claro que es justo luchar por reformas parciales y aún por paliativos a la situación de extrema miseria, pero esas conquistas solo se podrán lograr desde una lógica de confrontación muy alta, desde una percepción clara del enemigo y desde una propuesta de superación total del sistema integral de dominación y explotación. No se puede sostener semejante lucha con la divisa de completar un capitalismo al que le falta un poco más de ética, de moral, de respeto a las personas, de participación ciudadana.

No es mejor capitalismo lo que necesitamos, sino su superación revolucionaria.

El drama del progresismo contemporáneo es que el capitalismo realmente existente en la Argentina no está dispuesto a conceder la menor de las reivindicaciones populares, porque no está en condiciones de mantener la tasa de ganancias y sacar el país de la crisis.

El único límite a su avaricia inhumana somos nosotros, los que luchamos, los que le ponemos el cuerpo y el alma a la resistencia. Y para plantar una resistencia en forma hay que ir por todo lo que nos corresponde.

Hay que ir por el pan y por la rosa, por la libertad y la salud, por la dignidad nacional y el techo, por el trabajo y la educación, por el respeto de todas y todos, sean como sean en el terreno que sea, por la memoria de nuestros caídos y el castigo a los culpables.

Es la hora de levantar como bandera política práctica la lucha por el socialismo. Un socialismo que nos abra caminos a la liberación nacional. Un socialismo que nos abra caminos a la democracia sustantiva y protagonista. Un socialismo que no sea punto de llegada de las promesas incumplidas por el capitalismo argentino, sino punto de partida para que construyamos la verdadera historia de los argentinos y los latinoamericanos.

Hermanados, como lo soñaba el Che.

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