La cuestión de la autonomía obrera


«Este escrito quiere ser un estimulo para pensar y actuar, quiere ser una invitación a los obreros, mejores y más conscientes para que reflexionen y, cada uno en la esfera de su propia competencia y su propia acción, colaboren en la solución del problema, haciendo converger sobre sus términos la atención de los compañeros y de las asociaciones.  Solo de un trabajo común y  solidario de esclarecimiento, de persuasión y de educación recíproca, nacerá la acción  concreta de construcción”.

A. Gramsci, “Democracia obrera”,  publicado en Ordine Nuovo, 1919

El 17 de setiembre de 1996 los trabajadores de la entonces Cormec (hoy Fíat Auto) de Ferreyra, Córdoba,  se rebelan contra el pacto firmado por el Smata y la multinacional automotriz, que liquidaba el convenio colectivo histórico de los metalúrgicos.  En asamblea los trabajadores resuelven tomar la fábrica y elegir una nueva Comisión Interna.  La lucha por el derecho de los trabajadores metalmecánicos cordobeses a darse la organización y elegir los dirigentes que ellos quieran, aún continúa.

En Cutral Có, Plaza Huincul, Gral. Libertador San Martín, Cruz del Eje, Empalme Villa Constitución, San Lorenzo y otros lugares de la geografía nacional, desde hace ya seis meses, se suceden los cortes de ruta protagonizados por piqueteros y fogoneros, trabajadores desocupados (y sus hijos) de las ex empresas estatales del petróleo, de ingenios azucareros o zonas industriales desbastadas por el neoliberalismo, que no abandonan las rutas hasta lograr alguna forma de solución a sus problemas.

En Buenos Aires, los trabajadores del Instituto Científico Malbrán libraron por meses una batalla en defensa del derecho popular a la salud -y en defensa de sus propios puestos de trabajo- que pasó por decenas de marchas y más de doscientos días de ocupación hasta lograr la victoria.

En estos meses  se han sucedido las luchas de los compañeros de la Editorial Atlántida, los trabajadores de las empresas de la electricidad de Córdoba y de la Pcia. de Buenos Aires, de diversos establecimientos de la salud, de los periodistas y reporteros gráficos (acompañados de todo el pueblo) contra la impunidad para los asesinos de José Luis Cabezas.

La carpa de la dignidad docente en procura del financiamiento educativo y la derogación de la Ley Federal de Educación se mantiene desde el 2 de abril de 1997 y promovió una monumental marcha por la educación popular el pasado 20 de junio.  El 11 de julio del ´97 hubo una marcha obrera sobre la Plaza de Mayo y el 14 de agosto un paro nacional convocado por fuera de la C.G.T.    Los jubilados han mantenido invariablemente en alto la bandera de la dignidad ocupando cada miércoles las calles con el reclamo de aumento de haberes y recuperación del Pami.

Y podríamos seguir enumerando luchas o pasando revista a los conflictos que hoy sacuden la sociedad argentina.  Pero con lo dicho alcanza para dar por tierra las sofisticadas construcciones teóricas que han intentando convencernos del fin de la historia, de la desaparición de los sujetos sociales capaces de encarnar la lucha por el cambio verdadero, de la definitiva derrota y la correspondiente clausura de los sueños transformadores para el resto de los días que le queden a la humanidad.

Estos meses de luchas y aprendizajes han confirmado una serie de ideas que se fueron desplegando en el debate lanzado hacia el segundo congreso y las tareas constitutivas del Movimiento Político Sindical de Liberación.

Vigencia de la clase obrera

El apartado siete del documento del Mpsl para el debate congresal de la Central de Trabajadores Argentinos (C.T.A.), noviembre de 1996,  decía que “la clase obrera sigue vigente como clase de vanguardia y su rol se materializa en la construcción de un frente de liberación nacional y social” postulado  -que creemos- ha sido ampliamente confirmado por la lucha de clases realmente existente en la Argentina, y se opone terminantemente no solo a todo el pensamiento dominante posmoderno y neoliberal, sino también al posibilismo claudicante que ha predominado estos años en amplios espacios del así llamado “pensamiento progresista”, y aún en algunos sectores de izquierda.

Que la derecha defensora del privilegio y la explotación repitiera sus viejas consignas descalificatorias  de la clase, no nos llama la atención; sí vale la pena preguntarse por qué caminos algunos pensadores que “posaban” de marxistas, y aún de renovadores del pensamiento revolucionario, pudieron llegar a semejante despropósito teórico, político y cognoscitivo.

Y hay que decir que fue por el camino abonado por el dogmatismo y las deformaciones economicistas y mecanicistas sufridas por el marxismo. Ante la exigencia de tener que analizar los cambios sufridos por la clase obrera por el doble impacto de una derrota política ideológica de las proporciones como la sufrida con la caída del Muro de Berlín y las consecuencias económico sociales de la aplicación por ya más de veinte años de los programas de reconversión capitalista neoliberal, buena parte del pensamiento “progresista” colapsó.

Ante el espectáculo, en verdad casi dantesco, de las fabricas abandonadas y los pobres votando a sus verdugos, la sociología y el resto de las ciencias sociales no atinó más que a declarar la desaparición de la clase y/o su absoluta incapacidad revolucionaria.  En su apresurado afán de búsqueda de becas y horas cátedra han caído en el más vulgar de los determinismos y mecanismos.

Igual que sus supuestos contendientes stalinistas (los iguala el pensamiento mecanicista y justificatorio de las políticas por ellos aplicadas) han pretendido igualar los conceptos de clase obrera con el de trabajadores industriales para así, al constatar el hecho cierto de una disminución relativa de los trabajadores industriales sobre el conjunto de los trabajadores, decretar su desaparición.

Ignoran que las categorías sociales tienen sentido en un enfoque de integridad e historicidad, que deben entenderse en unidad contradictoria (burgueses y proletarios, terratenientes y campesinos siervos de la gleba, libre competencia y monopolio, consenso y coerción, etc.) y que deben ser capaces de  abarcar  la integridad del fenómeno a analizar del cual, por otra parte,  no se pueden separar a riesgo a caer en el ridículo de buscar  la clase obrera industrial en la Grecia de Hercúleas o signos de la democracia esclavista de Platón en la Cuba revolucionaria de los ‘90;  y  que además cada una de los pares de categorías está en permanente mutación.

El gran error de muchos fue pretender aplicar el método positivista de análisis de la sociedad al marxismo. De separar la economía de la cultura, las ideologías dominantes del grado de desarrollo de la ciencia y la tecnología, las formas de la representación política del nivel de las luchas de clases, y así de seguido, cuando se trata de todo lo contrario.  Se trata de atender a la globalidad del fenómeno en su desarrollo histórico y sus múltiples influencias recíprocas.

Se trata, a las puertas del siglo XXI, de superar el viejo método positivista característico del siglo XIX que creía encontrar en el análisis separado de las partes de un fenómeno u objeto, el camino de la verdad.  Se trata -para nosotros- de volver a Marx y a Engels quienes se concentraron en encontrar un hilo conductor del análisis de la realidad como un todo único: «Según la concepción marxista de la historia, el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y la reproducción de la vida real.  Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca otra cosa que esto: por consiguiente, si alguien lo tergiversara transformándolo en la afirmación de que el elemento económico es el único determinante, lo transforma en una frase sin sentido, abstracta y absurda». [1]

En los “Principios del Comunismo”, escrito precedente y preparatorio del Manifiesto Comunista, Federico Engels define al proletariado como “la clase social que consigue sus medios de subsistencia exclusivamente de la venta de su trabajo, y no del rédito de algún capital; es la clase cuyas dichas y penas, vida y muerte y toda la existencia dependen de la demanda de trabajo, es decir de los períodos de crisis y prosperidad de los negocios, de las fluctuaciones de una competencia desenfrenada.  Dicho en pocas palabras, el proletariado, o la clase de los proletarios, es la clase trabajadora del siglo XIX” para luego definir, junto con Carlos Marx,  en el Manifiesto Comunista  “Por proletarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que privados de medios de producción propios se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para subsistir”

Para entender la realidad de la clase obrera argentina hay que seguir paso a paso la historia de los últimos veinte años de apertura indiscriminada y competencia de las importaciones con dumping social, de desregulación creciente de cada uno de los aspectos de la economía nacional y de sometimiento de toda la actividad redituable a un polo de empresas altamente monopolicas que fueron absorbiendo/sometiendo toda la actividad humana de la sociedad argentina.

Lejos de cualquier simplificación, la clase obrera argentina es un complejisima mezcla de operarios super especializados que realizan procesos metal-siderúrgicos desde computadoras y cirujas que recogen cartón para reciclarlo en las fábricas de papel;  niños que realizan ventas callejeras para empresas especializadas en proveer de mercaderías a los paqueteros[2], jubilados que realizan trabajos de sereno o seguridad para complementar sus magros ingresos  -y médicos empleados en los hospitales públicos, y todos son parte de la clase obrera porque son proletarios (no son propietarios de medio de producción alguno) y viven exclusivamente de su trabajo presente o pasado.

Ahora bien, es posible entonces pensar que la clase obrera actual es idéntica al sujeto social pueblo?, o dicho de otro modo: todos los agredidos por este capitalismo neoliberal y globalizado forman parte de la clase obrera ?  Creemos que no, que hay sectores populares que no “viven exclusivamente de la venta de  su trabajo” y que integran fracciones empobrecidas de la pequeña burguesía urbana o rural, sin descartar que hay sectores sociales cuya relación con los medios de producción no está aún definida y reciben de sus familiares los elementos necesarios para su supervivencia: nos referimos, obviamente, a la juventud estudiosa, la que  -entendemos- no debería integrarse conceptualmente a la clase obrera como hacemos con aquellos desocupados con pasado y experiencia laboral.

No se trata de simple búsqueda de precisión conceptual o científica.  Se trata de visualizar que junto a la clase obrera y sus formas organizativas tradicionales o no, existen una serie de sectores sociales y movimientos sociales de nuevo tipo que debe confluir, converger con la clase obrera aunque no se pueda resumir todo la organización popular en el movimiento obrero.  El capitalismo neoliberal maduro ha generado una complejización social que no puede, ni debemos, simplificarse en el movimiento obrero.

Es cierto que la ampliación de la clase obrera con nuevos y nuevos sectores que expresan la contradicción profunda inherente al modelo de desarrollo capitalista que sufrimos ha generado una heterogeneidad nunca antes conocida.

El pleno empleo, la continúa extensión de la producción industrial con la consiguiente instalación de plantas fabriles, el elevado porcentaje de sindicalización y la extendida cobertura de las Obras Sociales y de la legislación laboral generaron un grado importante de homogeneización de la clase obrera argentina sobre la que se apoyaron tanto los burócratas sindicales para su negociación centralizada y nacional con las patronales y el Estado, como las corrientes combativas y antiburocráticas para sus propuestas de lucha y movilización.  Todo ello ha cambiado.

A la heterogeneidad tecnológica (que en el conflicto del Instituto Malbrán pudimos ver que se puede expresar hasta en un mismo establecimiento: biólogos científicos y cazadores de víboras trabajando juntos) se le suma le enorme dispersión de relaciones laborales/legales: estables de horario completo(unos 4,3 millones), sindicalizados (unos 2,5 millones de trabajadores), estables de horario incompleto (unos 1,6 millones), trabajadores en negro de tiempo completo o transitorios (unos 2,5 millones), trabajadores con contrato temporal (unos 300 mil), trabajadores tomados por agencias de empleo (30 mil), trabajadores de planes para combatir la desocupación, trabajadores por cuenta y riesgo propio (unos 3,5 millones) etc.

La fragmentación de la clase se fortalece con el predominio de una ideología que alienta la fragmentación cultural como forma de existencia de la globalización y de aceptación de nuestro lugar periférico, subordinado y atrasado en el mundo capitalista; es esta fragmentación la que se pretende cristalizar por parte de un sindicalismo burocrático que deja fuera de sí a tres de cada cuatro trabajadores por no poder cobrarle compulsivamente la cuota sindical por descuento de la planilla de sueldos.

Y el gran tema es que el hecho de trabajar y vivir en iguales condiciones, de sufrir las mismas consecuencias del modo de organización social capitalista, no alcanza para hacer de los trabajadores una clase social.

La definición de clase debe exceder lo descriptivo, lo aprehensible en un censo, e incorporar el factor subjetivo. La clase es una identidad, un “nosotros” frente a un “ellos”, el compartir un espacio social y una cultura; y es por lo tanto una construcción histórica sujeta a los vaivenes de la lucha social y política de un país.

Por supuesto que esa identidad está asentada en el lugar en el proceso de producción, pero no se produce automáticamente, ni mucho menos, por la mera ocupación de ese lugar. De hecho existen trabajadores que no se identifican como tales, o que haciéndolo, no se perciben integrando un conjunto dotado de alguna homogeneidad. De hecho, en nuestro país, el autopercibirse como “clase media” antes que como trabajadores ha sido un fenómeno muy extendido, sobre todo entre ciertas categorías relativamente privilegiadas.

Señalemos, a simple enunciación de temas merecedores de nuestra investigación y estudio, la complejización del proceso de asumirse como clase para aquellos trabajadores que dejan de pertenecer a un colectivo laboral ya sea por desocupación o por pasar a trabajar por su cuenta, en su domicilio o en la calle.

Si no fuera así, claro que todo sería más fácil y transparente, pero la transformación de un conjunto de hombres afectados por un sistema social y sus correspondientes políticas, el sujeto social, en un sujeto político es un proceso extremadamente complejo y dificultoso.

De hecho la supervivencia de un régimen injusto donde una ínfima minoría vive a costillas de las más amplias mayorías solo encuentra explicación en esta dificultad de comprender el verdadero sentido de las relaciones sociales.

Estamos diciendo  que la conciencia de clase no es una derivación del lugar que los hombre ocupan en el proceso productivo como cierto determinismo mecanicista predicó durante largo tiempo en nuestro país tanto en su versión “marxista”  como en su versión “peronista”.

Es interesante traer a colación las reflexiones del secretario general de la C.G.T. de Francia, compañero[3] Louis Viannet, sobre el tema para apreciar el carácter universal del fenómeno: “Primero: estamos en presencia de un cuerpo social que estalla y una Francia que se debilita.  En algunas ramas ya existe una dislocación.  Los estatutos de los asalariados se modifican.  En algunos sectores enteros, el  numero de personal aún cubierto por una convención es minoritario en relación a los que son precarios o tienen tiempo parcial de trabajo.  Nosotros no tenemos contacto con estos últimos que no reciben y escapan a la influencia del lenguaje y las proposiciones sindicales.  Segundo: Se produce una gran convulsión cuando la patronal modifica sus concepciones de gestión que transforman simultáneamente las condiciones de estructuración del aparato productivo.  Las grandes empresas, financieramente muy poderosas, intentan crear sindicatos que preserven una débil influencia en la empresa.  Simultáneamente entregan a los contratistas los aspectos más degradantes de la explotación tal como hoy existe.  Hay una enorme cantidad de Pequeñas y Medianas Empresas, apéndices de grandes grupos, que no tienen ningún margen de maniobras para subsistir si no recurren a la aceleración de los ritmos de trabajo, presionar sobre los salarios, intensificar la exigencia de rendimiento laboral, liquidar los restos de conquistas sociales.  Estas son zonas donde el sindicalismo no tiene ninguna presencia.  Es una realidad y a  la vez un desafío que debemos asumir, y si no lo hacemos existirá un movimiento sindical desvinculado, desfasado del mundo real”

Hace falta una nueva forma de organización sindical que contemple la nueva realidad de la clase desde visiones absolutamente distintas a las predominantes hasta ahora.

Hace falta dejar atrás el viejo modelo sindical al que no alcanza con “limpiarlo” de burócratas y traidores.

Por ello concordamos con la propuesta de afiliación directa de los trabajadores a la C.T.A. y la constitución de nuevas formas organizativas que apunten a restituir unidad y centralización de esfuerzos para una clase tan fragmentada, como una nueva forma de agrupamiento y centralización de una clase que ha perdido la hegemonía y la concentración de otras épocas.

Pero hay que tener muy en cuenta que el desafío es doble: que se trata de desarrollar formas organizativas capaces de abarcar la nueva realidad obrera, pero también de desplegar un tipo de sindicalismo, “de liberación” decimos nosotros siguiendo a Agustín Tosco, que recupere la autonomía política perdida y que se transforme en el constructor de su propia destino.

Sujetos del cambio revolucionario

El debate sobre la autonomía obrera viene del propio nacimiento del movimiento obrero como tal[4].  En la primera mitad del siglo XIX predominaba, en las corrientes revolucionarias del naciente movimiento (el jacobino-babouvismo, el blanquismo) una concepción autoritaria y sustituta de la revolución, entendida como acción de un reducido grupo, una elite revolucionaria, que se atribuye la misión de sacar al pueblo trabajador de la esclavitud y de la opresión.

Partiendo de la premisa fundamental del materialismo metafísico del siglo XVIII -los hombres son el producto de las circunstancias, y si las circunstancias son opresivas, la masa del pueblo está condenada al oscurantismo- estas corrientes consideraban al proletariado como incapaz de asegurar su propia emancipación; por lo tanto, la liberación tendría que venirle desde afuera, desde arriba, desde la pequeña minoría que por excepción logró alcanzar las luces, y que ocupa ahora el papel que los filósofos materialistas del siglo XVIII le atribuían al déspota ilustrado: destruir desde arriba el mecanismo de relojería (circular y autoreproductivo) de las circunstancias sociales, y permitirle así a la mayoría del pueblo acceder al conocimiento, la razón, la libertad.

Al romper, en las Tesis sobre Feuerbach (1845) y la Ideología Alemana (1846) con las premisas del materialismo mecanicista, elaborando los ejes centrales de una nueva concepción del mundo.  Marx lanzó también los fundamentos meteorológicos para una nueva teoría de la revolución, que se inspira al mismo tiempo en las experiencias más avanzadas de la lucha de los trabajadores en esa época (el cartismo inglés, la revuelta de los tejedores de Silesia en 1844, etc.)   Rechazando a su vez al viejo materialismo de la Filosofía de las Luces (cambiar las circunstancias para liberar al hombre) y el idealismo neohegeliano (liberar la conciencia humana para cambiar la sociedad) Marx corta el nudo gordiano de la filosofía de su época, planteando en la tercera tesis sobre Feuerbach que en la praxis revolucionaria coinciden el cambio de las circunstancias y la transformación de la conciencia del hombre.

De ahí, con rigor y coherencia lógica, su nueva teoría de la revolución (presentada por primera vez en la Ideología Alemana): sólo por su propia experiencia, en el curso de su propia praxis revolucionaria, pueden las masas explotadas y oprimidas romper a la vez con las circunstancias exteriores que las oprimen (el Capital, el Estado burgués) y con su conciencia mistificada anterior.

No hace falta mucho esfuerzo para identificar la propuesta del “hombre nuevo” del Che Guevara y su valoración de la importancia de la conciencia, del factor subjetivo en el proceso revolucionario, con ese pensamiento fundacional de los clásicos.  Dice el Che: ”Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material, hay que hacer el hombre nuevo”.  En otras palabras: no existe otra forma de emancipación autentica que la autoemancipación.

Como lo proclamaría  Marx en el Manifiesto Inaugural de la Primera Internacional: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.

Superar los límites “sindicalistas” del sindicalismo

En este trabajo sobre la autonomía obrera, hemos querido llamar la atención sobre el pensamiento de Antonio Gramsci sobre el tema, tan lejos, por cierto, de las edulcoradas versiones light que nos saben “vender” sus falsificadores locales, elaborado principalmente durante los años 1919/20 desde las páginas de un de un periódico socialista, “Ordine Nuevo”, que se convertiría en el portavoz y alma mater de la ofensiva obrera de entonces.

Repasemos en que condiciones Gramsci elabora sus propuestas[5]: Italia sufre las consecuencias de la guerra contra el imperio de los Hamburgo y la demagógica ideología de la “ victoria iluminada” después de la conferencia de Versalles (que puso fin a la 1º Guerra Mundial) producirán explosiones de nacionalismo extremista, derrumbe de la lira (moneda italiana) e insostenibles cargas fiscales para las capas más débiles, crisis de las masas rurales y luchas por la tierra, ascenso del proletariado industrial en las áreas urbanas del norte, especialmente en Turín, la ciudad del automóvil y de obreros metalúrgicos, de la Fíat, de la Lancia, etc.

Y frente a todo esto, la incertidumbre paralizante  del partido socialista y de los sindicatos que oscilan entre el tremendismo verbal de “hacer como en Rusia” y la efectiva incapacidad de dirigir el movimiento.  Es en ese preciso momento histórico que Gramsci propugna la creación de los consejos laborales por fábrica como método efectivo de conquistar la autonomía obrera y gestar un poder popular que se lance a la lucha por la derrota general del sistema capitalista.

Claro está que las condiciones de Italia de 1919/20 son únicas e irrepetibles, y necios seríamos en pretender copiar las consignas y propuestas de entonces.  Pero más necios son quienes pretenden negar toda importancia histórica general y la posibilidad de sacar conclusiones propias para nuestras propias condiciones de lucha.  Veamos si no podemos aprovechar algo del pensamiento gramsciano.

“Los obreros perciben que el conjunto de “sus” organizaciones ha llegado a ser un aparato tan enorme, que ha terminado por obedecer a leyes propias, inherentes a su estructura y a su complicado funcionamiento, pero ajenas a la masa que ha adquirido conciencia de su misión histórica de clase revolucionaria.  Perciben que hasta  en su casa, en la casa que han construido tenazmente, con esfuerzos pacientes, cimentándola con sangre y lagrimas, la maquina tritura al hombre, el funcionarismo esteriliza el espíritu creador y el dilentantismo banal y verbalista[6] procura en vano esconder la ausencia de conceptos precisos sobre las necesidades de la producción industrial y la ninguna comprensión de las masas proletarias”

“Los sindicatos de oficio, las cámaras del trabajo, las federaciones industriales, la Confederación General del Trabajo son el tipo de organización proletaria especifico del periodo de la historia dominada por el capital.  En cierto sentido se puede sostener que este es parte integrante de la sociedad capitalista, y tiene una función que es inherente al régimen de propiedad privada”

“El error del sindicalismo consiste en eso: en asumir como hecho permanente, como forma perenne del asocionismo, el sindicato profesional en la forma y con las funciones actuales, que son impuestas y no propuestas, y por ende no pueden tener una línea constante y previsible”

“El más grave error del movimiento socialista ha sido de índole similar al de los sindicalistas.  Participando en la actividad general de la sociedad humana en el Estado, los socialistas olvidaron que su posición debía mantenerse esencialmente como de crítica, de antítesis.  Se dejaron absorber por la realidad, no la dominaron”

“Los comunistas marxistas deben caracterizarse por una psicología que podemos llamar “mayeutica”[7].  Su acción no es de abandono al curso de los acontecimientos determinados por las leyes de la competencia burguesa, sino de espera crítica.  La historia es un continuo hacerse, es por ende esencialmente imprevisible.  Pero ello no significa que “todo”  sea imprevisible en el hacerse de la historia, es decir, que la historia sea dominio del arbitrio y del capricho irresponsable.  La historia es al mismo tiempo libertad y necesidad’

Qué enseñanzas podemos extraer de estos escritos de Gramsci sobre sindicatos y consejos laborales en la Italia industrializada de 1920 ?

ü      podemos reforzar el concepto de que las formas de organización y lucha de los trabajadores están históricamente determinadas, pero no de un modo fatal o solo por cuestiones económicas.  La determinación es de un conjunto de fenómenos (eje de acumulación de la plusvalía, tipo de mecanismo de control y dominación social, historia de las instituciones políticas, etc.) que generan un marco de correlaciones de fuerzas y límites en forma de tendencias hacia una u otra dirección y no de rígidos muros de contención. Nada hay en la forma sindical de organización de los trabajadores que sea eterno o inmutable.

ü      nos alienta a  superar el fatalismo del determinismo y a levantar con fuerza el papel de la iniciativa humana, de la voluntad colectiva, del factor subjetivo, del elemento consciente, en los procesos sociales dejando de lado todo sociologismo vulgar que pretenda analizar las formas organizativas proletarias como excrecencias del modelo de desarrollo capitalista, como normalmente realizan los “expertos” del tipo Julio Godio[8].  Los obreros conscientes de los límites de un modelo sindical pueden impulsar, con su voluntad política organizada, uno nuevo, más acorde a los objetivos de liberar la clase de la explotación capitalista.

ü      la forma sindical de organización es al mismo tiempo conquista de los trabajadores en su lucha contra el capital, expresión de su negatividad, de su decisión de independizarse de la relación de explotación a que está sometida, y es también resultante de la reproducción del sistema capitalista no solo en el plano económico (cada nuevo ciclo vuelve a haber trabajadores sin medios de producción obligados a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir), sino también político: el sindicato, por lo menos en su actividad cotidiana, solo cuestiona el modo en que se organiza y retribuye el trabajo asalariado (y no la propia existencia de este: el capitalismo); y lo debe hacer aceptando las leyes y procedimientos modelados por la burguesía, su justicia e instituciones.

Ese equilibrio entre “órgano para la lucha” e “institución orgánica de sistema de reproducción de las relaciones capitalistas de explotación” se mantiene mientras las partes en disputa mantienen aproximadamente su correlación de fuerzas.  Si una de ellas avanza sobre la otra, tenderá a cambiar las reglas del juego sindical y el propio carácter del sindicato.  Si el que avanza es el capital, tenderá a borrar hasta la última sombra del carácter combativo del sindicato transformándolo absolutamente en un órgano a su servicio.  Si el que avanza es el proletariado tenderá a romper los límites sindicales y darle a la organización de base carácter de ámbito de autonomía obrera, de verdadero poder popular encaminado a la lucha abierta por el poder político.  Eso es exactamente lo que planteaba Gramsci desde las páginas del “Ordine Nuovo”

Un breve panorama histórico

Si pegamos una mirada a la historia del movimiento obrero argentino también podremos comprobar que las formas de organización no han sido inmutables, que han acompañado los cambios económicos/sociales y han estado fuertemente influidas por los diversos proyectos políticos que fueron conquistando preeminencia en la clase.

Presentaremos una periodización del movimiento obrero que, por supuesto, es tan arbitraria y discutible como cualquier otra

a) Etapa del predominio anarquista.  La situamos desde 1878, año de la fundación de la Unión Tipográfica, primer sindicato moderno de la Argentina; hasta 1918, año en que se reúne el Xº Congreso de la Fora.  Este periodo se corresponde con una etapa muy inicial del capitalismo en el país que se desarrolla a expensas de un modelo agro/exportador y donde todavía lo predominante es el sindicato por oficio y su versión criolla: el Sindicato de Oficios Varios.

Hay que reconocer con toda hidalguía que hemos tenido una visión muy prejuiciosa hacia las experiencias anarquistas por lo que se hace imperiosa una re-lectura de esa etapa y una revalorización de algunas de las características que el anarquismo introdujo al sindicalismo argentino, sin caer en el extremo opuesto de una idealización que vele su debilidad mayor que estaba justamente en el tema de contribuir a dotar de un proyecto político propio a la clase.

Señalemos algunas de dichas características: 1) la renuncia expresa a cualquier negociación con la patronal y/o el estado, 2) la preeminencia de las acciones directas en defensa de las reivindicaciones obreras, 3) el anonimato de sus dirigentes que se negaban a cualquier cargo sindical formal, 4) la honestidad e incorruptibilidad de sus dirigentes y 5) el ejercicio de la democracia directa como alternativa a la organización sindical.

Durante este periodo, y bajo su directa influencia, se producen algunas de las luchas más heroicas y sangrientas de la clase obrera argentina: la Semana Trágica, la rebelión de los obreros agrícolas de la Patagonia, las luchas de la Forestal, etc.

La burguesía los castigará severamente por sus méritos, y se aprovechara de sus errores para derrotarlo: su falta de perspectiva política para agrupar tras sí a otros sectores populares y para intervenir en la disputa de las amplias masas en el momento en que se resquebraja el viejo modelo conservador fraudulento y paternalista del caudillismo para gobernar la república y surge el radicalismo como herramienta de participación de los nuevos sectores burgueses surgidos en el periodo.

b) Etapa de predominio reformista: socialistas sindicalistas, etc. Lo situamos desde 1922, año de la fundación de la Unión Ferroviaria, primer sindicato en adquirir forma y normas de funcionamiento institucional hasta 1935, momento en que los comunistas (que han venido acumulando fuerzas desde principios de la década infame) llegan a compartir la dirección de la C.G.T. constituida en 1930.

Es en este periodo donde ocurren simultáneamente cambios muy importantes en la estructura económica: industrialización selectiva por necesidades de la exportación (Frigoríficos, ferrocarriles y puerto) y por políticas de sustitución de importaciones por la primera guerra mundial.  Aparece el obrero fabril y hay una proletarización del criollo.

Cobran fuerza las corrientes socialistas que incorporan la perspectiva política, el reclamo a los poderes constituidos y la representación electoral.  El sindicalismo va descartando la huelga salvaje y se orienta a la negociación colectiva, las leyes laborales (la primera es propuesta por el senador socialista por la Capital, Alfredo Palacios en 1912).

Si en la primera etapa el sindicato es claramente un instrumento de lucha obrera, una expresión nítida de la negatividad obrera hacia el sistema, ahora empieza a percibirse que también puede ser instrumento de adaptación a su funcionamiento.

El cambio de sentido y contenido impacta también en la vida sindical: el representante electo en la asamblea con mandato definido comienza a ser sustituido por el representante que negocia con la patronal y el estado.  La renuncia a la violencia daba paso a la gestión benevolente ante las patronales y el Estado, a las comisiones paritarias y los tribunales de arbitraje, a la presión sobre el parlamento.  Un socialista europeo, Bernstein, lo diría con todas las letras: “El objetivo final no es nada, el movimiento lo es todo”[9].

Si el socialismo dejaba de ser la meta y se convertía en un ideal ético; si la propiedad privada contaba ahora con el acuerdo obrero, era “lógico” que los sindicatos aspiraran a humanizar el capital  exigiendo participación en las ganancias de las empresas, impulsando cooperativas o incluso organizando empresas de propiedad sindical.  De allí surgió el primer caso de delincuencia sindical: el tesorero de la primera Cámara del Trabajo se fugó con los fondos y tuvo que cerrar las puertas la empresa sindical.   Esa misma lógica adaptacionista va a llevar al secretario general de la C.G.T., Luis Cerruti a escribir a los generales golpistas del ‘30: “la C.G.T. está convencida de la obra de renovación administrativa del gobierno provisional”

c) Etapa de la influencia comunista. Desde 1935/36, año de grandes luchas dirigidas por los comunistas y su incorporación al C.C.C. de la C.G.T.  hasta 1945, año en que surge el peronismo.

También se basa en modificaciones estructurales de la clase y la aparición de las grandes concentraciones fabriles. Entre 1941 y 1946 (período de la II Guerra Mundial) la ocupación obrera aumenta un 40,5% y el valor de la producción en un 34.5%.  Los establecimientos industriales pasaron de 51.178 a 54.670 y los obreros industriales de 677.517 a 938.387.  Para 1947 la población total era de 15.894.000 personas y la P.E.A. (población económicamente activa) era de 6.445.000 personas de los cuales 4.633.000 personas (el 73%) eran asalariados.  Surgen las grandes concentraciones fabriles

Pero además se modifican abruptamente los índices y niveles de sindicalización: en 1936 había 369.989 obreros sindicalizados en 296 organizaciones sindicales, en 1941 son 441.412 obreros sindicalizados en 356 organizaciones sindicales y en 1945 llegan a 528.523 trabajadores  y 969 organizaciones sindicales con lo que tenemos un índice de sindicalización del 10% y  menor que el de 1941 y al de 1935. [10]

Qué había ocurrido?  Por un lado un modelo de relación del Estado con los sindicatos basado en el desconocimiento de las organizaciones sindicales y el hostigamiento permanente.  Para los que se atreven a desafiar el poder, persecuciones, cárceles, destierro.  Así había ocurrido con las importantes luchas que durante la “década infame” libraron los trabajadores de la carne (1932), los petroleros de Comodoro Rivadavia (1932), los trabajadores de la madera (1934) y la gran huelga de la construcción (1935/36) que fueron enfrentadas a sangre y fuego por la dictadura de Justo y sus continuadores. Rufino Gómez (petrolero), José Peter (carne), Vicente Marishi (madera), Fioravanti, Chiaranti, Burgas e Iscaro (construcción) eran parte de una nueva camada de dirigentes obreros  comunistas reconocidos ampliamente por los trabajadores y temidos por el poder.[11] Los comunistas van a conquistar posiciones en aquellos sindicatos que habían sido dirigidos por los anarquistas y los van a unificar en federaciones nacionales por rama de gran poder de lucha, pero salvo excepciones no van a poder desplazar a los socialistas de sus posiciones tradicionales.  En abril de 1936, los sindicatos clasistas se incorporan a la dirección de la C.G.T. y logran inscribir en los estatutos de la C.G.T.  que sus objetivos son: “preparar su emancipación, creando un régimen social fundado en la propiedad colectiva de los medios de producción y de cambio

El General Sosa Molina, explicando las causas del golpe de 1943 conducido por una logia militar (el GOU) de la que formaba parte Perón relataba su visión del 1º de mayo de 1942: “Una enorme multitud con banderas rojas al frente, con los puños en alto y cantando La Internacional, presagiaba horas verdaderamente trágicas para la República.  Las FF.AA. no podían permanecer indiferentes.  La revolución del cuatro de junio tiende a anticiparse a los acontecimientos”.   Una oleada represiva se abatiría sobre los sindicalistas clasistas, aunque no es la causa decisiva del surgimiento del peronismo, conviene no olvidar que previo al Pacto Social y las concesiones reales, hubo cárcel y torturas para los luchadores.

d) Etapa fundacional del peronismo. Lo situamos, obviamente, desde el 17/10/45 hasta el golpe gorila del ‘55.  Desde la perspectiva que estamos tratando el tema nos interesa resaltar solo un aspecto: el de la perdida de la autonomía para el sindicalismo argentino que va a ser colocado a la cola de un proyecto de desarrollo nacional/burgués y va a aceptar la intervención estatal en la vida sindical hasta en su más mínimo detalle.

El movimiento obrero argentino que había nacido a finales del siglo XIX, había sufrido por parte del Estado una actitud única y permanente: represión, hostigamiento y no reconocimiento como interlocutor en los conflictos sociales.  A partir del peronismo esta actitud dejo paso a un mecanismo más complejo: un conjunto de mejoras habilitó vías para incorporar a la clase obrera dentro de una coalición hegemonizada por la burguesía industrial .

En ese proceso, la clase obrera logró mejores condiciones para la venta de su fuerza de trabajo, cierto acceso al mercado de bienes y servicios,  mayor poder en las relaciones intra empresa; y sobre todo logró mayor peso en la sociedad por medio de una organización sindical de masas, que a su vez la vinculaba estrechamente al aparato estatal.

El «pacto» encarnado en el peronismo, tenía como sujeto activo a un aparato estatal autoerigido en árbitro de las relaciones entre capital y trabajo.[12] Ese Estado actúa con una acentuada autonomía relativa, que le permitía desligarse del nivel económico-corporativo de los intereses de la burguesía, para intentar una respuesta a los intereses estratégicos del conjunto de la clase.

Como mediador frente a la clase obrera, se conformó una estructura sindical caracterizada por una menguada autonomía política y organizativa, a cambio de una amplia tutela económica y política por parte del estado. Desde entonces nació y creció una burocracia sindical que, con matices, conservó su rol de mediación a lo largo de las cuatro décadas siguientes. La subordinación del movimiento obrero no fue producto de la casualidad, sino de un proceso de construcción de un proyecto político, de su instalación profunda en la clase.

Esta situación prolongada de subordinación del movimiento obrero ha generado un “sentido común” de sindicalismo cuyas características distintivas son: fuerte legalismo (confianza, esperanzas en que la justicia les de la razón en los conflictos de clase), estatismo (las soluciones se piensan por intervención del estado en la economía o frente a las injusticias), delegación de soberanía (los trabajadores confían en sus dirigentes para el reclamo, la negociación o aún la lucha) con el consiguiente caudillismo de muchos de sus dirigentes (aún de los combativos y honestos) y sobre todo la idea de que el sindicato está para negociar con la patronal y conseguir algo.

Es este sentido común, modelado en los largos años de vigencia del modelo sindical hoy en crisis, el que hoy se ve reemplazado por un nuevo sentido común, tan o más reaccionario que el anteriormente vigente, que se basa en el individualismo y el consumismo como parámetros generales para todas las acciones sociales y que es absolutamente funcional al nuevo rol gerencial de la burocracia y su propósito de convertir el sindicato en una empresa proveedora de servicios a sus asociados/clientes.

En los hechos las primeras normas de regulación de la vida sindical corresponden a este periodo: decreto 23.852/45 y la ley 12.910/45 que reconocen el derecho a organizarce, a actuar en política, a defender sus intereses profesionales y propiciaba la unidad sindical y el fortalecimiento financiero de las organizaciones reconocidas.

Claro que por un procedimiento que negaba buena parte de la historia anterior:

*     Sería el Estado quien resolvería la legalidad de uno u otro sindicato (supuestamente tomando en cuenta el número de afiliados) en caso de disputa, y al decretar que solo los reconocidos legalmente podían participar en las negociaciones sobre cuestiones laborales, presionaba violentamente por el sindicato único. Entre 1936/40 se firmaron 46 convenios colectivos de trabajo, en 1944/45 se firman 726 y entre 1946/51 lo hacen con 1.330 sindicatos.  Estas cifras ayudan a explicar el “triunfo aplastante” del nuevo modelo sindical sobre un sindicalismo clasista que no acierta a encontrar como defender sus posiciones y que termina capitulando ante el avance de Perón disolviendo los sindicatos que dirigía en un gesto que solo contribuyó a consolidar la perdida de autonomía para los trabajadores que perdieron así una referencia clasista más allá del debilitamiento numérico que sufrían.

*     Obliga al patrón a ser de agente de retención de la cuota sindical con lo que masifica su cobro, pero colocando los fondos de la organización bajo administración de aquellos que supuestamente se debía enfrentar.  Al aceptarse esto, se sepultaba profundamente aquello de luchar por una sociedad sin explotadores ni explotados aun cuando -contradictoriamente- el sindicalismo va a tener un crecimiento cuantitativo espectacular.

Además, para acentuar lo contradictorio del momento, como parte de las “conquistas” se abre paso una estructura sindical que llega hasta lo profundo de las empresas dando nacimiento a lo que algunos investigadores denominan la “anomalía argentina”: el sistema de delegados por sección (uno cada 50 trabajadores o fracción) que todavía la burguesía pretende terminar de desmontar, y que fuera históricamente el objeto de sus campañas represivas dado que por estar más alejado de las direcciones burocráticas era el estamento más permeable a las inquietudes y exigencias de las bases, recíprocamente era la extensión de la burocracia al interior profundo de la clase y también un mecanismo de corrupción y clientelismo generalizado.

Aquí si que vale lo que decíamos sobre el pensamiento de Gramsci acerca de los sindicatos[13].  En determinadas experiencias puntuales (automotrices de Córdoba o Acindar en los principios de los ‘70, la huelga ferroviaria del ´90, etc.) los cuerpos de delegados se transformaron en mecanismo de organización y poder sindical alternativo al institucional, pero también hay que decir que funcionaban como sistema de distribución preferencial de plazas de turismo, créditos inmobiliarios u otros beneficios sindicales.

e) Etapa de disputa por la hegemonía en el movimiento obrero. La ubicamos entre 1955 y 1975, o dicho de otro modo entre la Resistencia Peronista y el inicio del genocidio producido por el terrorismo de Estado, por cierto que con plena adhesión y protagonismo de las patotas del la burocracia sindical ya que, entre otras muchas cosas, el golpe de estado del 24 de marzo vino a saldar la disputa entre la burocracia sindical y el amplio bloque de fuerzas que se le oponían.

Desde la perspectiva de este trabajo solo vamos a resaltar algunas cuestiones.

*     Que la burocracia sindical asimiló rápidamente y sin traumas la caída del gobierno que la había gestado y sostenido.  Con los gobiernos militares y civiles que le sucedieron se iba a repetir el tipo de relación de colaboración y pacto[14].  Incluso, va a ser un gobierno militar el que daría mayor protección legal al “negocio sindical” de la salud obrera con la sanción de la ley de Onganía sobre Obras Sociales como antes había sido un gobierno “democrático”, el de Frondizi (1958/62) el que sancionaría una Ley de Asociaciones Profesionales a medida de la burocracia sindical.  En rigor las Obras Sociales vienen de la época peronista y tuvieron legitimación con la Reforma de la Constitución de 1949 y alcanzaron una envergadura única en América Latina.  De los servicios de salud se pasó a una oferta hotelera propia, planes de vivienda, proveedurías y tiendas.  Con todo el desguace sufrido, todavía hoy el negocio de las Obras Sociales mueve cuatro mil millones de dólares anuales.

*     Durante todo este periodo la burocracia va a jugar un juego recurrente: dividirse en “colaboracionistas” y “combativos” ante cada nueva instancia institucional, conteniendo a todo el mundo bajo la bandera de la “C.G.T. única” y la unida orgánica de la clase, consigna que lamentablemente repetía (como si fuese un asunto atemporal o fuera de la disputa de proyectos políticos) la izquierda marxista y peronista.

*     b) que es también en este periodo que comienza a recuperarse y recrearse la autonomía obrera con las experiencias de mayor independencia de ese periodo: la C.G.T. de los Argentinos, el Cte. de Huelga de los trabajadores del Chocón, el sindicalismo combativo y clasista de Córdoba (Tosco, Salamanca y López), la UOM y la C.G.T. de Villa Constitución y por último la experiencia (fundamentalmente alrededor de 1975 y del Rodrigazo[15]) de las Coordinadoras Interfábriles por fuera de la estructura sindical “oficial” aunque no alejada de la institucionalidad de base: las comisiones internas y el cuerpo de delegados.

Sin embargo, ninguna de las experiencias antiburocráticas del periodo llegan a proponer una nueva central obrera, por fuera de la C.G.T.; a lo sumo se proponían como un camino para su recuperación, para “expulsar los traidores”, etc.

La idea de la central única, de la llamada unidad orgánica de la clase, había penetrado profundo en la cultura obrera argentina, incluso en la cultura de izquierda, lo que fue ampliamente aprovechado por la burocracia sindical para someter a todos a una institucionalidad creada desde el estado y modelada por su accionar de años.

Desde las luchas hacia una nueva identidad

Para entender la realidad de la clase obrera argentina no alcanza con un análisis minucioso de las estadísticas o de una formidable labor de encuestas que nos permitan conocer lo que opinan los trabajadores.  En el mejor de los casos eso nos permitiría sacar una fotografía de la clase, y para entenderla hay que verla en acción, luchando, como en una película.

Al ocupar las rutas en Cutral Có, los “piqueteros” estaban realizando mucho más que un ejemplar acto de dignidad obrera,  estaban abriendo una nueva etapa en la lucha de resistencia contra la política del ajuste perpetuo que sufrimos desde hace 20 años y más.

Esta nueva etapa[16] tiene algunos matices que merecen nuestra atención.

Por un lado hay un principio de incorporación al combate del proletariado industrial de las empresas privadas del gran capital (Fíat, Atlántida, petroleros privados, etc.) que incorpora al escenario político de las grandes ciudades un sujeto, hasta ahora ausente (y que no pocos creían desaparecido), con una gran potencialidad de golpear donde le duele a la burguesía y de agrupar pueblo alrededor de su lucha.

La lucha de los trabajadores de Fíat Córdoba en particular colocó en un lugar imprescindible el debate sobre la autonomía obrera y los límites de un modelo sindical del que veníamos anunciando su agotamiento, por lo menos para la lucha de los trabajadores, más allá de que pueda sobrevivir reciclado en un sindicalismo empresarial volcado a las ART, AFJP y las porciones de privatizaciones que les reservan.  La efímera existencia del Sitramf, y su transformación en UOM Ferreyra, ambas experiencias resistidas ferozmente por la transnacional de origen italiano[17], muestran que era cierto eso de que la verdadera puja es entre un sindicalismo de nuevo tipo, autónomo del gobierno, los patrones y la política burguesa, y los proyectos empresariales de mantener desorganizados, aislados, sometidos totalmente a sus trabajadores.

La otra gran novedad de esta etapa es la irrupción en las rutas de los trabajadores desocupados, sus familiares y -particularmente- de sus hijos, jóvenes que nunca accedieron a un trabajo y que ven ante sí sólo el infierno de estos pueblos asesinados por el ajuste.  ¿Qué nos están diciendo estas luchas?

*     Que se producen por afuera del  movimiento obrero y popular tradicional

*     Que el sujeto social protagónico es característico del impacto social sobre la clase obrera del modelo: trabajadores industriales desocupados, jóvenes sin futuro, mujeres sostén de familia, etc.  Algo de esto anticipábamos cuando decíamos que no se podía seguir pensando a la clase obrera solo como la que tiene overoll y trabaja en fábricas.  La que esta peleando es la nueva clase obrera argentina.

*     Se recupera la Asamblea General como dirección de la lucha.  Democracia de base que se acerca a poder popular en ocasiones.

*     La lucha no está pensada desde la lógica “sindical” de presionar para negociar, sino que se pide lo que se necesita, y hay voluntad de conseguirlo a cualquier costo.  Esto crea enormes problemas a las “representaciones sindicales y políticas” del modelo o posibilistas

La conciencia de clase se mantiene y “traslada” a los nuevos espacios sociales donde los despedidos de las empresas privatizadas o quebradas por el ajuste a que los obliga la apertura indiscriminada de la economía y el conjunto de las otras políticas de concentración y centralización capitalista, tienen que ir en busca de sustento para la supervivencia de ellos y sus familias.  Claro que la conciencia social que trasladan es la constituida en el período anterior de luchas y organización donde primaba un criterio sindicalista pactista y conciliatorio, pero que igual es casi subversivo al entrar en contacto con genocidios sociales como los que YPF realizó en Cutral Có o el Ingenio Ledesma en Villa Libertador Gral. San Martín

No se puede dejar de mencionar el impacto social de formas no confrontativas de lucha, como la de la Carpa de Ctera o el reclamo por el esclarecimiento del caso Cabezas que muestran el valor de encarar un reclamo desde la perspectiva más amplia de la sociedad, y no desde lo estrictamente corporativo o “clasista” que estas luchas no cuestionan ni el modelo ni el sistema, sino que piden más “justicia en su aplicación” con lo que logran dos cosas: 1) contactar con el sentido común[18] en cuanto ideología dominante incorporada como “natural” en la vida cotidiana y 2) lograr el apoyo de los grandes medios (Clarín especialmente) que no solo lo reproducen, también inciden en su modelación; por todo ello logran más impacto en la sociedad que en el propio gremio docente que las “mira por T.V. aunque no se deben subestimar en su capacidad de desbloquear sectores muy amplios de la sociedad, sobre todo capas medias, ganadas por la indiferencia y la complicidad social.

En conjunto, todas las formas de luchas que van caracterizando esta etapa creemos que nos permiten concluir que:

*     La nueva etapa confirma que este modelo sindical está totalmente agotado, Las luchas ponen de manifiesto la crisis terminal de un sindicalismo modelado por y para el capitalismo distributivo

*     Que la burocracia sindical -en todas sus variantes- es parte del bloque de poder y que sus peleas son por diferencias entre pares explotadores y

*     Que no existe hoy un centro de dirección real de las luchas, que su ausencia es expresión y causa componente de la falta de alternativa verdadera.

Pero hay otras visiones.  El flamante jefe de asesores laborales de la Alianza Frepaso UCR, el nombrado Julio Godio en un articulado publicado en Clarín del 27/7/97 se pregunta: “¿qué está pasando en el sindicalismo peronista?  ¿qué nuevo tipo de sindicalista está emergiendo?” y él mismo se contesta: “Está emergiendo en primer lugar un tipo de dirigente que asimila la necesidad de un cambio estratégico de fondo: mantener naturalmente su relación histórica con el peronismo pero con autonomía (esto expresan las huelgas generales de 1996, los argumentos cautelosos para apoyar a Duhalde, etc.); una creciente preocupación por instalar regulación estatal en el mercado de capitales de origen salarial, defensa de la negociación colectiva centralizada y articulada, búsqueda de formas de concertación social con participación popular (plebiscito  sobre los últimos decretos laborales)” para concluir su articulo exhortando a apoyarlos: “Hay que cooperar con el fortalecimiento de los sindicatos, porque su debilitamiento ahonda las diferencias de ingresos y las sociales”.

Los hay también quienes nos convocan a “recuperar la C.G.T.” apoyando al M.T.A. en sus idas y venidas, de Duhalde al Frepaso y de ahí al acuerdo con Lorenzo Miguel.

Son parte de los que se empeñan en ilusionarse con supuestos liderazgos de la resistencia, que no pueden legitimar ni siquiera cuando en su provincia estallan las rutas, y pretenden convertirse en la tercera pata entre la CTA y el MTA, acordando más con uno o con otro  según las circunstancias.

Con palabras de un dirigente de la C.C.C.[19]: “Con respecto a la política del movimiento obrero nosotros somos partidarios de que se organice en una sola central obrera.  Tácticamente creemos que hoy hay que unir en una C.G.T. democrática, combativa, federal a todos los sectores opositores.  …..Nosotros entendemos que desde allí se debe promover la recuperación de las organizaciones sindicales que están en manos de traidores o colaboracionistas”

Estamos absolutamente convencidos de que es imposible ya que sería como pensar en “poner al lado del pueblo” la Justicia o la red comunicacional.  Son partes del  sistema y no se los puede cambiar por dentro. El problema de la CGT y sus organizaciones es estructural: son gremios concebidos con una organización centralizada y jerárquica, orientada a acumular recursos de todo tipo para conseguir el apoyo del estado y poder negociar mejor los conflictos. Hoy esa capacidad de presión está agotada, en buena medida porque el propio estado les quita sus bases de sustentación (los margina de los convenios, les restringe el manejo de las obras sociales), y los sindicatos viran hacia la condición de empresas capitalistas que utilizan a sus trabajadores como mercado cautivo que explotan directamente, o como “cartera de clientes” que transfieren a empresas privadas.

Están también las propuestas de la Corriente Primero de Mayo (ahora reducida a Patria Libre) y de las diversas organizaciones de origen troskista que con la descalificación de todo lo existente ponen un signo de igualdad entre la C.G.T., el M.T.A. y la C.T.A.. con lo que pareciera que habría que construir una central que nuclee solo a los “puros”  suponiendo que hubiera premisas para que la existencia de una central obrera de izquierda que coexistiera con centrales católicas y socialdemócratas, al modo europeo.

Creemos que esto es inviable en la Argentina de hoy.  La izquierda está en una situación inicial de recuperación que conlleva una tremenda debilidad de inserción entre los trabajadores y aún en las luchas.    En realidad, la construcción de una corriente sindical de izquierda dentro del CTA es mucho más viable, en primera instancia, que la de una central de izquierda, además de que puede coincidir con la conformación de una nueva identidad política de los trabajadores, proceso forzosamente prolongado, contradictorio y de fuente plural.

La unidad de los revolucionarios, mandato guevarista que todos asumimos como un compromiso ético  y una necesidad de imperiosa urgencia puede tener un ámbito de materialización en la lucha común por conquistar la autonomía de la clase obrera en una central verdaderamente alternativa.

Esto nos lleva a un concepto sobre el que venimos insistiendo: la independencia no se declama ni se pide, se construye.  Se construye con inserción de la propuesta política entre los trabajadores, con la conquista de posiciones en las estructura de base existente de los trabajadores: delegados, cuerpos de delegados, comisiones internas y sindicatos locales o creando nuevas como hacen los piqueteros y los desocupados.

La cuestión es que perspectivas le damos a estas construcciones.  Vincularlas al C.T.A. es un modo concreto de vincularlas a la construcción de la central alternativa, en el punto que está hoy la  construcción de esa propuesta.

No se trata de hermosear a la C.T.A., ni de disimular las diferencias políticas que tenemos con la corriente que hoy es mayoría, se trata de no rendirnos a la correlación de fuerzas y de proponernos acumular dentro de la C.T.A. para nuestras posiciones.     La CTA acaba de ser reconocida legalmente como central nacional de los trabajadores.  Es una conquista que logramos todos los sectores que en la Argentina apoyamos esta exigencia, que es un cuestionamiento concreto al modelo de CGT única vertical y subordinada al estado.

Pero también es una conquista de la solidaridad internacional que se mostró generosa y firme en el reclamo.  es, en realidad, una de las primeras conquistas de esta solidaridad internacional de los trabajadores que busca caminos de coordinación, como ocurrió recientemente, en agosto, en el Encuentro Internacional sindical frente al neoliberalismo” realizado en La Habana.

La estrategia del Movimiento Político Sindical Liberación

Si una dimensión de la lucha por la autonomía obrera pasa hoy por impedir que subordinen la C.T.A. a un proyecto gatopardista como el que encarna la Alianza Frepaso/U.C.R., la otra dimensión es disputarle a la C.G.T. y sus federaciones y sindicatos de base la organización y representación sindical de los trabajadores, teniendo en cuenta que 3 de cada cuatro de los trabajadores argentinos (7,5 millones sobre unos 10 millones de población económicamente activa, en cifras redondas) está fuera de cualquier sindicato y su encuadramiento sindical es la gran tarea de este fin de siglo.

Una mirada sobre la historia del movimiento obrero argentino nos dice que la clase no pudo conquistar el rol de hegemonía necesario para lograr imponer una salida popular y antiimperialista a la crisis que viene soportando el país por la falta de autonomía.

Un gran camino para la transformación del movimiento obrero, que ha empezado a realizarse en forma muy gradual, pero quizás en un futuro cercano se vuelva generalizado, es la “paralelización” de las organizaciones sindicales burocráticas. Uno de los efectos de la elevación de la “unidad sindical” a principio inamovible, aceptado acríticamente, ha sido la inhibición de crear sindicatos paralelos, haciendo primar las tesis de “recuperación” de las organizaciones burocratizadas, aunque esto se haya revelado por la experiencia virtualmente imposible. Parte de la fuerza y la capacidad de supervivencia de estas mismas organizaciones, se ha extraído, nos parece, de la obstinada disposición de las oposiciones combativas a estrellarse una y mil veces contra el muro de la disputa electoral por la conducción de los sindicatos, pese a no existir mínimas condiciones para disputar el triunfo.

El problema de fondo, por cierto, es si se lucha por el control de una estructura, o se busca la forma de constituir formas de organización obrera auténticamente independiente, que pueda aspirar a convertirse en mayoritaria, o al menos, a agrupar a un conjunto importante de trabajadores, aunque no consiga personería gremial. No hay que perder de vista, por lo demás, que la figura de la “personería gremial” no es otra cosas que un instrumento del poder estatal para otorgar el monopolio de la representación obrera de un sector, que eventualmente puede ser utilizada para quitársela a quiénes se aparten del modelo sindical predominante. El grado de desprestigio de la diligencia sindical tiene dos caras para el sindicalismo alternativo: a) Los hace vulnerables frente a las masas de afiliados. b) Extiende el descreimiento hacia el “sindicalismo” sin distinción alguna.

Se trata de profundizar esa vulnerabilidad, al mismo tiempo que se genera la idea de que es posible “otro” sindicalismo, distinto desde la raíz al existente en las últimas décadas, tanto en la realidad de las estructuras como en la subjetividad de los trabajadores. En la medida en que el CTA crezca y se prestigie, habrá condiciones más favorables para “instalar” el CTA en cada gremio, planteando la afiliación a esa central y eventualmente, la constitución de un nuevo sindicato combativo.

Ya lo había planteado la C.G.T. de los Argentinos hace casi tres décadas: “Si las organizaciones sindicales se limitan a cuidar su personería, sus fondos y el sillón de sus directivos, pero son impotentes para pelear, no digamos ya por la liberación nacional sino siquiera por el salario de sus afiliados, habrá llegado el momento de crear junto a cada una de esas estructuras caducas, otra estructura viva  y combatiente, aunque no tenga personería ni permiso oficial…” (periódico C.G.T. nº 35 del 29/12/1968).

En los próximos años, la labor del Movimiento Político Sindical de Liberación debería concentrarse concretamente en las siguientes tareas:

a)  Allí donde aún sea posible, dar la batalla para incorporar los sindicatos existentes a la C.T.A. con el doble propósito de garantizar la autonomía política para los trabajadores del sindicato liberado de la tutela cegetista y de aportar a consolidar las posiciones de quienes defienden consecuentemente el rumbo de la C.T.A. hacia una verdadera Central Alternativa de los trabajadores

b) Propiciar la formación de sindicatos paralelos a los conducidos por la burocracia que se propongan agrupar, organizar y representar a todos los trabajadores del ámbito de actuación del sindicato de la burocracia (no solo a los estables con recibo de sueldo legal) y garantizar la democracia sindical, la confrontación con la patronal y el compromiso con la construcción de un bloque popular alternativo.

c) Impulsar nuevas formas de organización entre los trabajadores desocupados, temporales, en negro, cuentapropistas, etc.  Posiblemente, muchas de estas nuevas formas organizativas deberán tener una base organizacional territorial y junto con los problemas vinculados al trabajo, deberán abordar la temática de la vivienda, la salud, la educación y demás derechos humanos indispensables para una vida digna.

d)  Coherente con el objetivo anterior, desarrollar una estructura de C.T.A. a nivel territorial que aborde la lucha por todas las formas de organización y disputa anteriores.

Claro está que esta labor organizativa debe estar precedida por un enfoque político de autonomía y defensa de los derechos obreros, lo que justifica y exige una política de unidad de la izquierda en lucha por esta política, y la construcción del Movimiento Político sindical “Liberación”  como una fuerza de masas y de cuadros, portador de esta propuesta clasista para el movimiento obrero.  A poco de más de un año de su Congreso, el MPSL es hoy una realidad como fuerza nacional de la C.T.A., pero todavía hay una enorme distancia entre los objetivos que nos proponemos y la fuerza organizada que tenemos en la base misma de la clase que pretendemos organizar y representar.

El movimiento obrero y el nuevo escenario político

La lógica electoral va prevaleciendo en el discurso y el accionar del gobierno.  De repente descubre que tenía tareas pendientes -para las que se proponen como los únicos en condiciones de cumplirlas- en el plano de la desocupación y la atención de la salud, la vivienda y la educación popular.  De ahí surgen, como de la galera de un mago, promesas salariales para los maestros y jubilados, planes de vivienda y otras obras públicas prometidas cíclicamente cada vez que una urna asoma en el horizonte.

Esa misma lógica es la que ha llevado a un pantano las negociaciones con la C.G.T. y la gran patronal Igual que en julio de  1994, la C.G.T. había vuelto a firmar un acuerdo marco para la “flexibilización laboral”.  Es bueno recordar que desde 1989 el gobierno no ha cesado de aprobar decretos e impulsar leyes que han traído el efecto opuesto al declarado como objetivo:  han traído más desempleo y más precarización del trabajo.

Cada uno de estos atropellos legales ha contado con la anuencia de una burocracia sindical  que solo ha intentado defender sus derechos corporativos a manejar los fondos de las obras sociales de los trabajadores y a negociar con las grandes patronales en nombre de  ellos.  Como hizo el Smata con la Fíat de Córdoba para liquidar sus conquistas y reducir sus salarios.

Después de 8 años de flexibilización laboral y de todos estos decretos y leyes hay 2 millones de desocupados, un millón seiscientos mil subocupados, 2 millones y medio de trabajadores en negro, 290 mil bajo contrato temporal y de los casi 3,5 millones de trabajadores por su cuenta solo 900 mil están en condiciones de aportar a la caja de autónomos.  Doscientos mil niños trabajan y la pobreza estructural y temporal crecen sin cesar aún en el Gran Buenos Aires.

Y quieren seguir flexibilizando. El acuerdo firmado tenía para Menem el atractivo de sumar a sus campañas a un aparato que aún desprestigiado es todavía fuerte económicamente y cuenta entre sus organizaciones a la mayoría de los trabajadores sindicalizados. Para la CGT la ilusión de perpetuar su poder.  Las organizaciones patronales (que no son electas por nadie pero mandan en el ejecutivo y en el legislativo) se niegan a avalar este acuerdo porque aún pretenden más: arrasar con todo lo que queda para hacer de la Argentina una nueva Malasia u otro Taiwan.

El gobierno que se debate entre sus obligaciones “carnales” y la necesidades cosméticas que le impone la cercanía de las elecciones, prefirió patear la pelota para adelante y mantener alrededor suyo la alianza contra natura de la C.G.T. y el grupo de los Ocho confiado en que las posibles modificaciones en el Poder Legislativo no ponen en peligro ni las transformaciones ya efectuadas ni los próximos pasos del ajuste como Machinea y los principales jefes de la Alianza han jurado en la intimidad de los salones del poder y anunciado públicamente desde su “hábitat natural”: los estudios de radio y televisión.

La tranquilidad del stablishment ante la crecida de la Alianza en las encuestas y esta misma postergación revela sobre la verdadera naturaleza de la Alianza más que mil discursos electorales del gobierno o de la “oposición”.  Deberían reflexionar sobre este hecho evidente aquellos que insisten en que el triunfo aliancista abriría una nueva etapa para el movimiento obrero y popular

La desaparición de los jerarcas sindicales de las listas del Partido Justicialista es una prueba más de su declinación como fuente de poder política[20].  El tibio compromiso de los sindicatos con las elecciones de Octubre y la baja tasa de sindicalización priva al oficialismo de un voto cautivo que expresaba la subordinación histórica de la C.G.T. y lo fundamental del sindicalismo argentino a un proyecto político, que en épocas más brillante, no superaba el marco del desarrollo burgués para la nación.  .

La cuestión de la autonomía política de la clase obrera se ha colocado entonces en un nuevo escenario de disputa donde el crecimiento de la C.T.A. en marcha hacia las elecciones del 30 de setiembre cobra un gran significado y es, también, objeto de disputa entre los diversos proyectos político/sindicales existentes en su seno.

No desconocemos que hay un sector que se empeña en poner la C.T.A. al servicio directo de la gran maniobra gatopardista puesta en marcha hacia el ‘99.

No es nuevo, son los mismos que votaron a Alfonsín contra los militares, a Menem contra Alfonsín y ya probaron con Bordón contra Menem.    Abrumados por la temprana explicitación del proyecto del ‘99 han construido un discurso más complejo donde se valora a la resistencia como la madre de todos los cambios y ya no se promete el cielo por las urnas, sino solamente el comenzar a conquistarlo.

Ese mismo sector es el que imagina a la C.T.A. como el componente sindical de la gran concertación antimenemista en un nuevo intento por poner una vez más a la clase a la cola de proyectos burgueses de desarrollo aunque sean con más gasto social y menos corrupción.

Los numerosos y variados sectores y corrientes sindicales y sociales que se están incorporando en estos días a la C.T.A. lo hacen en la búsqueda de caminos de superación a un sindicalismo que hizo del Pacto Social y el apoyo a fracciones del empresariado y el ejercito una forma de hacer política que nos acercó a la tragedia que hoy vivimos. Nadie quiere más de lo mismo.  La lucha de los piqueteros, de los trabajadores de la energía, de los docentes, de los jubilados, etc. están reclamando un nuevo impulso a los planes de lucha que instalen la verdadera agenda de problemas en el debate público.

La  C.T.A. debería contribuir a debatir lugar por lugar el programa reivindicativo y un Plan de Lucha  que no puede tener el ´99 en su horizonte, sino la construcción de las condiciones de poder popular para poder imponerlas. Y ello no porque seamos indiferentes a las elecciones legislativas, por el contrario, votar el programa que los trabajadores defienden en cada una de las luchas es también una forma de conquistar la autonomía de los patrones, el Estado y los partidos del sistema.

Un peligro que conlleva la ofensiva política por subordinar la C.T.A. y el conjunto del movimiento popular, a la estrategia gatopardista de la Alianza Frepaso Ucr, es la tentación de enfrentarla con el viejo recurso del apoliticismo sindical.  No se trata de negarnos al debate político, o aún  al debate sobre posicionamiento electoral.  Efectivamente, estos son temas que interesan a los trabajadores y que corresponden discutirlos.

Se trata justamente de la autonomía, del gran tema de la autonomía.  De la independencia de los trabajadores del Estado, de los patrones y de los partidos políticos del sistema, pero no de la política.  En todo caso se trata de discutir qué tipo de política, y en eso seguimos las enseñanza de Agustín Tosco cuando decía que había dos, y solo dos, formas de entender el sindicalismo:  el de conciliación y adaptación al sistema, y el de liberación, comprometido con la constitución de un bloque popular capaz de transformar a las grandes mayorías oprimidas en sujeto del cambio revolucionario.

Fortalecer la CTA con la perspectiva puesta en la autonomía obrera y una verdadera central alternativa. Agrupar la izquierda en su seno y seguir volcando fuerzas de izquierda para esta pelea. Agrupar izquierda para el día después de las elecciones. Debate plural para fortalecer el pensamiento revolucionario y proyectar el ideario guevarista al movimiento obrero y popular desde  el Seminario del Che.

Tales son las formas que asume la pelea por la alternativa para quienes empieza aspiran a  mostrar la coherencia entre el discurso y las conductas como un capital político de enorme importancia.

Buenos Aires,  17 de agosto de 1998


[1] Federico Engels, carta del 22/10/1890 a Bloch en  Marx Engels. Obras Escogidas. Editorial Cartago.

[2] vendedores ambulantes de mercaderías importadas de muy bajo precio que reciben de comercios especializados en el tema, siendo en la práctica, parte orgánica del sistema de comercialización de dichos productos importados, aunque sin capital propio, ni relación laboral  u organización sindical

[3] Louis Viannet, diario “L ‘Humanite” del 30/11/95

[4] en esta sección seguimos la línea argumental de Michel Lowy abordada en el articulo: “Carlos Marx, un siglo después” . pg. 34 de la revista El Rodaballo, Nº 1, noviembre de 1994

[5] del  preámbulo a la edición de Tesis XI de 1991 de Ordine Nuovo escrito por Antonio Santucci, director del Centro de Estudios Gramscianos, del Instituto Gramsci de Roma

[6] Hablar de lo que no se sabe

[7] mayeutica:  método socrático para provocar el parto de la verdad en otra persona mediante preguntas adecuadas

[8]consultor laboral de la O.I.T. ha pasado a ser uno de los principales asesores laborales de la Alianza Frepaso Ucr

7 . Reforma o revolución.  Rosa Luxemburgo

[10] Julio Godio, El movimiento obrero argentino (1943/1955). Hegemonía nacionalista laboralista.  Editorial Legasa. 1990

[11] Peronismo, menemismo y clase obrera” trabajo editado por la Com. Nac. Sindical del P. C. (1997)

[12] A partir del régimen de «personería gremial», que combina la centralización sindical, con las fuertes facultades de aprobación e intervención por el estado de las actividades sindicales. Se instrumentó un sistema de convenciones colectivas de trabajo, limitado a las asociaciones sindicales reconocidas, y sujeto a la «homologación» del estado.

[13] apartado c: los sindicatos como instrumento de negatividad y de asimilación

[14] en el sentido que le da Offe: “El acuerdo representaba por parte de los trabajadores la aceptación de la lógica de la rentabilidad y del mercado como principios rectores de la asignación de recursos, el intercambio de productos y de la localización industrial.  Offe,  1982

[15] La lucha por voltear a Celestino Rodrigo, ministro de economía de Isabelita, y precursor de Martínez de Hoz y Cavallo, dio lugar a la última gran manifestación obrera del periodo.  A pesar de que fue convocada oficialmente por la C.G.T. -y particularmente por la fracción vandorista- en el episodio jugaron un gran papel las Comisiones Internas y las Coordinadoras Interfábriles

[16] Creemos que los anteriores ciclos de lucha contra el menemismo se podrían clasificar esquemáticamente así: 1) de principios de 1990 hasta el fin de la gran huelga ferroviaria de 40 días en marzo de 1992; 2) desde el Riojanazo y el Santiagazo en diciembre de 1993 hasta fines de 1994 en que la derechización del Frente Grande le ponen límites al auge popular.

[17] han despedido al núcleo principal de la comisión directiva del Sitramf y a su principal referente, el compañero Carlos Gallo

[18] nos referimos a lo que Gramsci entendía como “sentido común”:  el conjunto de ideas y doctrinas, en su versión vulgarizada, que de un modo ecléctico se incorporan al imaginario colectivo modelando desde la ideología dominante sus acciones diarias, el modo de reaccionar ante los problemas e incluso de manifestar sus sentimientos

[19] Darío Perillo, secretario de la filial Berazategui del Suteba , en Cuadernos del Sur, suplemento del Nº 22/23 de enero de 1997, pag. 5

[20] Todavía en 1973 los burócratas sindicales acaparaban casi todas las vicegobernaciones y un buen bloque de legisladores

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