En el Cancionero de Akira, un poema mío: Cuando los niños juegan a ser Dios


En verdad esta no es una canción, aunque alguien alguna vez le podría poner música.  

Es algo que escribí después de escuchar la historia de labios de la protagonista adulta, o sea la maestra. 

El lugar son las montañas de La Rioja, bastante lejos de Rosario, en unos llanos que alguna vez albergaron grandes luchadores como el Chacho Peñaloza o Facundo Quiroga. 

Dos digresiones, una es que el libro de Sarmiento sobre Facundo se  ha considerado el libro más importante del periodo de la constitución de los argentinos como nación.

Tarde o temprano lo vas a leer y hay que procurar leerlo sin anteojeras, sabiendo que en el fondo Sarmiento admira a Facundo tanto como lo odia pero hay que saber que en algún momento Facundo armó una alianza del norte que mantuvo a jaque a las tropas porteñas por varios años. 

Cuando los porteños lo vencieron La Rioja pasó a ser una colonia de segunda mano en un país desdeñoso de los bordes.

La segunda digresión es que la diferencia entre un niño pobre y uno que no lo sea es tan grande que difícilmente se pueda pensar en niñeces sin pensar en su situación social. 

El poema lo escribí sin copiar a nadie pero tenía en mi memoria  otro de un gran poeta alemán que se llama Bertol Brecht y que escribió en un cuento sobre un juicio lo siguiente:

“Preguntaron a un proletario en el tribunal qué fórmula elegía para su juramento: la religiosa o la laica.

«No tengo trabajo», contestó.”

Porque para un desocupado nada importa sino conseguir trabajo para intentar dejar de ser pobre

Cuando los niños juegan a ser Dios

Dicen que en un pueblo de montaña,

pero verde que te quiero verde,

montaña verde que se recuesta en un río

largo como el lagarto bilingüe

que nace brasilero y muere porteño.

Dicen, digo

que una maestra como las de antes

de las que juegan con los niños

y los quieren no importa lo que sean

una maestra como la que yo encontré

cincuenta años después

que me enseñara a cantar el himno guerrillero

y me besó en la frente, de nuevo

una maestra de las que enseñan

como si no enseñaran

les dijo a los niños, un día de otoño

en medio del verde que te quiero verde,

que ese día jugarían a ser Dios

y que cada uno podría pedir que se haga real

el sueño más loco, ese que ni se atreven a soñar

y dicen, Digo

que el primer niño la miro fijo

y le pidió que vuelva la madre muerta

y el otro le pidió que vuelva la madre

que se había ido, dejándolos solos

y que hubo una niña,

que solo le pidió

volver a recordar la madre

porque se le había olvidado

en los cinco años que no estaba

y dicen, Digo

que el siguiente niño la miro altivo

y le pidió trabajo para el papá

que estaba harto de bolsas y cajitas

y el otro dijo que quería veinte pesos

para poner carne al guiso que

desde Navidad solo fideos y fideos

y dicen, Digo

que el último que habló,

los demás no se animaron,

primero pidió una cama para dormir solito,

sin sus seis hermanos con él

y que después pensó y pidió

una casa nueva para su familia

que no sea el rancho de siempre

y al final, como si hubiera encontrado

en el aire la solución

de todo

los ojos le brillaron cuando

dicen que dijo,

le cambio todo

por trabajo para papá

y dicen, Digo

que aquella maestra

que había recortado con amor figuras

de juguetes y caballitos blancos

de una cocina y de cinco pelotas,

para repartir al final del juego

comprendió que había aprendido

la lección que solo Dios te puede dar

y que el viejo alemán

le copió hace un siglo

antes de jugar y de cantar

antes de bailar y de reír

los niños necesitan una mamá

y un papá que tengan

trabajo y casa

una cama con un oso en lugar

de almohada

y un trabajo de esos

que los niños sueñen con tener

cuando sean grandes

dicen  Digo

Que cuando los niños juegan a ser Dios

son más niños que nunca

porque al darles la posibilidad

de cumplir cualquier deseo

se muestran en su fulminante inocencia

Deja un comentario