Luego de sufrir más de cincuenta años de un largo ciclo de gobiernos militares surgidos de golpes de estado (desde 1930 a 1982), seguidos por gobiernos civiles que volverían a ser derrocados por golpes de estado, las elecciones, la democracia “representativa”, la administración de “Justicia”, se convirtieron en el objeto del deseo, en el punto de llegada de las luchas sociales; pero no por eso cambiaron su carácter de instrumento de dominación.
Cómo un dogma inapelable, el domingo pasado, políticos de todos los signos, repetían como un karma que se estaba viviendo “la fiesta de la democracia”, que lo importante es votar –gane quien gane- o como dijo el Ministro De Pedro: “Cuando tuve que votar, me emocioné porque me acordé que llevamos 38 años ininterrumpidos de democracia. Eso refleja que aprendimos del pasado.”
Desde hace años disentimos con esta afirmación, por lo menos ingenua aunque seguro equivocada: lo que vivimos en la Argentina desde 1983 no es ninguna democracia, sino un sistema político que preserva –en lo fundamental- las relaciones de poder construidas violentamente por la dictadura militar, y nunca erradicadas de raíz, y como son relaciones que se reproducen de un modo amplificado, cada vez son más injustas, arbitrarias, autoritarias, conservadoras del status quo.
La supuesta igualdad de los ciudadanos ante la ley, todos podemos votar, todos podemos ser candidatos no es más que una ilusión, los dueños de la tierra y los bancos, los que dominan el comercio exterior y por ende las divisas, los que poseen diarios, emisoras de televisión y ahora dominan las redes sociales son los trazan los límites infranqueables del sistema político de no mediar luchas sociales, rebeliones sociales imprescindibles para modificar el orden repetido hasta el infinito.
El ciclo que se pretende cerrar con el resultado de las elecciones del domingo pasado no comenzó el día que a Cristina se le ocurrió proponer a Alberto como candidato; sino mucho antes, cuando el movimiento de derechos humanos convocó a la mayor movilización popular del siglo para derrotar la maniobra de impunidad del dos por uno, cuando las y los trabajadores se rebelaron contra un Congreso que no dejaba de avalar las políticas fondomonetaristas que Macri y sus aliados imponían una a una hasta que en diciembre de 2017 se toparon con una resistencia activa que no pudieron doblegar ni con las balas de goma ni con las bombas de gas.
Desactivar la movilización social callejera para apostar todo a la disputa electoral fue el primer error, que impidió demoler al macrismo, y que se termina pagando con esta derrota electoral. Renunciar a todas las formas de lucha, es el camino más seguro para perder en la forma de lucha que se privilegie, en este caso, la electoral.
El Macrismo ganó las elecciones de 2015, pero no las ganó solo con la campaña electoral, sino como resultado de una verdadera guerra integral que llevó adelante contra el pueblo, sus organizaciones y los dirigentes políticos que percibían como aquellos con más posibilidades de encabezar proyectos populares. El Lawfare no fue algo tangencial en ese mecanismo bélico sino justamente uno de sus núcleos centrales.
Asumido el gobierno por Alberto Fernández se hicieron algunas promesas valiosas: no pagar al fondo con el hambre del pueblo, limpiar las cloacas de la democracia (Jueces, Espías, Periodistas, etc.) pero nunca se dieron pasos efectivos en esa dirección. Acaso la intervención a la Agencia Federal de Inteligencia, la derogación de protocolos y normas dictadas por Bulrich para sistematizar la represión armada y el gatillo fácil. Si Cristina dice que gobernar es hacer, digamos la verdad, nada se hizo para superar el lawfare, la lógica de concentración de la riqueza y degradación del patrimonio social. Sin eufemismos ni forma de disimularlo, los ricos son más ricos y los pobres más pobres después de casi dos años de gobierno del frente de todos.
El gobierno no solo es responsable de no haber sostenido ninguna de sus promesas de gobierno: reforma judicial, Vicentín, aumento salarial por encima de la inflación, etc., más grave aún es su constante amenaza y desaliento de la movilización popular contando desde el 17 de octubre del 2020, regalando la calle a la derecha y colocando cada vez más al movimiento social que había enfrentado al macrismo con tanto éxito en un sujeto cuasi pasivo, dedicado a cumplir tareas de cuidado y asistencia social que corresponden inexcusablemente al Estado. Valga el reconocimiento a las y los que a pesar de todo ocuparon las calles y sostuvieron el reclamo; en nuestro caso, valoramos mucho la movilización de diciembre de 2020 por Amado Boudou, el acampe en Plaza de Mayo por Milagros Sala y el acto por la libertad de Luis D Elia en La Matanza.
La doble condición de fuerza hegemónica en el gobierno y en el movimiento popular, colocó a la alianza representada por Alberto, Cristina y Massa en la privilegiada situación de administrador de la política, pero también de principal responsable del fracaso del modelo puesto en marcha.
Llegado el momento de presentar candidatos se tomaron una serie de decisiones que hoy se muestran como errores groseros. Señalo algunos solo como ejemplo, el destaque de fuerzas extremistas de derecha y de los radicales en aras del “debilitamiento” de Macri y sus amigos; la expulsión de las listas a todo aquel que exprese el costado combativo del movimiento que resistió al macrismo y al larretismo (a quien se lo amparó fuerte desde comienzo de la pandemia en aras de un supuesto acuerdo de convivencia civilizada) unido a una discriminación macartista que borró todo rastro de izquierda de las listas; asumir como única propuesta de campaña volver a la vida previa de la pandemia, olvidando (¿) que esa vida era la mierda que nos había dejado Macri, para algunos de nosotros escuchar que nos proponían como ideal de vida esa vida de mierda fue una verdadera provocación, parece que para millones de argentinos, también.
Para ganar las elecciones en noviembre, hay que hacer de cuenta como si no hubiera elecciones pero que el gobierno nacional y las fuerzas que lo sostienen, tienen tres meses para hacer los cambios que se necesitan para cumplir con el mandato incumplido de terminar con el macrismo. No es nuestra costumbre entregar un recetario porque en realidad no hay un solo modo de resolver los problemas y dada la voluntad política, los caminos puedes ser diversos pero parece evidente que nada se podrá hacer sin controlar el comercio exterior y las divisas, de modo tal que el imprescindible shock de consumo que se debe impulsar no se frustre por la inflación. Así como es hora de terminar, del modo que sea, con esta Corte Suprema que organiza el Poder Judicial en contra del gobierno y cualquier medida de justicia.
Si se pudo derrotar a Macri en el 2019, claro que se puede derrotar en noviembre a la derecha pero para eso se necesita un paso previo e indispensable, definir el campo de lo popular y el campo de la oligarquía, algo tan elemental como saber quiénes estamos de un lado y quienes del otro, y saber que con ellos no hay otra posibilidad que confrontar hasta que se imponga un modelo de país, y que esa lucha deberá darse en todos los terrenos. En las calles y en los tribunales; en los medios de comunicación y el Congreso; en el terreno diplomático e internacional tanto como en la disputa electoral.
Para ganar las elecciones de noviembre, habrá que revolucionar el gobierno aunque eso parezca exagerado pero es que en estas latitudes para ganar elecciones hay que estar dispuestos a hacer revoluciones porque ya se vio que con las urnas no alcanza, no alcanza con tener gobernadores, diputados o senadores ya que el sistema está pensado y organizado para auto preservarse como cualquiera que haya prestado atención al caso Vicentin debería haberlo entendido por su cuenta. Las urnas no son mágica, las bancas no son mágicas, la única magia es la del pueblo organizado y con proyecto político de transformación.
Solo cuando se asuma que gobernar es transformar la injusta realidad social, reivindicar a los más agraviados y explotados del capitalismo será posible modificar la relación de fuerzas y entonces sí será posible ganar elecciones.
Ahora es cuando…
Extraordinaria reflexión cargada de verdad ,amor y compromiso con la libertad
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El análisis parte que el peronismo es transformador, que lo que se marca como no realizado sería debilidad. Parece que son muy pocos los dispuestos a transformaciones en el peronismo. Es ingenuo no ver los acomodos, beneficios y corruptelas de muchísimos militantes
Cercanos al poder peronista.
Cuál es el proyecto peronista??
Parece que , tener el poder para beneficio de dirigentes y derramar algo hacia los populares.
La derecha y el poder real gana elecciones porque hasta los peronistas son de derecha, la lógica de la gente común es de derecha.
Hace falta una fuerza de izquierda lúcida, renovada, con los pies en la tierra. Que comprenda que el planeta se va a la mierda con el consumo…. más inteligente y amplia, que el trozquismo.
Que plantee su proyecto social de vida.
El peronismo es más de lo mismo.
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Excelente y profundo análisis, José y lo comparto totalmente. Dora
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Comparto totalmente un análisis tan profundo sobre la realidad de la patria. Dora
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Reblogueó esto en aldonzalorenzoblogy comentado:
Siempre expresa con rigurosa certeza los pensamientos que se ajustan en minucioso entretejido al sentimiento más profundamente arraigado en el corazón de nuestro pueblo. Y con «nuestro» pueblo me refiero a los que están tanto de un lado como del otro de la cancha. Debo suponer que en ambos campos hay personas con corazón.
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