Este domingo, última función de «Rosa Luxemburg Oper» en Buenos Aires. Una puesta teatral de excepción en El Artefacto, con Alejandra Aristegui y gran elenco en la sala de Raúl Serrano


Rosa Luxemburgo fue asesinada en Berlín, por un grupo paramilitar protofascista, pero a las órdenes de la socialdemocracia alemana de Friedrich Eberth (recuerden este nombre porque la fundación que lo celebra financia todo tipo de eventos de fuerzas de izquierda y sindicales, para escarnio de quienes aceptan su sucio dinero), el 19 de enero de 1919.  Antes había sido detenida por las fuerzas policiales y estas últimas horas que relata la obra de teatro de un modo absolutamente adecuado: nada previsible, ningún golpe bajo, con músicos y canciones en escena para mostrar una Rosa imprescindible en el siglo XXI, plena de revolución y humanismo.

Junto con la entrada, la producción te regala un libro en miniatura con cartas de amor de Rosa, como  un anticipo de lo que se veré en escena: una Rosa deseante que proclama el derecho de luchar por la porción de felicidad que a cada ser humano nos corresponde.  Una felicidad personal nunca separada de la lucha colectiva ni sobrepuesta a ella, pero que plantea una dimensión de la revolución que la acerca al Che y a nosotros mismos: la revolución como promesa de la conquista de la felicidad; puesto que en definitiva, para qué diablos luchamos  y estamos dispuestos a vencer si no es para ser felices.  Libres para ser felices.  Con vivienda, salud, educación, seguridad, recursos, para ser felices.  Pero nunca una felicidad egoísta, boba.

La vida de Rosa, su obra, su lucha, su muerte interpela a los luchadores por los derechos humanos de la Argentina, a los que quieren garantías constitucionales y democracia verdadera (no este remedo formal, minimalista, instrumental, trucha como Macri y la Bullrich) cuando Rosa dice que los que eligen el camino de la reforma, de la moderación, de la conciliación con el Imperialismo, no buscan un buen camino para el socialismo sino que renuncian a él y que además al hacerlo, condenan a muerte a la democracia.  Eberth y los socialistas alemanes no eligieron un camino más fácil para conquistar el socialismo (como ellos decían y algunos siguen repitiendo) sino que estaban renunciando a la revolución, acuchillando la democracia formal y abriendo paso al fascismo que pocos años después llegaría al poder para seguir asesinando comunistas, pero también socialistas, cristianos y todo demócrata que se le cruzara en el camino.

Rosa pone en discusión de qué modo se enfrenta al fascismo: con concesiones y agachadas?, con el oportunismo de quienes ni siquiera piden la libertad de sus propios compañeros presos políticos? o con una política firme, revolucionaria dirán los que gustan conciliar y recular ante la derecha, que construya la unidad antifascista desde la lucha que es la única, nos recuerda Rosa, que puede generar conciencia, subjetividad, sensibilidad. Como esta obra de teatro que es un verdadero gesto de resistencia cultural al macrismo y toda forma de claudicación ideológica, política o cotidiana.

La obra se despliega entre monólogos, diálogos y canciones acompañadas por violonchelo y clarinete de modo tal que surja una Rosa autentica, muy cómoda en Buenos Aires, dialogando con nuestras luchas y nuestros sueños, trayendo en su discurso final (en la vida y en la obra) a nuestros treinta mil compañeros desaparecidos: “Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror de ustedes, ¡Yo fui, yo soy, yo seré!

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