La memoria es más larga que la traición


Eran cuatro los torturadores.  Uno murió, uno está condenado, otro va al Juicio Oral y el cuarto acaba de ser detenido luego de años de “clandestinidad”.

 

Por alguna razón que desconozco en exactitud, pero puedo intuir e imaginar, entre el Grupo de Tareas del Dto. de Inteligencia de la Policía Santafesina y yo, había algún problema personal.

 

Osmar Rebechi, Eduardo Ramos, Víctor Cabrera y Juan Eduardo González me detuvieron por repartir volantes en un desfile militar al terminar la dictadura de Onganía y comenzar la primavera democrática de Cámpora. Un 20 de junio de 1973.

 

Luego, llegaron cinco mínutos después que una bomba de importante poder explosivo volará lo que había sido la casa familiar en Primera Junta 3588, frente al viejo Mercado de Abasto, a la vuelta de la Escuela Número Cinco y la Seccional Sexta, luego Cuarta, de la Policía Provincial en la capital santafesina.  Un cinco de diciembre de 1975.

 

Más tarde, en la noche del once al doce de octubre de 1976, asaltaron mi nueva casa, donde vivía con mi compañera Graciela, y nos secuestraron a Hernán, que estaba de visita “militante”, a Graciela y a mi.  En la misma casa me molieron a golpes y luego me dejaron en el Centro Clándestino “La Cuarta”, justo a la vuelta de donde había vivido entre 1952 y 1976.  De la Cuarta pasé a la Guardia de Infantería, detrás de la cancha de Colón y luego pase unos pocos meses en la Cárcel de Coronda de donde salí para Semana Santa del 77.

 

Y finalmente, en noviembre de 1977, me volvieron a secuestrar cuando intentaba concretar un encuentro con uno de mis compañeros de militancia en la Juventud Comunista, Carlos, quién ya me había ayudado en el 76 cuando luego de que un destacamento militar asaltara la casa de Primera Junta 3588, detuviera a mi hermano Pablo y arrasará con lo que no habían destruido con la bomba de diciembre del 75.

 

Me volvieron a llevar  a la Cuarta y me sometieron a simulacros de fusilamiento, torturas y golpearon sistematicamente el higado hasta el límite de que estuviera a punto de estallar.  Por una serie increible de “casualidades”, en medio de la noche de torturas, el grupo fue detenido por sus robos “no autorizados” y me soltaron nuevamente.

 

En diciembre, me presenté ante un Juez provincial denuncié las torturas y un medico forense me examinó y extendió un certificado de “lesiones leves”.  Entonces, nada supe de sus identidades ni rangos oficiales o informales.  Ni entonces ni por los siguientes veinte años.

 

Fue Patricia, antes de viajar a España a declarar ante Garzón en Madrid, que me dio la nomina con nombre, rango y cargo.  Poco después, un periodista de apellido Tizziani, en una entrevista radial, me anotició que aquella denuncia del 77 permanecía en un archivo judicial, que él mismo me facilitó una copia.

 

Desde entonces, denuncie a los cuatro pero por las extrañas razones del modo que funciona nuestra “Justicia” solo incriminaron, detuvieron, procesaron, juzgaron y condenaron a Eduardo, Curro, Ramos, quien solía jactarse de ser un “intelectual nacionalista”, militante del Partido Justicialista que recién lo expulsó de sus filas varios años después de su condena judicial.

 

En el medio se murió Osmar Rebechi, el jefe del grupo, siempre vestido de traje y con apariencia de cantor de tango de los cincuenta.  De Cabrera y de González nada.  Como si algún mecanismo secreto los protegiera.

 

Hace algunos años, las hijas de Cabrera me buscaron y me contaron que su padre volvía de su “trabajo” y violaba a su mujer, luego de ponerle a la fuerza un pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo.  También que les regalaba relojes y joyas, que eran las que robaban a las compañeras secuestradas, y que era boxeador.  Igual que el hijodeputa que en la noche de noviembre del 77 me molió a golpes y casi trituro mi higado.  Su madre había huido de él hace unos años y ellas lo repudiaban con convicción.  Colaboraron en la busqueda y en el 2015 lo detuvieron.  Está procesado y espera el juicio Oral.

 

El cuarto, Gonzalez, pasó a la “clandestinidad” cuando detuvieron a Cabrera y recién hace dos días que lo encontraron a pocos metros de donde había vivido toda la vida.  Y a este no le corre el dos por uno.

 

El grupo de tareas de los cuatro de la Inteligencia Policial tenía como referencia al Centro Clándestino La Cuarta por donde pasaron cientos de compañeros, muchos de ellos desaparecidos, y donde asesinaron a Alicia López un día de noviembre de 1976, en la celda que estaba pegada a la mía.  Alicia era descendiente directa del Brigadier Estanislao López y militaba en las Ligas Agrarias del Norte Santafesina. Era maestra, profesora de literatura y amaba, igual que yo, el poema de Borges dedicado a Facundo Quiroga, “El coronel va en carroza a la muerte”. Bello.

 

Al Curro Ramos, al Juez Federal Víctor Brusa y otros represores, los detuvieron en el 2005 y los juzgaron en el 2009.  En el 2010 condenaron al Comisario Facino por el asesinato de Alicia. A pesar de que siempre todos los sobrevivientes denunciamos a los cuatros del grupo tardaron casi ocho años en “encontrarlos”.

 

Puede ser que en la Cárcel de Las Flores el Curro Ramos haya descorchado un Dom Perignon para celebrar el fallo de la Corte del dos por uno.

 

Que no se apure.

 

En 1992, cuando el Honorable Senado de la Nación ungió como Juez Federal al torturador Víctor Brusa, a iniciativa de los justicialistas Carlos Reutemann y Gurdulich de Correa, escribí en un impulso que la memoria es más larga que la traición.

 

Ahora, que de nuevo la traición y la infamia amenazan con sostener la impunidad de los genocidas, lo vuelvo a afirmar con toda convicción.

 

Nosotros venceremos, el pueblo vencerá.

 

La memoria es más larga que la traición.

4 comentarios sobre “La memoria es más larga que la traición

  1. Jose, somos contemporaneos. Sigo tus cronicas con las cuales acuerdo siempre o casi siempre. Te fui conociendo a traves de las mismas y en esa forma compartimos un espacio. Te mando felicitaciones y un abrazo. Horacio

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  2. importante entrada. Poco es todo lo que pueda decir que pueda compensar tanto dolor que causaron esos cuatro torturadores a vos, a tu familia, a tus compañeros y a muchísimos más y de los muchos largos años que le llevó a la «justicia» para encontrarlos y para juzgarlos.Irene

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  3. la memoria siempre está. Por eso nuestros ausentes, están siempre presentes, como nosotros con nuestras heridas. Las heridas se mitigan pero no desaparecen nunca. Abrazo José!!!! Por tu lucha que es nuestra lucha.

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