«Escribir recuerdos es sanador»….reportaje en Tiempo Argentino


«Escribir recuerdos es sanador»

Reivindica a la literatura como un remedio para exorcizar las huellas de la dictadura y «llenar los agujeros» que deja el horror. Ficción, «deudas» familiares y la lucha política.

Una bomba destrozó su casa rosarina en 1975, la dictadura lo secuestró dos veces, y entre las sesiones de picana y torneos de patadas que armaban sus captores para que aprendiera buenas costumbres, casi se muere en un centro clandestino de detención. Los genocidas veían a José Schulman como una figurita difícil. En plena caza de brujas rojas, no podían privarse de tener a uno de los principales miembros de la Juventud Comunista de Santa Fe. Pero el tipo, empecinado, sobrevivió. Es secretario nacional de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre –el organismo de Derechos Humanos más antiguo del país–, querellante histórico en la causa Triple A, impulsor de la investigación por la responsabilidad de la empresa Acindar en la matanza de Villa Constitución, y declarante permanente en decenas de audiencias por juicios de lesa humanidad. Pero su herramienta de pelea es la literatura. Cuentos, relatos y poesía. Como los que están en su último libro, Un vaso de agua. Realidad ficcionada, porque «hay cosas del horror tan íntimas e indecibles, que no se pueden describir en un ensayo periodístico o histórico. Eso, la ficción lo resuelve.»

–La ficción regala licencias…
–Hay dos frases que me enseñaron eso. Una de Augusto Roa Bastos en el libro Vigilia del Almirante: «Con los documentos verdaderos se escribe la historia falsa, sólo la ficción puede contar la verdad.» La otra es del español Jorge Semprún, que pasó por los campos de concentración nazis: «No se puede vivir sin recordar, pero es imposible estar todo el tiempo recordando.»
–¿Para qué escribe, y qué le dio la escritura?
–Primero es importante decir por qué lo hago. Empecé a escribir en medio de la peor crisis depresiva de mi vida, cuando en 1999 detuvieron a Víctor Brusa, el funcionario judicial que me había torturado, y lo liberaron al otro día. Me di cuenta de que volcar recuerdos en un papel era sanador, y me permitía recuperar las cosas que me había arrancado la dictadura.
–¿Cuáles?
–Buena parte de la juventud. La dictadura nos robó eso, vivir con plenitud, con alegría. ¿Quién podía sostener el deseo cuando te vuelan tu casa o te torturan tirado en un camastro?
–El primer cuento del libro, que se titula igual, habla de aquella bomba y de su madre sola, esperando ayuda después de la explosión. ¿Cómo lo recuerda?
–Militaba en la Liga y en el PC santafesino, y ya tenía señales de que la cosa empeoraba. El 5 de diciembre de 1975, la bomba reventó mi casa familiar, a las 3 de la mañana. El cuento responde a una deuda que yo tenía con mi vieja, sentí mucha culpa pensando en ella.
–¿Por qué?
–Porque ella no había decidido luchar por la revolución, como sus hijos. Y tuvo que soportar cosas terribles. Todavía la recuerdo de madrugada, en el medio de las esquirlas. Se sentó en la vereda, y no se acercó un solo vecino para ayudarla. La imagen me vino a la cabeza en estos días, a raíz de los linchamientos. Parece que ahora descubrieron que hay gente de derecha.
–Uno de sus textos dice que los militares «veían a las chicas como incubadoras vivientes”.
–Hay algo del horror que es inenarrable. Lo que uno hace con la ficción es bordearlo, inventar, llenar agujeros por no entender o no conocer ciertas cosas. Escribir es como invocar un conjuro que me saca el dolor.  «

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