porque va a llorar cuando lo lea
Alicia se levantó temprano esa mañana de otoño; tan temprano que su madre se extrañó y como ya sabía lo que pasaba, se preocupó bastante. ¿No vas a ir otra vez con esos terroristas? preguntó de un modo que la respuesta se hizo innecesaria mientras corría a preparar el café con leche para que no salga sin tomar algo caliente. La muchacha terminó de ponerse el pullover gordo que le había tejido la abuela Dora, tomó un sorbo de la taza grande que la madre le había puesto delante, agarró la campera en una mano y la cartera grande en la otra, le dio un beso en la mejilla a la madre mientras le decía no te preocupes que no va a pasar nada. Casi corrió dos cuadras pero llegó justo para tomar el trole que venía lleno de empleados públicos y escolares de la primaria, algunos con sus padres pero casi todos solos, se acomodó en un costado y soportó en silencio los quince minutos del viaje para deslizarse hasta la puerta de atrás al llegar a la esquina del colegio.
A Cora no la vio porque estaba detrás de Patricia pero apenas se juntaron las tres, rompieron el envoltorio del paquete que habían dejado en el piso, sacaron los volantes y se pusieron a repartirlo a los alumnos de los primeros años que eran los que entraban a la mañana. La reacción era diversa. Algunos lo agarraban con interés y preguntaban algo pero muchos bajaban los ojos y cerraban los puños para que no pudieran entregarle el papel rectangular que tenía el escudo montonero en la parte baja. Aunque era tan jovencita que no estaba claro si era una de las que iba a entrar con los de primer año, podía recordar cómo habían cambiado las cosas en solo dos años. Fue en la primavera camporista del 73, esos frágiles días que transcurrieron entre la asunción del gobierno hasta la Masacre de Ezeiza, que ella se incorporó a la militancia. Fue su hermano el que la llevó a la marcha por Tacuarita Brandaza, y acaso fueron los ojos negros de ese chico delgadito, que la tomó del brazo cuando empezaron los forcejeos con el FEN, los que la decidieron a empezar a ir a las mateadas, actos, volanteadas, peñas y esas asambleas interminables que se hacían casi cotidianamente. Por unos meses, parecía que todos se interesaban por la política y las peñas se convirtieron en el lugar más interesante no solo para discutir de política sino para divertirse y conocer chicos con quienes mimarse y avanzar sobre los cuerpos adolescentes, hasta hace poco prohibidos.
Pero desde hacía unos meses, desde que las bandas de la Triple A empezaron a amenazar y sobre todos, peor aún, desde que comenzaron a cumplir sus promesas de matar “a los subversivos” casi todos los muchachos y aún más las chicas, se habían refugiado en la familia, o sea que se encerraban en sus casas, clubes de barrio y lugares “supuestamente” seguros. De nuevo, como cuando su abuela Marta la acompañaba al jardín de infantes, eran los padres quienes los llevaban y traían como si fueran criaturas y la militancia se había achicado a las agrupaciones. En el colegio solo habían quedado los de la Fede y ellos; los de la Juventud Guevarista se habían evaporado en alguna forma de clandestinidad que todavía desconocía y otros grupos más pequeños simplemente dejaron de funcionar. Mientras tomaban un café en el bar de la esquina, empezaron a repasar la lista de compañeros que ya habían sido detenidos o simplemente habían desaparecido como si se los hubiera tragado el diablo, y una extraña sensación parecida al fatalismo le agarró de la garganta y no la soltó hasta muy tarde, cuando se encontró con Pablo y escuchando música en la casa de él, pudo olvidar por unos minutos los nubarrones que soplaban tras la ventana con cortinas verdes de aquella pequeña habitación decorada con la foto de Evita y el poster del Che.
Volvió a su casa antes de las diez, cenó en silencio con su mamá y su hermanita menor, hizo como si hacía las tareas del colegio y se fue a dormir. A las dos o tres de la madrugada despertó angustiada y como cuando era una niñita y todavía vivían en Fisherton, agarró su vieja muñeca de trapo y la acunó lentamente hasta dormirse de nuevo. Pero duró poco. Despertó por el escándalo de una banda de delirantes hombres armados hasta los dientes y disfrazados del modo más absurdo, con barbas de Papá Noel y pelucas de cortesana que no paraban de gritar y romper todo lo que encontraban, empujando a su madre que intentaba impedir que llegaran hasta ella. Una piña en el mentón y una cachetada en la mejilla, la tiraron de la cama, y desde el suelo vio que eran por lo menos diez animales salvajes y un solo hombre a cara descubierta, de lentes y una mirada voraz y fría como nunca había visto. Se vistió en silencio, y a pesar de que los animales no dejaban de mirar sus pequeños pechos y el breve pubis rubio, cuando se puso la remera blanca de gimnasia alcanzó a meter sobre la panza su vieja amiga de trapo. A patadas la bajaron a la calle, y antes de subir al falcon ya la habían encapuchado y metido unas esposas en las articulaciones, obligada a colocar sus manos a la espalda. Aprendió rápido que si movía las manos, la corredera de las esposas se corría y apretaba más y más; dejó de moverlas y se fue hundiendo en un pozo de terror y fantasías.
No tardaron mucho, pensó que ni siquiera habían salido de ese cuadrado rosarino que marcan el río por un lado y el Bulevar Oroño del otro, la calle Salta para el norte y la Avenida Pelegrini para el sur. O era la Primera o era la Jefatura, pensó mientras la tiraban desnuda sobre una cama que no tenía colchón y prefirió apagar el registro de lo que pasaba para solo pronunciar un interminable ay mamá… que no conmovería en lo más mínimo a esos tipos que llamaban Doctor al jefe y procedieron a cumplir con el viejo rito de las vejaciones y torturas que ella ni imaginaba que pudiera existir de ese modo tan civilizado, porque los salvajes no torturaban, acaso mataban alguien en combate, pero no esto.
Tres días murió y renació en el trayecto entre la cama sin colchón y un colchón tirado en un agujero oscuro donde se volvía a poner la ropa y seguía escondiendo entre la bombacha y su humillada intimidad, la amiga de la infancia que no podía entender tanta infamia.
Al final se la llevaron, encapuchada y con las manos esposadas a la espalda, hasta que la pusieron frente a un escritorio, le sacaron la capucha y un tranquilo hombre calvo comenzó a escribir en el libro de guardias, mientras la revisaba: “Siendo las seis horas del día ocho de marzo de 1977, se presenta el oficial Lofiego con una subversiva para alojar en el recinto especialmente acondicionado para los de tal condición. Se apellida Biorda, tiene catorce años y una herida inguinal reciente de poca gravedad. Por lo demás de buena condición. Dice llamarse Alicia y deposita dos objetos personales para su custodia: un monedero de cuero marrón gastado y una muñeca de trapo, con una pierna colgante. No siendo para más…” y una firma inteligible.
Su vida siguió y siguió hasta volver a ser vida y salir de la Redonda. Anduvo de aquí para allá, pero nunca olvidaba la muñeca ni al oficial Lofiego, ni aquellas tres noches en que estuvo suspendida en el aire de un infierno que el Dante habría dudado de su existencia. Y pasaron novios y compañeros, hijos y fracasos, pasó la vida esperando ese instante que ahora vivía treinta y cuatro años despues en la pequeña sala del viejo edificio judicial, sito en el Bulevar Oroño entre Mendoza y San Juan. Sentada con sus viejas compañeras de resistencia, gozando de ese breve instante de justicia, escuchó estupefacta que leían su nombre en un libro de guardias donde un burócrata, nunca sabremos por qué, había registrado que el Ciego la había llevado una madrugada con “una herida inguinal reciente de poca gravedad”.
Pero no pudo reconocerse en aquella niña que portaba, como un talismán contra el horror, una vieja muñeca de trapo con una pierna desprendida. Busco en sus recuerdos una y otra vez, sin suerte. Salieron al patio e intentaron encontrar la muñeca en la memoria de sus amigas de entonces y hasta preguntaron a una tía que había estado con su mamá, la única por cierto que había estado con ella todo el tiempo porque casi todos los demás se había borrado, si recordaba que ella se hubiera llevado una muñeca cuando la secuestraron, pero nada. Nada y nada.
La muñeca la empezó a perturbar; si no recordaba de ella, ¿sería ella la del libro de guardia? o el imbécil había mezclado la entrada de dos niñas y de una de ellas no sabemos nada y es otra más de las treinta mil que ni sabemos el nombre, se preguntaba cuando despertaba angustiada de las noches sin sueños. Hasta que una madrugada, ya de vuelta en ese pequeño departamento casi sin cielo donde había llegado sola, luego de infinitos destierros, exilios, mudanzas y abandonos, comprendió de repente.
No podía recordar la muñeca porque era parte de su infancia y con la primer violación, con el primer ardor de la picana eléctrica sobre los pezones, con el primer grito animal que casi tapaba los gritos animales de los torturadores, ella había perdido su niñez para siempre. La muñeca solo existía en el parte burocrático del torturador; al no haber infancia, ni la memoria de la muñeca había sobrevivido.
Fue entonces, cuatrocientos ocho meses más tarde, doce mil doscientos cuarenta y dos días después y un infinito número de minutos de olvidos y extravíos, que lloró por vez primera al comprender que había perdido su muñeca de trapo, esa que le regaló la abuela Dora; y al llorar fue como si por un instante, al fin, tuviera infancia.
Entonces, casi con placidez, cerró la ventana y se durmió pesadamente.
las vivencias siempre son buenas y mas buenas son en la memoria de transmitirlas la de los trabajadore de frigorifico en rosario el grito de alcorta la de juan ingalilea,tacuarita brandaza,pocho el angel de la bicilcleta el historial de sta fe los mancebos que trajo garay esto hay que dibulgarlo buenisimo
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Absolutamente conmovedor y siempre en las memorias las cosas acaecidas, como un deber a realizar de transmitirla a las generaciones venideras , como nuestro compromiso oficial de que NUNCA MAS! pero NUNCA MAS,de verdad! transmitiéndole éstas tremendas historias que hacen que no sean meras cifras frias, que habia vida, amores, familia, que el horror fue así, no numérico, humano..tremendamente humano..es maravilloso ,
lo comparto con emoción y lágrimas en los ojas, GRACIAS.
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es una parte de nuestra historia,donde muchos conocimos lo cruel,indiferente y criminal puede ser un ser humano.tienen que ser leidas por los jovenes asi no se pierde la memoria..muy bueno
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GRACIAS OTRA VEZ.
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