Ahora que no está, que se fue con el Ciego porque no podía vivir ya sin él, puedo confesar algo. Yo amaba a esta mujer pero no como mujer, digo, no como la amaba el Ciego sino de otra manera. No se como explicarlo, o no se si tiene explicación. Yo la amaba desde el cinco de diciembre de 1975, cuando la noche que un grupo de tareas voló la casa de mi vieja, la Mechi que estaba parando en lo de la tía a solo tres o cuatro cuadras de mi casa, se apareció en batón a la madrugada aquella y no dijo nada. Solo nos abrazó y se quedó allí hasta que amaneció.
Yo la amaba desde aquellas noches en el bar de Oscarcito, en la calle Mendoza y nomeacuerdo de Rosario, en aquellos días terribles del 74, llenos de pasión y debates, de ilusiones y temores. La amaba cuando discutía incansablemente cada uno de mis argumentos y los destruía con aquel estilo de los setenta que hoy causaría espanto a los muchachos progres que proclaman la moderación y el estilo light para todo debate como la regla, como si discutir ¿como mierda se para a la Triple A? cuando tenés tres pibes de la Fede amenazados de muerte bajo tu responsabilidad, pueda hacerse con ese estilo afrancesado o suizo, aunque supongo que los comunistas parisinos discutiendo como volar la Comandancia de la SS en París también discutirían a los gritos, con pasión y desacato a la tradición y la ortodoxia.
Empecemos por allí.
Yo amaba la obstinada, consecuente, rigurosa conducta polémica de la Mechi desde siempre. Desde las reuniones del Comité Provincial de la Fede de principios de los setenta hasta aquella noche de vino y guitarra cuando comenzaba el XVI Congreso y nos volvíamos a ver después de un siglo de cárceles y exilios, bombas y estudios, militancia clandestina allá y acá, pero desde una identidad inalterable e indiscutida.
Nosotros éramos de la Fede siempre. Cuando estábamos de acuerdo con el Pelado o Patricio, y cuando nos enojábamos hasta la exasperación.
La Mechi discutía todo, a todos, siempre.
Su primer amor había sido un compañero que militaba en el E.R.P. y fue asesinado en la masacre de Trelew y su primer maestro en la política un cura tercemundista de Santa Fe así que estaba como vacunada contra el sectarismo que nos caracterizaba a casi todos. Y con los años se volvió más y más tolerante con las diferencias y más intransigente con los dogmaticos, con los sectarios, con los burócratas de allá y de acá a los que odiaba casi con tanta pasión como odiaba al enemigo, aunque nunca perdía la distancia, ese cálculo que se puede hacer en la primera asamblea de estudiantes de medicina de rosario para saber con quien aliarse para que no gane la derecha hasta aquellos seminarios del Che que ella fue de las primeras en impulsar con la Claudia y la Emilia y un montón de guevaristas de los noventa, de esas que aprendieron en los riñones que si salíamos del abismo de la caída del Muro y del triunfo de Menem y todos los que como Menem gobernaban casi toda América Latina, era construyendo una guerrilla de la cultura, de los valores, de los principios.
Por eso podía ir y volver entre La Habana y Rosario con tanta facilidad, sin sentirse extranjera en ningún lado aunque yo para hincharle los ovarios solía provocarla diciendole que no podía entender la política argentina porque se había cubanizado y el peronismo es impenetrable para el pensamiento martianoguevarista. Bueno, el peronismo es impenetrable para casi cualquier pensamiento, pero eso es un tema aparte. Pero no era cierto que no entendiera. Tenía una rara capacidad de entender la política cubana, la revolución, los debates comunistas de allá y tomar partido, porque la Mechi siempre tomaba partido no importa lo que se discutiera y podía entender la política argentina y los debates de la izquierda y también tomar partido, aún en los debates del partido.
Pero la verdad, la verdad, entre ustedes y yo, yo amaba a la Mechi por cómo ella amaba al Ciego.
No es que yo envidiara al Ciego, a ver si nos entendemos; yo envidiaba a la Mechi por haber podido amar al Ciego como ella lo amaba, y por como el Ciego la había amado. Desde cuando estaba escondido en la casa de Gracielita, en la Santa Fe del 75 y tenía que organizar toda una conspiración contra la disciplina partidaria para verla un rato y a las apuradas.
El Ciego también era de la Fede, pero distinto. Cómo decirlo para que me entiendan ahora? Si digo que era más milico, ¿se entenderá que quiero decir que era más disciplinado, más acostumbrado a conducir y cumplir ordenes y no que era fierrero?. El Ciego sí que era rosarino, y del centro. Iba a una escuela secundaria de las mejores y allí conoció a un compañero del E.R.P. que hizo quilombo en clase, lo castigaron, protestaron todos y ahí empezó otra historia a la del niño bien que jugaba al rugbi y todo eso. A interesarse, a discutir, a preguntar. Se hizo amigo de un grupo de la fede de la zona centro, un bancario, unos estudiantes, la casa esa cerca del Monumento y esa otra casa de una señora muy señora que un tiempo lo adoptó pero no como hijo hasta que los de la fede de la zona decidieron afiliarlo, darles tareas y arrancarlo de aquella casa y aquella señora, compañera por supuesto pero que no pensaba en el Ciego precisamente como compañero.
Yo no se bien cuánto tiempo vivieron juntos antes de que el Ciego hizo lo que tenía que hacer en aquella marcha de las juventudes políticas en aquel mayo del 75. Aquel acto de amor casi perfecto porque en un instante el Ciego demostraba su amor a la Mechi y a la Revolución, como en aquel cuento de Cossa en que el protagonista deambula por la obra contando que una vez hizo el amor con una mujer hermosa vestida de rojo en medio de una manifestación que tomó la Casa Rosada e instaló un gobierno popular, un sueño tan difícil de creer que al principio nadie le creía hasta que uno a uno de los protagonistas van recordando soñando imaginando anhelado haber vivido aquella gloria.
Lo del Ciego había sido como aquel sueño del Angelito de Cossa. Me parece, ahora que lo pienso que yo amaba a la Mechi por haber inspirado aquel acto de amor incomparable que merecería un poeta de verdad que cuente ese instante en que el Ciego aprieta el gatillo y las imágenes le dan vuelta por el cerebro hasta acomodarse en la imagen más querida, la de la Mechi y ahí dispara. Bum. El humo del disparo y el facho tendido en la vereda por donde pasaba la marcha de las juventudes. Una imagen para que la pinte Goya como pintó los fusilamientos de mayo de 1808 porque el Ciego apretando el gatillo es ese madrileño que levanta los brazos ante los fusiladores franceses. Un gesto de libertad, un modo de mostrar en un instante ese sueño eterno que es la libertad.
Una vez le pregunté a la Mechi cuánto tiempo antés del viaje habían estado juntos y me contestó con un poema de Ho Chi Minh escrito en un papelito que conservo «Un solo día en la cárcel equivale a mil años»: mucha razón tenía el antiguo refrán. Cuatro meses de vida (nada tiene de humano) han dejado en mi cuerpo la huella de diez años decía el revolucionario vietnamita.
Y esa vez la entendí. ¿Cuánto dura un orgasmo? No me interesa, creo que a nadie le interesa, porque ese instante de amor dura más que una vida sin amor. La relación tiempo/amor fue todo un problema en aquellos setenta. ¿Cómo convencer a la dirección del partido y de la fede que ese amor de apenas algunos días, semanas, meses, no se bien cuanto pero seguro que no mucho, era un amor para toda la vida, irrepetible, incomparable? Y ahí apareció la Mechi más adorable: testaruda como una mula, llena de argumentos teóricos, científicos, poéticos, inventados o tomados de los más preclaros pensadores…No se como lo hizo, pero lo hizo y allí se fue para La Habana. Sola con el Ciego. Bueno, se podría decir al revés, se fue con el Ciego a vivir el sueño de toda nuestra generación: vivir en la Isla de la Libertad y en la ciudad más amada por todos los que en esos años pasarían por la Esma o Campo de Mayo, por la Cárcel de Coronda o la de Resistencia, por los que andaban con nombre falso escondidos entre las paredes de las ciudades sitiadas por todo un Ejercito en Operaciones para quienes el malecón de La Habana se nos figuraba como la Meca o la Tierra Prometida.
Y ahora que no está uno se da cuenta que le dijo la mitad de las cosas que quería decirle aunque creo que nos conocíamos tanto que ella entendió los dos gestos de amor que le regalé en el final de su vida. El primero fue haber escrito, como pude, con lo que sabía y ella me contó a medias y nunca del todo nada, la historia del Ciego y al hacerlo, la suya; y el segundo fue muy poquito antes de que se vuelva por última vez a La Habana. Fue un domingo que le dije que dejara a su Marianita con la madre, se pusiera linda y saliéramos a pasear por Buenos Aires. Y allí fuimos por la zona de Congreso a tomarnos un cafecito en un bar con mesitas en la vereda, ese que está justo frente al Congreso pero del otro lado de la plaza, que parece calcado a esos barcitos de París donde uno imagina que escribía Cortázar tomando café con la Maga. Y después fuimos al cine. Y después fuimos a cenar y yo no pregunté nada sobre el maldito cáncer y ella no dijo nada del último estudio del laboratorio y durante horas pasamos revista a nuestras vidas para concluir con un aprobado, de que no habíamos vivido al pedo y que hasta habíamos vivido de un modo interesante De qué hablamos? Pucha…No me acuerdo bien pero debimos hablar de los de la fede de Santa Fe y de Rosario, del Ciego y del Kali, de Gracielita y de las que vinieron despues, de nuestros enamoramientos y peleas con Patricio y el partido, de los debates de política y de cine hasta que sin decirnos adiós ni nada, nos abrazamos y nos fuimos cada uno por su lado sabiendo que era la última vez.
Casi no nos escribimos ni nos hablamos. Cuando la internaron no me dio el coraje de hablarle y una sola vez le escribí y me contesto. Esperen que guardo el mensaje que me mandó por el correo electrónico y si lo encuentro….”Querido José: Dice el refrán que no esta «muerto quien pelea» y de eso estén bien seguros que lo hare, que por encima de todo voy a librar una batalla ardua ,difícil pero con la misma voluntad de vencer que siempre he tenido. Así que no me estén enterrando antes de tiempo que de peores he salido!!! Lo mas complicado es poder comenzar el tratamiento porque las dificultades de la deglución me limitan, pero buscaremos la forma para resolver. Gracias por vuestro apoyo y la solidaridad, por tenerlos cerca de mi corazón. Te abraza y los abraza. Mechi”.
No le contesté porque cada vez que me sentaba a la maquina lloraba como lloro ahora, así que ahora te digo, gracias compañera, hermana, mujer amada pero no deseada, madre, revolucionaria y guerrillera del alma, de la cultura y la conciencia.
Te quiero mucho. Hasta siempre.
jose es increible que a leer tus relatos no termine con lagrimas sobre mi teclado.
desde que hace años regalaba laberintos de la memoria en cada cumpleaños de un ser querido y le incentivaba a leer y hay lo conoci al ciego fabuloso libro si los hay,y de tantos que regale me quede sin uno yo,por eso me parecio fantastico cuando salio una nueva edicion y me entere de la carta del negrito del pañuelo a marcelo.
cada dia disfruto de tus notas un gran abrazo compañero
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José, camarada, compañero: no me quedan muchas palabras después de leer este escrito tuyo. No me quedan palabras pero si muchas emociones en el alma y el corazón. A Mechi la recuerdo cuando me saludaba con esa sonrisa amplia en los pasillos del Central, la recuerdo como una compañera más del Partido y no tenía idea de su gran historia. Gracias a vos pude conocer una parte de ella, y la del Ciego por supuesto. Tanto ella y el Ciego, como vos también, son los que dan orgullo a la militancia, al Partido, a la Revolución.
José, camarada, compañero. En este momento siento una deuda, no sé si es exacta la palabra. Siento que porquería somos cuando ustedes, la generación de los ´60 y ´70, las de mis viejos, se jugaron la vida… y siguen. Tal vez mi generación y la tuya nos cuesta encontrarnos. Nos cuesta sentarnos a tomar un café e intercambiar ideas, pensamientos, puteadas, gritos y, sobre todas las cosas, pasiones. Porque como bien lo decís vos… imposible discutir sin gritos, ser light o progre. Al fin encuentro alguien que pone en palabras lo que pienso cuando muchos me dicen «calentón, soberbio, intolerante, etc». Y parafraseandote… soy tolerante con las diferencias e intrasigente con los dogmáticos, los sectarios, con los burócratas.
Un fuerte abrazo compañero!
Siempre venceremos!
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hay sentimientos que son imposibles expresar con palabras.
hermosa narraciòn. Gracias por mandarmela. Un abrazo.
carlos terribili
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José, como no amar a la Mechi, así como la amaste y la amé… y eso que nunca conocí al Cíego, claro que sabía como era por los relatos tuyos y de otros compañeros, pero eso que vos viste, en ese instante que apretó el gatillo y esa mirada a la Mechi, pero tambíen a los cumpas, a los tipos de la vereda… estaba apretando el gatillo por la vida y no es facíl, ni aún así es facíl… quitar la vida, para que no maten la libertad, la esperanza y las ideas… y si ademas apuntan al ser que amas, entonces gatíllas mirando a los ojos del hijo de puta que te la quiere quitar…
Yo no viví aquel momento, a mi me afiliaría algunos meses mas tarde, un gordito medio stalino (por aquellas epocas), que no tenía ni pinta de dirigente y mucho menos de escritor o relatador como te gusta decir… pero igual la ame a la Mechi y no se muy bien, pero creo que ella tambíen sentía algo especial por mi, a lo mejor fue por que me hice compinche del Colo y de la Marianita… a mi me gusta pensar que era por que yo tambíen odiaba el burocratismo, el hegemonísmo, pero sobre todo no sabía de sectarismos… será que mi experíencia estaba pegada con lo plurar, con los peronistas, con los troscos, con los cristianos, va con mis compañeros ferroviarios, que eran eso ferroviarios, casi como una deformación corporativa de la clase…
José, camarada, amigo difícil pero amigo, algunos lagrimones se escapan de solo pensar en ella, en el Cíego, tambien en todos y cada uno de los que cayeron en esos tiempos, pero tambíen en el Pocho Lepratti (algún día tendras que escribir sobre el Pocho), como no llorar por el negrito Avellaneda y su nombre puesto en una escuela, a esa que no pudo ir por que le arrebataron sus sueños y fueron esos mismos a los que se cargo el Cíego…
Un abrazo José, estamos vivos por eso, para decir basta a las balas de la Metropolitana y la Federal en el parque Indoamerícano o a los compañeros de Formoza o al pibe de los precarizados del ex ferrocarril Roca…
Un abrazo a tu «Laberinto de la Memoria», a los muchos laberintos que todavía tenemos que sortear para que nada quede impúne, nada se olvide, para no repetir ese pasado infame… cuanto hay que hacer aquí en las Europa, cuanto, cuanto… Un Abrazo gordito, amigo dificil, pero amigo…
Héctor Bernardo Gutierrez( desde España y soñando volver)
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