En junio del 2002, el gobierno justicialista encabezado por Duhalde tomaba una apuesta fuerte: se decidía a producir una masacre que cortara el ciclo de luchas que había implosionado en diciembre 2001 y que no podía poner en caja con clientelismo político y represión acotada. Haciendo memoria de su historia de dominación, pensaba que una buena paliza, que doliera de verás, quebraría el frente social simbolizado en el «piquetes/cacerolas, la lucha es una sola» y reduciría el activismo nucleado en asambleas populares y movimientos piqueteros.
Esa apuesta, como se sabe, fracasó rotundamente. La represión no quebró la voluntad de lucha de la militancia y despertó resabios de aquello que alguna vez se llamó «reservas democráticas» en las capas medias o compromiso con el Nunca Más de la sociedad; pero a contrapelo de la euforia izquierdista de entonces (¿se acuerdan de la «situación revolucionaria» del P.O., el «poder asambleario» de Luis Zamora o la «revolución socialista espontánea» del MST?) la siguiente jugada de Duhalde: convocar a elecciones, renunciar a la candidatura y poner la pelota en el terreno electoral fue tan exitosa que se podría decir que la política de estos días es, en algún modo, fruto tardío de aquella operación.
Por ello, es justo que el asesinato de Kostecky y Santillán remita a la represión y la impunidad que caracteriza al Estado Argentino (y este caso no es excepción dado que si bien fueron condenados los asesinos Franchiotti y Acosta, ni siquiera fueron procesados quienes dieron las ordenes directas: Juan José Alvarez, Atanasof y el propio Duhalde).
Pero la memoria debería destacar también que la ausencia de construcción política propia y eficaz facilitó la consumación de la estrategia de reconstrucción del Poder que luego transcurrió por carriles propios y hasta inesperados para Duhalde y sus amigos.
En su obra cumbre, El Capital, Carlos Marx nos lega una herramienta teórica de extraordinaria utilidad en el caso: se trata de la idea expresada en el capitulo XXIV sobre la acumulación originaria del capitalismo de que «en la realidad, los métodos de la acumulación originaria fueron cualquier cosa menos idílicos» refiriendo al lugar decisivo de la conquista de América en dicho proceso, aquello de que los proceso de acumulación económica requieren de mecanismos extraeconómicos, algo fundamental para entender que la construcción del poder político y la dominación cultural también requieren de mecanismos extra políticos y extra culturales que no son otros que el vil saqueo, el asesinato cobarde y la tortura cruel.
Veamos que utilidad tendría esta idea marxista para corroborar la hipótesis que sostenemos.
La primera, creo, es evidente: la Argentina actual, el gobierno y el bloque de poder que lo sostiene, son hijos del asesinato de Maxi y Darío tanto como la Argentina del Centenario lo fue de la Campaña del Desierto y la Guerra de la Triple Alianza. La persistente impunidad sobre los autores intelectuales del asesinato de Darío y Maxi son prueba de esa relación directa aunque no excluyente.
La segunda, también creo, no lo es tanto: la construcción de ese poder no es el resultado exclusivo y excluyente de la violencia sino también y sobre todo, de una acción política cultural exitosa: asumir las demandas, deslegitimar las fuerzas desafiantes del Poder y construir una base propia que al captar sectores populares se hace contradictoria y densa.
El devenir del proceso de estabilización del capitalismo argentino necesitó de avances en el Verdad, Memoria y Justicia; y de puntuales y focales acciones de reparación económicia y social sobre los sectores más postergados que sin salir de su condición subalterna, mejoraron su vida cotidiana en cierta medida que no cuestionó ni la cuota de ganancia monopollista (que en buena parte se llevaron los bancos y los grupos de producción sojera como bien lo dice el mismo gobierno en una especie de lamento y reclamo ingenuo hacia Clarin, Monsanto y el City Bank que consideran totalmente propio los privilegios que conservan y aumentaron esta decada), ni la cuota de ganancia media (que es la que obtienen todos los empresarios, incluidos los medianos y pequeños que algunos llaman «burguesía nacional» en un desproposito conceptual porque se sabe que las clases no reconocen fronteras nacionales ni regionales.
Más allá de la legitimidad histórica del Justicialismo como Partido de Estado, y la nueva legitimidad aportada por los Kirchner con sus políticas de Memoria y su relación de apoyo y cercanía con el proceso de cambios e integración estatal latinoamericana que tantos odios genera en la derecha clásica y el Imperio, ha sido la capacidad de satisfacer estas tres demandas (del grupo más concentrado de la Burguesía, de la clase dominante en su conjunto y aún de los sectores subalternos, claro que no en proporciones iguales como lo demuestra el avance de la concentración de la economía y la distancia entre ricos y pobres que no deja de crecer). Como decían los norteamericanos en un debate presidencial de hace algunos años: «es la economía, estupido». Y la identificación que muchos hacen de las mejoras en la vida cotidiana y los oficialismos de todo color como lo muestran los triunfos de Macri en Capital, el socialismo de Binner en Santa Fe y el Frente para la Victoria en casi todo el país.
El objetivo por el cual fueron asesinados los compañeros no se consumó en el terreno de la violencia sino en el de la política y es allí donde se puede y se debe vindicarlos (no vengarlos ajusticiando a sus asesinos, sino vindicarlos honrando su lucha para que fructifique). Para esto es necesario, y pareciera que hay que decirlo de nuevo, asumir las leyes de la construcción de fuerza alternativa en el terreno de la política que tienen en la lucha por cambiar la correlación de fuerzas, sumando todo lo que se deba y restando al enemigo todo lo que se pueda, acaso el principio básico.
La idea que en política casi nada es evidente ( si la esencia coincide con la apariencia, para qué la ciencia, se preguntaría Marx) nos lleva a pensar que la batalla cultural por destruir los valores que inspiraron a Franchiotti es acaso lo central, siempre y cuando que entendamos que la batalla cultural no se libra sólo en el terreno de la teoría y el arte, también y sobre todo, en el terreno de las alianzas y las iniciativas, en el modo que plantamos lo real nuevo latinoamericano (y si es real, es Chavez, Evo, Daniel y por supuesto Fidel) en el sólido terreno de la subjetividad y la cultura popular.
La instalación de Macri como la «alternativa» a los continuadores de Duhalde y constructores del capitalismo sojero, que seguro festejó la muerte de Darío y Maxi, no puede entonces computarse en el casillero de las ganancias sino en el de las perdidas, a pesar del simplismo ya grotesco de un sector de las izquierdas que sigue empecinada en leer la realidad nacional a través de las lentes oscuras del dogmatismo.
Sin romper el bloqueo cultural que la condena al seguidismo frustrante o el sectarismo esterilizante; sin acceder en serio a la disputa política que siempre será en los bordes de una correlación de fuerzas que se busca modificar, el asesinato de Darío y Maxi seguirá impune; digo, seguirá siendo el acto fundacional del capitalismo sojero con consenso que hoy nos humilla con un escenario electoral donde la disputa será entre un Scioli adornado por el progresismo kirchnerista que se olvidó de todo lo que dijo todos estos años y un Macri que se abre paso ante la ausencia de una alternativa superadora que sea la continuidad de las luchas que protagonizaban Maxi y Darío entre tantos miles y cientos de miles de ofendidos por el neoliberalismo fundamentalista de los noventa.
De las muchas formas de hacer memoria, todas respetables y dignas, elegimos la de pensar el modo de llevar a la victoria las banderas y sueños de Darío y de Maxi; para lo cual, creemos, la construcción de una nueva fuerza popular anclada en todas las formas de la cultura de la rebeldía que recorren la historia nacional y fuertemente convencida de que en la Patria Grande de Bolivar, el Che y Chavez está la posibilidad cierta de la victoria.
Esa que le debemos a Maxi y a Dario, a los treinta mil compañeros desaparecidos por el Terrorismo de Estado, a Julio López y Luciano Arruga y a todas y todos los que soñaron con un cielo sin policías en las calles ni comisarios asesinando militantes populares mientras Clarín hablaba de que la crisis se cobró dos muertos
Reblogueó esto en Crónicas del Nuevo Sigloy comentado:
A pocos días de un nuevo aniversario del asesinato de Maxi y Darío releí y actualicé un texto en su homenaje de hace unos diez años pero vigente, en mi opinión
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