Es posible, e imprescindible, cortar con el ciclo de alternancia entre gobiernos populares tímidos e inconsecuentes y gobiernos de derecha cada vez más cipayos y represores.
Es difícil exagerar en la importancia de la derrota electoral del Mileismo en las elecciones provinciales del siete de setiembre en territorio bonaerense, el más grande, el más popular, el más industrial, de las provincias argentinas.
No porque tenga efectos institucionales demasiado grandes, de hecho, casi todo lo contrario, el sistema político argentino y la gestión pública se han ido centralizando y delegando funciones en un Poder Ejecutivo que actúa como una dictadura civil con el apoyo de los gobernadores que a su vez ordenan a sus legisladores que apoyen al gobierno como hicieron con la trágica ley de cesión de facultades parlamentarias al Poder Ejecutivo habilitando la sangría que Milei realizó bajo el nombre del ajuste para el equilibrio fiscal, tan mentiroso como todo lo de él.
Una vez más, se cumplió aquella reflexión de Carlos Marx, “En los grandes procesos históricos, veinte años son igual a un día —escribía Marx a Engels—, si bien luego pueden venir días en que se condensen veinte años” (Correspondencia, t. III, p. 127).
El triunfo electoral es el resultado de un proceso de resistencias populares que tuvieron como puntos muy elevados el repudio a los dichos neo fascistas de Milei en Davos (que lo posicionó como uno de los lideres mundiales del movimiento neo fascista en el que se alinea desde Meloni a Bukele y desde Bolsonaro a Le Penn) en febrero del 2025, las luchas de los estatales contra los despidos, las marchas de los miercoles de los jubilados, la defensa del Garraham, de los derechos de las personas con discapacidad, de las Universidades y la Educación Pública, contra el abandono de la obra pública y el ahogo presupuestario a las provincias (solo a la provincia de Buenos Aires le restó doce millones de millones de pesos, unos diez mil millones de dólares).
También es el resultado de la estrategia hegemonista de Milei sobre las fuerzas tradicionales de la derecha argentina, el PRO de la Capital Federal y sus aliados en cada provincia como Pullaro en Santa Fe, Llaryora en Córdoba o los peronistas de Salta, Tucumán y otros a quienes intenta trasladar el costo del ajuste fiscal y enfrentar electoralmente en un movimiento audaz que parece fallido.
Sobre el fondo de todo, como esa ola submarina que no se ve pero impulsa a todas las demás está el fracaso estruendoso de un mecanismo de gestión económica que solo tiene en cuenta a los dueños de la deuda y los especuladores financieros.
Así es la historia real, un conjunto de proceso sociales (es decir humanos y colectivos), de personas reales que se enojan, que putean, que resisten, que se predisponen a buscar cómo enfrentar a un gobierno sometido, pero al mismo tiempo respaldado, al grupo más concentrado de los dueños de los bancos, las petroleras, las minas, la soja y aún más del propio jefe del Imperio de estos días, el matón Trump; y ese conjunto de personas reales en un momento, casi de casualidad, encuentran en el voto el modo de repudiar su sufrimiento y el dolor de casi todo un pueblo.
Se dirá que el Mileismo solo ha recibido un golpe en el plano simbólico pero es que su máxima y casi única fortaleza está en el plano simbólico. Milei no tiene dirigentes sindicales, sociales, religiosos ni siquiera políticos experimentados en el negocio electoral. En eso es diferente de Bolsonaro (fuerzas paramilitares organizadas), Trump (el movimiento MAGA y el partido Republicano) o el mismo Bukele que conserva una mayoría ostensible de apoyo social.
La historia, que parecía haberse congelado en aquella fecha fatídica en que Fabiola Yañez festejó su cumpleaños en Olivos y destruyó la credibilidad del gobierno de los Fernández, se ha vuelto a poner en marcha y es altamente probable que la opción política en un futuro no demasiado lejano sea entre alguna forma de alternancia (para ser didácticos, un Alberto Fernández, un Frente de Todos, una “unidad hasta que duela” aggiornada con nuevos referentes, acaso un frente del Pejota con algunos gobernadores; o un gobierno alternativo, o sea de otra naturaleza, que rompa con el “continuismo” jurídico y político que desde 1930 ha mantenido el Poder Real en las manos de los oligarcas, los grupos económicos más concentrados y el Imperio norteamericano. Digamos para ser claros: un gobierno que el primer día declare irrita la deuda externa, indulte a Cristina y a Milagro Sala y a todas y todos los presos políticos, que modifique la composición de la Corte Suprema para comenzar, desde arriba, a depurar el Poder Judicial, que rompa la subordinación humillante con los EE.UU. e Israel, los dos estados genocidas de estos días, solicite volver a los Brics y produzca un shock redistributivo a favor de las mayorías a costa de las ganancias extraordinarias que han tenido los bancos, las petroleras, las exportadoras de cereales y todo aquel que en su momento pagara el impuesto extraordinario sobre las grandes fortunas.
Y si, hace falta algo tan fuerte que parezca una revolución, porque esa es la gran enseñanza de las experiencias progresistas en América Latina: para hacer reformas al capitalismo (porque no proponemos expropiar las grandes fortunas ni empoderar al pueblo de modo directo) hacen falta políticas revolucionarias; y para tomar políticas revolucionarias se necesitan fuerzas políticas patriotas, antimperialistas, con sentido popular y de pertenencia a la Patria Grande.
El nueve de setiembre, en la radio de las Madres, Somos Radio 530 AM, el ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, Carly Bianco, fue consultado sobre estos temas y contestó que “el peronismo será revolucionario o no será nada” aunque equivocadamente atribuyó esa frase a John William Cooke cuando todos sabemos que es la frase paradigmática de Eva Perón, luego dijo que ya tenían un programa, que es el de la gestión provincial (básicamente un estado presente en los temas sociales, salud, educación, obra pública, cuidado de todas las personas sin discriminación de ningún tipo, etc.) aunque reconoció que no tenían, por razones administrativas, ni políticas económicas ni de relaciones exteriores para luego decir que no eran selectivos y todos los que acuerden con el programa serán bienvenidos. Si a eso le sumamos el abrazo con Sergio Massa del gobernador Kicillof, no es absurdo pensar que, al menos por ahora, nadie está pensando en patear el tablero sino más bien en aprovechar la oportunidad para un nuevo intento progresista, aunque advirtió que no serían moderados como la última experiencia.
El mismo Bianco, días antes, en la Casa de las Madres había dicho que la política es la gestión y que la herramienta política es el voto; de construir fuerza política revolucionaria, cortar con el FMI, indultar a Cristina y Milagro, etc. Etc. ni palabra.
Si hacer teoría revolucionaria es pensar y comprender las experiencias reales de las luchas populares, Bianco no solo no entiende por que perdieron las elecciones del 2023, tampoco entiende la sucesión de gobiernos desde 1983 para acá: una promesa democrática con Alfonsín que termina en la impunidad para los genocidas; una promesa de ampliación de ingresos con Menem que recupera el plan de ajuste perpetuo de Martínez de Hoz; un largo periodo de gobiernos peronistas con Néstor, Cristina y Alberto (cada uno distinto al otro) que son acorralados y vencidos por una derecha con apoyo social.
No es un empate histórico como dice Fernando Rossi en La hegemonía imposible, ediciones El Diplo, sino un modo particular de mantener el orden burgués en la Argentina como antes había sido la alternancia entre gobiernos civiles y militares: Irigoyen gobierno civil, Uriburu golpe militar, Ortiz y Castillo gobierno civiles, Ramírez gobierno militar, Perón gobierno civil, Rojas, Aramburu, golpe militar, Frondizi, gobierno civil, Guido, golpe militar, Illia, gobierno civil, Ongania, Levingston y Lanusse, golpe militar, Campora, Perón, Isabel, gobierno civil, Videla, Viola y Galtieri, golpe militar de modo tal que la táctica de “todos contra Milei, como antes fue contra Macri, como antes fue contra Menem, como antes fue contra Videla, como antes fue contra Onganía o Uriburu ha resultado una política fallida, tan vieja como el tango y destinada al museo de las cosas inservibles.
No hay nada más moderno que ser revolucionario, nada más práctico, realista, pragmático y sagaz que ser revolucionario.
Con todo respeto, quién volvería a votar a Alberto Fernández?

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