Crónicas Palestinas.


Un libro de José Schulman, que recorrió Cisjordania y Jerusalen, bajo ocupación militar israelí, de la mano de Addameer, la organización de los presos políticos palestinos en 2016 y cuenta con prologo de Tilda Rabi, presidenta de la Federación Palestina Argentina

La foto es de la delegación en el campamento de refugiados creado en 1947, que todavía funciona en la ciudad de Belén (sí, la de Jesús) llamado Aída.

 

 

 

Esta edición de Crónicas Palestinas

se terminó de imprimir en Contraluz Gráfica en el mes de setiembre de 2016


 

 

 

Prologo

Para mi compañero y hermano José

Cuando José partió invitado a Palestina, sentí un gran orgullo militante y la certeza  que  a pesar de su gran trayectoria en los derechos humanos se encontraría en un mundo  a descubrir y nada de lo que él ya sabía seria comparable a la experiencia de transitar  en el terreno  lo que significa ser un pueblo ocupado, constantemente expuesto a la limpieza étnica que ejecuta el sionismo en el día a día.

Esperaba ansiosa las noticias de José y sus crónicas que comenzaron a brotar desde su blog, las fotos en los campamentos de refugiados, sus andanzas en Al -Khalil (Hebrón), que significa amistoso en árabe, iban constatando lo que yo ya sabía.

A través de sus escritos podía nuevamente confirmar que mi pueblo es un pueblo resistente, que acoge al viajero para que vivan como ellos lo hacen y le brinda sin  tapujos las realidades cotidianas de la ocupación.  “Vengan, vean y transmitan” es una frase recurrente de cualquier palestino  y creo que  fue allí donde  José se convirtió en un palestino más.

José, llego a la Argentina y no se  dio descanso, rápidamente comenzó a transmitir su experiencia y lo sigue haciendo  incansablemente, hasta exasperar a las piedras  compartidas con el niño de Al–Khalil, que seguramente  siguen tintineando en sus bolsillos  hasta el retorno a una Palestina Liberada.

¡Gracias compañero por hacer escuchar las voces que tanto pretenden silenciar!

Tilda Rabi

Presidente Federación de Entidades

Argentino -Palestinas 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con la delegación de militantes por los derechos humanos en la entrada al Campo de Refugiados Aída en Belén.

Los Palestinos

 

Durante doce días, invitado por la organización palestina de lucha por la libertad de los presos políticos y los derechos humanos Addameer,  he recorrido, junto a otros compañeros de lucha de Paraguay, Chile, México, Colombia y el País Vasco,  los territorios ocupados por el Estado de Israel que pertenecen, y donde vive desde tiempos inmemoriales, el pueblo palestino.

He conversado con ex presos políticos de 27, 17 y 15 años de permanencia en las cárceles y con niños torturados por el ocupante.  Estuvimos en Jerusalén, Ramalah, Belén, Jericó, Hebrón, el valle de Jordan y hasta presenciamos un «juicio» en una corte militar,  que es la “justicia” que funciona en los territorios ocupados (o sea toda Palestina) anexada a la cárcel  de Ofer, cercana a Ramalah.

Hemos estado en campos de refugiados (construidos en 1948), en las casas de los palestinos en Jerusalén y en las aldeas campesinas de Cisjordania, hemos recorrido los barrios que los israelíes instalan con violencia en territorio palestino y hemos conversado con decenas de militantes y expertos en la cuestión palestina de las más diversas posiciones políticas.

Luego, entramos a Israel y caminamos por Jerusalén Occidental y Tel Aviv, los dos centros urbanos más importantes del estado ocupante. Pudimos observar la realidad desde varias perspectivas y así enriquecer la mirada.

Los niños están en el centro de estas crónicas porque están en el centro de todas las miradas. Tanto los palestinos como los israelíes miran a los niños palestinos. Unos con la expectativa de su rebeldía, otros con el pánico del dominador que no controla algo.

Estas crónicas procuran hablar de la vida cotidiana de un pueblo bajo ocupación militar desde la perspectiva que me da una larga militancia humanista y comprometida con los derechos de los pueblos.  Aspiran a que más seres humanos nos comprometamos con la causa de un pueblo que merece largamente vivir sin que otros le marquen cada paso de su vida.

 

 

La lección del niño palestino

Fue en Hebrón

el encuentro.

En una calle

de piedras

que bajaba a la mezquita

Mohamed me dijo

que trece años tenia

y en inglés nos comunicamos.

Un argentino

de apellido judío,

que no habla hebreo

y un niño

palestino,

que sí habla ingles,

con cincuenta años

entre ellos,

compartieron miradas.

¿Que es eso?

pregunté,

al ver una barrera

entre nosotros

y la mezquita

El, seguro que

lo explico muy bien,

pero yo no sé

tanto inglés.

Fue entonces

que el soldado israelí,

casi un niño también,

grito que yo podía pasar

pero no el dueño

de casa.

Volvimos, pues,

por la calle de piedras

¿Y que piensas de ellos ?

le dije apenado

Sus manos fueron

al cuello, al suyo,

se entiende, ¿no?

y apretó lentamente

mientras decía

y can not stand them

y eso sí que lo entendí

Es que yo también

alguna vez,

hace como una vida,

tome una piedra

y puse mis sueños a volar

en ella

Igual que los sueños

que vuelan con las piedras

del niño palestino.

Mohammed triunfará?

Quien lo puede saber?

Pero, ahora que reviso

mis bolsillos,

veo que alguna piedra sigue

allí.

Para volar

con las tuyas Mohammed.

Para volar.

 

 

 

 

El parlamento israelí acaba de aprobar una ley para considerar imputables de todo delito a las niñas y niños desde los 12 años

Los palestinos: un pueblo de refugiados

 

Las políticas cotidianas expulsivas en acción

Cuando uno circula por Palestina siente que camina por el sitio justo donde se cruzan la historia de Occidente y de Oriente. Allí han ejercido dominios toda clase de imperios y proyectos coloniales.  Contar su historia de un modo “objetivo” requeriría separarse de los tres relatos religiosos universales: el cristiano, el Islam y el judío.

No es mi intención, ni está remotamente dentro de mis posibilidades, realizar alguna discusión histórica o bíblica;  aunque el ocupante actual, el Estado de Israel, sus fuerzas políticas hegemónicas (la derecha ultra religiosa y la derecha de origen sionista, liberal  en la acepción imperial o yanqui) recurren constantemente al argumento bíblico, pretendidamente “una verdad inapelable” porque es “palabra de Dios”, como argumento de legitimación de su supuesta “propiedad” histórica.

Simplificando hasta el extremo, el discurso de justificación de la usurpación del territorio palestino, y por ende de la consideración de sus pasados y actuales ocupantes como “intrusos” a los que hay que expulsar de un modo u otro, se basa en un silogismo falso: “el Estado de Israel es la continuidad de aquellos judíos que fueron expulsados por los  romanos siendo que a “ellos” Dios le había dado la “Tierra Prometida”, los judíos fueron perseguidos por todos los pueblos y en todas las ocasiones hasta llegar al paroxismo del Holocausto provocado por Hitler, por lo que el “retorno” a la Tierra Prometida por Dios al Pueblo Elegido es “legitimo” y no se puede tener misericordia a los que “ocupaban” su territorio en 1948; y si estas razones no fueran suficientes, los judíos tendrían derecho a ocupar Palestina como resarcimiento por los sufrimientos ocasionados por los ataques antisemitas europeos del siglo XIX y el odio asesino de los nazis”

El proyecto de crear un Estado para los judíos nació para fines del siglo XIX como respuesta a la situación discriminatoria que en casi todos los países de Europa sufrían los judíos.  No fue la única propuesta, hubo una fuerte corriente de judíos que optaron por integrarse con los pueblos adonde vivían y se incorporaron al movimiento revolucionario, como los nombres de Carlos Marx, León Trotsky o Rosa Luxemburgo lo atestiguan.  En la Rusia zarista, en paralelo a la creación del Partido Bolchevique de Lenin, crearon el Bund como un partido socialista judío.

Estas dos tradiciones se expresaron con fuerza también durante la Segunda Guerra Mundial y aún en los Campos de Exterminio: la tradición socialista, comunista y revolucionaria se unió de un modo decidido a las fuerzas guerrilleras o makis de los países ocupados o de los Ejércitos de los Países enfrentados al Eje; una parte de la tradición sionista, la más elitista, optó en muchos casos por la negociación con las autoridades nazis para salvar algunos de ellos a cambio de dinero o la pura colaboración, como se probó en diversos juicios de la década de los 50 en  Israel (antes del juicio a Eichmann,  un jefe nazi refugiado en Argentina y secuestrado en 1961 para juzgarlo en Israel, se realizaron varias investigaciones contra judíos colaboracionistas de los nazis,  hubo juicios y hasta una condena a muerte contra Yehezkel Ingster, aunque su pena fue conmutada) aunque cierto es que en los Campos y Ghettos la distancia entra las dos tradiciones se achicó a favor de la resistencia .

Durante muchos años el sionismo fue claramente minoritario entre las comunidades judías de Europa y América; fue en la posguerra de la victoria contra el Fascismo, en medio del clima de sublevaciones nacionalistas y operaciones colonialistas de creación artificial de nuevas naciones (especialmente en el «Oriente» que los imperios estaban creando “a su medida y necesidades”) que el sionismo se hizo fuerte y de la mano de grandes poderes imperiales logró su propósito.   Pero tuvo, y tiene, tres problemas muy difíciles de resolver: en el lugar elegido había y hay una población originaria, el pueblo palestino; las tierras, las viviendas y las empresas que ambicionaba y ambiciona tienen dueño, hay pues una cuestión de propiedad que resolver  y por último, aún expulsando la población originaria y desconociendo sus derechos, queda por resolver el modo de colonizar el territorio.

Cada uno de estos problemas tiene su historia, y una historia trágica, donde ha predominado el factor militar. Los palestinos identifican dos momentos claves en este proceso: la Nakba, la “catástrofe” de 1948 y la Nazca, la “tragedia”, en 1967.  Con estos dos movimientos militares Israel expulsó primero a unos 700.000 palestinos mediante la técnica de arrasar aldeas, unas quinientas; asesinar y provocar la huida de las poblaciones indefensas.  Así  se apoderó del 78% de la superficie de la Palestina Histórica (lo que era objeto de la Dominación Británica desde 1920) para más tarde apropiarse prácticamente de todo el territorio, incluyendo toda la ciudad de Jerusalén, luego de la guerra de 1967 que produjo otros 300.000 palestinos refugiados (de los cuales 100000 ya eran refugiados desde 1948).

Israel expulsó fuera del territorio palestino a varias oleadas de refugiados constituyendo a los refugiados palestinos en el mayor grupo humano de refugiados del mundo y desde hace casi setenta años.

Intentemos un resumen de la situación actual.

En los territorios bajo la administración palestina viven unos cuatro millones de palestinos; exactamente 4.108.630 entre la Franja de Gaza y Cisjordania

Dentro de lo que el Estado de Israel considera su territorio, trata a los palestinos que allí viven en inferioridad de derechos con respecto a los israelíes judíos.  Viven en Jerusalén y otras ciudades un millón y medio de personas a los que se les reconoce la “ciudadanía” de Israel pero no la “nacionalidad” israelí por lo que hay que considerar que hay no menos de cincuenta leyes y acordadas de la Corte Suprema que diferencian, a favor de la nacionalidad, entre nacionalidad y ciudadanía.  Los palestinos de ciudadanía israelí tienen restringidos sus derechos de vivienda, movilidad y en general, sus derechos civiles. 

Por ejemplo, el dirigente palestino Omar Barghouti, inspirador del movimiento internacional de Boicot a Israel, con quien estuvimos reunidos en Ramalah, está impedido de viajar al exterior por una decisión arbitraria de las autoridades israelíes.

Veamos su caso para tratar de entender la complejidad del tema, reproduciendo unos párrafos de una entrevista actual:  Omar Barghouti: Cada dos años debo renovar mi documento de viaje israelí, sin el cual no puedo abandonar o reentrar en el país. Dado que soy un residente permanente en Israel no puedo salir con otro pasaporte excepto con este documento de viaje israelí.  P: ¿Tienes algún otro pasaporte?Barghouti: Sí, tengo la ciudadanía jordana.  P: Pero para poder salir de Israel, necesitas este permiso cada dos años.Barghouti: Sí. El 19 de abril el Ministro del Interior in Acre, donde vivo oficialmente, nos informó de que no nos iban a renovar mi documento de viaje, y por tanto prohibiéndome de forma efectiva el viajar. Esto llega como acertadamente has señalado, en un contexto de un incremento de la represión contra el movimiento BDS, el cual busca la libertad, la justicia y la igualdad para los palestinos. Busca los derechos para los palestinos bajo la ley internacional. Pero dado que se está convirtiendo en algo muy efectivo, dado que el apoyo ha crecido tremendamente en los últimos dos años, significa que ahora estamos empezando a pagar el precio por el éxito del movimiento.  P: En lo que a tu estatus en Israel se refiere y al derecho a viajar, si no estoy confundido tú vives en Israel con tu esposa, la cual es una ciudadana israelí, ¿correcto?Barghouti: Sí, correcto, mi mujer es una palestina ciudadana de Israel.  P: Así pues ¿de qué forma ellos podrían revocar tu estatus de residencia permanente? Barghouti: Cuando se trata de los No-judíos, como somos llamados en Israel -cualquiera sabe a qué es aplicable esa definición y a qué no-, como sabes hay más de 50 leyes en Israel que discriminan a la población palestina, por supuesto dejando aparte a los palestinos de Cisjordania y Gaza, que ni siquiera son ciudadanos.  Así que un ciudadano palestino en Israel no tiene una carta de derechos completa como un ciudadano judío debido a que simplemente un palestino no es un “Judío nacional”, y sólo si eres un “Judío nacional” –sea lo que sea lo que eso signifique- entonces tienes completos derechos. Esto es una definición extra territorial de la nacionalidad dado que Israel no tiene una “nacionalidad israelí”, no existe tal cosa.[1]

Entonces, en la Palestina histórica viven unos cinco millones seiscientos mil palestinos, pero fuera de Palestina viven otros cinco millones de palestinos. Más de diez millones en total.  En Jordania 2.800.000, en Siria 465.110, en el Líbano 438.301, en Egipto unos 72.000, casi un millón en los otros países árabes  y casi trescientos mil en América (del norte y del sur).[2]

De todos ellos, la autoridad de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA) registró en el 2010 más de 4.700.000 refugiados palestinos, de los cuales el 29% seguía viviendo en campamentos para refugiados en Medio Oriente y con eso que la UNRWA es muy estricta al momento de comprobar la condición de los refugiados y su descendencia.

Jaled vive en el campamento de refugiados de Yenin y dice “Soy de Jaffa, antes de 1948 era el puerto más grande de Palestina.  Era un niño en 1948 pero te contaré lo que mi padre me contó. El partió con la esperanza de volver pronto a su pueblo. Tenía gallinas y les dejó suficiente comida para siete días, pensaba que pronto volvería…Después de 1967 regresé a mi poblado, habían construido una base militar. Traje un poco de tierra de mi poblado y se la di a mis hijos para que permanecieran ligados a ella”.

¿Puede pensarse en una solución definitiva y justa al conflicto palestino/israelí sin considerar la situación de estos cinco millones de refugiados que la propia ONU reconoce como resultantes de las operaciones militares de 1948 y 1967?

Pero Israel no está satisfecha con la situación actual y mantiene políticas muy activas para expulsar hasta el último palestino de “su “ territorio (los que viven en Jerusalén o algún otro lugar de Israel, los llamados palestinos de 1948) o de los territorios que formalmente están bajo administración palestina: la franja de Gaza y Cisjordania.

Por Cisjordania y por Jerusalén Oriental caminamos en la última semana de mayo, visitamos dos campos de refugiados, uno en Belén, Aída y el otro en Ramalah, Al Jalazoon y con la ayuda de la organización Badil (www.badil.org) pudimos entender las políticas cotidianas que construyen una situación que procura hacer insoportable la vida de los palestinos. Para que se vayan, abandonen su tierra en aras del proyecto colonial racista expansionista del Estado de Israel.

En base a la documentación de Badil y de la Agencia Alternativa de Turismo, y a nuestra propia experiencia (que incluye largas conversaciones con la compañera Tilda Rabi de la Federación Argentina de Entidades Palestinas y los funcionarios de la Embajada Palestina en Buenos Aires), intentemos sistematizar estas políticas.

  1. Denegación de residencia, vivan donde vivan los palestinos, es Israel quien decide si se quedan allí o no. El elemental derecho de vivir donde uno quiera está coartado en los territorios ocupados ya que cada palestino requiere de un permiso de residencia para vivir donde aspira.  Hagamos un ejercicio de imaginación:  supongamos que una chica de Belén va a estudiar a Jerusalén, para ello deberá conseguir un permiso especial que le especifica los días y las horas del ingreso a Jerusalén.  Supongamos que conoce a un muchacho que vive en Jerusalén Oriental y tiene permiso de residencia en la ciudad.  Supongamos que se enamoran y deciden vivir juntos.  Gran problema.  Israel no le dará permiso de residencia a ella, porque significaría salir del territorio administrado por Palestina para entrar al territorio del Estado de Israel.  Y tampoco le dará permiso a él para ir a vivir a Belén, porque en el momento en que él se mude a Belén, podrá estar expuesto a la ley de expropiación de viviendas por la Ley del Ausente (1948) que permitía expropiar la vivienda de todo aquel que saliera del país o la de 1951, llamada del Ausente Presente que permitía expropiar la vivienda del que aún quedando en Israel abandonaba su barrio o pueblo.  Lo más probable que se arriesguen a alguna de las dos soluciones y que en algún momento sean apresados y juzgados por el Estado de Israel por “enamorarse” de la persona equivocada.
  1. Régimen de permisos. Los palestinos deben pedir permiso para casi todas sus actividades.  Israel ha construido cientos de kilómetros de muros que rodean las ciudades, los separan de los campos y obligan a cruzar por unos puestos militares llamados check points que hacen de “frontera” entre los lugares donde el palestino habita y el resto del mundo. Los muros tienen ya una dimensión superior a los 700 kms. y hay más de setecientos cincuenta check point de modo tal que cada espacio palestino está encerrado, como en el régimen sudafricano del Apartheid, los famosos “batustanes”.  Hasta para ir al medico deben pedir permiso, hacer una cola ante un funcionario israelí racista y provocador que hará uso de su autoridad del modo más arbitrario que pueda. Así ha habido casos trágicos de mujeres embarazadas que abortan y hasta mueren en la cola del check point por no contar con el permiso correspondiente.  También para los productores agrícolas cuyas fincas han quedado de un lado del muro y su vivienda del otro.  Hace solo días, luego del ataque de Tel Aviv a comienzos del Ramadán (mes santo para los musulmanes) Israel anuló más de ochenta mil permisos para que las familias se encuentren[3] lo que confirma su poder discrecional casi absoluto sobre la vida de los palestinos
  1. Urbanismo discriminatorio.  Israel ha transformado la política urbanística en un arma de ocupación y genocidio.  En Jerusalén nos contaron que en todo el 2015 la oficina de permisos de mejoras y nuevas construcciones solo dio doce permisos de modo que condena a los habitantes de las viejas barriadas palestinas de Jerusalén, de los Campos de Refugiados, de las aldeas, etc. a seguir viviendo en el mismo espacio que hace décadas, con la consiguiente molestia y hacinamiento.  Y si alguien se atreve a mejorar su casa o construir una nueva sin permiso, corre el peligro cierto de que un buldózer le demuela la casa.  De hecho, los colonos israelíes del valle del Jordán utilizan uno de esos equipos de demolición como símbolo de la “nueva vida”.  En Jerusalén Oriental hay barrios enteros construidos sin “permiso” y sometidos a una presión continua de desalojo y demolición; las ordenes judiciales están emitidas, solo la lucha popular las detiene. Por ahora.
  1. Confiscación de tierras.  Hemos relatado la dinámica militar de la ocupación y expropiación de tierras.  Las guerras se complementan con leyes (del «ausente», para los refugiados fuera de Israel, del «ausente presente», para los que quedan dentro de las fronteras reclamadas como propias por el Estado de Israel) que se apoderan de las casas y las tierras de los palestinos.  Otro camino es el declarar a las tierras afectadas para “parques nacionales”, “territorios de tiro y adiestramiento de las fuerzas armadas” o simplemente “territorios afectados a la seguridad estatal” y con ese simple trámite, el Estado expropia y demuele las viviendas, en general para construir nuevas viviendas que den lugar a un barrio solo para Israelíes judíos, o sea Colonias, ya que el ocupante militar tiene prohibido construir nada que no sea imprescindible para su función militar (Segundo Convenio de Ginebra sobre conflictos armados)
  1. Racismo Institucionalizado. Desde el momento mismo que Israel se piensa no como un Estado nación, con población y fronteras, donde todos tengan iguales derechos sino como el “hogar de los judíos del mundo” donde cualquier judío de cualquier país que acepte radicarse en Israel es tributario de una impresionante lista de concesiones, subsidios y derechos especiales por encima de los que tienen los habitantes originarios, los Palestinos del 48, el racismo es indiscutible.  Habría que agregar que en los últimos veinte años, la disputa entre las dos fracciones de la derecha en el poder, los ultra religiosos y los sionistas, se zanjó para el lado de los ultra religiosos con un viraje del racismo al fascismo desembozado donde hay ministros que escriben en los diarios que hay que expulsar a todos los palestinos o matar a las mujeres embarazadas para que no nazcan terroristas árabes.  Ya hemos dicho de la insólita diferencia entre nacionalidad y ciudadanía, acotemos que dado que los ultrarreligiosos consideran el canto de una mujer pecaminoso, han logrado que el Parlamento disuelva un coro mixto para dar lugar a un varón solista en la entonación del himno. Como muestra basta un delirio
  • Denegación de recursos naturales y de servicios.  En nuestra crónica sobre La Guerra del agua hablaremo sobre el modo en que Israel se apodera del agua de los palestinos, lo roba y encima luego les vende a precio vil la poca agua que les entrega.  Lo mismo hace con los otros servicios: de energía eléctrica o de desagües cloacales. La formula es siempre la misma: menos servicios y más caros para los palestinos; más servicios y subvencionados para los israelíes de las colonias y territorios ocupados.
  • Creación de colonias. Contra todas las resoluciones de los organismos internacionales, Israel tiene una política estratégica de creación de nuevas y nuevas colonias.  Unas de vivienda y otras de producción.  Todas ilegales puesto que usurpan territorio ocupado militarmente. Para las colonias de vivienda tienen  una política de seducción de los israelíes en problemas económicos puesto que les ofrecen créditos inmobiliarios más baratos, con mayor porcentaje sobre el costo total y con muchas más facilidades que para comprar en las ciudades pre existentes.  En una colonia muy cercana a Jerusalén nos contaron que una parte de los colonos había participado en las movilizaciones de los “indignados” del 2011/2012 y que fueron “sobornados” con la concesión de todas sus demandas y la oferta de casas baratas nuevas y trabajo bien renumerado.  Muchos de los palestinos deben elegir entre la demolición de sus casas o ir a la corte israelí, pagar la demolición y los honorarios de los abogados e ingenieros. En Jerusalén Este alrededor de 400 palestinos se vieron obligados a demoler sus propios hogares entre 2000 y 2014. En este sentido los palestinos no solo pierden su casa, sino también su parcela de tierra que le es usurpada. En cuanto a las tierras robadas, la potencia ocupante usurpó deliberadamente casi 8000 dunums de tierra entre enero y junio de este año en Jerusalén, Belén, Jericó, Hebrón y Salfit, aumentando un 39% en comparación con el año 2015. Como consecuencia, este ilícito crecimiento dio lugar, según estadísticas, que “hasta el 31 de diciembre de 2015 los colonos judíos en la Ribera Occidental del Jordán (Cisjordania) y en Jerusalén superaron los 770 mil personas, cuando en 1993 eran un poco más de 100 mil colonos”. Se podría decir que el Estado de Israel promueve una claudicación ética en su población de manera sistemática y perversa, pero eficaz;  que es resistida por una pequeña parta de la población, los “otros israelíes”.

 [1] http://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=61347

[2] todas las cifras y datos históricos están tomados del libro en castellano: Palestina y palestinos del Grupo de Turismo Alternativo, www.atg.ps  donde pueden consultar toda la información

[3] http://www.infobae.com/america/mundo/2016/06/09/israel-suspende-visitas-de-palestinos-por-el-ramadan/

Con los compañeros del Movimiento Popular del Valle del Jordán

Antes y después de la construcción de las bombas que se roban el agua de los ríos del Valle del Jordán
La guerra del agua

“Existir es resistir”
Consigna del movimiento popular
del Valle del Jordán
 
Acción  constitutiva  de Genocidio
“ Sometimiento intencional del grupo a
condiciones de existencia que hayan
de acarrear su destrucción física, total o parcial”
inciso c del Art II del Convenio de prevención
y castigo del delito  de Genocidio
sancionado en 1948, el mismo año que
Israel expulsó casi un millón  de palestinos de sus tierras

Dicen que Golda Meir, ex primer ministra de Israel llegó a decir que los palestinos no existen.

La frase, brutal pero representativa del pensamiento de las elites israelíes y sus socios imperialistas europeos y norteamericanos, me vino a la memoria al transitar lo que se conoce como “territorios bajo la Administración Palestina”: especialmente Jerusalén Oriental y Cisjordania,  en las que recorrí con cierto detalle los campamentos de refugiados, los barrios palestinos, los pequeños poblados del Valle del Jordan y algunas de sus ciudades más importantes: Ramalah, Belén, Jericó, Hebrón y el valle del Río Jordan.  A Gaza no pudimos ingresar.

De mi visita queda claro, que lo que genéricamente se conoce como Palestina, no es más que un conjunto de territorios y ciudades  ocupadas militarmente por Israel;  que las aísla a cada una de ellas de modo tal que no hay ninguna continuidad entre ellas dado que cada ciudad palestina está encerrada en un muro que solo se puede atravesar por algunos puntos llamados check point .

Los Check Point están controlados por el Ejercito Israelí que tiene toda la potestad de dejar pasar o no, detener a quien quiera ya que como todo es considerado territorio ocupado militarmente es la Autoridad Militar, y no la Autoridad Palestina, la que dicta la norma y los reglamentos que cambian al ritmo de la resistencia palestina bajo la ley inversa de que a menor resistencia menor rigor y al revés, a mayor resistencia palestina, mayor control, represión y muerte.

Así que, lo que un grupo de dirigentes de organismos de derechos humanos de Colombia, México, Chile, Paraguay, el País Vasco y la Argentina recorrimos y vimos en los últimos días de mayo de 2016 (periodo sin bombardeos sobre Gaza ni misiles sobre Israel, casi de “paz” para los parámetros palestinos) es el mejor rostro que el ocupante puede mostrar, aunque no deja de ser un rostro horrible, el rostro de la discriminación que llega al apartheid, el rostro del Juez Militar que condena a niñas y niños a brutales penas por tirar piedras contra un check point, un tanque o un soldado, el rostro del ladrón de agua con lo que continuaremos nuestras crónicas palestinas.

Recuerden que hablamos de un territorio milenario que ha pasado por diversos dominios, si pensamos en Jerusalén como centro histórico y político de Palestina, entre el ingreso victorioso de Saladino a la ciudad en 1187 y el inicio del mandato colonial británico iniciado en 1920, la ciudad sagrada para tres religiones, estuvo bajo el dominio de los pueblos árabes, de los turcos y del Imperio Otomano. En la resolución de la ONU de 1948 sobre la creación de dos Estados (que jamás se cumplió) a Jerusalén se le reservaba un status especial, como ciudad internacional que pueda garantizar el libre acceso de musulmanes, judíos y cristianos que tienen allí el centro de sus cultos.   En 1948 el proto ejercito de Israel ocupó lo que se conoce como Jerusalén occidental y en 1967,  el Estado de Israel, Jerusalén Oriental.

Se trazó entonces una línea divisoria (muy relativa y para nada equivalente a una frontera entre Estados Nación como puede haber entre EE.UU. y México, por ejemplo) que fue modificada casi totalmente al finalizar la guerra de 1967, cuyos resultados en general no fueron modificados ni por los acuerdos de Oslo (1994) y siguen firmes hasta hoy día.

Si las acciones militares exhiben sin maquillajes una estrategia de ocupación territorial que busca expulsar al palestino de sus casas y cultivos; en tiempos de “paz”, el eje de la estrategia expulsiva en tiempos de paz pasa por las políticas urbanísticas y del agua.

Políticas sencillas, contundentes, aparentemente “civilizadas” pero ciertamente genocidas, como veremos.

Los campamentos de refugiados fueron establecidos por las Naciones Unidas como corolario de su resolución 194/1948 que condenaba la expulsión de los palestinos de sus territorios y establecía hogares temporales para ellos en lo que entonces eran territorios Jordanos.  Nosotros estuvimos en dos, uno en Belén, llamado Aída porque se estableció alrededor del comercio de una señora palestina muy cordial y solidaria conocida justamente como Aída, donde viven unos cinco mil palestinos y el otro, conocido como Al Jalazoon, donde viven unos quince mil palestinos en condiciones de superpoblación y hacinamiento, en las afueras de Ramalah, una ciudad vecina de Jerusalén, antigua ciudad cristiana designada sede de la autoridad palestina por los acuerdos de Oslo; de lejos la ciudad con mayor libertad para los palestinos y los visitantes.

Uds. pensarán que la razón es el poco espacio para construir o ampliar lo construido; pues no, la razón es más sencilla, desde 1948 los israelíes niegan cualquier permiso urbanístico con lo cual condenan a los habitantes de esos barrios (bastante parecidos a los barrios obreros porteños, aquellos que fueron Villas Miserias y mejoraron su traza por el esfuerzo de nuestros villeros) a amontonarse y vivir como presos en sus propias casas.  O a designar amplias zonas como “parques naturales”,  o territorios destinados al adiestramiento militar, o simplemente zonas de seguridad lo que habilita en todos estos casos a que los militares demuelan las casas con los bulldozers que circulan por todo el territorio de la Palestina ocupada como amenaza brutal del desalojo.

Según la Segunda Convención de Ginebra sobre los territorios ocupados, el ocupante no puede construir ninguna edificación que no sea estrictamente necesaria para la fuerza militar ocupante: barracas para los soldados, almacenes, hangares, etc.  Toda otra construcción es considerada ilegal según la normativa internacional y considerada una “colonia”.

Israel tiene una política sistemática de instalación de colonias en el territorio ocupado, incluso al interior de las ciudades que supuestamente se han reservado para los palestinos.  Nosotros mismos vimos en Hebrón como en medio de los barrios palestinos instalaron una colonia de israelíes que se auto percibe como un barrio cerrado a los palestinos.   Estas colonias urbanas están cercadas por barreras y protegidas las 24hs por tropas armadas del Ejercito que impiden la circulación y garantizan un mundo artificial de confort y consumismo para los colonos.

Y ¿cómo sabes cuál barrio es colonia y cuál es un barrio palestino?

Por el color del tanque de agua.

Los palestinos tienen tanque de agua de color negro y la mayoría de los  israelíes tienen un calentador solar de  color blanco porque la autoridad israelí controla todo el agua y establece diferencias racistas entre los israelíes judíos (el israelí se autopercibe como europeo, occidental, la “civilización democrática” que debe controlar/salvar al “salvaje autoritario palestino”,  de nuevo Civilización o Barbarie donde los israelíes son Roca y los palestinos nuestros indios) y por ello reciben agua corriente, casi sin medida, de tal modo que hasta piscinas tienen en sus barrios cerrados y los que tienen tanque de color negro no tienen agua corriente y solo les llega agua un par de veces por semana, la que tiene que almacenar y guardar por que no sabe cuando volverá a recibir agua porque en  cualquier momento (por ejemplo si hay un acto de rebeldía o un niño tira una piedra a un soldado) puede recibir menos, casi nada  o aún quedar sin agua por horas y días. Y hasta semanas.  Así de cruel y genocida es la ocupación militar israelí.

Se entendió, ¿no?    En un mismo barrio viven israelíes judíos y palestinos, unos reciben agua corriente y otros no.  Unos tienen agua en abundancia para beber, asearse y hasta trabajar.  Los otros reciben un hilito de agua y en cualquier momento, por causas que él no domina ni conoce, se queda sin agua.

Encuadra perfectamente en una práctica compatible con el Apartheid sudafricano y con el inciso C del articulo dos del Convenio de Prevención y castigo del delito de genocidio.

La estrategia genocida es clara, encerrados en lugares de los que no pueden salir sin permiso del ocupante, separados de sus cultivos por muros, privados del agua en lugares de clima desértico, los palestinos son empujados a huir hacia Jordania o Siria o hacia donde puedan, si pueden huir a algún lado. 

Y si los niños, desesperados por la opresión, el racismo, las familias destrozadas por los siete mil presos políticos y los “permisos de residencia” que impiden trasladarse a los palestinos por su propia patria; digo, si un niño o una niña, toman una piedra y la echan a volar, como Mahommed en Hebrón, será reprimido, torturado, encarcelado no importa su edad que para Israel no hay límites de edad ya que los “terroristas” no tienen edad y deberán “calmarse” en una cárcel exclusiva para palestinos, que hasta a los presos israelíes, el Estado Sionista trata con privilegios sobre los presos palestinos.

En periodos de “paz”, como el de estos días, la privación del agua es una estrategia clara del plan de expulsión de los palestinos de sus hogares y cultivos.

La guerra del agua se percibe más clara en el Valle del Jordán, en el mismo territorio por donde hace unos dos mil años un tal Jesucristo predicaba por  poblados que hoy están desapareciendo.

Veamos algunos números.  En 1967, antes de la invasión israelí, había unos 130 mil campesinos palestinos, hoy no llegan a cincuenta mil que consumen 25 m3 promedio mientras los colonos israelíes judíos consumen 380 m3 ! lo que explica que los palestinos trabajaban 180 mil has de tierra en  1967 y que hoy solo disponen de 40 mil y que las diferencias de productividad entre las colonias israelíes y las aldeas palestinas sean notables por la diferencia del acceso al agua y la tecnología.

El Estado Israelí ha perforado pozos a ochocientos metros de profundidad al lado de los ríos que dan agua a los palestinos, se roban el agua que llevan por cañerías a los colonos y dejan sin agua a los originarios y hasta practican la perversión de expropiar los tanques de agua que los palestinos compran para poder tomar algo de agua.

Todo eso lo vimos con nuestros propios ojos, pero no todo es desolación, también vimos la resistencia de los que organizan cooperativas y defienden la identidad cultural en medio de los soldados y los colonos, de los que buscan agua a pesar de todo y se resisten a abandonar los territorios que sus ancestros han habitado por cientos de años.

Unos apuestan a doblarlos por la sed, los otros apuestan a que la infamia no puede ser ni eterna ni impune.

Estuvimos con ellos en la aldea  Al Jiftlik, en el Valle del Jordan, en una casa que ellos mismos construyeron en 24hs con maderas y barro; la idea es que si los militares la destruyen la puedan reconstruir rápido, a bajo precio y con el trabajo de la gente del poblado.

Su función principal consiste en alentar a la gente a no irse del Valle y su lema es “Existir es resistir”.  Nos contaron de los talleres en que las mujeres de la aldea aprenden a transformar lo que tienen, hasta carozos de aceituna, en objetos de arte que se puedan vender.  O de la casa de barro y madera que se puede construir en un día de trabajo para que si el Ejercito Ocupante la destruye no sea tan penoso reconstruirla. En una de esas casas nos reunimos con los compañeros del movimiento para escuchar de sus luchas que resumen en ese “existir es resistir”.

Ellos nos mostraron los sitios donde los israelíes se roban el agua y nos contaron de su decisión de quedarse pese a todo. Nos llevaron montaña arriba hasta el sitio donde nace el curso de agua que alimenta la aldea. A su lado, a diez metros, los israelíes construyeron un pozo con una bomba eléctrica que perfora hasta 800 mts. de profundidad y deriva el agua a una cañería que pasa por encima de la aldea palestina y se dirige hacia la colonia ilegal de modo tal que los palestinos no tienen agua ni para tomar, no hablemos de los cultivos que han sostenido por siglos, y los colonos tienen agua hasta para bañarse en piscinas que ofenden con su sola presencia a los palestinos privados del agua.

Israel cumple uno a uno los requerimientos de la Convención de 1948 de prevención y castigo al delito de genocidio. En el Museo del Holocausto en Jerusalén se pretende establecer una línea histórica de continuidad entre la resistencia del Ghetto de Varsovia y las políticas colonialistas de Israel de estos días; nada más mentiroso.

No son las suyas políticas defensitas por temor a un nuevo holocausto por parte de los palestinos;  el robo del agua, la demolición de las casas, el encierro de siete mil patriotas palestinos, incluidos niños y mujeres, las prácticas sistemáticas de la tortura y el terror sobre toda la población no son practicas enfermas o de venganza, son parte de un plan colonial de apropiación de un territorio al que pretenden deshabitado.

Igual que Roca en la Patagonia.

Los palestinos son nuestros indios, los herederos de la resistencia antifascista de Europa y América Latina.

Son los palestinos los que ponen los muertos.

Los genocidas son ellos, los sionistas y los ultra religiosos que compiten en expandir el Estado de Israel a costa del pueblo palestino.

Así de contundente.

Resumen de un informe sobre el Valle del Jordán de un organismo judío de Derechos Humanos Be’Tselem publicado en inglés en http://www.btselem.org

1. Despojo y explotación: las políticas de Israel en el Valle del Jordán y el norte del Mar Muerto

La región del Valle del Jordán y el norte del Mar Muerto contiene la más grande reserva de tierra de Cisjordania. El área cubre 1.6 millones de dunams [1 dunam = 1000 mt2], que constituyen 28.8% de la superficie de Cisjordania. 65.000 palestinos y palestinas viven en 29 pueblos y aldeas, y alrededor de 15.000 más viven en docenas de pequeñas comunidades beduinas. En la zona viven también alrededor de 9.400 colonos israelíes repartidos en 37 colonias ilegales.  Israel ha establecido en esta región un régimen de explotación

intensiva de los recursos como en ninguna otra área de Cisjordania, lo que demuestra su intención: la anexión de facto del Valle del Jordán y el norte del Mar Muerto.

2.  Tomando control de la tierra

Israel ha usado varios métodos para poner bajo control la mayor parte de la tierra en esa área, a saber:

– Miles de dunams de tierra fueron arrebatadas a los refugiados palestinos y usadas para construir allí las primeras colonias, a partir de 1968 y a lo largo de los Setenta. Esto, incluso violando una orden militar.

– Mediante manipulación legal, Israel ha ampliado el inventario de “tierra estatal” en la región, de manera que el 53.4% del área, cuatro veces más grande que antes de 1967, es ahora considerada tierra estatal.

– Israel ha declarado el 45.7% del área como “zona militar de entrenamiento” [firing zone], aunque las tierras están situadas cerca de carreteras importantes, colonias edificadas, granjas y tierras cultivadas por los colonos.

– Israel ha declarado el 20% de las tierras como “reservas naturales”, aunque sólo una pequeña porción fue acondicionada para tales fines y abierta a los visitantes. De hecho dos tercios de las “reservas naturales” son también zonas de entrenamiento militar.

– Israel ha incautado tierras en el norte del Valle del Jordán para instalar la Barrera de Separación y ha establecido allí 64 campos minados cerca de la ruta del río Jordán. El mismo ejército ha dicho que las minas terrestres ya no son necesarias para la seguridad.

A través de todas estas vías, Israel ha tomado bajo control 77.5% de la tierra y ha prohibido a la población palestina construir o usar el resto de la tierra en la zona. El 12% del área ha sido destinada a las colonias ilegales, incluyendo toda la orilla norte del Mar Muerto. Estas políticas han aislado a las comunidades palestinas de la región y fragmentado su ámbito espacial. En los últimos dos años, la autoridad militar israelí ha demolido reiteradamente instalaciones de las comunidades beduinas de la región, a pesar de que varias de ellas se establecieron antes de 1967.

3.  Tomando control de los recursos de agua

Israel ha puesto bajo su control la mayor parte de las fuentes de agua de la zona y las ha asignado para uso casi exclusivo de los colonos.  28 de las 42 fuentes de agua subterránea controladas por Israel en Cisjordania están ubicadas en el Valle del Jordán. Estas fuentes proveen a Israel unos 32 millones de metros cúbicos al año, la mayor parte de los cuales son destinados a las colonias ilegales. La asignación de agua a los 9.400 colonos -incluyendo fuentes subterráneas, el río Jordán, aguas residuales tratadas y reservorios artificiales- es de 45 millones de metros cúbicos anuales. Esto ha permitido a las colonias desarrollar métodos de agricultura intensiva y explotar la tierra durante todo el año, exportando la mayor parte de la producción. El volumen de agua asignado a los 9.400 colonos es un tercio de la cantidad de agua accesible a los 2.500.000 palestinos que viven en toda Cisjordania.

El control israelí de las fuentes de agua en la región ha hecho que algunos manantiales palestinos se sequen, y ha provocado una reducción en la cantidad de agua que se puede extraer de otros manantiales y pozos. En 2008 los palestinos extrajeron 31 millones de metros cúbicos, lo que representa 44% menos de lo que extraían en la región antes del Acuerdo Interino de 1995 [conocido como “Oslo II”].

Debido a la escasez de agua, los palestinos tuvieron que abandonar ciertos tipos de cultivos agrícolas y pasar a sembrar cultivos menos rentables.

En el distrito de Jericó, la cantidad de tierra usada para la agricultura es la menor de todos los distritos de Cisjordania: 4.7%, comparada con un promedio de 25% en los otros distritos. El control israelí de la mayor parte de la tierra también impide un reparto más equitativo de los recursos de agua para la población palestina de esa región, así como la distribución de agua a otras comunidades palestinas fuera de esa zona. El consumo de agua en las comunidades beduinas es cercana a la cantidad que Naciones Unidas ha establecido como la mínima necesaria para sobrevivir en situaciones o áreas de desastre humanitario.

4.  Restricciones a la construcción

La política de planeamiento israelí en el Valle del Jordán hace imposible a la población palestina construir y desarrollar sus comunidades. La “Administración civil” [nombre oficial de la autoridad militar] ha elaborado planes sólo para una pequeñísima porción de comunidades palestinas locales. Más aun, esos planes no son más que líneas de demarcación, que no asignan tierras para nuevas construcciones o desarrollo. Por ejemplo, el plan para Al-Jiftlik, la comunidad más grande en el Área C (área bajo completo control israelí), dejó el 40% de la superficie construida de la aldea fuera de sus límites; como resultado, las casas de muchas familias están bajo amenaza de demolición. El plan asigna a Al-Jiftlik una superficie de tierra menor que el plan trazado para la colonia israelí Maskiyyot, a pesar de que Al-Jiftlik tiene 26 veces más habitantes.

5. Tomando control de los lugares turísticos

Israel ha puesto bajo su control los lugares turísticos más importantes de la región: la orilla norte del Mar Muerto, Wadi Qelt, las cuevas del Qumran, los manantiales de la reserva de Ein Fashkha, y Qasr Alyahud (donde Juan bautizó a Jesús). Todos estos sitios son administrados por autoridades israelíes, que también controlan el acceso turístico a Jericó, canalizando el flujo de turistas hacia la entrada sur de la ciudad; como resultado, pocos visitantes pernoctan en Jericó, lo cual ha provocado grandes pérdidas a la industria turística de esa ciudad palestina.

6. Explotación de los recursos naturales

Israel permite a empresarios israelíes explotar los recursos de la región del Valle del Jordán. La firma de cosméticos Ahava, ubicada en el kibbutz Mizpe Shalem, elabora productos con barro rico en contenidos minerales extraído del norte del Mar Muerto. Una cantera israelí cercana a la colonia Kokhav Hashahar produce materiales de construcción. Israel también ha establecido en el Valle del Jordán instalaciones destinadas al tratamiento de aguas residuales y al enterramiento de residuos provenientes de Israel y de las colonias.

El Derecho Internacional prohíbe [al poder ocupante] explotar los recursos del territorio ocupado y establecer colonias en el mismo.

Checkpoint de ingreso a Jerusalén desde Ramalah, detrás de los muros está la Cárcel de Ofer y la Corte Militar que visitamos

Una inmensa cárcel llamada Palestina

La estrategia de encarcelar como modo de dominación

Si la estrategia de expansión colonial se descubre en las acciones sistemáticas e integradas que hagan insoportable la vida de los palestinos en su territorio, como intentamos explicar en el texto sobre “la guerra del agua”, la estrategia de dominación tiene  uno de sus centros en el sometimiento de una alta porción de la población palestina a la prisión política en condiciones extremas (que constituyen tortura en sí misma) y por largos periodos de tiempo, de modo tal que haya siempre una proporción alta de la militancia entre rejas con el múltiple efecto imaginado: sobre el prisionero, su familia, su entorno social y la sociedad palestina toda.

Desde el comienzo de la ocupación israelí del Territorio Palestino en 1967, más de 750.000 ciudadanos palestinos han sido detenidos. Entre ellos, 15.000 mujeres y decenas de miles de niños.  Desde el año 2000 hasta este día, más de 85.000 casos de detenciones han sido registrados. Entre ellos más de 10.000 son niños (menores de 18 años) y aproximadamente 1.200 son mujeres, más de 65 ministros o miembros del Consejo Legislativo Palestino y más de 24.000 bajo detenciones administrativas[1] que pueden renovarse varias veces.  Durante los últimos cuatro años, ha comenzado a quedar claro que los niños palestinos son objetivos de detenciones. Se registraron más de 3.755 casos de detenciones a niños, de los cuales 1.266 ocurrieron durante 2014. Durante el primer trimestre del año en curso, más de 200 casos de detenciones a niños han sido registrados sin consideración a su edad o debilidad física y sin atender a sus necesidades básicas. Han sido tratados duramente, torturados, sus derechos humanitarios básicos negados, sentenciados y condenados a prisión, multados y confinados en sus hogares. Más de 95% de los niños liberados de las cárceles aseguran que han sufrido torturas y maltrato durante el interrogatorio y la detención. Estas acciones suponen una amenaza real a la niñez palestina y su futuro.

Más de 7.000 presos políticos se encuentran aún en las cárceles de la ocupación israelí.  Entre ellos 478 condenados a cadena perpetua una o varias veces, 70 mujeres, 104 niños menores de 16 años, 414 niños menores de 18, 715 bajo el régimen de Detención Administrativa, tres miembros del Consejo Legislativo Palestino, 1500 enfermos de los cuales 80 están en grave estado de salud, 30 están detenidos desde antes de los Acuerdos de Oslo de 1994, 459 con sentencias de más de veinte años, 16 pasaron más de 25 años en prisión tal como Karim Younis y  Maher Younis que hace 33 años ininterrumpidos que están en la cárcel y 65 de ellos siguen en prisión a pesar de haber cumplido condenas de 20 años.  Los presos políticos palestinos están distribuidos en 22 cárceles y centros de detención israelíes, las más destacadas son Nafha, Remon, Asqalan, Beir Sabee, Hadareem, Jalbou, Shata, Ramlah, Damoun , Hasharoon, Hadarim, Naqab, Ofer y Majedo.[2]

Nuestra experiencia directa

Durante los días que estuve en Palestina, la cuestión de los presos políticos se imponía en cada encuentro.  Difícil encontrar algún dirigente social o político que no haya pasado por alguna forma de encierro y más difícil que en las entrevistas en los campos de refugiados, las barriadas de Jerusalén Oriental o los movimientos sociales de Cisjordania no surgieran referencias muy directas a los presos políticos.

El autor de estas notas tiene alguna idea de la cuestión.  Tuvo su propia experiencia de permanencia en un centro clandestino, La Cuarta de Santa Fe, y una cárcel, Coronda; además durante algunos años, bajo la dictadura, trabajó como receptor de denuncias en la sede de la Liga de Rosario, en la mítica Ricardone 74, y en los últimos diez años ha compartido con los equipos jurídicos de la Liga la participación en decenas de juicios donde ha escuchado cientos de testimonios sobre los centros y las cárceles de la dictadura.

Lo primero que debo decir que todo fue rebasado en Palestina.  Por el número (se calcula que el 40% de los palestinos varones han pasado por la cárcel desde 1967) y por la perversión industrializada.  Los organismos defensores de los derechos humanos del pueblo palestino han identificado más de cien técnicas de tortura.

De ellas nos habló Yacoub Odeh, miembro del Consejo Directivo de Addameer (la entidad que nos invitó y organizó la gira política por Palestina) quien pasó diecisiete años en prisión por ser parte de la resistencia a la ocupación militar de 1967 y quien, por las razones ya explicadas de solo contar con «permiso de residencia» hace más de siete años que no puede salir de Jerusalén.

El testimonio de Yacoub Odeh es casi insoportable de receptar:  hasta le arrancaron el cuero cabelludo y los daños que recibió en las interminables sesiones de tortura todavía se muestran a flor de piel.  Sin embargo, ni una sombra de odio hay en su discurso donde abundan reflexiones humanistas y la convicción de que solo ganando una parte de la sociedad israelí y buena parte de la opinión publica mundial se podrá encontrar salida a la aparente encerrona del «conflicto»

En un barrio palestino de la Jerusalén Oriental visitamos la familia de Majd Barbar; él está preso desde hace quince años acusado de instigar la Segunda Intifada del 2000.  Tomamos te con su compañera y sus dos hijos, de dieciséis años el muchacho y de quince años la muchacha.  Ambos vestidos al modo occidental, estudiantes de una escuela católica que les permite estudiar a pesar de que ellos son musulmanes no practicantes. La niña no más que intentó decir algo que se emocionó tanto que salió corriendo de la habitación donde estábamos. Su madre la disculpa y explica que todavía está conmovida por un hecho extraordinario: por primera vez en quince años de encierro de su padre la han dejado darle un abrazo, tocarlo, y sacarse una foto.  Sería la segunda que tiene con su padre (a dos semanas no se la habían dado y podría ocurrir que la seguridad estatal decida que la foto es un peligro para la seguridad de Israel, así de absurdo y perverso es todo). En la primera ella tenía dos semanas y su padre quince años menos. La madre cuenta que cuando fue detenido su esposo también detuvieron su hermano y que en una ocasión, cuando ambos ya tenían meses de detención la llevaron a ella para torturarla delante de ellos, para quebrar su voluntad de resistir.  Lo cuenta con la humildad y la naturalidad de quienes han hecho del patriotismo y la dignidad una opción de vida que no admite opción. Tiene prohibido trabajar en cualquier empresa israelí, pero ha conseguido empleo en una ONG de ayuda al pueblo palestino.  Su ilusión es que finalmente su marido salga (falta muy poco para el cumplimiento de la condena, pero eso no es ninguna garantía) y se preocupa por el estudio y salud de sus hijos.  Está particularmente temerosa de que el muchacho se enrede en alguna pelea con los israelíes que actúan como matones en las calles.  Los escupen y golpean, amparados en la policía israelí.  El muchacho explica que él se cruza de calle cuando los ve pero que ellos lo provocan, lo empujan. Se adivina el conflicto: el muchacho no tiene mucha más paciencia, la madre tiene terror a que lo encarcelen antes que salga el padre.

El clima es tenso, dramático. Nuestro discurso se vuelve inútil. Tonto.  Cuando nosotros repetimos el alegato de la solidaridad internacional, el muchacho nos preguntó qué podíamos hacer por su padre y nosotros dijimos que podíamos hacerlo más visible. Que podíamos protestar ante la embajada de Israel.  El nos preguntó si alguna acción nuestra podría obligar a Israel a liberar a su padre o algún preso y cuando le dijimos que no entonces él dijo que no podíamos hacer nada por él.

Seguramente que un análisis fino de la cuestión nos daría la razón y la idea de la acumulación de críticas y de acciones finalmente traerá algún resultado, pero creo que el muchacho, igual que aquel otro de Hebrón que agarró una piedra cuando el soldado le prohibió cruzar la reja para acompañarme hasta la Mesquita, está al borde de la paciencia, de la rebelión, aunque no tengan ni plan ni estrategia de victoria.

En el campo de refugiados de Ramalah, Al Jalazoon, nos reencontramos con ese drama.  Resulta que Murad Nakhla estaba a punto de salir luego de quince años de prisión (todos son los presos de la Intifada del 2000, la Segunda Intifada) y la visita se programó porque en estos casos, los vecinos pintan murales, tiran luces de colores y todo el barrio se prepara para la recepción.  Eso lo vimos en el Campo de Refugiados Aída de Belén.  Pero aquí la fiesta se aguó.  La noche anterior a nuestra visita el Ejercito Israelí asaltó el Campo y allanó la vivienda de Murad Nakhla para detener a su hijo de quince años Osaid.  La autoridad militar israelí no proporcionó ninguna información y se sabe que está en «interrogatorios» donde seguramente será torturado salvadamente, sin que las sesiones tengan que ser filmadas o grabadas gracias a la gracia de la Corte Suprema Israelí que desafía la comunidad internacional y permite la tortura del Ejercito aún contra los niños.

En el campo Al Jalazoon nos llevan de casa en casa.  Todos tiene familiares presos o asesinados por el Ejercito.  En todas está la foto de los compañeros en un sitio de honor.  Las madres de ellos son honradas como también lo son las madres de mártires y es algo muy profundo en la cultura palestina, árabe y musulmana.  Recuerdo algunos nombres.  Alí Safí asesinado por el Ejercito.  Khaled Safi preso desde hace años.

Los israelíes pretenden darle a toda su política de encarcelamiento masivo y sin causa una pátina de “legalidad”. Tienen todo un menú de opciones para encarcelar por que sí a los palestinos pero en todos los casos, fingen una instancia judicial.  Claro que no se aplican los derechos humanos del derecho internacional, ni siquiera el derecho que protege las acciones de guerra o las de las personas que quedan bajo dominio  de un ocupante militar.  No por casualidad Israel se niega a adherir a la Corte Penal Internacional y cuestiona toda labor de los organismos internacionales que sistemáticamente condenan su accionar.   El autoritarismo es tan perverso y cínico que han llegado a sancionar una ley que prohíbe la huelga de hambre, casi el único recurso que le quedaba a los presos para manifestarse. En efecto, el 30 de de julio de 2015 la Knesset israelí (el parlamento) aprobó la «Ley para prevenir daños causados por Huelga de Hambre», que permite la alimentación forzada de los palestinos en huelga de hambre en cárceles de la ocupación Israelí quitando el último recurso de ejercer la voluntad para los presos.

Junto a la abogada de Addameer, Farah Bayadsi, tuvimos la oportunidad de presenciar un juicio en la Corte Militar de Ramalah, adjunta a la Cárcel de Ofer.

Llegar al recinto fue toda una travesía. Cruzar una vez y otra y otra vez los controles militares.  Someterse a los chequeos, presentar una y otra vez los documentos para finalmente esperar en un patio alambrado el turno para entrar al momento de la apelación final.  El joven palestino llevaba un año en prisión, sus padres vinieron de Hebrón y estaban sentados solos en una pequeña sala.  La acusación era que había tirado una piedra contra un soldado israelí y eso constituye según el ocupante militar el delito de agresión a la autoridad y el fiscal pidió dos años y una multa de cuatro mil new   sheckel (la moneda israelí, aproximadamente unos mil dólares, una suma importante para la economía palestina) que de no pagarse aumentaba la pena.

La mayoría de los juicios se tramitan como los «juicios abreviados» de Argentina. La autoridad militar impone la situación de que si no se acepta la culpa del delito por el cual es acusado, la espera del juicio será mucho más que la posible condena.  De este modo, toda la discusión es sobre el monto de la pena y no sobre la inocencia o culpa del acusado.  La mayoría de los casos se constituyen con el testimonio del soldado o de los Servicios de Inteligencia como única prueba, suficiente para el «orden jurídico militar» que por supuesto presupone la credibilidad de la palabra militar y la falsedad del testimonio del acusado palestino.  El nivel de absoluciones es mínima y la pena por tirar una piedra oscila entre los dos a los cinco años.

Cinco años por tirar una piedra y pueden ser condenados hasta los niños.

La ley dice que solo pueden ser condenados a los 16 años, pero no prohíbe apresarlos antes y esperar que cumplan los años necesarios en prisión.

De todo esto hablamos mucho con el encargado de la autoridad palestina para los asuntos de los presos políticos, un cargo insólito para un funcionario de gobierno, pero Issa Qaraqa no se amilana y enumera las acciones que su oficina realiza: desde acciones de esclarecimiento de los derechos que le corresponden a los presos políticos hasta el sostenimiento de un equipo de abogados que intenta, en las condiciones más adversas por que la Justicia Israelí permite el uso de prueba secreta o que los compañeros lleguen al juicio oral sin haber visto al abogado, quien a su vez conoce la acusación en el momento mismo de la audiencia oral lo que convierte la labor jurídica en un burdo remedo del «debido proceso» y demás condiciones que hacen a un Estado de Derecho, que a todas luces Israel no respeta ni por asomo.

Quisiera terminar esta crónica con la opinión de una periodista israelí, Amira Hass,  publicada en abril de 2013, ante una seguidilla de detenciones de palestinos acusados de tirar piedras. El artículo se titula: La sintaxis interna de las piedras palestinasy afirma: «Lanzar piedras es el derecho y el deber de toda persona sometida a la dominación extranjera. Lanzar piedras es una acción tanto como una metáfora de la resistencia. Perseguir a los que arrojan piedras, incluyendo a los de 8 años de edad, es parte inseparable -aunque no siempre explícita- de los requisitos laborales del gobernante extranjero; no menos que disparar, torturar, robar tierras, restringir la libertad de movimiento y asegurar la distribución desigual del agua.  La violencia de los soldados de 19 años de edad, de sus comandantes de 45, y de los burócratas, juristas y abogados, es dictada por la realidad. Su trabajo consiste en proteger los frutos de la violencia intrínseca en la ocupación extranjera: recursos, lucro,  poder y privilegios. (…) A menudo el lanzar piedras es producto del aburrimiento, el exceso de hormonas, la emulación, la jactancia y la competencia. Pero en la sintaxis interna de la relación entre el ocupante y el ocupado, el lanzamiento de piedras es el adjetivo que acompaña al sujeto: «Ya hemos tenido suficiente de ustedes, ocupantes».

Otro israelí, Guideon Levy,  comentó el texto diciendo  que el comentario de Hass fue publicado pocos días después que los judíos leyeran la Hagadá [lectura de Pascua], que relata su historia de liberación, «una lucha que incluyó calamidades mucho más terribles que las piedras lanzadas contra los que les negaban la libertad. Generaciones de judíos leen este texto con temor y asombro, y se lo narran a sus hijos. Pero no están dispuestos a aplicar la misma regla básica (…) según la cual la resistencia, incluyendo la resistencia violenta, es el derecho y el deber de toda nación oprimida»; porque «En la experiencia israelí está profundamente arraigada la idea de que lo que está permitido al pueblo judío está prohibido a los demás.» Levy afirma una verdad de Perogrullo, pero a menudo soslayada por los defensores de Israel: «La única manera de acabar con [la violencia] es poner fin a la ocupación.»[3]

En una entrevista con Ahmad Attoun, ex preso político y parlamentario por Hamas de Jerusalén Oriental, hoy expulsado de su vivienda y radicado en Ramalah, dijo algo parecido: «la etapa actual del movimiento de liberación nacional palestino es terminar con la ocupación militar, así se podría discutir democrática y con total libertad el modo de organizar el estado palestino y el tipo de sociedad que los palestinos quieren para sí».

Es que lo primero es lo primero y no tengo ninguna duda que en Palestina, lo primero es terminar con la ocupación militar, causante de todas las injusticias y desigualdades, de la prisión política y de las políticas de apartheid que no solo denigran y humillan al pueblo palestino que la sufre, también denigran y degradan a la parte del pueblo de Israel que las consiente y aprueba.  Hay otros israelíes que resisten la ocupación y la fascistización de Israel pero su valiente lucha amerita otra crónica palestina: la de los que construyen la paz a pesar de todo.

Manifestación en el centro de Tel Aviv del 28 de mayo de 2016 contra la designación del nuevo Ministro de defensa, Avigdor Lieberman, connotado nazi sionista. 

Participaron comunistas, defensores de derechos humanos y sectores críticos del sionismo. 

Estuvimos allí.

Banderas rojas y palestinas en las calles de Tel Aviv

Los otros israelíes

“Mi impresión general es que, para la

mayoría de los israelíes, su país resulta invisible. 

Estar en él implica una cierta ceguera

o incapacidad de ver qué es

y qué ha ocurrido y lo que resulta

 más extraordinario, una falta de disposición

para comprender qué ha significado para otros

en el mundo y especialmente en Oriente Medio.” 

Edward Said.  Nuevas Crónicas Palestinas.

Pág. 148. Editorial Mondadori. 2002.

En 1967, cuando el ejercito israelí completó la ocupación casi total de la Palestina histórica, incluyendo toda Jerusalén, la franja de Gaza y casi toda Cisjordania, yo tenía quince años, me acababa de afiliar a la Federación Juvenil Comunista y combinaba mi militancia clandestina en el movimiento estudiantil secundario con la participación en una institución judeo progresista en la ciudad de Santa Fe, capital de la provincia del mismo nombre. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la realización de una gran asamblea de los asociados y el publico en general, ante el desarrollo de la guerra.

También recuerdo mi asombro ante los pocos que asumimos la causa palestina contra la barbarie sionista y el accionar genocida del Ejercito del Estado de Israel.  Educado por mis padres en el amor a la verdad y la paz, la justicia y el progreso social, nunca tuve dudas sobre de qué lado del “conflicto” estaba la verdad y la razón.

Poco tiempo después, el auge de las luchas populares me inclinó a concentrar mis inquietudes sociales en las luchas generales y fui perdiendo contacto con aquella institución, a la que tanto debo en cuanto a la formación ética y humanista, como con aquellos debates.  Luego como en una vorágine vino la primavera camporista, el regreso de Perón, la triple A y el terrorismo de estado me ubicaron en el campo de los agredidos y ya nada volvió a ser lo que pudo haber sido.

De mi larga experiencia en la lucha contra la impunidad aprendí que no hay violación a los derechos humanos, y mucho menos si son actos sistemáticos y de extrema gravedad, que no tengan un discurso de justificación y una parte de la población que asienta o acompañe tales actos terroristas de Estado.

En sus Nuevas Crónicas Palestinas dice Edward Said que es en ese terreno de la lucha cultural que el sionismo ha establecido una clara ventaja sobre el movimiento de liberación nacional palestino; por las debilidades ideológicas del movimiento palestino pero también por el eficaz modo en que el sionismo logró resignificar la historia del pueblo judío, del nazismo y el genocidio de los pueblos durante la Segunda Guerra Mundial y aún toda la historia del “conflicto” con los palestinos, al que nunca se lo llama con su nombre: ocupación militar del territorio y sometimiento a condiciones sub humanas de vida para su población.

Se dice que supieron aprovechar de manera inteligente el sentimiento de culpa de las “democracias occidentales” que, desde la traición a la Republica Española hasta la ilusión de que la Alemania Nazi destruiría la odiada Unión Soviética, permitieron la persecución a los judíos, los ghettos y los campos de exterminio, en fin, el genocidio de los judíos que el sionismo, para separar de los otros genocidios y construir el camino “exclusivo” del pueblo judío, llama holocausto o shoa, en una maniobra semántica que no tiene nada de ingenua.

Luego de estar en Palestina, cruzar el check point y penetrar al Jerusalén Occidental o viajar a Tel Aviv tiene la ventaja de sentir como viven del otro lado, como comienzan a hacerse invisibles los niños palestinos de las aldeas y cómo se borran los muros y los fusiles automáticos de los omnipresentes soldados y soldadas. Siempre es útil mirar la realidad de los dos lados.

Y también resultó sumamente útil conversar con las compañeras y compañeros de B´Tselem, de Médicos para la Paz, del Partido Comunista y del Meretz, fuerzas políticas con representación parlamentaria con una particularidad: todos los que conversaron con nosotros habían vivido en la Argentina (algunos salieron del país escapando del terrorismo de Estado, otros de las sucesivas crisis del capitalismo argentino).  Para Efraim Davidi, docente de la Universidad de Tel Aviv y dirigente comunista, en Israel se verifica un proceso de fascistización de las elites (tanto la ultra religiosa como la “liberal” en el plano religioso y la vida cotidiana, aunque tan feroz en el odio a los palestinos como la otra) que va moviendo la sociedad israelí hacia la derecha.  De algún modo uno mismo puede verificar ese corrimiento releyendo los textos y debates de los 90, sobre todo luego de los acuerdos de Oslo, en los que se puede seguir la batalla perdida por los sectores moderados del sionismo ante la ultraderecha de todo pelaje.  Ese corrimiento a la derecha le ha quitado aire a la centro izquierda y, paradójicamente o no tanto, ha abierto el espacio para la izquierda consecuente y radical: los comunistas y los partidos que se proponen representar a los israelíes no judíos también llamados los “palestinos del 48” porque son los descendientes de aquellos palestinos que quedaron encerrados en el territorio que Israel proclamó como propio y que sin portar la nacionalidad judía, conservan la ciudadanía israelí como ya hemos explicado en otra crónica. Comunistas y partidos palestinos constituyen la lista unificada que llega a trece diputados, y a su vez acuerdan con el Meretz que tiene otros cinco diputados.  La Lista Unificada  es el tercero en importancia de los bloques legislativos de los que funcionan en la Knesett (el parlamento israelí tiene 120 diputados), con derecho a interpelar ministros, siendo la oposición real en las instituciones de Israel, con todo lo que eso puede tener de valioso y de limitado, como cualquiera imaginará.

Existe también, y no necesariamente vinculado estrechamente a las izquierdas, un movimiento de derechos humanos que actúa como vocero de las víctimas de la ocupación militar.  Muchas de estas instituciones, igual que las palestinas con las que muchas veces coordinan y articulan, nacieron luego la Segunda Intifada del año 2000.  La compañera de B ´Tselem (en su pagina web http://www.btselem.org/ publican constantemente denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos en territorio ocupado por Israel) nos contó brevemente su historia plural y un riguroso método de recolección de denuncias que incluye la capacitación y asistencia técnica de una red de militantes palestinos en el territorio ocupado que recogen las denuncias que luego son confirmadas, contextualizadas y sistematizadas por un importante colectivo de expertos en derechos humanos que trabajan en Jerusalén.  Igual que los organismos de derechos humanos bajo la dictadura argentina, sufren robos de computadoras, sabotajes y provocaciones. También persecuciones judiciales y  tergiversaciones que los ha llevado a anunciar que no realizarán más denuncias contra el Ejercito porque este las usa para, investigaciones fraudulentas mediante, pretender que cumple parámetros de respeto a los derechos humanos.  A otra organización, “Rompiendo el silencio”, de ex militares por la paz, los jueces presionan para que rompan el pacto de confidencialidad con los denunciantes y así aplastar hasta la más mínima denuncia.

La colaboración de B ´Teselem con Addameer y otros organismos palestinos de derechos humanos es fenomenal: sus denuncias constituyen un apoyo sólido a la labor de las y los compañeros palestinos.  El rigor de la recolección de las denuncias y el profesionalismo con que la analizan y procesan le han dado a la organización israelí una gran credibilidad nacional y el odio de los ultras que no pueden descalificarlos como antisemitas o “terroristas” aunque si los tratan como traidores y agentes de gobierno extranjero (hay una propuesta de que deban llevar una identificación que diga que son financiados por ONG extranjeras, cualquier semejanza con el brazalete con la estrella de David que imponía Hitler no es pura casualidad).

Con casi todos ellos estuvimos el sábado 30 de mayo poco antes de compartir un acto en la calle, en pleno centro de Tel Aviv, donde una tres mil personas, con banderas rojas, palestinas y de otros colores, marchó en repudio de la designación como Ministro de Defensa del nazi Avigdor Lieberman quien en sus discursos electorales aboga directamente por “cortar la cabeza de los árabes con un hacha” (para los estadistas israelíes no existen los palestinos, son “árabes”, el principio de negar hasta la existencia del enemigo se cumple a rajatabla). 

Detengamosno un minuto en el Ministro para ilustrar de que hablamos cuando hablamos de fascistización de Israel. Avigdor Lieberman  habita en Nokdim, una colonia israelí (colonia  es toda construcción no militar en territorio ocupado y por ello ilegal sin más)  ubicado en Cisjordania. Habla de bombardear Irán, como también Beirut. Propulsor del llamado Plan Transfer que consiste en trasladar a Jordania u otros países árabes a todo habitantes árabes que vivan en Israel y los territorios ocupados.  Tiene opiniones tales como “Sería mejor ahogar a los palestinos en el Mar Muerto, si fuera posible, puesto que es el punto más bajo del mundo”.                      Ideas y prácticas similares a las expresadas por los partidarios del nacionalsocialismo hitleriano, que implementó una política de exterminio del pueblo judío, tal como el sionismo lo  concreta con el pueblo palestino. Una paradoja cruel que asimila el nacional/socialismo con el nacional/sionismo.

Y en esa sociedad, en ese clima social de claudicación ética de masas un grupo de jóvenes, muchos jóvenes, mujeres y hombres de todas las edades, levanta su bandera roja, hace flamear la insignia palestina y avanza cantando en hebreo la Internacional, dando gritos contra la ocupación militar y el racismo. 

Se dirá que es lo mínimo que pueden hacer por su humanidad. Y es cierto.  Pero se acordará que hay que tener una valentía ética y una dignidad envidiable para atreverse a tanto en un espacio tan intolerante y agresivo.

Con esas banderas rojas y palestinas flameando al viento de Tel Aviv prefiero cerrar estas crónicas palestinas. Porque no hay salida de la tragedia palestina si una parte de la sociedad israelí no despierta del sueño imperial que hoy la droga y embrutece.

Como mi marcha no es muy firme, en el acto busqué una silla a un costado y me senté. Frente a mi se fue poblando de banderas y banderas hasta hacerme confundir. 

Ya no estaba en el centro de la ciudad más moderna y poderosa de Israel. Volvía a aquellos actos de homenaje a los combatientes del ghetto de Varsovia en la Santa Fe de los 60 del siglo pasado.   Cuando la idea del origen judío se vinculaba a los viejos obreros que contribuyeron a fundar el movimiento obrero y socialista de la Argentina.  Y el ejemplo de mi padre, antiguo obrero maderero, autodidacta y convencido comunista que una y otra vez fracasó como comerciante porque su ética estaba por encima de todo enriquecimiento.

De esos judíos me siento heredero, porque son de la misma estirpe que los niños palestinos que disparan piedras contra el ocupante. Sueño con que pronto, otros niños, judíos, se le unan en el sueño eterno de ser libres, porque no hay pueblo libre si esclaviza a otro y también el pueblo judío será reivindicado si se finaliza la ocupación militar y se camina hacia el reconocimiento pleno y efectivo de todos los derechos para todos los palestinos.  Para los que quedaron dentro de Israel, para los que habitan en Cisjordania, Jerusalén y la Franja de Gaza.  Para los que están desparramados por casi todo Medio Oriente. Para todos los que guardaron la llave de la casa de la que los expulsaron, para todos los que con Mahmud Darwish contestan así sobre la identidad palestina

Escribe
que soy árabe;
que robaste las viñas de mi abuelo
y una tierra que araba,
yo, con todos mis hijos.

Que sólo nos dejaste
estas rocas…

¿No va a quitármelas tu gobierno también,
como se dice?

Escribe, pues…

Escribe
en el comienzo de la primera página
que no aborrezco a nadie,
ni a nadie robo nada.
Más, que si tengo hambre,
devoraré la carne de quien a mí me robe

José Ernesto Schulman

es secretario de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (laladh.wordpress.com)

Publica sus ensayos, cuentos y poemas en su blog cronicasdelnuevosiglo.com
y puedes comunicarte con él a su correo jose.schulman@gmail.com
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