La cama voladora.


 

Una historia de amor entre La Habana, Granada  y Buenos Aires.

Lo conoció en Cuba y eso le hizo pensar que era un auténtico cubano, o lo que ella suponía que era un cubano; porque si la apurabas un poco para que te dijera cómo imaginaba su cubano ella te decía que sería como el Che, que como todos saben era argentino, rosarino, cordobés, porteño, peruano, guatemalteco, mexicano, cubano y luego, boliviano hasta el final.  Los días que estuvieron juntos, aquella primera vez, no se separaron ni un segundo, ni para filmar, que es lo que ella había ido a hacer a la isla. Que para eso era el viaje.  Para recoger imágenes para un documental sobre la cubanidad y el impacto del bloqueo o algo así porque después que lo conoció no le importaba mucho el documental ni nada . Pero fue después, y ya no estaban en Cuba, que ocurrió la sorpresa…

Casi todo me lo contó en ese barcito que está en Palermo, ese que tiene mesitas sobre la vereda que da a la Plaza de los Artesanos donde nos gustaba tomar café y charlar sobre los amores propios y ajenos.  Resultó que el mulato, que ella creía habanero, vivía en Granada, al sur de Andalucía, en España; estaba casado, era ingeniero en sistemas y hasta tenía dos niñas pero se había enamorado de ella y estaba dispuesto a venirse abandonando todo, como el Che cuando se fue a Bolivia me dijo María del Carmen y yo no supe si me cargaba o se lo creía.  Llamé al mozo, le pedí una cerveza y brindamos por lo que sería el final de sus malos amores, esos que habían huido sin dejarle nada ni siquiera un rencor o  un dulzor con forma de niño.  ¿Para qué decirle que en mi anterior vida, en el inicio de la década del 90 había vivido en Cuba por unos meses y tenía una idea menos idealizada sobre los habitantes/todos/compañeros/revolucionarios de la Isla de la Libertad y un pronóstico de balance menos prometedor que el que ella imaginaba para lo que estaba comenzando?.   A lo mejor porque me tocó estar en La Habana el mismo día en que Fidel decretó el período especial y como si fuera una película en cámara lenta casi todo se fue derrumbando ante mis ojos aunque yo me volví bastante antes que el auto cayera al final del precipicio o sea cuando La Habana se quedó a oscuras y casi ni comida había en los puestos estatales.  Pero verlos actuar en aquellos primeros días me había convencido de que la canción de Silvio sobre los hombres que un día roban comida y al otro, dan la vida por la revolución, no era puro poema sino uno de los rostros posibles de la Revolución.  Los había mucho más preciosos, heroicos como el del Comandante o el de nuestra Mechi, cierto: pero también había otros mucho más horribles, el rostro decadente de los y las que se disponían a prostituirse de todas las maneras posibles, incluyendo la sexual, que acaso sea la menos deshonrosa.

Pero este debía ser de los buenos pensé y me propuse firmemente creerlo;  hijo de un personaje cercano a la dirección de la Revolución, había recibido la mejor formación y había cumplido todas las tareas que le asignaron, incluida esa de ir a estudiar computación a Córdoba (la andaluza y todavía casi mora) y él no tuvo la culpa de que la catalana, aquella de los ojos enormes, se enamorara y además, quedara embarazada cuando todavía él no había terminado el post grado que lo había llevado tan lejos de Martí y la Plaza de la Revolución.

La primera vez que lo vi en la casa de  María del Carmen me pareció que era de los nuestros, si hasta ruso sabía de su paso  por el Ejército y algunas misiones cumplidas que –como buen cubano- insinuó pero no dijo mucho y se quedó. Se quedó callado cuando pregunté sobre su relación actual con la Revolución y se quedó en la Argentina, en Buenos Aires y en la casa de María del Carmen, que lo acogió como hacía con todos: abriendo su cocina, y qué  bien que cocina; poniendo sus computadoras y aparatos de cine a su disposición –porque él quería cambiar el sentido de su vida y dedicarse al arte  como  ella, le dijo al oído y así estaremos más cerca para el resto de nuestras vidas, mientras le tomaba las manos en el patio con las flores y el jardín enorme donde podían sentarse en el banco, frente a la fuente, para amarse con los ojos antes de….

Él se vino con algún dinero de un emprendimiento comercial que había iniciado apenas terminada su carrera y que -le dijo al llegar- había finalizado por amor a ella.  Nunca estuvo del todo claro cuál era el emprendimiento ni cuántos euros traía, porque de entrada se convino que la cuota alimentaria para sus dos hijas lo aportaría María del Carmen –pero sólo hasta que consiga trabajo, dijo él después de negarse dos veces y acceder con mucha pena a la tercera- y él compraría algunas cosas que faltaban o que no le gustaban.  Lo primero que él cambió fue la cama porque dijo que no era de buen gusto acostarse donde otros hombres lo habrían hecho y compró una cama imponente.  Enorme, casi monumental diría yo. Con cajones abajo y una altura respetable. Como para que con un buen cobertor, más que una cama pareciera una pequeña plaza en medio del dormitorio. Una cama para toda la vida, le explicó al vendedor cuando le preguntaron lo que andaba buscando.

Los primeros meses se comportó como uno se imagina que se debiera comportar un amante caribeño. Se lo veía pronto a satisfacer cualquier pedido de María del Carmen, y más bien se anticipaba a todo y antes que ella abriera la boca él ya estaba trayendo el té con canela o conectando las pantallas de las computadoras para que pareciera un cine, amén que lo segundo que compró fue un televisor gigante de esos que se ponen en los bares para los mundiales de fútbol, con lo que decía tener todo lo que se necesita en la vida: una buena cama para hacer el amor y un buen televisor para mirar películas acomodado en un sofá y con un vasito de ron en la mano mientras comentaba peripecias de otros revolucionarios, acaso con menos suerte que él pero cada uno vivía su tiempo y su historia, ¿no es cierto? me preguntaba, no sé si con sorna o convicción guevarista.   Las cosas parecían de maravillas y el primer fin de año, él voló una semana a ver las niñas, cierto es que con el aguinaldo de María del Carmen, pero volvió puntualmente para pasar el año nuevo juntos, que no me lo iba a perder le decía a medianoche mientras descorchaba un champagne francés y la abrazaba con pasión verdadera.

Pero tenía mala suerte, me dijo María del Carmen en una de las pocas veces que volvimos a charlar solos, en la confianza de una amistad de años:  a pesar de que se presentaba en todos lados, ningún puesto de trabajo lo conformaba y los euros se iban acabando.  Las reservas de María del Carmen para cambiar el departamento se esfumaron en pocos meses y empezaron las discusiones. El empezó a decir que estaba dispuesto a sacrificar su vocación artística y volver al trabajo de ingeniero de sistemas pero…cuánto que tarda la Universitat de les Illes Balears para certificar el título y cuántas preguntas que hay que contestar para un empleo de poca monta decía él, mientras se anotaba en cursos de arte urbano y en cuanto taller literario o artístico se enteraba.   Un día dijo que ya había conseguido un empleo y María del Carmen estaba tan contenta que me habló a la oficina, eso que no hacía nunca porque sabe que a los patrones no les gusta que atienda llamadas personales, pero tampoco. Algo se interpuso y el empleo se frustró y ahí fue que el cubano me pidió tomar un café a solas, como una charla de hombres, insinuó. No entendía bien lo que quería pero después, en mi casa, tratando de ordenar las ideas y descifrar las frases sueltas, me di cuenta que él esperaba que María del Carmen, con sus relaciones en el Instituto de Cine y las autoridades de Cultura de la Nación, debería haberle conseguido un buen empleo, como esos que consiguen los hijos y los familiares de los desaparecidos dijo en un momento, que después de todo él también era hijo de revolucionarios y merecía algún reconocimiento; pero todo eso lo dijo en medio de un relato sobre sus apasionados encuentros con María del Carmen y el modo que ella reaccionaba en las peleas, que me confundía totalmente. Nunca supe si él me ponía a prueba exhibiendo sus dotes de amante o estaba preparando la retirada; aunque sí entendí que me quería de mensajero para María del Carmen: que si quería la gloria de la Revolución en la cama debía abrirle la puerta del shopping del consumo porteño con un empleo digno, o no, pero bien pago.

Luego pasaron cosas que no conozco y mejor no enterarse, pero a los quince días comenzó una campaña cibernética de desprestigio de María del Carmen entre sus amigos (los de María del Carmen, que él casi no conocía a nadie por su cuenta) buscando apoyos en su disputa matrimonial. Otra vez tomamos café y recuerdo que sólo atiné a decirle que la continuidad  o la ruptura de una pareja no era objeto de debate  público y mucho menos podía resolverse por medio de una asamblea popular, donde los amigos impongan sanciones a alguna de las partes.   Finalmente se fue del departamento de María del Carmen, cuando ella le alquiló uno por la zona de San Telmo, que él no podía ir a esos mono ambientes que hay por Congreso y empezó a llevarse todo lo que había comprado empezando por la cama, y cuentan los que lo visitaron en esos días que al ponerla en el dormitorio tuvo que dejar la puerta abierta y entrar saltando al monumento que él había levantado a sus capacidades amatorias.  Amagó con trabajar de lo que sea hasta que consiguió un pasaje para volar a la Isla de la Libertad y allí vino el final más inesperado de la historia porque decidió llevarse la cama para allá en un gesto de vaya a saber que significado erótico pero de un costo elevado porque la señora cama pesaba lo suyo y volar con ella fue el último precio –alto, pero esta vez liberador- que la María del Carmen pagó por su romance con la Revolución Cubana.

5 comentarios sobre “La cama voladora.

  1. Gracias José por compartir siempre tus notas y pensamientos. Es un relato atrapante con oraciones construídas de una forma que se entrelaza y te hunde más en la historia.

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  2. Es casi el calco de una amiga mia, la diferencia es que ella pago para casarse ( yo testigo de casamiento alla) y luego pago para divorciarse, ademas de todo lo que pago en el medio de esas dos decisiones.
    Buen relato y ameno José, tal vez por conocido no le puse un very good, porque la historia de mi amiga me apena y no pude dejar de leerlo con ese dejo de tristeza. La pena tambien es que a lo mejor tu amiga diga»los cubanos son todos iguales» -mi amiga si lo dice ahora-cuando en realidad estos cubanos eran vagos y mantenidos aca como allá en Cuba . Solo vieron la veta y la usaron. Pero hay cientos de ellos que viven una vida normal: estudian, trabajan, tienen su familia y la reman igual que cualquiera y sobre todo no quieren irse de su querida isla verde.
    Bueno basta de lata, un saludo.

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  3. Hermoso relato!!!!
    Tambien comparti algo muy similar con una amiga.
    Y tambien comparto la desazon,de ver en algunos lugares de Cuba en general los mas turisticos como una pelicula al reves

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