Entre actos electorales, más o menos truchos, y toda clase de discursos, museos y programas televisivos sobre las víctimas de la dictadura militar, la desaparición de Julio pareciera que cruza un límite imaginario pero no menos consistente (el del año de ausencia forzada): Julio López es ya el desaparecido 30001 o el primero en la etapa de las democracias restringidas, las «democraduras» de las que hablaba Galeano en los `80 en polémica con el discursos «progre» del supuesto «transito a la democracia» en que nos encontraríamos. En su momento, con la pluma del «héroe moral» argentino Ernesto Sábato, redactor de su famoso prologo, el Nunca Más se instaló como una divisoria de aguas imbatible: hubo desaparecidos, torturas y niños robados, ya no los hay. No importarían los torturados en sede policial ni siquiera las víctimas del gatillo fácil, ni los ejecutados en medio de movilizaciones sociales, ni los nuevos presos políticos. Para los medios, buena parte de la sociedad y un sector de los organismos de derechos humanos se trataba de excesos o hechos excepcionales que no cuestionaban el NuncaMás transformado en icono de los nuevos tiempos democráticos. Si uno acercara el foco al periodo histórico en análisis vería un movimiento ondulatorio: la ilusión en la fortaleza del NuncaMás se acrecienta con el triunfo de los políticos progresistas, léase Alfonsín, De La Rúa y Kirchner, tanto como se debilita al final de sus mandatos pero nunca la ilusión en la vigencia de los derechos humanos y la vuelta de página de la «historia de violencia» había sido tan grande como en el actual gobierno que fogoneó (y/o se aupó) en la anulación de las leyes de impunidad, el cambio de la Corte Suprema, el desalojo de la Marina de la Esma, la reapertura –cierto que modesta- de los juicios contra los genocidas y un cierto reconocimiento público hacia las víctimas del terrorismo de Estado. Por eso el secuestro de López golpeó tan fuerte y amplió la brecha que separa a los militantes de derechos humanos, aún dentro de las mismas organizaciones, entre quienes asumen que el secuestro de López, tanto como luego fue el asesinato de Fuentealba, revelan la persistencia de un aparato represivo que actúa en los dos bordes de la institucionalidad, protegido por los núcleos duros del Poder y amparado en una cultura represiva y macartista, hoy «antiterrorista», que les genera un amplio espacio de acción, todo lo cual pone en cuestión el NuncaMás y quienes se aferran patéticamente a la identificación entre dictadura y violación de derechos humanos (tal como hacen entre menemismo y neoliberalismo) para fingir que López y Fuentealba son hechos «excepcionales» producto de grupos minoritarios o gobernadores de tierras lejanas. Si el NuncaMás de Sábato y Alfonsín pretendía trazar una línea divisoria, lo hacía a partir de una operación ideológica previa: la mutilación del concepto de derechos humanos de su perspectiva económica/social/cultural; es decir, desde un reducccionismo netamente liberal que solo acepta como derechos a los individuales. En la versión kirchnerista, que produjo un nuevo prologo al NuncaMás de la mano del Dr. Eduardo Luis Duhalde, la operación consiste en trazar una raya entre el pasado y el presente creyendo (?) que las palabras y los gestos espantarían los espectros del Terror. Pero éstos han resistido todos los conjuros y rogativas y siguen aquí, están entre nosotros tanto como los represores impunes, los policías golpeadores, la Ley Antiterrorista, los jueces que avalan la tortura y la estrategia de los genocidas de morir sin condena alargando al infinito los tiempos de la Justicia. Y si todo esto es así deberíamos recordar aquella advertencia Sandinista de los ’80: «quien quiera democracia en América Latina, debe luchar contra la dependencia y el imperialismo» que hoy se podría traducir como que es incompatible el pago de la deuda externa y las superganancias de las trasnacionales con el discurso pseudo setentista de Néstor y Cristina. Y todavía deberíamos decir algo sobre la banalización del NuncaMás y la izquierda. ¿De qué modo afecta a nuestro discurso la desaparición de López?. Porque nos afecta, aunque algunos crean que todo puede seguir igual. A modo de apuntes para un debate en forma (que no pretendo hacer en estas líneas) aporto las siguientes ideas: a) las democracias representativas no garantizan el NuncaMás ni son democracias verdaderas; b) al interior del bloque de poder existen diversos proyectos y estrategias, una de las cuales sueña con el retorno a las dictaduras y el Terror explícito, más allá de las bondades del sistema vigente desde el ´83, contra ellos corresponde sumar todas las fuerzas posibles; c) la lucha política no puede privarse de la disputa electoral, en tanto es hoy el escenario impuesto por el Poder y aceptado por la sociedad, pero no puede limitarse a él, sin construcción de Poder Popular concebido como autonomía (distancia del Poder, capacidad de auto organización y de confrontación, combate a la cultura represora y dominante) la democracia seguirá siendo una ficción, pero una ficción que será visualizada como real por lo más y d) la lucha por los derechos humanos para ser tal deberá ser por el Juicio y Castigo y la memoria histórica tanto como contra las violaciones cotidianas, y sobre todo deberá dejar de ser patrimonio de especialistas, personalidades u organismos especializados y deberá ser patrimonio del conjunto del movimiento popular, tal como ahora debiera ser la lucha por la aparición con vida de Julio López.