la rebeldía contra
la mediocridad
como un acto de belleza
Larkin dijo el Oscarcito y el Curro, un torturador que se creía un intelectual porque podía leer de corrido, preguntó al jueztorturador de quién habla este?.
Es que Oscarcito estaba explicando cómo había llegado él hasta la Guardia y arrancó de que él era ferroviario; cómo si todos pudieran entender que en los setenta ser ferroviario era algo bastante más que trabajar en una empresa de transportes de pasajeros, de vacas y de trigo.
El viejo Tito me contaba que para conquistar muchachas en los bailes de pueblo, él tiraba el carnet de conductor de locomotoras al piso para que alguno lo levantara, lo llevara al escenario y el animador del baile llamara al titular del preciado carnet así las chicas le prestaban atención mientras las madres le decían mira vos un ferroviario, y maquinista, este muchacho si que debe ser buena persona y que Larkin había sido un gringo que había llegado con uno de los primeros planes privatizadores, allá por los finales de los cincuenta y que para pararlo hubo que hacer una huelga de la puta madre, 41 días duró la huelga aunque en Laguna Paiva había durado más y había sido más dura.
Fue en el 61 y los talleres de Laguna Paiva eran uno de los centros principales de la resistencia, así que cuando llegaron los telegramas de despido para más cien compañeros, la gente salió a la calle, pero no solo los ferroviarios sino también sus mujeres, y los niños, y las maestras de los niños y los tipos que le vendían carne y verduras a las mujeres de los ferroviarios y los tenderos y los almaceneros porque -eso decían en el 61 antes de que al Oscarcito lo metan preso para que Menem pudiera privatizar los ferrocarriles después-, si cerraban los talleres el pueblo se moriría.
No me acuerdo a los cuantos días, pero como a la mitad de la huelga, largaron un convoy ferroviario de Santa Fe para el norte y pasó por la estación de Paiva pero a los ciento cincuenta metros una multitud se enfrentó al tren.
¿Viste esa película italiana en que los campesinos marchan con las banderas al viento y paran a los milicos?, así mismo, la gente con carteles y banderas, los peronistas y los comunistas y también los radicales a pesar de que Frondizi había sido radical antes de ser desarrollista o sea forro del imperio que le daba ordenes de levantar las vías para vender más autos y más nafta y más hormigón armado y cagar todo el interior profundo de un país continente que, sin trenes, cómo harían para verse y encontrarse los que jamás comprarían autos yankees para andar por las rutas asfaltadas con el hormigón de amalita fortabat?
Por entonces Oscarcito iba a la primaria pero el viejo era ferroviario y los vecinos y los tíos y los papás de los amigos también, porque en Paiva casi todos eran ferroviarios o habían sido y por eso todos soñaban con las maquinas de vapor y la campana del taller.
Le costó al Oscarcito entrar al ferrocarril pero al final lo logró y cuando lo hizo prácticamente al mismo tiempo se afilió a la Fede y de ahí fue que nos conocimos.
No porque yo fuera ferroviario, que va, sino porque yo faltaba a las clases de matemáticas de la facultad de profesorado para tomarme el tren al medio día; me encantaba eso, el tren a Paiva, un viejo tren con asientos de madera que cruzaba los campos a todo vapor atravesando pueblitos de quinteros y empleados públicos para llegar en menos de una hora a Paiva y encontrarme con Oscarcito y los otros compañeros de la Fede.
En el restaurante que estaba justo frente al portón principal yo lo esperaba al Oscarcito, y al René que era el hermano y al Omar, y al Juancarlos que ya estaba en el partido pero era de nuestra edad y…ya no me acuerdo mucho de los nombres pero eran un grupo grande porque siempre había habido comunistas en el taller; sobre todo desde el 61 porque en esa marcha en que pararon al tren, los comunistas fueron los que llevaban las molotov con que la gente prendió fuego al tren y la foto del vagón ardiendo recorrió el país para orgullo de algunos y remordimiento de otros.
No es que se haya publicado en algún lado, no es que nadie los haya denunciado, no es que se haya abierto una causa judicial o algo así, pero todos sabían que los que llevaban las molo eran los del pece y entonces los que querían ir más lejos se acercaban al Gomitolo y los otros compañeros, verdaderos personajes que parecían escapados de una película de Einsestein por la cultura obrera y comunista que portaban.
Y amigos de los peronistas, aunque no de todos; de los de la burocracia sindical no pero de los otros que si porque eran más parecidos unos con otros que los que ellos querían reconocer.
Eso es lo que aprendió Oscarcito y todos nosotros, en el 76, cuando los milicos empezaron a echar gente, pero no cualquiera sino a los que podrían organizar la resistencia o sea a los comunistas y los peronistas que no arreglaban con la intervención del taller y entonces fue que me mandaron a Paiva con un papel escondido en el bolsillo de atrás del vaquero, doblado como en mil pedacitos por si me paraban los milicos en el camino y era un petitorio para juntar firmas para que los reincorporen porque un ferroviario fuera de los talleres era como un contrasentido, como que lloviera para arriba o el sol saliera del oeste.
Yo seguía viéndome con el Oscarcito aunque ya no era en Paiva sino en Santa Fe, se tomaba el tren y se venía a casa; la última vez, me acuerdo bien, el Oscarcito se bajó en la estación de Guadalupe, al norte de la ciudad, y yo lo esperaba sentado en un banco de la estación, nos sentamos y charlamos hasta que pasó el tren que iba de regreso y el Oscarcito se subió y se fue y todo bien.
Y yo me fui caminando tranquilo, contento casi, a encontrarme con Gracielita que ya vivíamos juntos y teníamos a la mechi en el departamento.
Pero a los dos días me secuestraron a mi, y a la semana al Oscarcito.
Y en los días siguientes a un maestro rural, un campesino y un hachero de la zona rural que estaba entre Santa Fe y Paiva, esa que yo veía tan linda cuando viajaba en tren soñando con que haríamos de esa campiña como los rusos con los koljoses que eran como cooperativas agrarias socialistas para bajarme en la estación de Laguna Paiva, cruzarme al restaurante y tomar vino con soda hasta que sonaba la campana y se venía el Oscarcito y los compañeros.
A él no lo llevaron a la Cuarta pero lo hicieron mierda igual o peor en la sede de la SIDE en Obispo Gelabert y San Martín, en el centro, para el lado del Paraninfo de la Universidad, cerca de la casa del Julio y del Comedor Universitario. De allí lo llevaron a la Guardia de Infantería Reforzada y allí nos encontramos.
Charlábamos mucho y jugábamos al ajedrez y nos leíamos los pedacitos de diario que llegaban y algunas otras cosas que conseguíamos y me acuerdo bien que una noche, medio asustado el Oscarcito que no era fácil eso, me contó que una mujer policía, la María Eva, al bajar ese medio día a ayudar a la cocina, que había tantos presos que tenían que pedir ayuda para repartir la comida y los dos nos anotamos como para hacer algo y matar el tiempo, la mina le puso una cuarentaycinco en la cabeza y le dijo que rezara porque iba a gatillar para después y al no salir la bala, reírse y dejarlo ir.
Se reía el Oscarcito cada vez que encontrábamos uno de la Fede, juaha juah decía, mira quién está y no se sabía si lo gozaba o se entristecía por encontrar a los compas en la Guardia.
A mi me llevaron primero a Coronda pero a él lo largaron después.
En el 78 lo largaron. Y ahí empezó la odisea.
Cuando salí, les pedí un certificado y no me lo quisieron dar, dijo Oscarcito en el juicio; y para qué quería el certificado le preguntó el fiscal, extrañado de que alguien liberado por los torturadores volviera al Comando del Área Militar y después a la Guardia de Infantería Reforzada una y otra vez buscando un certificado.
Cómo que para qué le contestó el Oscarcito extrañado, para volver al ferrocarril porque los hijosdeputa no me querían dejar volver al trabajo. El Estado que me torturó me volvía a torturar impidiéndome volver al taller, eso dijo exactamente en el juicio.
Y claro, para un ferroviario no poder volver al taller era una tortura.
Revictimización le dicen a la experiencia de volver a vivir la tortura en el momento de testimoniar.
Para el Oscarcito la tortura era no poder volver a ser ferroviario o sea a ser él, volver a portar la identidad proletaria que le daba historia y sentido a su vida. Porque, qué haría fuera del taller, sin el humo de la caldera y la campana que daba la hora de salida?
Algo hizo, pero triste, como si siguiera en la puta celda de Coronda, sin estar en el taller no podía estar feliz y por eso fue de los primeros que exigió la reincorporación cuando se terminó la dictadura y de los últimos en irse cuando la privatización del turco que amenazaba con ramal que para ramal que cierra y entonces fue otra vez la tortura hasta esa mañana de octubre del 2009 en que se paró ante el tribunal y les dijo que para eso habían hecho el golpe, para que los ferroviarios sean golondrinas yirando por todo el país porque para él no habrá justicia hasta que lo dejen volver al taller, o sea que vuelva a haber talleres y vagones, y locomotoras tocando la bocina y campanas sonando en las estaciones, aunque ya no sea joven y se le note que ya pasó los cincuenta.
Será por eso que ese día, después de declarar, en vez de irse a la Central Atómica donde ahora enseña a soldar a los jóvenes que salen de las escuelas técnicas sin saber un carajo, me dijo que nos quedáramos un rato en la mesa del bar que está frente a la estación de Santa Fe y yo como un boludo que me quería ir sin darme cuenta que estábamos empezando de nuevo, como en el 73 me bajaba del tren y nos tomábamos un vino, justo en el restaurante que estaba frente al taller.
Así que cuando me di cuenta dejé para otro día no se lo que tenía que hacer y por dos horas volvimos a planear como se podía organizar la lucha por el salario y el sindicato, porque para eso habíamos hecho el juicio, para empezar todo de nuevo.
Y soñar con un país para todos, donde los ferroviarios sean eso, ferroviarios, y no taxistas, plomeros o jubilados de la esperanza.
foto http://www.lagunapaivaweb.com.ar
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