La bomba que me seguía…


MOJUPO

Ahora casi nadie se acuerda de las bombas.

Y está bien, porque las bombas hacían mierda las cosas y está bueno recordar los compañeros, los desaparecidos, los asesinados, los caídos en combate, los que sobrevivieron pese a todo y dieron testimonio para llegar hasta aquí.

 

Pero en el 74 y sobre todo en el 75, los fachos de la Triple A se pasaban las noches poniendo bombas.

En diciembre del 75, la situación en Santa Fe estaba recontraencarijanada porque se superponían varias dinámicas: la de la resistencia popular a la derechización del gobierno de Isabel y el plan económico de ajuste de su Ministro Rodríguez, la del despliegue de las acciones de la Triple A en todo el país, que después de la muerte de Perón se habían largado a una carrera de muerte y terror y como si fuera poco, el conflicto provincial entre el vicegobernador y el gobernador, uno de la Unión Obrera Metalúrgica y el otro del Desarrollismo, el partido de Frondizi y de Noble, el dueño de Clarín.

En medio de ese quilombo nosotros queríamos mantener la democracia, sin darnos cuenta que cada vez quedábamos más solos en ese intento. Los de la Jotape, después del paso a la clandestinidad de los Montos ya no aportaban mucho, los de la Juventud Guevarista nunca se habían sumado a la Coordinadora de Juventudes Políticas y los de la Juventud Sindical Peronista se lanzaban contra nosotros como perros de presa.

 

A mi me pusieron una bomba en diciembre.  Justo la noche en que Gracielita festejaba en el Industrial el fin de sus estudios secundarios.  Los tipos esperaron que yo llegara, estacionara el pequeño NSU y me acostara junto a mis hermanos para poner un caño que hizo mierda la casa de mis viejos.

Después me persiguieron desde el 24 de marzo hasta que en octubre me agarraron. Pasé por la Cuarta, por la Guardia, por Coronda y para aquella Semana Santa del 77 me largaron.  No hubo muchos festejos pero fui a un picnic de la Fede y arreglé con Julio que iría a cenar a su casa.

El también se había casado hacía poco y cómo se había mudado cuando yo estaba en cana, no conocía el departamento.

 

A Julio lo conocía desde hacía unos años.

Cómo yo había estudiado en el Comercial Domingo G. Silva, tenía muchos amigos y compañeros de la Fede en la Facultad de Económicas aparte de que un hermano estudiaba allí.

Será por eso que estaba muy cerca de ese grupo de la Fede, al cual se incorporó Julio, llegado de San Juan, con estudios secundarios casi exóticos para nosotros tales como haber cursado en el Liceo Militar, que por entonces era un modo de hacer la secundaria para después no tener que hacer la colimba.

Por un tiempo, Julio vivió en una casa de la Fede que estaba cerca de la Facultad de derecho y a mi, que vivía en mi casa junto a mis viejos, me encantaba ir a esas casas que eran comité político, peña folklórico, lugar de citas y encuentros con mujeres, ateneos de debate y centros de formación política, y algunas cosas más como restaurantes de comidas rápidas y vino barato o deposito de palos y molotov para ir preparados a las marchas contra la dictadura de Onganía y los fachos de la Juventud Sindical después.

 

Después, cuando Julio se recibió de Contador Publico lo pusieron al frente de una oficina del Instituto Movilizador y me inventó una changa para que tuviera unos pesos.

No me acuerdo mucho qué hacíamos, sólo que había que hacer balance mensual y nos autorizaban un almuerzo pago por la empresa, así que la rutina era trabajar lo más rápido posible para después internarnos en el sauna de Monzón (sauna de verdad eh, no prostíbulo disimulado como fueron después), matarnos con los baños para bajar unos kilos y después comer pizza y cerveza a lo bestia, pero sin complejos.

Por entonces él era de Racing y yo de Colón (yo lo sigo siendo, no tengo tan claro si él se mantiene fiel a la Academia de Avellaneda o se mudó a la Academia rosarina) y no tuvimos mejor idea que ir a la cancha de Unión pensando que el equipo de Avellaneda le ganaría a los tatengues para sufrir una de las victorias más contundentes de Unión en toda su, breve, historia en primera.

Pero estábamos acostumbrados a perder.

Las elecciones estudiantiles, las sindicales, las nacionales.

Por eso cuando vino la represión cómo que no nos llamó demasiado la atención y las dos veces que me secuestraron y me llevaron a la Cuarta, fue el Julio con su Citroen el que llevaba a la madre de Gracielita a recorrer las seccionales a ver si estaba en alguna.

 

A lo mejor por eso fue uno de los pocos que me invitó a conocer la casa cuando salí en libertad la primera vez, para la semana santa del 77, y de nuevo comimos y tomamos como en aquellos días del sauna de monzón.

Hasta puedo decir el menú sin temor a equivocarme: carne al horno con papas y cebollas con vino de la cooperativa del padre de julio, vino sanjuanino hecho por los mismos productores.

Todo estuvo bueno y yo me fui tranquilo a la casa donde estaba viviendo con Graciela pero cuando lo volví a encontrar me contó que la tarde siguiente a la cena, una patota entró al edificio y reventó el departamento de al lado del suyo.

Nunca supimos si los boludos de la banda del Curro se habían equivocado o era el modo de advertirnos que nos tenían bien controlados.

Por las dudas Julio se mudó de departamento y a mi me volvieron a secuestrar en noviembre.

Ninguno de los dos “aprendió” la lección de la bomba que me seguía a todas partes.

Yo seguí militando y me volvieron a chupar, y el Julio volvió a agarrar el Citroen y salió a buscarme.

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