Breve historia del Partido Comunista


Los antecedentes de la tradición revolucionaria

Los comunistas pertenecemos a una de las culturas políticas más antiguas de la Argentina.  De hecho, desde 1850 en adelante existen periódicos y esfuerzos organizativos por parte de representantes de la población negra (El proletario, 1857) y de grupos de inmigrantes europeos con antigua tradición de lucha (Sección Francesa de la Primera Internacional en Buenos Aires,1872).  El antecedente directo más antiguo de la tradición política socialista y comunista se remonta a la Comisión Organizadora de los actos del Primero de Mayo de 1890 (en simultaneo con la celebración mundial por vez primera), que se realizaron en Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca y Chivilcoy, dado que esta acción constituyó el primer intento por fundir la cultura revolucionaria con el movimiento obrero realmente existente. Y eso es precisamente el comunismo como movimiento social. Desde 1857, año en que se funda la Sociedad Tipográfica Bonaerense, transcurría un proceso de tránsito desde las formas mutualistas a la de organizaciones de lucha de la clase obrera por sus derechos y que desemboca en mayo  de 1890.

De aquella Comisión Organizadora -conservamos sus nombres: José  Winiger, Nohle Schultz, August Khun y Marcelo Jacqueller-, surgió luego el intento de organizar una central obrera en la Argentina, que tuvo en el periódico El obrero de Germán Ave Lallemant su órgano de clara definición marxista.  Al fracasar la formación de la Federación Obrera Argentina, en 1892 se tomó la decisión de constituir la Agrupación Socialista.  En 1894 se funda el periódico socialista La Vanguardia, y en 1896 ya se constituye formalmente el Partido Socialista en cuya fundación participaron algunos de los más renombrados intelectuales de la época: José Ingenieros, Roberto Payró y Leopoldo Lugones entre otros.

Desde su segundo Congreso, el Dr. Juan B. Justo se convirtió en el principal referente, llevando al Partido Socialista todas las contradicciones, virtudes y límites que hoy se pueden analizar de quien fue traductor del primer tomo de El Capital de Carlos Marx, un intelectual de nota que utilizaba indistintamente nociones del positivismo y el liberalismo, junto con ideas socialistas, con el resultado que es de imaginar.

4.2.  La Argentina que pretendían subvertir los fundadores

La generación del ‘80 es la que consuma la organización del Estado capitalista en la Argentina completando las tareas pendientes que la alianza de comerciantes y herederos de los conquistadores españoles no había podido resolver luego de la ruptura del dominio colonial (la Revolución de Mayo de 1810) y que recién pudo abordar al finalizar la disputa abierta entre los distintos grupos de poder regional con la oligarquía porteña (la guerra civil entre caudillos que duró casi hasta 1880).

Para ello necesitaban  transformar la ciudad de Buenos Aires en la Capital Federal, disolver (y / o aplastar) los Ejércitos Provinciales y constituir un único Ejército Nacional;  estabilizar una relación de subordinación complementaria con el Imperio Británico que se conoció con el nombre de modelo de desarrollo capitalista agro exportador pero que requirió de endeudamiento externo (desde aquel primer empréstito de Rivadavia con la Baring Brothers) y del incentivo de la inmigración europea para poner las tierras a producir y contar con mano de obra barata, y relativamente calificada, para la industria naciente.  Para fines del siglo XIX el modo de dominación, orden conservador le llaman los historiadores profesionales, mostraba sus límites para contener a los nuevos actores sociales: los trabajadores y las capas medias urbanas y rurales.  La Rebelión del Parque de 1890, de la cual surgiría la primera Unión Cívica Radical, marcaba la presencia y reclamos de estos sectores.  La respuesta de la oligarquía sería la ley Saenz Peña de 1912, que instauraba el voto masculino obligatorio, y que buscaba la integración al sistema de los sectores subalternos.  La llegada de Irigoyen al gobierno en 1916, si bien lleva al sillón de Rivadavia a la figura no esperada, consuma la maniobra política y logra estabilizar el dominio burgués, más allá de las peleas puntuales entre distintos sectores del bloque de poder.

4.3. El nacimiento del Partido Comunista

El esfuerzo por integrar los reclamos y neutralizar las luchas sociales con las elecciones también tiene éxito con los socialistas; entre quienes los sucesivos avances electorales refuerzan la tendencia a suplantar el objetivo revolucionario de abolir el capitalismo y construir el socialismo, por la ilusión de reformarlo sucesivamente hasta que, sin mediar la toma del poder, se auto transforme en “socialismo democrático”.

La tendencia al reformismo se articulaba con un corrimiento generalizado a la derecha en casi todo el movimiento socialista mundial de la época (del que se salvaban los bolcheviques rusos de Lenin, los seguidores de Rosa Luxemburgo en Alemania, y no muchos más).  El electoralismo se expresa de un modo muy agudo en los intentos de despolitizar la labor sindical y juvenil.  Y es desde esos sectores que vendrá la resistencia al reformismo. Resaltan en esos esfuerzos la constitución de la Comisión de Propaganda Gremial en 1914 y la fundación de la Federación Juvenil Socialista, en 1916.

Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, los debates se agudizan y las posiciones se separan: la mayoría de la dirección y la totalidad de los legisladores se deslizan  hacia un intervencionismo pro / Entente (Gran Bretaña, Francia, Rusia, EE.UU., etc.) como un modo de sacar provecho electoral de la neutralidad asumida por Irigoyen.  En abril de 1917 el Partido Socialista realiza un Congreso Extraordinario e imprevistamente el grupo de izquierda consigue aprobar un mandato prohibiendo a los legisladores socialistas convalidar medidas belicistas. En setiembre, con la excusa del ataque por los alemanes de un barco argentino, los diputados aprueban leyes de tal carácter desatando una crisis de proporciones en el Partido Socialista.  Al advertir la gravedad de la situación, los diputados apelan a una maniobra oportunista: amenazan renunciar a las bancas si no se les renueva la confianza cambiando el eje de la discusión del hecho de que ellos han violado las resoluciones congresales y llevado al Partido a una posición seguidista del imperialismo inglés.

La maniobra se abre paso, chantajeados por la perspectiva de perder la representación parlamentaria, la mayoría de los militantes del partido se pronuncia por la dirección, y ésta  genera una dinámica para expulsar a los internacionalistas los que, estimulados por el triunfo de la Revolución Socialista en Rusia en noviembre de 1917 y la euforia revolucionaria que se expande por todo el mundo, deciden abandonar el Partido Socialista, realizar su propio Congreso y fundar un nuevo partido: el Partido Socialista Internacionalista, más tarde Partido Comunista.  Era el 6 de enero de 1918.

El primer Comité Ejecutivo del nuevo partido estuvo encabezado por Luis Emilio Recabarren (que fuera años después fundador del partido chileno), Guido A. Cartey, Juan Ferlini, Arturo Blanco, Aldo Cantoni (más tarde, uno de los fundadores del bloquismo sanjuanino), Pedro E. Zibechi, Carlos Pascali, José Alonso, Emilio González Mellén y  Alberto Palcos (luego miembro de la  Academia Nacional de Historia).

Difunden un Manifiesto que explica lo sucedido al pueblo: El Partido Socialista, ha expulsado de su seno, deliberada y conscientemente al socialismo. No pertenecemos más al Partido Socialista. Pero el Partido Socialista no pertenece más al socialismo. Denunciar esta verdad a los trabajadores y fundar el verdadero Partido Socialista Internacional son deberes morales imperativos a los cuales no podremos sustraernos sin traicionar cobardemente al proletariado y a nuestra conciencia socialista. Lucharemos en defensa de los intereses de los trabajadores. Pero cuando breguemos por el programa mínimo será a condición de abonarlo, de empaparlo, por decirlo así, en la levadura revolucionaria del programa máximo, consistente en la propiedad colectiva, por cuya implantación, a la mayor brevedad, lucharemos sin descanso y sin temores.

A los pocos meses, en la primera elección del Consejo Deliberante de la Capital Federal, el nuevo partido consigue elegir un concejal, Juan Ferlini.  En la segunda elección se sumaría como Concejal, José F. Penelón, acaso el dirigente más popular  en los primeros años.  Los primeros diez años del partido son años de intensos esfuerzos por aportar a las grandes luchas obreras, estudiantiles  y populares: la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde, la Reforma Universitaria, la huelga de los trabajadores de La Forestal en el norte santafesino, de los portuarios de Rosario y Buenos Aires, etc. logrando, en general, jugar un buen papel en cada una de ellas.  Miguel Contreras, desde la dirección de la Federación Obrera Cordobesa, va al encuentro del movimiento juvenil de la Reforma y contribuye a fundar una consigna que aún resuena: Obreros y estudiantes, unidos y adelante. Los comunistas Albino Argüelles y el gallego Soto, son de los principales organizadores y dirigentes de las huelgas de la Patagonia Rebelde, que serán aplastadas por la represión militar asentida por el gobierno radical de Irigoyen.  Argüelles fue fusilado por un oficial de apellido Anaya.  Marcos Kaner, uno de los anarquistas que más aportó a organizar los mensúes de La Forestal en el Chaco Santafesino, organizador de huelgas y rebeliones populares en todo el noreste argentino –que llegó a dirigir el copamiento de la ciudad paraguaya de Encarnación como parte de un plan para tomar el poder- se afilió más tarde al Partido Comunista que encarnaba en esos años la fuerza proletaria y revolucionaria más consecuente y atractiva no solo para obreros, también para intelectuales como Roberto Arlt o Raúl González Tuñón.

4.4. La estrategia del frente democrático nacional

Durante la primera década de vida del partido se suceden los congresos (ocho en diez años), las discusiones ardorosas, los cambios de dirección nacional y regional en un proceso de búsquedas que tiene algunos ejes de debate: la aceptación o no de las veintiuna condiciones exigidas por la Internacional Comunista para admitirlos como miembros; la adopción o no de un programa mínimo (una plataforma reivindicativa de emergencia diríamos hoy) y la actitud hacia las cuestiones institucionales (participación en las elecciones, etc.), la cuestión de la organización sindical, el carácter de la revolución necesaria, las fuerzas motrices y las alianzas posibles.

Sólo la intervención de la Internacional Comunista saldará los debates y ayudará a la instalación de un grupo dirigente; es el encabezado por Victorio Codovilla, Rodolfo y Orestes Ghioldi, Paulino González Alberdi que, más allá de los cargos formales, las incorporaciones y desplazamientos o los cambios de roles, mantendrían la dirección real del partido en sus manos hasta principios de la década del ’80: más de cincuenta años.  La participación de la Internacional se materializa en dos hechos: la carta enviada en 1925, previa al VIIº Congreso, en que se toma partido contra los chispistas1 de Juan Penelón decidiendo la disputa a favor del  grupo encabezado por Victorio Codovilla; y la designación del suizo Humbert Droz al frente del secretariado latinoamericano de la Internacional Comunista en 1928. Humbert Droz impone una visión sobre la revolución latinoamericana que es una mala copia de la estrategia diseñada para las colonias europeas en Asia y el lejano Oriente: frente con las burguesías nacionales para cumplir tareas de una revolución democrática burguesa desestimando el pensamiento de los lideres latinoamericanos como el cubano José Antonio Mella, el chileno Emilio Recabarren, el mismo Victorio Codovilla y especialmente a José Carlos Mariátegui que es, entre todos ellos, quien más lejos llega en pensar la revolución americana desde un marxismo creador, y con cabeza propia.  José Carlos Mariátegui pensaba que el socialismo tenía raíces propias en las tradiciones colectivistas de los Incas, que las burguesías nacionales habían nacido cipayas del Imperio y que la revolución necesaria era una revolución socialista que requería de partidos revolucionarios capaces de constituir alianzas populares, pero bajo su hegemonía, no la de proyectos populistas o democrático burgueses.  Bajo el nombre de Tesis antimperialistas mandó esas ideas a la Conferencia Comunista de Sud América de junio del ’28, pero sus propuestas fueron derrotadas.

Hay un hilo conductor entre el VIII Congreso partidario de 1928 y la  Conferencia Comunista del Cono Sur de junio de 1929: allí se afirma una concepción de la revolución por etapas, en acuerdo con la burguesía nacional, con un proceso de acumulación de fuerzas pacífico, con tareas antiimperialistas y antilatifundistas que permitan completar lo que se estimaba era un desarrollo capitalista insuficiente (por el peso del latifundio)  y deformado (por la dependencia del imperialismo).  Y lo más grave, una tendencia a que el  pensamiento dogmático se convierta en hegemónico entre nosotros, tal como venía ocurriendo en el movimiento comunista internacional a la muerte de Lenin y la instalación de una nueva dirección estratégica encabezada por Stalin en el propio partido bolchevique que había conducido la Revolución Rusa y orientado la IIIº Internacional.  Un pensamiento dogmático que limitó al marxismo como herramienta teórica, debilitó la lucha revolucionaria y se convirtió en nuestro mayor lastre.

4.5. Los gloriosos treinta

A pesar de estas definiciones estratégicas, en lo táctico se abrió paso un enfoque de clase contra clase impulsada en esos años por la Internacional Comunista para todo el mundo, que fortalece la tendencia a la proletarización de los cuadros y permite lo que –acaso- haya sido el momento de mayor inserción de los comunistas argentinos en la clase obrera: los nombres de Rufino Gómez, petrolero de Comodoro Rivadavia y jefe de la huelga general de 1934 a pesar de que el gobierno del Territorio Nacional era Militar; de José Peter, trabajador de la carne que desde el Swift de Campana primero, y de Berisso después, construye la Federación Obrera de la Carne que organiza las heroicas huelgas de 1932, de Vicente Marishi, organizador de la huelga de los trabajadores de la madera de 1934, y sobre todo el de los líderes de la construcción que organizan las grandes huelgas de 1935 y 1936 y que ejemplificamos en  Pedro Chiaranti, Guido Fioravanti y los hermanos Rubens y Normando Iscaro; muestran de un modo incontrastable la penetración de los comunistas en la clase y la transformación del partido en la principal fuerza de izquierda entre los trabajadores y los pobres, pero resuelta de un modo tal que no podrían luego trasladar dicha representación social al plano de una política revolucionaria.

La cultura del frente democrático nacional era ya un corsé rígido que impedía crecer a lo revolucionario que siempre habitó nuestro partido.  Explicar el surgimiento del peronismo como proyecto político hegemónico entre los trabajadores, a expensas en buena medida de los comunistas y otros sectores de izquierda, excede largamente la pretensión de estas breves notas.

Solo quisiéramos decir que no alcanza con señalar que el golpe de 1943 desató una feroz represión contra los comunistas o que en el seno del GOU (la logia militar a la que pertenecía Juan Domingo Perón y que ejecuta el golpe) había simpatizantes del fascismo , que Perón elabora un plan de captación del movimiento sindical desde una nueva institución estatal, la Secretaría del Trabajo que discrimina las organizaciones conducidas por la izquierda y favorece a las que se subordinan al proyecto en gestación; también hay que decir que el Perón que asume la Presidencia es muy distinto al que comienza en la Secretaría de Trabajo, que los trabajadores no son una base de operaciones pasiva a la que se lleva de aquí para allá con demagogia y sobre todo que los comunistas pierden sus posiciones dirigentes en la clase superados por un proyecto político que se hace cargo de muchas de sus banderas de ampliación de los límites del capitalismo como se puede verificar comparando el pliego reivindicativo del Acto del 1º de Mayo de 1935, acto unitario de masas antifascista convocado por la C.G.T. con presencia de estudiantes y dirigentes políticos, y las medidas económica sociales del primer gobierno de Perón.

La historia quiso que en el momento en que los comunistas consumaban su objetivo más buscado: la construcción del frente antifascista con la constitución de la Unión Democrática, los obreros y sectores populares que siempre habían sido la base social de ese proyecto, se encolumnaran detrás de otro que les prometía alcanzar mejoras sociales desde el poder del Estado.  A la distancia histórica, queda claro que no se trataba de votar a Perón o a la Unión Democrática, sino de crear una alternativa política propia que no quedara presa de la disputa de fracciones burguesas que expresaban uno u otro camino de desarrollo capitalista..

Así, casi de un plumazo, sesenta años de esfuerzos y acumulación de cultura revolucionaria, se desplomaron y obligaron a los comunistas a empezar casi de nuevo.

4.6. La larga acumulación de fuerzas

El 29 de mayo de 1969, convocados por un llamado conjunto de las dos regionales de la C.G.T. de Córdoba (una de ellas dirigida por Agustín Tosco) los trabajadores, los estudiantes, las mujeres y los habitantes de las barriadas populares salen a la calle y toman la ciudad por algunas horas en una jornada que quedó en la historia con nombre propio: el Córdobazo.  De allí en más los azos se repetirían por toda la geografía nacional, y en creciente nivel de protagonismo.   A su influjo crecerían todos los proyectos políticos transformadores: el del peronismo revolucionario referenciado en Montoneros, el de la lucha armada del P.R.T./ E.R.P. , también el del Partido Comunista y muchos más, que de uno u otro modo, soñaban con lo que en aquellos años se simbolizaba en la juventud se une por la Patria Socialista.

Pero el Córdobazo, como cualquier acontecimiento histórico, no se puede explicar por sí mismo sino por una conjunción de procesos que lo posibilitan.  Por un lado fue el resultado de un proceso de acumulación de fuerzas de los proyectos políticos revolucionarios, cuyo punto de partida mediato se puede ubicar en la Resistencia al golpe gorila de 1955, que transcurrió por los planes de lucha de la CGT. y las movilizaciones antimperialistas de comienzos de los ’60; que creció en las primeras luchas contra el Golpe del 28 de junio de 1966, el golpe de Onganía al que el Partido Comunista denunció como al servicio de los monopolios y convocó a derrotarlo con un argentinazo mientras buscaba el famoso frente democrático nacional con los sectoresprogresistas del radicalismo y el peronismo formando el Encuentro Nacional de los Argentinos (1971) cuyo lema El pueblo unido jamás será vencido, se convirtió en bandera de combate en toda América Latina..  Un proceso que se vio estimulado por la influencia que tuvieron en toda América Latina los sucesos habidos el 1º de enero de 1959 en Cuba y que se expresó nitidamente en los contenidos del XII Congreso del Partido Comunista Argentino realizado bajo la consinga de “la acción de las masas por la conquista del Poder” que mostró un partido recompuesto en sus fuerzas, sobre todo sindicales, pero también estudiantiles e intelectuales, que sin contar con un proyecto claro de poder, al menos había vuelto a poner la cuestión en el centro de sus debates.

La entrada victoriosa de Fidel, Camilo y el Che a la ciudad de La Habana, dando inicio a la primera revolución socialista en el hemisferio occidental, rompía con una serie de verdades indiscutibles de la política latinoamericana empezando por aquella que decía que no se podía vencer al imperialismo tan cerca de la metrópoli y siguiendo por la que establecía que no se podía enfrentar un Ejército Regular hasta el momento  definitivo de la lucha por el poder. Y por eso, el Córdobazo, y lo que luego vino, es incomprensible si no se lo piensa como parte de un movimiento latinoamericano y mundial que tuvo en el Mayo Francés de 1968 y en la propia guerrilla del Che en Bolivia puntos de referencia indispensables.  Eran los años de la victoria de Vietnam sobre el imperialismo yanqui, cuando sus mismos dirigentes pensaban que estaban perdiendo la batalla por el futuro.

Al influjo de esta oleada revolucionaria mundial, impulsada por la ampliación del sujeto social víctima del capitalismo dependiente y las dictaduras militares, aprovechando las grietas  que dejaba una política comunista que se mantenía fiel a aquella cultura política reformista del frente democrático nacional impuesta en el ’28, fueron surgiendo nuevas fuerzas de izquierda al interior del peronismo y al interior de la cultura marxista.

La lista de organizaciones sería interminable por lo que hemos optado por simbolizarlas en dos: Montoneros y el P.R.T./E.R.P. por su desarrollo y el impacto de sus acciones en el escenario político, sobre todo luego del Córdobazo.  Gracias a ellas, una nueva generación de revolucionarios se incorporó a la lucha y,  junto –aunque no unidos- a las antiguas organizaciones de izquierda (empezando por el Partido Comunista) estuvieron a punto de alcanzar la victoria.  A punto, pero  no lo lograron.

4.7. La estrategia del genocidio

Igual que había hecho en 1912 con Roque Sáenz Peña, cuando la burguesía vio el ascenso de la lucha popular (y esta vez era por cambios revolucionarios), lo primero que hizo fue apelar al viejo truco de intentar asimilarlas por el camino electoral.  Así nació el Gran Acuerdo Nacional y el operativo de retorno de Perón (exiliado en la España de Franco por  más de quince años) que desembocó en las elecciones, aunque –igual que en 1916- con un ganador no querido por el poder.  Los comunistas primero resistieron la maniobra, pero luego intentaron vencer la legislación anticomunista incorporándose a la Alianza Popular Revolucionaria que encabezaba el Partido Intransigente de Oscar Alende obteniendo dos diputados nacionales. Las elecciones las ganó el peronismo más cercano a la izquierda, pero rápidamente la derecha recuperó la iniciativa.  El 20 de junio de 1973, día del retorno de Perón, se organizó una provocación gigantesca que terminó con decenas de muertos, y un clima de terror que luego siguió creciendo.  Aunque aferrados a su política de frente democrático nacional, los comunistas aportaron a todas las iniciativas de movilización popular pero sin contribuir decididamente al agrupamiento de la izquierda, que hubiera podido disputar la dirección del movimiento de otro modo. Acaso, la excepción haya sido la formación de la Coordinadora de Juventudes Políticas Argentinas que articulaba a buena parte de esa generación revolucionarizada (a excepción del P.R.T./E.R.P.) y que generó movilizaciones gigantescas como la de repudio al golpe chileno de Pinochet contra la Unidad  Popular de Salvador Allende en setiembre de 1973.

El imperialismo, asustado por la pujanza de esa segunda oleada revolucionaria (la primera había sido la provocada por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959) que se afirmaba en Sud América (el Chile de la Unidad Popular de Salvador Allende, el Uruguay de los Tupamaros y el Frente Amplio, y en nuestro propio país) organiza el terrorismo de Estado en escala continental y empieza a preparar una seguidilla de golpes de estado.   La dictadura surgida del golpe del 24 de marzo de 1976  puso en marcha un complejo proceso de transformaciones que superan en mucho el aspecto represivo conocido por sus 30.000 desaparecidos y sus centenares de miles de presos, perseguidos, exiliados, cesanteados de sus trabajos, etc..  También cambió integralmente el país mediante la mayor reestructuración capitalista jamás habida entre nosotros.  La democracia restringida que sufrimos, el proceso de concentración y extranjerización de la riqueza, la transformación cultural que antes que nada implicó la coptación para el sistema de dominación de casi todas las herramientas políticas y sociales creadas en más de cien años por nuestro pueblo empezando por el peronismo, el radicalismo, la F.U.A. y la C.G.T., tienen su momento fundacional en la dictadura militar de Videla y Cía.

4.8. El viraje iniciado en el XVI Congreso

En noviembre de 1986, en su XVI Congreso, el Partido Comunista dio comienzo al proceso de autocrítica y reformulación de su política que se conoce como el viraje del partido: un conjunto de cambios que –en su conjunto- llevaron a un cambio de estrategia, de concepción organizativa, de actitud hacia la teoría revolucionaria y hacia el compromiso militante personal.  Un Viraje imprescindible del reformismo a la revolución para recuperar la esencia fundacional de luchar por el poder, pero sobre todo para ser más eficaces en la lucha política, que lejos de hacerse más fácil y transparente, se hizo más compleja con el retorno de las instituciones constitucionales a pesar –o mejor dicho- gracias al discurso alfonsinista del supuesto tránsito a la democracia.

La discusión comenzó por el análisis autocrítico de los errores cometidos en la caracterización de la Dictadura de Videla, errores de sobrevaloración de supuestas diferencias internas en el modo de reprimir al movimiento revolucionario, que limitaron la capitalización política del enorme esfuerzo militante desplegado en esos años por los comunistas, incluida la cuota de presos, perseguidos, asesinados y desaparecidos que pagamos.  A esos errores se les caracterizó como fruto de una desviación oportunista de derecha y para encontrar sus raíces nos decidimos a repensar otros períodos históricos (el 17 de Octubre del ‘45 y el surgimiento del peronismo, la ofensiva popular de los ‘70 y el rol de las otras fuerzas de izquierda, etc.) y de allí al modo de practicar el marxismo que habíamos tenido.  La decisión que posibilitó el viraje fue la de abandonar la cultura del frente democrático nacional, fruto y fuente del continuo reciclamiento del reformismo, labor en la que aún estamos empeñados, estrategia que se asentaba sobre una lectura errónea del desarrollo capitalista argentino (al que se lo veía como deformado por la penetración imperialista y atrasado por las rémoras latifundistas) lo que llevaba a dificultades en la comprensión del sujeto social de los cambios y del modo de concebir su articulación política..

En este proceso fuimos reencontrándonos con el pensamiento del Che Guevara y con todas las fuerzas revolucionarias latinoamericanas y caribeñas que por entonces estaban en plena ofensiva en Nicaragua y El Salvador.  Con estos procesos nos comprometimos hasta el sacrificio de uno de los primeros mártires del viraje, el joven comunista Marcelo Feito, muerto en combate en Chalatenango, El Salvador, el 16 de setiembre de 1987.

Con el Che comenzamos un dialogo creador que alumbró una larga serie de Seminarios latinoamericanos que nos ayudaron a comprender los nuevos tiempos y que en mucho contribuyeron al surgimiento de un nuevo modo de articulación de las fuerzas de izquierda y de centro izquierda en América Latina (hablamos del Foro de  San Pablo, del Foro Social de Porto Alegre, etc.).

A pesar de todos los dolores que trae una mirada tan exigente como la que dimos a nuestra historia, el viraje nos permitió construir colectivamente un balance conceptual de cien años de lucha revolucionaria en la Argentina, y éste, a la convicción de que la tarea pendiente era crear una izquierda plural revolucionaria y  de masas, con la fuerza suficiente como para instalarse como una alternativa verdadera ante el poder.

Y que para lograrlo era imprescindible superar la división de la izquierda concebida en toda su pluralidad de origen (marxista, nacionalista y cristiana) y de formas organizativas (organizada en partidos y en grupos y redes diversos) y plantar una estrategia de construcción de poder popular que permitiera la autonomía de las organizaciones populares en todos los terrenos de la lucha de clases, empezando por el de la política y llegando al de la confrontación abierta.

Los veinte años del viraje confirman que no alcanza con resistir si no se crea alternativa política desde una estrategia de poder popular.

Una y otra vez volvió a ocurrir como en la lucha contra la dictadura cuando, a  pesar de ser la izquierda la que más luchó fue Alfonsín el que acumuló en política; o como con las luchas contra la claudicación radical ante los genocidas y el F.M.I. que fueron  capitalizadas por el Pejota de  Menem. Y luego ocurrió que todo el combate antimenemista terminó en la alternancia de los iguales con nueva máscara: la Alianza de radicales y progresistas del Frepaso que ni siquiera pudo cumplir las tareas de salir del menemismo, en tanto versión particular del neoliberalismo fundamentalista y terminó en el estallido de diciembre de 2001 que puede leerse como el punto de llegada de las dos crisis principales que atraviesan la sociedad argentina: la crisis del capitalismo como formación económica social y modelo de dominación, una crisis de la convertibilidad y del bipartidismo que produjo una fisura en la hegemonía cultural de considerables dimensiones y nuestra propia crisis, la crisis de alternativa popular que arrastramos desde hace tiempo y que todavía no podemos resolver.

Durante estos veinte años los comunistas nos esforzamos por construir alternativa política desde esta mirada del viraje: así nacieron el Frente del Pueblo, la primera Izquierda Unida (que es la que realiza nada menos que la Plaza del No al proyecto neoliberal de Menem, contra la Plaza del Si organizada por Neustad), el Frente Va, el Frente Amplio de Liberación, el Frente del Sur, el Frente Grande, la segunda Izquierda Unida, el Encuentro por la Soberanía y nuevamente el FRAL.  Se podrían decir muchas cosas sobre estos procesos de unidad: a) que confirman la coherencia y perseverancia de una fuerza política,  b) que dan cuenta de la débil inserción del proyecto de unidad en el movimiento popular y c) que tras la derrota estratégica de 1976, la izquierda argentina no logra superar las dos tentaciones que la han acompañado hasta aquí: el subordinarse a un proyecto ajeno, siempre con la ilusión de acumular bajo el paraguas de otro por un lado y el de autoproclamarse y asumirse como vanguardia popular descalificando a otros compañeros y tradiciones para caer en la trampa del Poder que siempre busca aislarnos y margirnarnos de los grandes procesos políticos.

Ahora, que con la Revolución Bolivariana de Venezuela se ha vuelto a instalar el debate sobre el Socialismo del Siglo XXI, los comunistas hacemos más falta que nunca para darle encarnadura nacional a ese debate y hacer nuestro aporte a la construcción de una fuerza comprometida con el rumbo de la Revolución Latinoamericana y la superación de los males que el capitalismo genera para nuestro pueblo.  Noventa años después, el compromiso con el dolor y el sufrimiento, la esperanza en el cambio y la vida plena para todos, siguen siendo la razón fundamental de nuestra existencia

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